Por: Roberto González Villarreal, Lucía Rivera Ferreiro, Marcelino Guerra Mendoza. 02/04/2024
Un primer vistazo al campo de batalla
Nos encontramos otra vez en pleno período electoral. Como cada seis años. Sin falta, y eso es el primer punto para destacar: el calendario se cumple y la renovación de los poderes federales se hace a través del voto universal y directo, aunque no tan secreto.
Lo cierto es que no se ha faltado en muchísimo tiempo a la cita establecida por las leyes electorales del país. La democracia representativa, dirían los clásicos, sigue funcionando, parece no tener ya disputas en el escenario ideológico como antes, cuando se contrastaba con la democracia directa, la del pueblo trabajador, la de los soviets o de los consejos.
Más aún, esas mismas formas de la democracia directa fueron absorbidas poco a poco, incorporándose a la legislación con los mecanismos revocatorios: la del pueblo, en los comités de participación social; la de los soviets, pues esa no hay por acá; pero la democracia de los consejos se ha transmutado en los consejos escolares, en los comités barriales y en los presupuestos participativos. Así que la democracia representativa, formal, burguesa o como se le quiera llamar, va. Junto con ella, va también la guerra electoral; y como en todas las guerras, se vale de todo.
Antes, digamos en los años setenta y ochenta del siglo pasado, había campañas pero difícilmente combates, menos aún guerras durante los períodos electorales. Ni siquiera verbales. No había incertidumbre tampoco, antes de las elecciones ya se sabía el ganador. Las reyertas se daban al interior del PRI. El exterior estaba dominado por las leyes, los organismos electorales, las policías de seguridad y el ejército.
Quizá los excesos retóricos empezaron en 1982, cuando hubo varios partidos de izquierda y el PRI sacó una consigna inolvidable: “Para seguir siendo libres”. Quizá fue el inicio, porque seis años después ninguna frasecita pudo encubrir un descarado fraude electoral y una campaña violenta, un verdadero ajuste de cuentas, que le costó la vida a cientos de militantes del PRD. Hay que decirlo claro: un fraude y una campaña violenta instauraron el neoliberalismo violento. Claro, junto con él, una verdadera avalancha cognitiva contra el populismo, el Estado interventor y el régimen de la posrevolución.
De ahí en adelante, las citas electorales nunca volvieron a ser lo de antes. Se cumplieron fielmente, sin duda alguna, como en 1994, otra vez con amenazas de perder lo ganado en seis años neoliberales. Solo para encontrarse meses después con la peor crisis económica de la segunda mitad del siglo XX y sus secuelas institucionales, como el FOBAPROA, esa otra guerra, esta vez presupuestal, contra la población.
El 2006 fue un momento fundamental en la belicosidad electoral, sobre todo porque como veinte años antes, la disputa era “entre proyectos de nación”. La continuidad neoliberal o algo así como un nacionalismo de izquierda, con un lema poderoso: “por el bien de todos, primero los pobres”,
El campo electoral se volvió un territorio de guerra sin cuartel. Desde la presidencia de la república se orquestó una estrategia en la que participaron todos los poderes del Estado, para impedir primero la participación, después el triunfo del candidato Andrés Manuel López Obrador. El arsenal discursivo de la “guerra fría” fue actualizado: “Venezuela”, “Cuba”, “La dictadura”, “La escasez”, y frases similares salieron a relucir una y otra vez. Por supuesto, acompañados con las amenazas de siempre: “te van a quitar tu casa, tu dinero y tus hijos”, “viene la dictadura castrista-chavista” y demás artilugios retóricos que asustaron hasta a los que no tenían nada que perder.
La gran distancia que existía entre el candidato del PRD y el del PAN, Felipe del Sagrado Corazón de Jesús Calderón Hinojosa, fue reduciéndose poco a poco, a golpe de mentiras y de programas de televisión, de periodistas y opinadores bien aceitados con dinero público.
El resultado fue otro fraude electoral…y otra guerra: la guerra con el narcotráfico, una conflagración que costó cientos de miles de muertos, desaparecidos y desplazados. Otra vez se confirmó: el neoliberalismo requiere de fraudes y violencia para imponerse o para continuar.
Seis años después, el 2012 fue más que nada una guerra propagandística en la que a fuerza de imágenes y dinero se impuso el candidato del PRI. Obviamente, como en 2006, con la aquiescencia de los poderes electorales.
En 2018 se intentó repetir la misma fórmula de doce años antes. No se logró, la brecha de la intención del voto nunca se cerró. No hubo oportunidad del fraude. Eso y los acuerdos con el presidente Peña Nieto, que terminó el sexenio con los peores niveles de aceptación registrados.
Lo interesante de la elección de 2018 es que la guerra cognitiva neoliberal fue derrotada por una iniciativa de cambio, con la promesa de acabar con el neoliberalismo y con un arsenal retórico y declarativo sin parangón, ya no por su radicalidad, como en 2006, sino por la configuración de una fuerza electoral interclasista, en la que participaban desde la izquierda proveniente del Partido Comunista Mexicano hasta empresarios, políticos de todos los partidos, trabajadores, campesinos y, de manera particular, maestros y maestras.
El magisterio fue uno de los contingentes más numerosos de la coalición “Juntos Haremos Historia”. Después de años de lucha contra la reforma educativa neoliberal del Pacto por México, de maestros despedidos, heridos, encarcelados, despreciados; de maestras acosadas, golpeadas y humilladas; de pobladores muertos y perseguidos, la promesa de cancelar la reforma fue suficiente para que alrededor del 75% de los y las maestras, votaran por Andrés Manuel López Obrador.
Los discursos de odio, las fake news, las mentiras y demás tácticas del amedrentamiento y el odio electoral se estrellaron frente al hartazgo, el enojo y la esperanza del cambio.
Después de cinco años del triunfo electoral de MORENA y sus aliados, la guerra electoral continúa. A decir de algunos de los comentaristas allegados al PRIANRD y a su candidata Xóchitl Gálvez, se trata de acudir a “una guerra sucia”, pero en serio.[1] Lo hemos visto ya en semanas recientes. Y así seguirá., hasta las elecciones … y después de ellas.
¿Qué papel juega el magisterio ahora? La situación es muy distinta a la de 2018.
En primer lugar, se “canceló la reforma educativa neoliberal”, dijo y sigue diciendo el gobierno; la crispación magisterial se disipó, también las resistencias y movilizaciones. De hecho, la paz educativa es uno de los logros de la IV T. Podría decirse incluso, que hay una suerte de entendimiento entre las fuerzas reales del magisterio, el SNTE y la CNTE, con AMLO, no sin diferencias y enojos. Lo cierto es que en cinco años, han convivido sin muchos aspavientos, excepto por las desavenencias protagonizadas por la sección VII de Chiapas y en los últimos seis meses, con sectores docentes de Michoacán, Guerrero y Ciudad de México.
Hoy, al final del gobierno de la 4T, encontramos tanto al presidente del SNTE en las listas al senado, como a viejos cuadros de las resistencias desempeñándose como funcionarios en puestos directivos de la SEP. Los críticos callaron a fuerza de cargos y cheques de nómina.
No obstante, poco a poco las técnicas y tácticas de control magisterial se han desgastado. En primer lugar, la reforma constitucional no se canceló, se mantuvo, legitimó y profundizó. Hoy ya se advierte en amplios sectores de trabajadores de la educación, que la promesa de la cancelación no fue cumplida, aunque se reconoce la eliminación de la evaluación por desempeño.
En segundo lugar, la prometida revaloración social del magisterio sigue pendiente. Las responsabilidades docentes continúan creciendo, el tiempo de trabajo aumenta, los salarios disminuyen, las expectativas de movilidad profesional y salarial están bloqueadas por el USICAMM.
Pero sobre todo, se advierte algo así como una decepción ante las falsedades de la retórica presidencial. Los salarios no han llegado a 16 mil pesos mínimo, las negociaciones se han suspendido durante meses, continúan despedidos docentes que se opusieron a la reforma neoliberal, no hay revaloración materializada en acciones concretas y los compromisos político-sindicales con los charros están a la orden del día. Es decir: un poco como lo de antes, pero ahora, sin esperanzas de cambio.
Lo peor es que durante estos cinco años de IV T educativa, ocurrieron al menos, dos acontecimientos que pusieron a prueba al magisterio, mostrando la absoluta centralidad de los y las maestras en el sistema educativo nacional.
El primero fue la pandemia del COVID 19. Durante casi dos años, la continuidad pedagógica fue garantizada por los y las maestras a costa de su dinero, de su tiempo, de su casa y su familia. ¿Qué obtuvieron al final? 720 pesos y un reconocimiento deslavado.
El segundo acontecimiento es el plan de estudios para educación básica 2022 y los nuevos libros de texto. Una reforma curricular novedosa, rupturista incluso, que desató los demonios más conservadores de la oposición, pero también de maestros y de maestras, padres de familia, comentaristas, jueces y gobiernos estatales.
Una reforma curricular progresista, incluso revolucionaria, a decir de los libros de texto, reclama con urgencia el apoyo del magisterio para llevarla a cabo. Pero la retórica nunca es suficiente para la puesta en acto de los proyectos del aula, de la escuela y la comunidad.
La presunta colaboración del magisterio en la formulación del Plan de Estudios es un exceso que raya en la falsedad. Ciertamente fueron convocados algunos maestros, otros colaboraron gustosamente, pero los problemas de legitimidad y de implementación del nuevo plan de estudios no existirían si la reforma hubiera surgido realmente desde abajo, con mayor razón cuando se trata de una reforma que pretende caminar en sentido totalmente contrario a la precedente, y por lo mismo, requiere de la comprensión, aprobación y el compromiso magisterial, no solo de la fuerza de trabajo docente.
Nos parece que éstas dos cuestiones tendrían que ser son de los aspectos más relevantes del campo educativo en las campañas electorales.
Por una parte, el compromiso incumplido de la revalorización magisterial posterior a la cancelación fake de la reforma constitucional. Por la otra, la continuidad de la Nueva Escuela Mexicana, el plan de estudios de educación básica 2022 y los nuevos libros de texto.
Sobre estos dos puntos se desarrollan los combates educativos del proceso electoral en educación básica. El análisis de las propuestas electorales, de los y las candidatas, de las iniciativas y los efectos, de los problemas y sus derivas, es el propósito de los Cortocircuitos de las siguientes semanas
[1] https://laoctava.com/trending/2024/03/05/jorge-castaneda-sugiere-a-la-oposicion-haga-guerra-sucia-contra-sheinbaum
Fotografía: Mcarmonacurtido