Por: Carolina Jiménez Martín. 15/07/2023
Profesora del Departamento de Ciencia Política
Universidad Nacional de Colombia (sede Bogotá)
Los diversos sentidos de la movilización
El pasado 7 de junio las calles de las principales ciudades del país fueron ocupadas por diversas expresiones del movimiento social, sindical y popular para expresar el apoyo al gobierno del Pacto Histórico. Y si bien la convocatoria realizada por el propio presidente Petro se enfocaba en el respaldo a las denominadas reformas del cambio que hoy cursan en el Congreso: salud, pensional y laboral, lo que se puso en escena fue la defensa de una lucha histórica por construir un horizonte de visibilidad transformador.
De ahí que, pese a las críticas al rumbo de este gobierno, resultaba claro que la coyuntura política reclamaba un pueblo vigoroso, la activación de una energía rebelde dispuesta, por un lado, a contener el embate de las fracciones reaccionarias de la clase dominante que se niegan al recorte, aunque sea mínimo, de sus privilegios, y, por otro, a exigirle al gobierno un cambio en la conducción y el sentido político de su administración, aunque esta última con importantes limitaciones en su reflexión.
En todo caso, a pesar de la riqueza de la movilización es importante destacar una participación limitada de las juventudes rebeldes que sostuvieron el paro nacional del 28 de abril de 2021, lo que constituye un indicativo de cierto descontento con la ruta gubernamental tomada. Estas energías rebeldes que guardan en su seno dinámicas destituyentes y constituyentes aún no logran sentirse recogidas con suficiencia en el gobierno del Pacto Histórico, elemento indicativo del alejamiento, así sea parcial, del horizonte de visibilidad que se enunció en campaña referida al Gobierno de los nadies.
El mito del capitalismo progresista
No ha sido una sorpresa la orientación progresista asumida por el gobierno del presidente Petro. Tampoco ha sido un engaño electoral. Desde su campaña Petro anunciaba la necesidad de “desarrollar el capitalismo”. En el discurso del triunfo del 19 de junio, el recién electo presidente señalaba:
(…) Pues bien, de manera franca aquí les diría lo siguiente: Nosotros vamos a desarrollar el capitalismo en Colombia, no porque lo adoremos, sino porque tenemos primero que superar la premodernidad en Colombia, el feudalismo en Colombia, los nuevos esclavismos, la nueva esclavitud; tenemos que superar mentalidades atávicas ligadas allá a ese mundo de siervos, a ese mundo de esclavos, que tenía como contraparte los señores y los dueños esclavistas.

Luego en su discurso de posesión el 7 de agosto señaló la necesidad de desarrollar un capitalismo “democrático, productivo y no especulador”. Los ejes anunciados: paz total y fin del conflicto; política contra las drogas: el paso de la guerra a la prevención; justicia e igualdad social y de género; cambio climático, transición energética e integración latinoamericana, y desarrollo de la industria nacional a través de la sociedad del conocimiento y la tecnología, parecerían indicar el compromiso del gobierno del Pacto Histórico, por una parte, con las víctimas del conflicto armado, las amplias capas populares y algunas expresiones del mundo del trabajo agobiado por las altas tasas de explotación y precarización, pero también, por otra parte, con fuerzas sociales y económicas dispuestas a contribuir con el desarrollo de un capitalismo progresista. Un equilibrio complejo y con límites claramente establecidos dentro de la lógica ordenadora del capitalismo dependiente.
Una valoración de algunas de las políticas impulsadas durante estos diez meses de gobierno muestra el derrotero progresista tomado:
- Una reforma tributaria que, aunque tiene atisbos de una justicia tributaria, resulta insuficiente para resolver los problemas estructurales de ingresos fiscales. Entre las críticas advertidas por Daniel Libreros se destacan: una baja tributación del margen de ganancias de las multinacionales del sector de hidrocarburos; no afectación del patrimonio de las personas jurídicas; mantenimiento de algunas exenciones tributarias, entre otros asuntos.
- Una Política fiscal que sigue amarrada a la regla fiscal para cuidar la denominada estabilidad macroeconómica y así mantener la confianza inversionista y la credibilidad con financiadores, bancos y calificadores de riesgo. Este dispositivo maniata la capacidad de financiación de la agenda social del gobierno. De tal suerte que, ante los limitados recursos, la política se ha inclinado en estos meses hacia un mayor asistencialismo minimalista, de manera que el programa de renta ciudadana, si bien aumenta el recurso recibido por las familias más pobres y el número de beneficiarios, no logra superar dicho enfoque. Así mismo, el control de la inflación mediante el alza de las tasas de interés sin una exploración de otros caminos y con las implicaciones que esto tiene en términos de consumo, salarios y reactivación del mundo del trabajo, ilustra el manejo conservador de la política fiscal.
El pasado 7 de junio las calles de las principales ciudades del país fueron ocupadas por diversas expresiones del movimiento social, sindical y popular para expresar el apoyo al gobierno del Pacto Histórico. Y si bien la convocatoria realizada por el propio presidente Petro se enfocaba en el respaldo a las denominadas reformas del cambio que hoy cursan en el Congreso: salud, pensional y laboral, lo que se puso en escena fue la defensa de una lucha histórica por construir un horizonte de visibilidad transformador.
- Una reforma pensional que va en contra de la solidaridad y la universalidad. Los profesores Felipe Mora y Mario Hernández han señalado que “Desafortunadamente la reforma propuesta no avanza en este sentido de la protección social. El modelo de pilares tiene dos problemas fundamentales que van en contra de la solidaridad y la universalidad: primero, la idea asistencialista de una transferencia minimalista para las adultas y los adultos mayores pobres que no lograron cotizar. Y segundo, el incremento de la rentabilidad de los fondos privados por medio de la obligación de entregarles las cotizaciones de los ingresos mayores a tres salarios mínimos, como si fuera un ahorro individual, cuando realmente son recursos públicos dados en administración al sector privado, pero usufructuados fundamentalmente por el sector financiero, tanto nacional como transnacional” 2 .
- Narrativa de la transición energética y el capitalismo verde. Petro ha insistido en la necesidad de limitar el uso y exploración de combustibles fósiles para mover la economía. Si bien la transición energética es un debate trascendental dado los niveles de calentamiento global a los que asistimos, no logra ir más allá de un capitalismo verde celebrado hoy por todas las potencias mundiales. Una transición que se soportaría en la financiación pública a la iniciativa privada interesada en explorar este emergente y boyante renglón económico.
- Una política agraria que, si bien pretende avanzar en la titulación de propiedad para el campesinado, no logra quebrar la estructura terrateniente ni mucho menos impulsar una verdadera reforma rural. De ahí que a la fecha los avances se han centrado más en la compra de tierras a la burguesía terrateniente articulada en FEDEGAN, sector más retardatario de la burguesía colombiana, que en políticas efectivas que posibiliten la desconcentración y recuperación de tierras despojadas y sobre todo la permanencia del sujeto campesino en su territorio.
Las dificultades que emanan de estas políticas ya han sido altamente testeadas en varios países de Latinoamérica. Ellas fueron advertidas en los gobiernos de Lula y Dilma en el Brasil, así como en los de los Kirchner y, más recientemente, en el de Alberto Fernández en Argentina, y son ilustrativas de esta cuestión no solo en términos de su sostenibilidad en el largo plazo, sino en su capacidad de contención y resquebrajamiento de las fuerzas políticas de derecha.
El quedar atrapado en un proyecto reformista, no como una etapa de transición sino como un fin en sí mismo, ha coactado la perspectiva de transformación social más allá del capital que han reclamado las gentes del común a través de sus luchas y que tuvo un punto cúlmine con la revolución de abril de 2021. De ahí que hoy Petro se enfrenta a la cuestión de los límites de la transformación social capitalista.

El pecado original de la conciliación de clases y la obnubilación por el “poder”
El gobierno del cambio ha intentado desde la campaña electoral construir una narrativa referida a Colombia potencia mundial de la vida. Sin embargo, una vez en el gobierno más que avanzar en un horizonte de visibilidad capaz de materializar las grandes expectativas creadas, quedó atrapado en lógica de la gestión, administración y gobernabilidad dentro de los contornos definidos por el pacto de clases. Pacto que, como magistralmente lo problematizó Florestán Fernández frente al proceso brasileño del 64, es un tremendo error estratégico:
Hubo un error estratégico, no fue táctico, el error fue estratégico de pensar que, en una situación de dependencia como la de Brasil, se da un conflicto irreductible entre la burguesía nacional y las burguesías extranjeras. (…) En realidad, nuestra burguesía, como en el resto de América Latina, es profundamente pro-imperialista, siempre creció en esa dirección.
Los escándalos recientes y la decisión de los partidos Liberal, de la U y Conservador de no acompañar las reformas del cambio son la expresión de las fisuras, que podrían convertirse en fracturas, en el bloque emergente de amalgamas de fuerzas políticas de derecha, centro y de izquierda que pretendió liderar el petrismo bajo la sombra del santismo.
Al respecto es ilustrativa la reflexión propuesta por Héctor León Moncayo titulada “Los cambios en el gobierno del pacto histórico. Atrapado por la gobernabilidad”, en la cual hace referencia a las dificultades que enfrenta una propuesta política de liderar transformaciones bajo los márgenes y ropajes de los tradicionales sectores dominantes en el poder.
(…) para Petro, la gobernabilidad, en cierta forma, no es un medio sino un fin. Da la impresión de que, para el Pacto Histórico, mantenerse en el gobierno, sobrevivir, es ya un triunfo aceptable. No sería, por supuesto, algo que esté fuera de toda racionalidad sino, por el contrario, algo fundado en consideraciones valederas. En riesgos verosímiles. En efecto, al problema general del reformismo (…) debe agregarse el del golpe de Estado.
De esta manera, el pacto de clases que, al decir de algunos, permitió el triunfo electoral del progresismo, explica el entrampamiento al que asiste hoy la propuesta del cambio. Las experiencias latinoamericanas, especialmente la del PT en Brasil, advierten sobre los riesgos que se desprenden de esta política de conciliación y que en ese caso concreto terminó con el golpe blando o el denominado impeachment a Dilma.
Ahora, otro asunto problemático tiene que ver con la obnubilación por el poder. El subcomandante Marcos en las famosas cartas a Durito sobre la historia de los espejos ha explicado magistralmente el riesgo que se corre en las altas esferas de la conducción del Estado. Y es que desde diversos sectores tanto del movimiento social y popular como del pensamiento crítico se han problematizado las dificultades de ciertos representantes del gobierno para marcar un horizonte político que permita situar y materializar la agenda del cambio. Se destaca la ausencia de grandes narrativas, de una política cultural estratégica que permita orientar y disputar el cambio de sentido común en un gobierno que se reclama del pueblo y que debería tener entre sus haberes la recuperación de una matriz nacional-popular-comunitaria y la construcción de un sentido común realmente contrahegemónico.
El quedar atrapado en un proyecto reformista, no como una etapa de transición sino como un fin en sí mismo, ha coactado la perspectiva de transformación social más allá del capital que han reclamado las gentes del común a través de sus luchas y que tuvo un punto cúlmine con la revolución de abril de 2021. De ahí que hoy Petro se enfrenta a la cuestión de los límites de la transformación social capitalista.

El inaplazable golpe de timón
Finalmente, quisiéramos señalar algunos asuntos referidos al inaplazable golpe de timón. En el discurso que acompañó las movilizaciones del 7 de junio Gustavo Petro advirtió sobre la necesidad de volver realidad el programa de gobierno por el cual el pueblo votó:
Ese programa dice que Colombia debe ser una potencia mundial de la vida, que el objetivo de la paz es el mayor deseo de la sociedad colombiana (…) Hemos presentado las reformas que el pueblo demandó y les solicitamos con todo el respeto, de nuestra propia humildad y nuestras ganas de justicia, que aprueben las reformas que garantizan los derechos al pueblo colombiano (…) Señora vicepresidenta, ministros y ministras: de ahora en adelante debe haber asambleas populares en todos los municipios de Colombia, discutiendo, gobernando; todo ministro o ministra debe atender el mandato popular.
De igual manera, insistió en el respaldo popular con que cuenta el jefe de Estado y la necesidad de atender el mandato popular.
Lo acontecido abre una serie de interrogantes sobre el compromiso efectivo de este gobierno para impulsar el conjunto de reformas que reclama el momento histórico. Se interroga sobre la posibilidad de situar en el seno de la estrategia gubernamental la matriz nacional-popular-comunitaria que permita construir una política de recuperación soberana (energética, monetaria, alimentaria, tecnológica-científica, defensa), que ponga en el centro a las comunidades y que siente los cimientos para trasgredir los soportes de una sociedad del privilegio, el racismo, el machismo y la explotación. Los desafíos que se abren son muchos y el gobierno debe tener la capacidad política de leer lo acontecido. De lo contrario, se allana el camino para la contraofensiva estratégica de la derecha colombiana.
Lo acontecido abre una serie de interrogantes sobre el compromiso efectivo de este gobierno para impulsar el conjunto de reformas que reclama el momento histórico. Se interroga sobre la posibilidad de situar en el seno de la estrategia gubernamental la matriz nacional-popular-comunitaria que permita construir una política de recuperación soberana (energética, monetaria, alimentaria, tecnológica-científica, defensa), que ponga en el centro a las comunidades y que siente los cimientos para trasgredir los soportes de una sociedad del privilegio, el racismo, el machismo y la explotación.
1 https://revistaizquierda.com/las-promesas-incumplidas-el-proyecto-de-reforma-tributaria-no-es-un-proyecto-de-reforma-estructural/
2 Mario Hernández y Felipe Mora (2022), La reforma pensional debe recuperar el sentido de la solidaridad en una perspectiva de justicia social. Bien Común.
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Fotografía: Revista izquierda