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Jónatham F. Moriche: «La Zona es ante todo un dispositivo de intervención política»

por RedaccionA octubre 17, 2024
octubre 17, 2024
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Por: Pablo Batalla. 17/10/2024

Cerca de cumplir su primer año en emisión, Pablo Batalla Cueto conversa con Jónatham F. Moriche sobre el podcast de análisis político La Zona.

Las revoluciones, decía Tronti, suelen iniciarse con el saqueo de los arsenales de la burguesía; y eso mismo, un atraco a un polvorín pensado para otras explosiones, es lo que se propone el podcast La Zona, conducido por Jónatham F. Moriche, y que se sirve de la herramienta spaces del Twitter de Elon Musk. Su éxito ha sido abrumador en comparación con la simplicidad y la precariedad de los medios, demostrando que el trabajo bien hecho puede triunfar por sí mismo. La característica principal de La Zona es el reposo. Se trate de entrevistas individuales o de una mesa de debate, al tertuliano no se le sumerge aquí el micrófono bajo la mesa cuando pasan 59 segundos, ni un presentador espídico lo corta, sino que se le da todo el tiempo que merece el análisis de asuntos tan peliagudos y tan complejos como la situación electoral y social de Estados Unidos o Argentina, el genocidio en curso en Palestina o la historia filosófica de la modernidad. Moriche responde, en esta entrevista, a preguntas sobre el surgimiento, el funcionamiento y el futuro del programa.


El primer episodio de tu podcast La Zona se emitió a través del servicio de spaces de Twitter el 31 de octubre de 2023. ¿Cómo surge el proyecto? ¿Por qué concretamente en ese momento?

Porque convergen una serie de factores que lo hacen posible y pertinente. Casi toda mi práctica política ha estado siempre orientada a la comunicación y casi toda mi práctica comunicativa ha estado siempre orientada a la política: pertenezco a la generación que se socializó comunicativa y políticamente durante la primera gran oleada de digitalización tanto de la comunicación como de la política, y más en concreto, de sus intersecciones por izquierda ―la generación Indymedia, podría decirse―, así que lógicamente sigo con atención desde sus inicios la evolución de la radio digital y hacía ya tiempo que quería practicarla, pero es con la aparición de los spaces de Twitter que encuentro una herramienta adecuada tanto a un tipo de intervención comunicativa que creo políticamente oportuna en este momento como a mis propias competencias personales como comunicador.

Es evidente que el campo progresista, al que personalmente me adscribo y al que se adscribe La Zona, viene estando desde hace mucho en una posición muy desventajosa frente a nuestros adversarios reaccionarios en esa que hemos dado en denominar como la batalla cultural ―o el frente de la cultura, que dirían nuestros mayores―, pero esa desventaja ha adquirido de unos años acá, ya antes pero sobre todo después de la gran oleada posmofascista en 2016 y la pandemia en 2020, una profundidad desesperante. Mientras estaba experimentando con estos spaces de Twitter en verano de 2023, se aproximan dos procesos políticos importantes: la conformación del segundo gobierno de coalición progresista en España y la elección presidencial en Argentina ―a los que se suma, justo cuando estamos preparando el lanzamiento del programa, la guerra de exterminio israelí contra Gaza―, en los que la disputa cultural y comunicativa iba a resultar absolutamente capital. En anteriores situaciones críticas, como las frondas conspiranoicas de las derechas españolas contra el primer gobierno de coalición progresista durante los peores momentos de la pandemia en 2020-2021 o el inicio de la agresión imperialista rusa contra Ucrania en 2022, yo había seguido interviniendo en el debate público por escrito mientras animaba a otros a hacer los productos radiofónicos o audiovisuales que consideraba necesarios para impulsar esa disputa cultural y comunicativa. Ahora, disponiendo de una herramienta apropiada para hacerlo yo mismo, no tenía excusa para no hacerlo, era el momento de, como siempre insistimos en el programa, hacerse cargo. Así que hic Rhodus, hic podcast.

El primer paso fue conjurar algo así como una redacción para La Zona. El compañero Rocamadour se ha echado a la espalda toda la producción tanto de la emisión en vivo a través de Twitter ―en la que ha conseguido una calidad sonora muy superior al estándar de la herramienta y que mantengamos una activa conversación con la audiencia en la versión escrita de la red durante la misma emisión― como de su cuidadosa edición posterior para el almacenamiento en diferido en iVoox; Ramón Espinar, además de intervenir en muchos de las programas, hace una aportación específica y crucial a la definición política y planificación estratégica del espacio. Hay invitados puntuales convocados para conversar sobre asuntos específicos y luego un banquillo de voces más o menos recurrentes, entre los que estáis Iago Moreno, Antonio Maestre, Leila Nachawati, Carlos Delclós, Israel Merino, Aida Dos Santos, Ion Andoni del Amo, Justino Losada, Tristán Duanel o tú mismo, y del otro lado del Atlántico, donde ya radica una parte importante de nuestra audiencia, los compañeros argentinos Gonzalo Fiore o Augusto Villarreal; algunas personas participaron inicialmente de la iniciativa y luego por uno u otro motivo optaron por desvincularse de ella, y su aportación es igualmente reconocida y agradecida. 

En total, en estos once meses de travesía, hemos producido veintitrés episodios de nuestra serie principal y una docena de emisiones de otro tipo, unas cien horas de contenido en total. Tuvimos una pista de despegue más corta de lo previsto porque el programa adquirió muy pronto cierta notoriedad y una modesta pero significativa audiencia en un formato hasta entonces inexplorado para la comunicación política en España, así que tuvimos que tomar en muy poco tiempo un montón de decisiones importantes que pensábamos poder madurar durante meses, y el mismo rumbo de los acontecimientos a nuestro alrededor nos demandó y nos sigue demandando a menudo modificar previsiones e improvisar, a veces ante disyuntivas de, digamos, cierta complejidad política y riesgo moral. No siempre es fácil, pero sin duda está siendo apasionante.



Expliquemos cómo funciona La Zona a quienes no conozcan el proyecto.

La Zona es una tertulia política ―«conversaciones políticas en tiempos inciertos», se subtitula― que se emite en vivo a través de la aplicación spaces de Twitter y unas horas después se sube a nuestro canal de iVoox en una versión cuidadosamente editada para optimizar el sonido y limar accidentes e imperfecciones del directo. Conforme a las exigencias de la coyuntura informativa, a nuestra propia estrategia de intervención en la conversación pública y a las posibilidades de nuestro equipo, alternamos conversaciones más íntimas a dos o tres voces con mesas más populosas, programas de temática muy específica con tertulias de actualidad política general, sin una periodicidad, horario ni duración fijos: lo mismo podemos pasar dos o tres semanas sin emitir que hacer dos o tres emisiones en una semana, unas veces programas minuciosamente preparados durante semanas y otras veces emisiones de urgencia levantadas enteramente sobre la marcha para cubrir un acontecimiento relevante imprevisto.

La singularidad de La Zona en la amplia parrilla digital hoy disponible, y creo que lo que más valora nuestra audiencia, lo que más la ha fidelizado al programa y creado un cierto sentido de comunidad en torno a él, es la intersección que hemos conseguido habilitar, tanto en contenido como en estilo, entre la cobertura de la inmediata actualidad informativa propia del streaming de Internet o las tertulias televisivas y una reflexión histórica y cultural de mucho mayor calado, que normalmente asociamos al podcast pregrabado o incluso al repositorio de grabaciones de charlas, debates y talleres de un think-tank, un proyecto académico de investigación o una escuela de formación de cuadros políticos. En este sentido, La Zona opera deliberadamente en contra de dos tendencias complementarias hoy predominantes: la superficialidad del análisis de la actualidad, a menudo reducido a un intercambio trivial de consignas y graznidos en apresurados turnos de minuto y medio, y el alejamiento de la reflexión teórica de las ciencias humanas y sociales respecto a las urgencias de la coyuntura informativa y la intervención política.

La Zona es un acto premeditado de desobediencia frente a ese doble estándar hegemónico ―si quieres hablar sobre la actualidad, monta un circo; si quieres hablar en profundidad, hazlo sobre la teoría del valor o la guerra del Peloponeso―, y nuestro muy modesto pero significativo volumen de audiencia e impacto en la conversación pública demuestran que nuestra hipótesis era correcta y había una cierta demanda social de esa desobediencia. Es cierto que Twitter en particular, especialmente tras el desembarco de Musk, y las redes sociales en general, como también todo el mundo del streaming que corre en paralelo suyo, han devenido en general en un espantoso infierno epistémico y moral, pero también es cierto que sigue poblando las redes una montaña de gente inteligente y comprometida, interesada en escuchar una conversación con intervenciones de diez, quince o veinte minutos que enraízan los titulares del día con la geografía política del neoliberalismo en España, los fundamentos teológicos de la extrema derecha norteamericana, la teoría marxista del Estado o la intrahistoria de las movilizaciones del 15-M o contra la guerra de Iraq. 

La Zona, como hemos explicado muchas veces a lo largo de nuestras emisiones, y sin menoscabo de la pluralidad de nuestra mesa de análisis y de nuestra audiencia, tiene también una línea editorial y una agenda política propias perfectamente definidas y explícitas, de signo ideológico inequívoca y orgullosamente progresista, y más concreta e inmediatamente, de respaldo militante al actual gobierno de coalición progresista de nuestro país y al bloque parlamentario que lo respalda, con preferencia no excluyente pero sí predominante por su ala izquierda, y también a sus opciones políticas homólogas en otros lugares del mundo. En discusión, amable cuando es posible y también menos amable cuando es menester, con otras posiciones de izquierdas con las que tenemos diferencias estratégicas fraternas pero también profundas, y en repudio intransigente tanto de las derechas y ultraderechas explícitas como de las camufladas bajo ropajes rojipardos, multipolares, conspiranoicos u otros. Adherimos activamente la idea de alianzas amplias y flexibles de la izquierda hacia el centro, con tanto centro como sea necesario y tanta izquierda como sea posible, para defender un cierto piso civilizatorio mínimo de valores ilustrados, republicanos, cosmopolitas y, en el más ancho y ecléctico sentido de la palabra, socialistas. Creemos que el mercado no debe ser el principal ni mucho menos el único regulador social, que las mujeres trans son mujeres y los hombres trans son hombres, que las vacunas no contienen chips para el control mental y que la crisis climática es causada por la actividad humana. Militamos por igual contra el imperialismo ruso y contra el israelí y utilizamos exactamente los mismos adjetivos para calificar a Vladímir Putin y a Benjamin Netanyahu. Una ubicación que creemos coincide en líneas generales con la de una ancha mayoría de la base electoral, social y cultural progresista local y global (nuestro pueblo de la coalición en España, pero también el campo popular en Argentina, el campo largo en Italia o la coalición arco iris en Estados Unidos―, a la que sin embargo no es habitual, en un paisaje comunicativamente muy fragmentado por intereses de partido, fracción o emprendimiento, dirigirse como un sujeto sociopolítico plural pero sólida, consciente y responsablemente reunido en torno a una tarea histórica común e igualmente existencial para todos.

La Zona se sirve de una herramienta del Twitter de Elon Musk —que, como sueles decir, militamos en seguir llamando así, y no X—: los spaces. Una herramienta técnicamente muy elemental y precaria, pero que tiene también algunas virtudes. ¿Cuáles?

En el aspecto más estrictamente técnico los spaces permiten, es cierto que con una calidad de sonido muy mejorable y periódicos accidentes, la emisión en directo para un público potencialmente ilimitado sin más requerimientos que una cuenta de Twitter y un dispositivo conectado a internet, y sin necesidad de otra tecnología adicional para pasar de oyente a participante. Pero sobre todo, los spaces emergen en el seno de la mayor y más dinámica comunidad de conversación política del planeta, fluyendo a través de las comunidades de referencia de sus intervinientes e interconectándolas, a menudo retomando y reformulando el previo curso de la conversación por escrito, en la que a su vez, durante y después de la emisión en vivo, repercuten. Nosotros operamos de forma paradójica respecto a estas características, ofreciendo una interacción casi siempre muy limitada con el público, mucho más cercana a la emisión radiofónica vertical tradicional que a la chat room abierta que permite la plataforma y adoptan otros spaces, también aprovechando a fondo la capacidad de propagación reticular de la plataforma, tratando de insertarnos en su flujo conversacional e incidir significativamente en él. Así, hemos conseguido ser un producto muy de Twitter en lo que nos interesa navegar a favor de las inercias de la plataforma y muy poco de Twitter en lo que no, y que alrededor del programa haya hype, flames, beefs y memes sin rebajar una onza de la autoexigencia epistémica y ética de su contenido.

Por supuesto, no somos ajenos a la sangrante problematicidad política y moral de intervenir en la conversación pública a través de una plataforma comercial como Twitter, sobre todo tras su adquisición por un fascista enajenado como Musk y su manifiesta instrumentalización a favor de sus aliados de la internacional reaccionaria. No son, obviamente, condiciones ideales. Pero simplemente no podemos permitirnos retirarnos de la que sigue siendo una de las principales herramientas de interacción política del planeta, en la que para bien o para mal se decantan elecciones, se fraguan insurrecciones o pogromos y en general se libra una dimensión adicional y decisiva de cada conflicto social, cultural, diplomático o bélico del planeta, y que, aunque su distorsión algorítmica sea cada vez más estridente y tóxica, aún mantiene la plasticidad suficiente como para operar en ella con intenciones directamente opuestas a las de su propietario y con un rendimiento político muy superior al que él extrae de nuestra permanencia en ella.



La Zona es también una reivindicación de la radio; del formato radiofónico. ¿De qué experiencias radiofónicas te sientes heredero o émulo?

Soy un enamorado de la radio en todas sus épocas y formatos. La radio es un pedazo importante de mi vida. Me socialicé como oyente en un momento muy bueno de la historia de la radio española y tuve además la suerte de participar de alguna de las últimas experiencias de aquella epopeya colectiva, nunca suficientemente reivindicada, de nuestras radios libres y comunitarias. Por otro lado, también soy un decepcionado de la radio actual, arrasada por la concentración empresarial y la homogeneización de formatos y estilos, que ha arrinconado géneros enteros, del radioteatro y el radiodocumental a la misma entrevista en profundidad, y ha lijado el aura dramatúrgica que a menudo atravesaba la práctica del resto. Ahora el universo de los podcasts y streamings está paliando progresivamente esa desgracia y vuelve a hacerse muy buena radio al margen de aquel rodillo homogeneizador que sigue operando sobre grandes frecuencias públicas y privadas.

Tengo referentes a uno y otro lado de esa cesura histórica de la digitalización. Del pasado, recuerdo y recupero con devoción aquellos programas híbridos entre la radio musical y el radioteatro de la época dorada de Radio 3 como Rosa de sanatorio de José Luis Moreno-Ruiz, Nómadas de Carlos Faraco o Escápate mi amor de Juan Pablo Silvestre, y por supuesto a esos dos titanes de la radio musical que fueron Juan Claudio Cifuentes en TVE, Radio 2 y Radio 3 y José Luis Pérez de Arteaga en Radio 2. Entre los actuales, me fascinan podcasts documentales como V., las cloacas del Estado de Álvaro de Cozar, Mattanza de Giuseppe Pipitone o Picnic sideral de Santiago Martínez Cartier, y por supuesto esa cálida, sabia, excéntrica y entrañable tertulia filosófica llamada Naufragio en marcha. Aunque con formatos más convencionales, me interesa la profundidad, rigor y pertinencia de las entrevistas de Pol&Pop o de Sherpas, y aprecio los destellos de vieja buena radio que aún asoman a veces por alguna frecuencia comercial, como fueron Acento Robinson de Michael Robinson o Mujeres con las botas puestas de Ángeles Caso en la SER. De toda esa radio musical, dramatizada, documental o híbrida tomo elementos ambientales, una determinada gramática y temporalidad, texturas conversacionales y sonoras, para contrastar la forma hoy convencional de la tertulia de actualidad política y precipitar otra cosa más compleja, con más fondo y con más filo.

Lógicamente, también hay una componente de análisis, adaptación o descarte de recursos expresivos de la comunicación más específicamente sociopolítica, radiofónica o en otros formatos, por izquierda y por derecha, real y ficcional, que me ha sido muy útil para la dimensión de construcción de personaje que siempre comporta la conducción radiofónica o televisiva. En ese sentido estrictamente dramatúrgico, mis referentes hoy no son tanto comunicadores progresistas (que los hay excelentes, pero que, como pueda ser el caso de La Inca, Julia Mengolini, Facu Díaz o Mozo Yefímovich, practican registros comunicativos sideralmente distantes al mío), sino, muy al contrario, comunicadores neoliberales o liberal-conservadores cuyas ideas no comparto, como Carlos Pagni o Marco Travaglio, o incluso reaccionarios o fascistas cuyas ideas me repugnan, como Tucker Carlson o nuestro Federico Jiménez Losantos, o remontándonos más atrás en el tiempo, William F. Buckley y su mítica Firing Line. Decía Mario Tronti que las revoluciones suelen iniciarse con el saqueo de los arsenales de la burguesía, y para hacer La Zona hemos saqueado sin contemplaciones el arsenal comunicativo de nuestros adversarios, tanto que bien podría decirse que La Zona es un programa de izquierdas redactado en un estilo no inherentemente de derechas, pero sí durante largo tiempo hegemonizado por comunicadores de derechas. También he incorporado a esa construcción de personaje radiofónico algunos rasgos de personajes ficcionales como el Will McAvoy (Jeff Daniels) de The newsroom de Aaron Sorkin o el Creighton Bernette (John Goodman) de Treme de David Simon. Conducir periódicamente una emisión radiofónica de tres o cuatro horas no solo requiere preparar minuciosamente los temas de conversación o planificar bien su estructura, sino sostener una cierta tensión escénica, en la que todos los recursos dramáticos que puedas incorporar al arsenal de tu personaje radiofónico son al final utilísimos. 



Hay una cierta tesis entre parte de la intelectualidad de izquierdas española que dice que nos hallamos en un momento frío. Siempre dices que La Zona demuestra todo lo contrario.

Sí. Pensar el presente como un momento frío es un pésimo diagnóstico intelectual, del que solo puede nacer una pésima estrategia política. Es un momento políticamente complejo, intrincadísimo, en el que se alternan, coexisten y compiten pulsiones políticas muy distintas que se expresan de formas muy dispares, muchas muy novedosas y no pocas tremendamente disruptivas. Con algunas cautelas, adhiero las tesis de Anton Jäger sobre la hiperpolítica, esa repolitización enérgica pero también desarraigada y espasmódica de la sociedad que sucede a los movimientos antiausteridad de comienzos de la década de 2010. La derecha ha conseguido hasta ahora capturar gran parte de esa energía hiperpolítica, embridarla organizativa y estratégicamente, marcarle objetivos, y por eso su base social no vive el presente como un momento frío, ni tras las victorias ni tras las derrotas, y no hay mejor indicador de ello que la fruición casi disparatada con que consumen y circulan sus contenidos culturales afines ―esa guerra cultural como forma de vida a la que se refiere João Cezar de Castro Rocha―, frente a la crisis de atención y de convicción que constatan las mucho más modestas y pasivas audiencias de sus contrapartes progresistas. Decretar un supuesto momento frío es, eso sí, una retorcida manera de justificar que tú tienes a tu propia parroquia helada de frío porque comunicas con escasa pericia técnica, nula inspiración poética y apenas disimulada desgana, cuando no con un cinismo pornográfico, mientras la competencia tiene a la suya caliente como el cenicero de un bingo y siempre con el voto en la mano, cuando no dispuesta a la toma violenta del Capitolio más cercano.

Esto no quiere decir, claro, que no sea real la pulsión de agotamiento, desmovilización, decepción, derrotismo, puro nihilismo incluso, que sacude a las filas de la izquierda. Es el residuo seguramente inevitable de la década y pico vertiginosa y traumática que llevamos vivida desde el 15-M hasta ahora, del contacto abrasivo con el poder institucional, sus posibilidades y límites, de la reacción desalmada de los poderes fácticos y de la interna caníbal. Pero esos sentimientos, que existen, que nos atraviesan a casi todos los que hemos participado de ese ciclo político extinto en cuyo largo y agónico epílogo aún seguimos atrapados. No hay que limitarse a constatarlos y acomodarse en ellos, sino que muy al contrario hay que militarlos en contra, hay que desmantelarlos intelectualmente y contrapesarlos emocionalmente, hay que ofrecerles alternativas, vías de retorno primero a la conversación pública y luego a la beligerancia política. Volver hoy a hablar de política, no con distanciamiento frívolo, irónico o melancólico, sino con severidad, con ambición y con apasionamiento, es el primer paso para poder volver a llenar los corazones, las redes, las calles y las urnas en algún momento del futuro.

Repites a menudo que en La Zona «militamos los textos». ¿Qué significa esa expresión?

Que para militar en este mundo fuera de quicio ―o simplemente para seguir viviendo en él sin despeñarse por los abismos de la apatía, la desaprensión o el delirio― hay que leer más y leer mejor, y que ponemos La Zona también al servicio de la difusión y el debate de aquellos textos (textos en un sentido amplio, ensayos o artículos pero también películas o podcasts, novelas o cómics) que nos parecen valiosos para esa tarea militante crítica e informada, y deben por ello destacarse entre el marasmo ingobernable de la omniaccesibilidad digital, perdurar, volverse canon, generar debates e incidir en las líneas estratégicas de nuestra acción política. Para nosotros, adquirir una posición de prescriptores confiables e invertir esa confianza en redirigir a nuestra comunidad hacia otros emisores de calidad que son contribuyentes netos al ecosistema de la conversación pública ―o sea, que Trea, Akal o Capitán Swing vendan más libros, que La Marea o Corriente Cálida vendan más ejemplares, que El Cuaderno o Le Grand Continent tengan más visitas o que Pol&Pop o Naufragio en marcha tengan más oyentes― también es un objetivo político, y no uno secundario.

Pero iría un poco más allá y diría que ese militar los textos es también un militar la teoría, tras un período en que el razonamiento táctico, el regate corto, la fontanería, han parecido tragarse la casi totalidad de la banda izquierda de la conversación publica hasta convertirla en una suerte de primero disparatada y al cabo plomiza sitcom de nombres propios, familias orgánicas y querellas palaciegas, en la que la teoría, en lugar de como faro crítico y autocrítico de la acción política, ha sido infraempleada y degradada en parapeto o cachiporra de mezquindades de bajísimo vuelo. Hay una relación nítida y poderosa entre esta paulatina degradación teórica de la esfera pública progresista y la terrorífica tracción que ha adquirido sobre una parte no mayoritaria, pero sí significativa, de nuestra propia base social y cultural la desinformación conspiranoica científico-sanitaria, historiográfica, geopolítica y de otros tipos, y la proliferación de nuevos sujetos políticos muy sustraídos de casi cualquier compromiso con el principio de realidad, sustentados en cuerpos teóricos muy endebles, cuando no abiertamente delirantes. Es algo que nos hiela la sangre, en lo que nos resulta difícil y amargo pensar, pero que también se nos hace más comprensible cuando pensamos cómo, sin la menor autoexigencia metodológica ni moral, se ha viciado mil veces el análisis de la coyuntura, su cartografía política o su correlación de fuerzas, ensanchándolas o estrechándolas a capricho de estrategias personales o fraccionales; cómo se han avanzado, replegado o retorcido posiciones programáticas y principios morales para ganar unas primarias o propulsar una marca personal, sin el menor cuidado del poso cognitivo y emocional de desorientación y frustración que esas operaciones iban a dejar después como secuela duradera en tantísimas cabezas y almas amigas.

No habrá rearme político sin rearme analítico, cuando además de todas las problemáticas y contradicciones heredadas de la larga duración histórica, de 2016 para acá habitamos una época repleta de procesos y acontecimientos de enorme calado, todos desafiantes y muchos pavorosos, del brexit y Donald Trump a la pandemia, de Ucrania a Palestina, pasando por el agravamiento de la crisis climática, la propagación viral de pánicos morales racistas, antifeministas o transfóbicos, la emergencia de la inteligencia artificial o la misma plataformización de la comunicación social de la que Twitter es parte, sobre los que todo el conocimiento aportado por las ciencias humanas y sociales apenas ha permeado debidamente la acción política ―ni la orgánica ni la comunicativa―, en buena medida porque muchas de sus conclusiones nos incomodan y desafían, revelan flaquezas, tareas pendientes, errores petrificados y pésimas costumbres. Pero al final dos más dos son cuatro aunque eso a veces beneficie a la burguesía, como decía Manuel Sacristán, y eso es algo que en La Zona militamos también, y hasta sus últimas consecuencias.



En Stalker, una película soviética de ciencia-ficción de 1979, aparecía La Zona, un lugar postapocalíptico en el que se busca una habitación que tiene la capacidad de cumplir los más recónditos deseos de una persona. Tarkovski, el director del filme, decía: «Muchas veces me preguntan qué representa esta Zona. Hay una sola respuesta posible: la Zona no existe. El mismo Stalker inventó su Zona. Él mismo la creó para poder llevar allí a algunas personas muy desdichadas e imponerles la idea de esperanza». ¿La Zona se llama así por eso; es esta la referencia de la que proviene el nombre del podcast?

Soy cinéfilo, adoro a Tarkovski y Stalker es una de mis películas favoritas; La Zona no solo toma de ella su nombre, sino también mucho de su impronta filosófica y poética. Por un lado, filosóficamente, tanto en Stalker como en Solaris o Nostalghia, Tarkovski afirma esa necesidad de la esperanza en contextos de catástrofe, no mediante su negación escapista, sino justo al contrario, mediante su exploración consciente. Es una propuesta que trasciende el concreto momento histórico que Tarkovski vive y su posición en él ―los últimos estertores de la Guerra Fría, el declive de la civilización soviética, la victoria del neoliberalismo―, que no solo sigue vigente sino que parece más pertinente que nunca en este carajal desencajado y sanguinolento que nos esperaba a la vuelta de página de los años dorados de la globalización capitalista, la fantasía del fin de la historia y la dictadura del pensamiento único neoliberal. Por otro, estéticamente, Tarkovski es uno de los padres fundadores de una poética espectral o hauntológica que hoy atraviesa mucho de lo mejor de la expresión artística contemporánea, no solo cinematográfica, también musical, literaria o filosófica (imposible obviar en este punto las justamente influyentes aportaciones de pensadores como Mark Fisher o Timothy Morton, pero también toda la estética musical del vaporwave o la onda visual aesthetics en blogs y redes sociales), a la que en cierto modo, aparentemente a contramano de su contenido, La Zona se adscribe. Hace poco escribía Clayton Purdom un brillante ensayo (LARB, 27/10/2024) sobre lo que denomina weird nonfiction o no-ficción extraña, que me parece una definición excelente para referir una cierta manera de reflexionar sobre el presente que comparten algunos textos ensayísticos que me han impresionado e influido mucho últimamente. Pienso, por ejemplo ,en «Silencio en los escombros» de China Miéville (Corriente Cálida, 03/10/2023), «Flores en el desierto» de Graham Gallagher (El Cuaderno, 19/10/2022) o tu «Los aztecas y nosotros. Presagios del final» (El Cuaderno, 24/03/2022). Eso encajaría también muy bien para describir La Zona, una tertulia política extraña y tarkovskiana para conversar sobre un mundo extraño y tarkovskiano.

Más allá de esas consonancias filosóficas y estéticas de fondo, en términos más inmediatamente políticos, y si entendemos que la expresión política concreta de la esperanza es la militancia, también hay efectivamente una cierta coincidencia entre ese imponer la idea de esperanza de Tarkovski y el llamamiento a la movilización cultural, cívica y política que constituye un subtexto expreso y permanente a nuestras emisiones. A contrapelo de los tópicos sobre su cine, los personajes de Tarkovski rara vez son contemplativos: al contrario, militan sus convicciones, obstinadamente incluso, frente a las circunstancias desmesuradas que su demiurgo les pone delante. Algo de esa obstinación tarkovskiana opera cuando te pones delante de un micrófono a intentar explicar con toda la templanza, sinceridad y prolijidad posibles que Javier Milei acaba de ganar unas elecciones en Argentina, que se agrava y extiende la masacre en Oriente Medio o que tu espacio político de referencia se está eviscerando por enésima vez esta temporada, como sin duda opera también en quien conecta su ordenador o su móvil para escucharte, y en el mutuo compromiso entre una y otra parte de este acto radiofónico de intentar que hacerlo merezca la pena y sirva para algo.



La música, insistes a menudo, juega un papel fundamental en La Zona.

Absolutamente. Soy melómano, soy músico, en general no concibo la vida ni la radio sin música, y en concreto La Zona necesitaba mucho más que una galería de asépticas cortinillas electrónicas entre secciones o alguna puntual ilustración musical más o menos manida. Tanto nuestra sintonía, un imponente tango de Edgardo Cantón para la banda sonora del filme argentino Invasión (Hugo Santiago, 1969, con guion de Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares, uno de los mejores de toda la historia del cine en castellano y la otra gran referencia cinéfila de La Zona junto a Stalker), como la cada vez más abundante y diversa música que pinchamos durante el programa (recopilada aquí), no compone solo una ambientación sonora, sino que se integra en el hilo narrativo del programa, lo propulsa y lo complejiza. No jugamos a la chica aquí: pinchamos rock, hip-hop o trap, pero también folclore, jazz, música clásica o de vanguardia, en un arco selectísimo que va de Jorge Cafrune a Meredith Monk y de John Coltrane a Ben Yart, y hemos dedicado algunos segmentos específicos a conversar sobre las intersecciones entre música, política y sociedad. La respuesta de nuestra audiencia a este mayor y más arriesgado protagonismo de la música en el programa ha sido, quiero destacar y agradecer, entusiasta.

La Zona ha generado, además, su propia música. Ahora, gracias a las mañas de Rocamadour, emitimos la música en calidad aceptable durante el directo, similar a la de una frecuencia modulada convencional, pero al principio solo podíamos hacer sonar bien la música en la posproducción para el archivo, mientras que en vivo sonaba lo que un oyente definió como «un disco de vinilo sonando en una distante emisora de onda corta en tiempos de la Guerra Fría». De ese concepto de radio lo-fi de resonancias hauntológicas y en paralelo al desarrollo del programa nació mi EP Spectral, una composición que combina música original con antiguas y modernas grabaciones de señales radiofónicas, comparte muchas coordenadas estéticas y temáticas con La Zona y es casi un spin-off del programa por otros medios, que en algún momento, ya veremos cuándo y cómo, habrá de regresar a él.

Y de aquí en adelante, ¿qué planes hay para La Zona?

Durante las próximas semanas, aunque trataremos también otros asuntos, iremos concentrando nuestra atención en las elecciones norteamericanas, hasta la cobertura de la misma jornada electoral del 5 de noviembre, que coincide casi exactamente con nuestro primer aniversario en emisión. A partir de ahí, no lo sé. Este año hemos quemado etapas muy rápido, atravesado períodos de mayor o menor audiencia, mayor o menor incidencia en la conversación pública, en un contexto general también muy acelerado, y tenemos pendiente analizar todo eso a fondo, conversarlo entre nosotros y con la audiencia, ver dónde nos coloca, cómo cuestiona nuestra agenda, nuestro formato, nuestra relación con la audiencia o la aportación a la conversación pública que hayamos podido hacer durante este año. Si ese análisis podemos hacerlo en altamar o hay que llevar un tiempo el buque a dique seco, lo decidiremos entonces. La Zona es ante todo un dispositivo de intervención política construido por militantes políticos para una audiencia politizada, y su duración será la de su utilidad política. Mientras sea políticamente útil hacer La Zona haremos La Zona, y cuando deje de serlo militaremos otra cosa, como hemos hecho y seguiremos haciendo toda la vida.

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Fotografía: El cuaderno digital

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