Por: Iñaki Urdanibia. 09/02/2023
Al profesor barcelonés nombrado en el título del artículo, nacido en Barcelona, en 1961, se le ha concedido el Premio Nacional de Ensayo 2022 del Ministerio de Cultura, por su obra «La fragilidad del mundo. Ensayo sobre un tiempo precario», libro editado por Tusquets. El libro no es recomendable para quienes tienen las cosas absolutamente claras, para aquellos que tienen respuesta inmediata para todos los problemas al basar sus posturas en ideas-fuerza, metafísicas, políticas o religiosas; los miembros del jurado del galardón nombrado señalan que el autor se muestra «profundamente conocedor del mundo contemporáneo y valiente[realizando éste] un sano ejercicio crítico que nos recuerda que no somos los propietarios únicos del planeta; un pensamiento necesario en una época como la actual, en la que tanto se reivindica el individualismo». La vida y el mundo suponen asumir el riesgo de entrar en contacto con él y con los otros seres vivos, de manera especial con los humanos, sin ideas predeterminadas, y si los otros elogiaban el pudor (Alessandro Dal Lago y Pier Aldo Rovatti), Mélich sitúa sus derivas en el corazón de la duda, de la inseguridad, de la disonancia, alejándose de la razón omnipotente y de sus soluciones para todo y todos. En este orden de cosas va a visitar varias obras que le van a servir para balizar su travesía: Ser y Tiempo de Martin Heidegger, Duelo y melancolía de Sigmund Freud y Masa y poder de Elías Canetti; con tales guías, de cuyas obras nombradas da una idea realmente certera y rigurosa, va a avanzar señalando que en el hoy están presentes la angustia, la melancolía y el pánico, como formas de fragmentación que han de ser tenidas en cuenta y que invitan, incitan, a repensar la racionalidad y el sujeto, en busca de una razón trágica que se enfrente a la tranquilizadora razón normalizadora, una razón que titubea, una razón desvalida que asume la inseguridad de acercarse al mundo en su fragilidad, lejos de las visiones totalizadoras que eluden la complejidad, el azar y la casualidad, ofreciendo una pretendida seguridad que dicen fundar supuestamente en las Ideas, en Dios, o en alguna teoría omniabarcante; la razón que propone Mélich es una razón desvalida, una razón encarnada, en los cuerpos, y no en abstracciones nebulosas e inamovibles; el modelo sería servido por los Montaigne, Kiergegaard, Schopenhauer, Nietzsche, Lévinas o Zambrano…Así pues, frente a la razón arrogante se alza la razón desvalida ajena a la división platónica entre lo intelectual y lo sensible que privilegia lo primero en detrimento de lo segundo, entregando dos formas de ver el mundo: el de las sombras y el de la luz, en una verticalidad jerárquica que se ha traducido en diferentes esferas del quehacer de los humanos; no se priva el autor de subrayar la importancia de la mirada genealógica, necesaria para dar cuenta de la fragilidad del mundo.
Repasa el profesor los sistemas simbólicos (teológicos, políticos y económicos) que suponen para algunos una tabla de salvación, a modo de una isla de los bienaventurados, ante la inseguridad del proceloso mar que es hoy el mundo, y apuesta por tener en cuenta la ambivalencia, que me trae a la mente por asociación, aquella afirmación, creo recodar que de Herman Hesse, quien ante la afirmación de que la inseguridad provoca neurosis añadía que el exceso de seguridad la provoca en mayor medida. En este orden de cosas la apuesta mélichiana mantiene que las lógicas no son excluyentes sino permeables, que la lógica simbólica no soporta el misterio y que excluye lo extraño, encasillándolo todo. Este rechazo de las tendencias domesticadoras, que todo lo miden y todo lo ordenan, no supone que se proponga un todo vale, o un supuesto retorno al punto cero, sino que se muestra a la vez como conservadora en el terreno cultural, no en el político, al defender los instrumentos como la gramática, la tradición y la biblioteca como necesarios bienes a mantener.
La travesía acude también a la idea del panóptico y muestra los cambios que se han dado desde la construcción ideada por Jeremy Bentham, de ojo del poder hablaba al respecto Michel Foucault, al actual panóptico, de los tiempos digitales en los que el sujeto se siente libre al exponer, en su uso de las redes y otros sistemas tecnológicos, sus likes sin caer en la cuenta de que esa pretendida unión entre amor y placer, representado con el like, no es, de hecho, sino el amor a la dominación, al control y a la vigilancia; ya Orwell subrayaba la necesidad del amor de cara al mantenimiento del poder, del Gran Hermano, a modo de síndrome de Estocolmo o en la admisión de aquello de que quien más te quiera te hará llorar, dándose en el presente una situación paradójica con respecto a la propuesta de Bentham en la que los sujetos sabían que estaban siendo vigilados de manera permanente, mientras que el el panóptico digital, los usuarios se sienten libres, y con la absoluta capacidad de dar cabida a sus exposiciones narcisistas…y si el autor de 1984, mostraba la necesaria transparencia para el funcionamiento de los mecanismos totalitarios, en una situación en la que no hubiese secretos, ni privacidad sino que se diera una total transparencia, tal idea también fue destacada por Milan Kundera. [Coinciden, a mi modo de ver algunas de estas ideas por las expuestas habitualmente por el pensador germano-coreano Byung-Chul Han]. En la misma onda, de cuadricularlo todo, se palpa el dominio de las certezas algorítmicas, que como forma de matematización, impiden la relación cordial con el mundo; se detiene a la vez en hallar la continuidad que se da entre la lógica teológica(sagrado), de lo político (señalamiento del enemigo) y lo económico(lo que es intercambiable) que hace que desemboquen en la lógica tecnológica, en la que rigen los criterios de utilidad y eficacia, haciendo caso a las afirmaciones de Günther Anders que señalaban que la técnica no es un mero instrumento sino que es un sistema, una forma de vida.
La propuesta de Joan-Carles Mélich reside, en el balanceo entre el absurdo existencial y el sentido pleno de la metafísica, en orientarse en el sinsentido de la multiplicidad, de la variabilidad y la ambigüedad, partiendo del hecho de que las respuestas a los problemas que asoman no pueden establecerse a priori, ni en la fe en la formación en ciertas materias sino en la capacidad de relación con los otros y con el mundo, quid en el que ha de poner el centro de gravedad el proceso educativo…sin extasiarse observando el cielo (de las stars de la sociedad espectacular), sino que hombres del subsuelo, honor a Dostoievski, se ha de habitar la duda, mostrar respeto en el laberinto en el que se ha de aceptar el vértigo del devenir…recuerdo la afirmación de José Bergamín cuando señalaba que si nos empeñamos en buscar obstinadamente la salida del laberinto no llegaremos a conocer éste, y desde esa óptica Mélich indica la imposibilidad de tener todo bajo control, invitando a tener abiertas las ventanas para observar nuevos horizontes y dar acceso a nuevos aires…en un pensar que no se ciñe a aquella afirmación tautológica que hacía el otro de que la tarea del pensar es pensar sino que lo hace desde la intemperie y sin barandilla firme, en una actitud de riesgo y exposición al mundo y a los otros.
La obra está hilvanada con un logrado engarce entre sus seis partes (La pobreza del mundo, La razón desvalida, Los sistemas simbólicos, La seducción de la técnica, El imperio de la prisa y La ceremonia del adiós…precedidas por un Pórtico y cerradas por el Telón: Ética de la vergüenza) conduciéndonos por las sendas del filosofar, sin caer en meras repeticiones del panteón consagrado por el uso y el abuso, sino pringándose con los problemas de la actualidad en un ejercicio de la potencia filosófica puesta en acto.
Por Iñaki Urdanibia para Kaosenlared
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Fotografía: Kaos en la red