Por: MICHEL COLLON. 04/08/2021
Acabo de regresar de Lieja. Tres días junto a mi hija. Afortunadamente, ella vive en las colinas, pero muchos de sus amigos y colegas viven cerca del río. Tres días de intensas emociones, siguiendo ansiosamente los mensajes y las redes, consolando y ofreciendo una mano amiga.
“Un destino imprevisible”, dicen nuestros funcionarios. Falso: ya en 1990, el IPCC (Grupo Internacional de Expertos sobre el Cambio Climático) anunció que se cuadruplicarían las olas de calor y las “precipitaciones extremas”. ¿Qué se ha hecho para prepararse?
Se dan pasos de hormiga para frenar la contaminación causada por las empresas. Los preciosos bosques siguen siendo talados. Se continúa desarrollando el transporte de mercancías en camiones en lugar de favorecer el transporte ferroviario y fluvial. No se hace nada para crear zonas de protección contra las inundaciones, ni para reforzar la absorción de las lluvias por el suelo. El norte del país ha proclamado solemnemente un “paro del concreto”, pero nunca antes se había construido tanto (incluso en terrenos agrícolas), y puede decirse que es más bien un “desplante del concreto”. Y se han tomado muy pocas medidas de protección en zonas que se sabía que estaban en riesgo de inundación.
¿“No tuvimos tiempo suficiente”? Que nuestros funcionarios se atrevan a decirles eso a las víctimas. Peor aún: el gobierno belga ha desmantelado la Protección Civil, responsable de la ayuda en casos de catástrofe. Bélgica tenía seis cuarteles, ahora sólo quedan dos y el personal se ha reducido. Estos heroicos rescatistas han salvado vidas, pero la falta de personal, y a veces de equipos, no ha permitido salvar más. El ministro Jan Jambon que impuso esta reforma y el gobierno de Charles Michel, están matando literalmente a la gente. El año pasado, la misma furia neoliberal contra los servicios públicos costó la vida de muchos pacientes. Los casos de Covid no pudieron ser tratados, porque nuestros diferentes gobiernos han recortado decenas de miles de camas hospitalarias (en Francia, 110.000 camas con Sarkozy, Hollande y Macron).
“No es el momento de polemizar”, escribía ayer el diario Le Soir. Pero, por supuesto que es el momento de plantear la pregunta esencial: “¿Podríamos haber reducido significativamente el número de víctimas?” Es un buen momento para reiterar que, frente al Covid, algunos países lo han hecho cien veces mejor que nosotros en materia de víctimas, gracias a un conjunto de medidas radicales y enérgicas que sitúan la protección de la vida en el centro de sus estrategias desde el primer día de la alerta. Entre estas medidas, los equipos sociales fueron de casa en casa para establecer protocolos de protección, para detectar los casos, para asistir a los más frágiles y limitar así la propagación. En el caso de las inundaciones, estos equipos podrían haber salvado muchas vidas, haciendo visitas casa por casa en cuanto se dio la alerta el miércoles 14, para identificar a las personas más vulnerables y protegerlas o evacuarlas. ¿Es uno de los países más ricos del mundo incapaz de prestar un verdadero servicio de asistencia social a sus ancianos y discapacitados?
También es un momento de reflexión, a propósito del notable libro Quand le dernier arbre aura été tombé, nous mangeons notre argent [Cuando el último árbol sea talado, comeremos nuestro dinero], en el que Ludo De Witte demuestra cómo el sistema capitalista, a través de su afán de lucro, conduce al despilfarro, al saqueo de los recursos, a la destrucción de la Naturaleza y de nuestras condiciones de vida. Inundaciones, virus y otras catástrofes: no es la naturaleza la que es violenta, sino esta sociedad que pone el dinero por encima de todo.
Sin embargo, en esta avalancha de sufrimiento, hay un gran destello de esperanza. La admirable solidaridad entre los habitantes afectados y en toda la región. Los arriesgados rescates, las donaciones de alimentos, ropa y equipos, los alojamientos, la ayuda para limpiar el barro, los mensajes de simpatía. Al igual que en la primera oleada de Covid, la solidaridad de los ciudadanos de a pie fue magnífica y conmovedora. El hombre no es un lobo para el hombre.
Y por eso los de abajo se merecen mejores líderes. Y sobre todo un mejor sistema económico donde la salud y la vida prevalezcan sobre los beneficios de unos pocos. No esperemos a la próxima catástrofe para imponer el cambio.
Traducido por Edgar Rodríguez para Investig’Action
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Fotografía: investig’action