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Hollywood: sexismo detrás del telón.

por La Redacción enero 11, 2018
enero 11, 2018
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Por: Inés Lucía. El Orden Mundial en el Siglo XXI. 11/01/2018

En términos de repercusión mediática, el acoso sexual ha sido uno de los grandes temas de 2017. De las reivindicaciones contra la brecha salarial en Hollywood se ha pasado a cuestionar las relaciones de poder de la industria y sus consecuencias de una forma más profunda. El estallido de casos contra Weinstein ha dejado ver que el acoso sexual era un modus operandi normalizado. El foco puesto sobre Hollywood terminó por irradiar sobre él mismo las sombras que se concentraban en otros muchos otros sectores y países.

Estados Unidos entraba en el 2017 con un nuevo y polémico presidente: del mundo empresarial Trump saltaba al espectáculo de la política. Numerosas organizaciones civiles se alzaban contra el nuevo gobernante y alertaban de la regresión que esto iba a suponer para las minorías y las mujeres. Durante la campaña de 2016, las principales voces del feminismo estadounidense habían tenido un debate a voces: un voto para Hillary era un voto para la primera mujer presidente. Pero no solo se trataba de eso. ¿Debía el feminismo apoyar a toda costa a una candidata solo por el hecho de ser mujer? ¿Es la reivindicación del techo de cristal una demanda del feminismo blanco y rico que implica una complicidad con un sistema socioeconómico eminentemente injusto? El género se topaba con la clase social y el sesgo racial, lo que dividía el voto feminista en el país.

Lejos del interés y alcance de este debate y de si un voto para Hillary Clinton era o no un avance en conjunto para las mujeres, las grabaciones de Donald Trump en las que frivolizaba —por no decir que presumía— sobre el acoso sexual y las acusaciones de más de veinte mujeres contra el nuevo mandatario revelaban que el coste electoral del machismo y del acoso sexual era nulo en unas elecciones en las que un 42% de las mujeres que votaron eligieron al candidato republicano. Al margen de la polémica durante la campaña, su victoria unió a las asociaciones feministas de todo el país, que veían ante sí un mandato que amenazaba con significar una verdadera regresión en términos de derechos: la Administración Trump no iba a reflejar la pluralidad racial y confesional del país, como tampoco iba a contar con muchas mujeres en posiciones de responsabilidad.

En este contexto, el New York Times publica las acusaciones por abuso sexual contra uno de los pesos pesados de Hollywood y una figura clave del progresismo en el país: Harvey Weinstein. Una tormenta de denuncias se acumulaba contra el magnate para demostrar que el acoso sexual no era cosa de republicanos y conservadores y que el estado de California, bastión del Partido Demócrata, convivía con el acoso y además lo naturalizaba.

La directora de cine Lana Wachowski durante la promoción de su película Cloud Atlas. Sus películas no encajarían con la mirada intimista que propone Solloway. Fuente: Flickr

De pronto, actrices desaparecidas del panorama que habían sido tachadas de resentidas contra la industria, como Rose McGowan o Ashley Judd, reaparecen como heroínas valientes que habían plantado cara al machismo en Hollywood y habían perdido las primeras batallas. Casos como el de Ambra Gutierrez demostraban la profundidad del encubrimiento del acoso. Esta modelo llegó a grabar las insinuaciones del magnate para presentarlas en juicio, poniendo en riesgo su integridad física e incluso su vida al acudir con un micrófono a una reunión con Weinstein algo después de haber sido agredida por este en su despacho. La prueba fue desestimada por el procurador del distrito de Nueva York, Cyrus Vance, que curiosamente en su campaña de reelección recibiría una generosa contribución del productor.

Al descomunal caso Weinstein le iban a seguir una serie de denuncias contra otras figuras intocables de la industria, lo que venía a confirmar un hecho conocido por todos, pero nunca explicitado de una forma tan desnuda: el acoso sexual en Hollywood no era el proceder de unos cuantos sujetos degenerados, sino el proceder habitual, unas prácticas inscritas en la normalidad de una industria muy desigual sometida a los problemas sistémicos del patriarcado. Al acoso le seguía una cultura de silencio, una oferta irrechazable por la que, si la víctima callaba, recibiría dinero; si hablaba, podría suponer el final de su carrera.

Sucedió en Hollywood

“No solo pasa en Hollywood”. Durante el tsunami de denuncias, proliferaba esta frase para no olvidar que el abuso de poder y el acoso sexual eran un problema transversal que acontecía en todos los sectores sociales y económicos. Aunque esto es cierto, dos aspectos hacen de Hollywood un caso especial. El primero tiene que ver con las relaciones de poder en una industria donde los recursos están altamente concentrados y la demanda de trabajo supera con creces la oferta. Asimismo, el criterio artístico y la importancia de la estética dejan un plano de áreas grises en la selección de personal que permiten que se extiendan prácticas como la selección de actrices a cambio de sexo. El segundo es que Hollywood no solo es un sector económico. Cuando se habla de poder blando estadounidense, se suelen poner de ejemplo los vaqueros o el refresco de cola, pero una de las máquinas claves para la propaganda de Estados Unidos en la promoción de valores, productos y formas de vida es, sin lugar a dudas, su industria cinematográfica.

El siglo XX fue el periodo de descubrimiento del cine y la televisión como medios propagandísticos eficaces, pasando del uso que hizo Hitler de los nuevos medios a ejemplos del cine soviético como El acorazado Potemkin. Esto no quiere decir que el séptimo arte naciera en exclusiva como máquina propagandística; el fin expresivo y estético estaba ahí, pero surtía un efecto en las audiencias que no pasó desapercibido. El cine y la televisión son un reflejo de la sociedad, pero también son referentes que influyen profundamente en su imaginario.

El efecto dominó de los denuncias salpicó a otros sectores, como la política o las grandes cadenas mediáticas; el ejemplo más representativo de este último sería el del presentador Bill O’Reilly, de la FOX. El caso Weinstein haría que se recuperaran algunos casos sonados anteriores, como el de Anita Hill, pero además se propagó a otros países, donde se hicieron públicos muchos casos más. El alcance de Hollywood, combinado con las redes sociales, marcó el principio de un debate que tenía que llegar.

Cuestión de planos

En los años 70, la teórica feminista Laura Mulvey desarrolló una teoría llamada la mirada masculina, en la que se sirvió de conceptos del psicoanálisis de Freud para analizar cómo el cine y la ficción representaban a las mujeres. En esta teoría se explica cómo el hombre es el poseedor de la mirada y la mujer es la imagen, portadora del sentido, pero nunca constructora del mismo. Para ilustrar este análisis, nada mejor que una cita de un director de cine clásico clave en los años 50 y 60, Budd Boetticher: “Lo que cuenta es lo que la heroína provoca o, mejor aún, lo que representa. Es ella, o más bien el amor o el miedo que inspira en el héroe, lo que le lleva a actuar tal como lo hace. Por sí misma, la mujer no tiene la más mínima importancia”.

Humphrey Bogart con Lauren Bacall en una de las películas que analiza Mulvey: Tener o no tener. Fuente: Flickr

A través de conceptos como la “escoptofilia” —voyerismo—, la “libido del ego” —nos vemos representados en la pantalla— y el “orden falocéntrico” —que determina a la mujer como símbolo y amenaza de la castración—, Mulvey analiza las narrativas de la industria cinematográfica, que presentan a la mujer como objeto, con lo que se le niega la posibilidad de ser sujeto de discurso, es decir, narradora de historias.

Mulvey creía que Hollywood tenía sus días contados, porque iban a emerger nuevas miradas narrativas y las condiciones económicas para la producción cinematográfica iban a requerir menores desembolsos, lo que permitiría que más productoras independientes entraran en juego. El abaratamiento de los costes del cine frente a los años 20 o 30 iba a permitir que proyectos independientes llegaran a la gran pantalla. La emergencia de miradas plurales y experimentales iban a desbancar, suponía, al predecible mundo hollywoodiense, y el cine más propagandístico y con personajes femeninos unidimesionales, que solo aparecen para completar el papel del héroe protagonista, iba a terminar desapareciendo.

Ni que decir tiene que esta predicción no se cumplió. Hollywood sigue siendo una industria casi invulnerable en la que triunfan películas que objetualizan a la mujer y en la que el papel de esta delante y detrás de la cámara suele ser pasivo. Si la única forma de acceder a los recursos y al poder de una mujer era y es convertirse en un objeto de deseo, es lógico que las circunstancias enfrenten a las mujeres y las hagan competir según las reglas de un juego que no han inventado. En parte por esta división y competencia malsana, las víctimas de depredadores sexuales como Weinstein no se habían unido para tumbarle mucho antes.

Hace ya un par de años que la guionista y directora Jill Soloway presentaba a través de su trabajo y en conferencias una propuesta a la llamada de Mulvay para cambiar la industria del cine a través de lo que vino a llamar un cine con “mirada femenina”, aunque ella misma polemiza sobre esta denominación. Esta apuesta no tiene por objeto replicar la mirada masculina cambiando el sexo del objeto, sino contribuir a unas narrativas más plurales, que representen verdaderamente a las mujeres y a las personas trans en el mundo audiovisual.

A través de tres puntos, Soloway hace una propuesta que busca responder a la mirada masculina. El primero de ellos apunta que en el cine con mirada femenina se priorizan las emociones a las acciones, se busca que el espectador sienta lo que se ve a través de una cámara subjetiva y se meta dentro del protagonista. El cuerpo se torna un elemento fundamental como instrumento de comunicación y se le concede más valor que a los efectos especiales o la tecnología. En segundo lugar, es un cine que expresa lo que se siente al ser mirado, pero que, y este es el tercer punto, responde a ello devolviendo la mirada —“Miro que me estás mirando”—. Las mujeres ya no aspiran a ser meninas; quieren ser Velázquez: dentro y fuera del cuadro a la vez, jugando con el reflejo del espejo y alterando la mirada del espectador.

Los datos de género detrás de Hollywood parecen basarse en dos premisas: las mujeres tienen menos que decir que los hombres y el público en general tiene menos interés en escuchar lo que las mujeres tienen que decir. Feminizar Hollywood no significa solo aumentar el cupo de mujeres que salen en una película; significa convertir a las mujeres en sujetos y asegurar que tienen un espacio como guionistas, directoras y productoras. La paridad detrás de la cámara sería un buen comienzo para cambiar el cine de hoy.

Del #MeToo al #NoLongerAcceptable

Tarana Burke, la creadora de la campaña “Me Too”, convertida después en hashtag en las redes, pretendía generar un movimiento que denunciara la desconfianza social e institucional ante la que se encuentran muchas víctimas de acoso sexual cuando denuncian a la vez que crear una red de apoyo para quienes daban este paso. Estos últimos meses se presentaba preocupada por que el acoso sexual se asociase en exclusiva al mundo audiovisual, sin comprender que se trata de una práctica habitual que se intensifica en sectores en los que las relaciones de poder son más abruptas y las víctimas carecen de plataformas donde denunciar y ser escuchadas.

Roles de las mujeres fuera de la pantalla. Fuente: Cartografía EOM

Sin duda, sería un error garrafal limitar estos casos a Hollywood, pero también lo sería ignorar el precedente que sienta. En parte, la avalancha de casos sirve para exponer qué es realmente el acoso sexual: no solo la violación es denunciable; hay toda una serie de comportamientos que son inaceptables y que también deben ser denunciados. La concepción de lo que no se puede permitir se amplía y se comparten historias que restan culpabilidad a las víctimas y dan nombre y apellidos a situaciones vividas en todos los estratos sociales. En suma, se redefinen los límites de lo que se considera aceptable a la vez que se da muestra de la profundidad y extensión de este fenómeno.

Roles de las mujeres dentro de la pantalla. Fuente: Statista

Los escándalos sexuales vinculados con el abuso de poder son tan antiguos en Hollywood como las claquetas, pero por lo general emergían como casos aislados y con una repercusión limitada o nula. Polansky recibía un Óscar por El pianista en 2003 tras saberse que drogó y violó a una menor en 1977. Marlon Brando y Bertolucci, primeras espadas del cine, llevaron a la gran pantalla la cuasiviolación de María Schneider. Clark Gable violó a la actriz Loretta Young y, a cambio de su genialidad, a Hitchcock se le consentía acosar y maltratar psicológicamente a sus musas. El número de casos, cada cual con sus particularidades, es colosal. En parte por ello, cuando empezaron a salir las denuncias contra Weinstein, se respondía con normalidad; todo el mundo sabía y asumía que esto sucedía.

No han faltado las voces que restan importancia a las acusaciones o piden que no se desprestigie el trabajo vital de una persona por un caso de abuso sexual. Es cierto que boicotear una obra de arte por comportamientos privados de su autor, inscritos en un contexto en el que además estaban normalizados —lo que no quiere decir que estuviesen justificados—, nos llevaría a descabezar un corpus cultural de milenios. Pero quizá lo central es plantear esta cuestión al revés: no por estar ante un artista o genio se le debe disculpar ser un depredador sexual, un acosador o alguien que abusa de su posición social. Estas prácticas son inaceptables vengan de donde vengan, y el problema viene también por justificar al agresor por su genialidad.

Marilyn Monroe sería víctima del acoso de personalidades como Hugh Hefner, creador de Playboy: en 1953 publicó en su revista un desnudo de la actriz sin su consentimiento y en 1992 adquirió el nicho contiguo a su tumba para “pasar la eternidad junto a ella”. Fuente: Flickr

El boicot a trabajos cinematográficos probablemente cesará, pero quizá sea momento de escuchar a las víctimas y no pedir que se acelere una reconciliación, lo cual parece buscar negar el legítimo derecho a indignarse de millones de personas. Tampoco puede obviarse que los casos de acoso de este último año han tenido un eco especial por emanar de mujeres con un estatus económico y social nada desdeñable. Está por ver si los resortes legales y sociales para denunciar el acoso permean a capas de colectivos más desfavorecidos y se convierten en inaceptables en todos los estratos sociales.

LEER EL ARTÍCULO ORIGINAL PULSANDO AQUÍ.

Fotografía: El Orden Mundial en el Siglo XXI.

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