Por: José Manuel Ferrández Verdú. 02/09/2024
«El primer gran aburrido fue Dios. Estaba en su habitación y se estaba aburriendo cada vez más, lo cual lo puso de mala hostia. Justo delante había una foto con dos o tres curas. «¡Esto es lo que necesito!», se dijo a sí mismo. Entonces creó a Lucifer, y le dijo que ya estaba harto de todo. Lucifer intentó contarle un cuento de curas, pero era tan malo que Dios lo castigó para siempre». Un relato de José Manuel Ferrández Verdú.
Aburrirse nunca ha sido fácil. Pascal lo explica muy claro en sus Pensées. En cambio, aburrir al prójimo es lo más sencillo que existe.
El primer gran aburrido fue Dios. Estaba en su habitación y se estaba aburriendo cada vez más, lo cual lo puso de mala hostia. Justo delante había una foto con dos o tres curas. «¡Esto es lo que necesito!», se dijo a sí mismo. Entonces creó a Lucifer, y le dijo que ya estaba harto de todo. Lucifer intentó contarle un cuento de curas, pero era tan malo que Dios lo castigó para siempre.
Ya en tiempos bíblicos los profetas anunciaban al pueblo elegido que podrían sobrevenir grandes males, debido a sus pecados, pero como eran el pueblo elegido, sobrevivirían a todos con la ayuda de Yahvé, excepto al aburrimiento, del que no podría salvarlos ni Él. Sin embargo, algunos como Aaaaaarón se quejaban de que el pueblo no sabía aburrirse, o lo hacía demasiado rápido, con lo que, llegada esa plaga, sería conveniente adiestrar a algunos desanimadores para que enseñaran a la gente a hacerlo más despacio y sin ponerse nerviosos. Por eso Moisés y otros grandes artífices divinos investigaron técnicas para evitar los bostezos gigantescos, capaces de tragarse ciudades enteras.
Uno de los mayores bostezos originados por aquellos tiempos lo protagonizó el gran Bostecius, que era un babilonio oriundo de Ur, la ciudad más divertida del mundo antiguo. Estuvo por lo menos doce años en una fiesta de aquí te espero, sin parar, hasta que llegó un día en que se dio cuenta de que aquello era siempre lo mismo: follar, beber, bailar, dormir, rascarse el culo, mear, comer, chismorrear, despotricar del emperador y los sumos sacerdotes, etcétera. Todo ello sin salir de un recinto lleno de mujeres y hombres de los que terminó hasta la coronilla, y acabó por favor pidiéndoles que no le contaran más historias increíbles, chistes, chorradas, chismes, etcétera y le dejaran descansar, pero ellos insistían en que procurara pasarlo lo mejor posible. Como aquella fiesta la había organizado el propio monarca y era obligatorio asistir para no ser degollado por antipático o insociable, tuvieron que resistir todo el tiempo, pero en cuanto el gran Rey se quedó un momento disecado por unos guardianes que lo momificaron para que pudiera resistir otra temporada, nuestro héroe se dio el piro y se subió al monte Ararat, donde esgrimió un bostezo olímpico cuyo eco se escuchó hasta en la Atlántida, y como todo el mundo sabe que se contagia, todo el pueblo arameo, que estaba de vacaciones en el mar Negro, abrió la boca al mismo tiempo, con lo que todas las moscas de Asia central desaparecieron dentro de aquel enjambre de bocas oscuras y llenas de porquería.
Esto fue solo el principio. En Egipto el Faraón había prohibido bostezar, bajo castigo de tener que leer siete veces el Libro de los muertos, y morirse de risa. Moisés tomó nota y le preguntó a su pueblo si prefería leer ese libro de tapas de piel de momia o bien apuntarse a una juerga en el desierto, donde habían abierto toda la noche un bar de copas. Para que los dejaran marchar, el Señor envió diez plagas que entusiasmaron a los egipcios, y cuando más divertidos estaban, de golpe y porrazo, dejó de mandarles plagas, con lo que el faraón y todo su pueblo se quedaron con unas ganas tremendas de plagas que no llegaban, aburriéndose como ostras gallegas, y por último Yavé les envió la peor de todas, el hastío infinito, que hizo sucumbir la fortaleza de los egipcios, y dejaron marchar a los judíos.
Los griegos tampoco aprendieron a aburrirse nunca porque entre Aquiles, la tortuga y Aristóteles los mantuvieron entretenidos mientras los persas envidiaban su enorme sentido del humor y, persas de la envidia, los atacaron sin ánimo de lucro. De hecho la guerra de Troya, que Homero inicia con la cólera del gran héroe, en realidad solo fue que en Grecia se habían quedado sin chistes y no tuvieron más remedio que viajar hasta la gran ciudad donde se armó Troya con todo el mundo muerto de risa. Al llegar vieron a Príamo revolcarse de risa ante los atavíos y cascos que traían puestos y por eso Aquiles se cabreó con el viejo y con Paris, que se había puesto a contarle un chiste de romanos a Elena y esta había caído en sus brazos poderosos con dolor de estómago de tanto disfrutar de sus gracias.
Pero el verdadero aburrimiento no aparece en Europa hasta la Edad Media y las cruzadas. Muchos caballeros se cruzaron de brazos y dijeron que hasta allí habían llegado. El concilio de Antioquía había prohibido los chistes verdes, y Godofredo de Bouillón, Torcuato Tasso y Orlando furioso decidieron ir en busca de Saladino, que era muy salado y tenía mucha gracia. Las grandes epidemias de peste durante la guerra de los Cien Años no fueron otra cosa que la mala leche que les entró de tantos años de guerra, y cuando no quedaban más que las ratas, les echaron la culpa de su malestar y su no saber qué hacer.
En Europa ha habido dos grandes focos de aburrimiento: el concilio de Trento, que favoreció el cristianismo salvaje de sotana, vela y rosario, y los clubes londinenses, donde las clases aristocráticas consumieron dosis tan elevadas de inacción y atontamiento que fue necesario inventar el té de las cinco para que no cundiera el pánico. Gracias al té y las pastas, muchos ingleses adinerados pudieron salvarse en el último momento, cuando el imperio parecía que iba a sucumbir bajo las pastas y el té. En los clubes londinenses hasta se hizo un campeonato de resistencia con el Financial Times, cuyo primer campeón fue Lord Siestasbury, quien consiguió leerlo durante un minuto y medio antes de dormirse.
Pero el pueblo aburrido por antonomasia, además del egipcio y el inglés, ha sido el chino, cuya acedía llegó hasta Occidente a través de la ruta de la seda. Sobre los camellos bactrianos, y confundido con la seda y las especias, cargamentos enteros de aburrimiento chino alcanzó las fronteras del Sacro Imperio, y obligó a Carlomagno a comprar dos entradas para ir a ver Lo que el viento se llevó, porque no resistía más aquéllos monotonísimos asuntos. Por desgracia, aquella novela casi infinita acabó con su vida de emperador, y el imperio se dividió por tres.
Varios siglos después, la Ilustración estuvo a punto de acabar con la civilización occidental, y si no hubiese sido por la aparición providencial de Goya, quien inventó la verbena de la Paloma, es decir, del anís paloma, aún estaríamos discutiendo acerca de la razón de la sinrazón que tu razón acapara, que habían propugnado Voltaire y Dalembert y que a todos había dejado con la boca abierta y a punto de sucumbir al bostezo más razonable de la historia.
Cuento perfectamente aburrido. Este cuento es perfectamente aburrido. Debido a tales circunstancias se ruega no leerlo. Gómez era un tarambana y no sabía aburrirse. Se pasaba la vida haciendo las más diversas idioteces y tonterías, pero no se aburría ni a la de tres. Su mujer estaba preocupada porque todos sus amigos lo hacían con frecuencia y él no tenía ni idea.
—¿Es que no te da vergüenza que todos nuestros amigos sepan aburrirse y tú no? Eres un poco tonto. ¿Cuándo vas a madurar?
—¿Y qué quieres que haga? Nadie me ha enseñado nunca. ¿Cómo se hace eso?
Entonces su mujer le dijo que se sentara en el sofá y se estuviera quieto allí sin hacer nada. Gómez hizo eso, pero no conseguía aburrirse, se ponía nervioso y empezaba a rascarse por todas partes y luego a pensar en esto o aquello; y nada: era incapaz de concentrarse en el aburrimiento.
—Lo siento —le dijo a su esposa—. No me sale, por más que lo intento, me distraigo y se me va el santo al cielo. ¿No podrías enseñarme tú? ¿Cómo se hace?
—¡Y yo qué sé! Pregúntale a alguno de tus amigos, que se aburren como ostras y tienen a sus mujeres la mar de contentas.
Gómez fue a hablar con su amigo Mariano
—Oye, Mariano, ¿cómo hacéis tú y los demás para aburriros tan bien y tener contentas así a vuestras esposas?
—¡Hay que ver, Gómez, qué inútil eres! Pues es muy sencillo: únicamente consiste en pensar todo el rato en pasarlo bien.
—Pero si lo pasáis bien no os vais a aburrir, vamos, digo yo.
—Eres un cabeza de chorlito, no te enteras de nada. Tú sólo tienes que pensar en pasarlo bien todo el rato, y con eso solo ya te estarás aburriendo más que Noé.
—¿Noé se aburría?
—Cuando no había diluvio, sí, y bastante. ¿Por qué te crees que Dios le dijo lo de los animales?
—Jamás hubiera pensado que era tan simple, ¡mira que pasarlo bien…!
—Eso es solo una tapadera para que todos piensen que estás disfrutando como un gallego. Pero tú serás el único que sepa lo que estás haciendo en realidad.
—¡Ah! Claro, bueno, muchas gracias. La próxima vez que os reunáis para aburriros, me iré con vosotros, puesto que ya sé cómo se hace
—Muy bien.
Cuando se volvieron a juntar los amigos, se fue con ellos, y estuvieron todos juntos de jarana. Primero estuvieron bebiendo hasta emborracharse, luego se fueron de putas y después estuvieron hablando hasta el amanecer de todo lo humano y lo divino. Al día siguiente, le preguntó su esposa.
—¿Qué tal lo pasaste ayer?
—¡Ah! Pues no te lo puedes ni imaginar. Aquello fue una gran idea: me divertí como un cosaco, una juerga épica. De ahora en adelante iré a aburrirme con más frecuencia con los amigos.
—Pero, entonces, ¿te aburriste, o no?
—¿No te digo que lo pasé pipa? ¿Cómo quieres que te lo explique?
—Pero ¿aprendiste a aburrirte o no?
—Supongo, porque Mariano me dijo que aburrirse consistía en pasarlo bien todo el tiempo.
—¡Ah! Bueno, pues ya podemos aburrirnos juntos.
—Por supuesto, cuando tú quieras.
El aburrimiento moderno. Trucos para aburrirse sin llamar la atención
Hoy en día, afortunadamente, poseemos técnicas muy avanzadas para aburrirnos como ostras. Una de ellas, tal vez la más fácil, es precisamente comiendo ostras. Los comedores de ostras son la especie de gente que para aburrirse se sobra y basta con una buena docena del citado bivalvo, y, claro: esto es tan sencillo que hasta un niño de cinco años sabría hacerlo. Pero hay gente que le gusta aburrirse con un poco más de inteligencia y sofisticación.
Leer a los clásicos siempre ha sido uno de los recursos infalibles, o casi, para aburrirse hasta los pelos, aunque algunos incrédulos sean incapaces de apreciar lo soporífero de algunos escritores como Goethe, Virgilio o Milton. También hay grandes obras maestras modernas que procuran un aburrimiento tan mórbido, culto y sofisticado que a muchos les hace disfrutar como auténticos cosacos del Don. Véanse si no En busca del tiempo perdido, Moby Dick, La Montaña Mágica, Fausto, El juego de los abalorios, Ulises, Paradiso, La muerte de Virgilio, ¡Absalón, Absalón!, Bajo el volcán, Volverás a Región, El jinete polaco, Mañana en la batalla piensa en mí, etcétera. Pero no hace falta llegar hasta esos extremos para aburrirse de lo lindo: lo que en realidad pasa es que el hombre moderno no está preparado para la monotonía en grado eminente. Se queja del trabajo infame, pero, si lo dejas en su casa, solo, es capaz de asesinar y hasta de escupir.
Desesperarse no es para pusilánimes, sino que se necesita coraje y valor. Lo primero que hace falta para aburrirse de verdad es querer hacerlo. Es muy fácil decir «me estoy aburriendo y no lo aguanto más», y a continuación ponerse a lanzar exabruptos y maldiciones. En primer lugar se requiere, ante todo, calma y concentración. La soledad es también una circunstancia muy de agradecer para llevar a cabo un buen proyecto de hartura sincera. Quedarse en la casa de uno, tranquilo, sin hacer nada ni pensar en nada cuesta muchísimo esfuerzo y un equilibrio solo comparable al de los maestros orientales. Y eso tan solo se consigue con una cantidad de trabajo considerable, que solo unos pocos logran a lo largo de muchos años de esfuerzo y sacrificio. El aburrimiento no se improvisa
Afortunadamente, en las sociedades avanzadas el individuo no necesita molestarse en aburrirse por su cuenta, sino que existen mecanismos sociales muy eficaces como la televisión de entretenimiento, que son infalibles en conseguirlo a base de ingeniosos espectáculos que rara vez fallan.

José Manuel Ferrández Verdú (Orihuela, 1953) es escritor y dibujante. Ha trabajado como escribiente durante treinta años y ha ganado un premio de cuentos cortísimos acerca de las costumbres secretas de los irlandeses, titulado O’Connor y publicado en esta misma revista. Así mismo, ha publicado relatos en las revistas La Lucerna y Empireuma, es colaborador habitual de la revista El Murmullo, que dirige Manuel Susarte, y ha escrito la novela La Torre de los Músicos, publicada en formato digital en Scribd, así como el libro Doce novelas imposibles, inédito, siguiendo el modelo de las novelas ejemplares de Cervantes, admirable poeta español de los siglos XVI-XVII.
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Fotografía: OKDIARIO