Por: Miguel Ibáñez Aristondo. ctxt. 19/08/2020
La crisis actual debe servir para repensar una soberanía tecnológica capaz de crear formas de empoderamiento colectivas basadas en el derecho a decidir sus aplicaciones en la vida social, educativa y laboral.
Notre héritage n’est précédé d’aucun testament –“Nuestra herencia no está precedida de ningún testamento”. Con este aforismo de René Char iniciaba Hannah Arendt su reflexión en torno a las brechas que se abren en el presente como intervalos de tiempo durante los cuales los objetos e instituciones del pasado prescriben y el futuro todavía no ha aparecido. En la Europa de 1946 desde donde René Char escribía sus Feuillets d’Hypnos, las instituciones y objetos del pasado eran ruinas sobre las que ya no era posible prolongar un presente en el que el documento de la civilización por venir no había comenzado todavía a ser escrito. En esos mismos años, instituciones internacionales como la ONU, la UNESCO y la OMS iniciaban nuevas formas de abordar las relaciones internacionales dentro de un escenario geopolítico marcado por el inicio de la guerra fría. En el contexto histórico actual, si bien los objetos, instituciones y medios digitales que organizan nuestra vida social no son todavía ruinas inhabitables, la crisis sanitaria y económica de este año ha abierto una brecha que nos aleja del pasado al tiempo que acelera el proceso de globalización tecnológica que afecta a la esfera social y del trabajo.
La globalización, ese ultimo gran relato escrito como la prolongación del fin de la historia anunciado hacia el final de la Guerra Fría, apareció durante el periodo de hegemonía liberal como el concepto que mejor definía una nueva historia orientada hacia el presente. En su obra Esferas (1998-2004), el filósofo alemán Peter Sloterdijk propuso volver sobre la escritura de los grandes relatos basada en la globalización terrestre: “El presente ensayo está dedicado a una empresa que no se sabe bien si llamar intempestiva o imposible. En tanto que recapitula la globalización terrestre, se propone suministrar, mediante un gran relato inspirado filosóficamente, esbozos para una teoría del presente.”1 Para el filósofo alemán, la mejor imagen de la globalización y “el hecho primordial de la Edad Moderna no es que la tierra gire en torno al sol, sino que el dinero lo haga en torno a la tierra.”2 Definida a partir de modos de circulación del capital, la globalización era definida por Sloterdijk como un proceso inevitable que afecta de manera desigual a la sociedad: “lo que significa la globalización terrestre aparece cuando se reconoce en ella la historia de una enajenación político-espacial que parece ser indispensable para los vencedores, insoportable para los perdedores e inevitable para todos.”3
Vinculada en su origen a la libre circulación del capital y a la reducción de la capacidad del Estado a intervenir en la economía, los lideres del neoliberalismo populista han trasladado hoy la critica al globalismo a una supuesta descontrolada inmigración en Europa y los Estados Unidos. En ese contexto, la disrupción de la esfera social provocada por el confinamiento se ha intensificado de tal manera que la libre circulación de personas se ha visto afectada hoy por una nueva ola de restricciones al movimiento. Poco tiempo después de declarar la restricción de viajes y mercancías desde Europa a EE.UU., Donald Trump aludía a una nueva forma de separación entre la actividad comercial y la sociedad al corregirse en uno de sus espontáneos tuits: “Por favor, recuerden, es importante que todos los países y negocios sepan que el comercio de ninguna manera se verá afectado por los 30 días de restricción del viaje desde Europa. La restricción frena a las personas, no a las mercancías.” Si bien la reducción de la inmigración era central en la política de Trump desde su campaña en 2016, el tuit llama la atención sobre la aceleración de un proceso relacionado con la limitación de la circulación y movilidad social en favor de la supuestamente inevitable y desigual circulación del capital.
Si bien propiciada por la emergencia sanitaria, la idea de un mundo en el que las mercancías circulan y la sociedad aparece confinada, inmóvil e incapaz de generar formas democráticas de cooperación y movilidad social forma parte de un proceso de globalización en el que llevamos inmersos buena parte del siglo XXI. Lejos de ser un fenómeno inevitable, la globalización es un modelo que muta continuamente y altera tanto la vida social como la propia experiencia de confinamiento en la que estamos hoy sumergidos. En el contexto actual de trabajo y socialización virtual, la doctrina neoliberal de los mercados sin regulación no sólo sigue vigente, sino que se orienta ahora de manera especial hacia el medio laboral en un contexto de transformación radical de las prácticas y hábitos que rigen la interacción social en el trabajo. En ese terreno, el trabajador de nuestro tiempo no es ya la esfera desde donde pensar la innovación y la emancipación de la sociedad, sino un objeto cambiante de la explotación dentro de las dinámicas de transformación del medio social en capital habilitada por la globalización digital de nuestro tiempo.
Lejos de ralentizarse en el contexto actual de crisis, la globalización digital ha acelerado su curso marcando las nuevas pautas de explotación del medio social y laboral. A diferencia del legado que dejó la generación de la Segunda Guerra Mundial, la herencia de nuestra generación está marcada por formas de organización de lo social que se articulan dentro del ámbito de una tecnología disruptiva que privilegia la ruptura brusca y el interés frente a estrategias de sostenibilidad: move fast and break things, –“muévete rápido y rompe cosas.”–, postulaba el lema de Facebook que mejor define la manera en que nuestra sociedad se relaciona con la herencia del pasado en el presente. No cabe duda, la tecnología nos ha servido a los más privilegiados de refugio en este intervalo de tiempo en el que por primera vez las restricciones a la circulación se han aplicado a toda la población. Sin embargo, no podemos perder de vista que en el contexto actual de transformación radical propiciada por la crisis sanitaria se inicia una nueva época dentro de la globalización y la revolución digital que marcará las pautas del futuro del acceso al empleo y de las relaciones sociales en la próxima década.
Desde esa perspectiva, más allá de pensar en la recuperación de la economía, es fundamental en este contexto de transformación del trabajo y de la esfera social llevar a cabo una reflexión sobre los mecanismos legales y políticos que puedan orientar la innovación y transformación digital hacia un terreno de sostenibilidad y desarrollo democrático de la sociedad. Frente al imaginario extractivista basado en la ruptura rápida del legado y la búsqueda interminable de nuevos espacios de explotación, el momento actual de crisis abierto este año debería servir para poner en el centro la necesidad de pensar en una soberanía tecnológica capaz de crear formas de empoderamiento colectivas basadas en el derecho y la capacidad de la sociedad y de las instituciones democráticas a decidir sobre la tecnología y sus aplicaciones en la vida social, educativa y laboral. Habilitar instituciones y mecanismos que democraticen la tecnología debería ser una de las formas más eficaces de generar medios basados en la sostenibilidad, la justicia social y en una economía del cuidado que anticipen en el presente una herencia compartida posible en el futuro.
Miguel Ibáñez Aristondo es profesor en el Departamento de Literatura y Lenguas Romances de la Universidad de Villanova, Filadelfia.
Notas:
- Peter Sloterdijk, En el mundo interior del capital, (Madrid: Siruela, 2007), p, 19.
- Peter Sloterdijk, En el mundo interior del capital, p, 67.
- Peter Sloterdijk, En el mundo interior del capital, p. 47.
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Fotografía: ctxt.