Por: Alejandrina Ponce Avilés * El Presente del Pasado 2.0. 09/11/2016
Claudio Lomnitz (Santiago de Chile, 1957) es profesor de antropología e historia en la Universidad de Columbia. Fue alumno de Richard Morse, además es heredero de un vasto capital cultural familiar. Como académico y docente es acucioso en la utilización de las herramientas metodológicas, sin caer en el extremo positivista. Como autor, participa lo mismo en debates contemporáneos cotidianos que en aquellos en los que desentrañar el análisis de un sujeto significa, más que curiosidad o pasión, disciplina y largo esfuerzo. Sus libros dan prueba de su compromiso con la investigación histórica y antropológica: Deep Mexico, Silent Mexico: An Antropology of Nationalism (2001), Idea de la muerte en México (2005), El antisemitismo y la ideología de la revolución mexicana (2010), El regreso del camarada Ricardo Flores Magón (2015), La nación desdibujada (2016).
Su libro El regreso del camarada Ricardo Flores Magón, completa el rompecabezas entre las historias que describieron el movimiento armado y las ideas que llevaron a la revolución mexicana. ¿Cuál es su interés por participar en el debate de la existencia ideológica de la revolución mexicana? ¿Evitar ver a los revolucionarios siguiendo a Hobsbawm como rebeldes primitivos?
Durante los años setenta en la escuela de Antropología (1973) y luego en la UAM (1974) —donde fui la primera generación— había entre los antropólogos con los que me formé insuficiente interés sobre la historia intelectual de México y América Latina. Tendíamos a adscribirnos a corrientes de teoría (llamada así). Yo tenía casi siempre exponentes en Francia, en Inglaterra, en Estados Unidos y la historia interna tanto de México como de América Latina en general nos la sabíamos como por partes. Había mucho conocimiento de los pedazos, pero con poco rigor. Había, por un lado, una tendencia profesionalizante en la antropología en buen y mal sentido. Lo malo era que una parte del trabajo intelectual hecho en América Latina se realizaba sin mucho trabajo de campo o etnográfico tal y como podría definirse, por lo que terminábamos viendo las investigaciones como puramente especulativas. Por otro lado, había cierto prejuicio en contra del ensayo como forma literaria y mucho más interés en la investigación empírica sometida a los criterios de las disciplinas de ese momento. Esa combinación generaba que nuestro conocimiento sobre los debates, incluso los de la esfera pública mexicana, fueran superficiales. Eso lo entendí poco después de terminar mi licenciatura, justo cuando llegué a Estados Unidos, porque aquí tuve la fortuna de tener como profesor a Richard Morse. Él era un historiador muy distinguido que trabajaba sobre Brasil y se propuso estudiar la historia intelectual latinoamericana, leía a todos escritores para aprender de ellos. Allí me di cuenta que tendemos a leer a nuestros predecesores como para corregirles la planilla, para ponerlos en un contexto, en lugar de hablar con ellos y aprenderles cosas. A mí me interesaba ese diálogo con ellos, que es al fin y al cabo un diálogo con los muertos, porque ya no están.
En la introducción de su libro usted establece ese dialogo como imperativo. Allí usted discute con Daniel Cosío Villegas, John Kenneth Turner, James D. Cockroft, pero sobre todos ellos usted extiende su conversación con Friedrich Katz y su libro Los orígenes de la servidumbre, retomando la existencia del esclavismo en México para reconstruir lo que usted llama la causa mexicana. En ese contexto, cuando usted está ya en la ideología de los Flores Magón y la junta del Partido Liberal Mexicano uno entiende que su interlocutor es ahora Arnaldo Córdova. Esta conversación implícita se corresponde con un trabajo de archivo que contribuye a crear ciertos puentes de comprensión de esa realidad.
El libro muy ocasionalmente tiene una confrontación directa con la historiografía, muy rara vez discuto con otros historiadores en el libro. Como usted dice, los debates son implícitos y las notas son fuentes primarias y no las secundarias (cuando utilizo éstas es porque tienen un dato). Sí hubiera privilegiado a la historiografía hubiera tenido que tomar sus rutas y lo que buscaba era contar esa historia tal como la estaba armando. Pero como usted dice, eso no significa que no haya hablado mentalmente con esos autores, además no todos están muertos. Se trata de una conversación con vivos y muertos. Con algunos de los que usted menciona, Katz particularmente (del que fui un colaborador muy cercano) sostuve un dialogo interno fuerte, se trató de una conversación en silencio porque este libro fue escrito después de su muerte, incluso algunos temas fueron conversaciones extensivas entre nosotros. Con Córdova también, porque él fue uno de los pioneros en el tema de la ideología de la revolución mexicana, aunque el grado de intensidad fue menor que con Katz. El tema ideológico es central en El regreso del camarada Flores Magón, por eso pensar con Córdova era importante para este libro. La intención de no hacer explícito mi dialogo con otros autores es porque esta historia de la revolución mexicana está contada como proceso trasnacional, lo que implicó construirla de otro modo. Por ejemplo, el tipo de escritura que me interesó era la de los Flores Magón; después de haber leído sus cartas, manifiestos y las publicaciones en Regeneración y en otros periódicos, me gustó su estilo directo y situacional, en comparación con la mayor parte de la escritura histórica. Desarrollé un libro que en su forma tiene aspectos literarios más fuertes de lo que es común entre los historiadores.
El regreso del camarada Flores Magón no parece dirigirse sólo a la discusión académica. Entre sus virtudes está convocar a distintas procedencias. Refuerza mi duda, el recuerdo de su presentación en un pequeño saloncito, en la colonia Roma, en la que estuvieron simultáneamente distintos académicos y, sobre todo, estudiantes y jóvenes curiosos. Además, quien lo presentó junto a usted fue el escritor Jorge Aguilar Mora, no un historiador especialista del periodo.
Sí, es un libro que no está escrito para académicos, aunque le pueden sacar bastante, pero no está dirigido a un público determinado. Pienso que los textos también crean sus lectores. Hay una clientela historiográfica que tendrá la posibilidad de bregar con él, por ser una investigación muy grande sobre ese tema, por lo que para cuestionarla o para aceptarla tendrán que remitirse a ella. El texto tiene un sentido para el presente, es decir, para la discusión pública en México y en Estados Unidos; trata del primer gran movimiento radical trasnacional que existe en la historia moderna entre estos países. En ese sentido, es como el principio de una historia en la que todavía estamos, aunque está mucho más avanzada ahora. Tiene un lado genealógico, explora el inicio de algo que todavía no entendemos muy bien y que ya está mucho más desarrollado. En ese aspecto, interpela a un motón de gente que no son especialistas, lo que afectó la manera de escribirlo y presentarlo con cartas y fotografías, pero sobretodo con otra clase de narrativa.
¿Cómo distingue usted el pensamiento, de la ideología?
Sí, en mis dos últimos libros (Idea de la muerte en México [2005] y El antisemitismo y la ideología de la revolución mexicana [2010]) sobre todo, pero también en mí tesis doctoral publicada como Las salidas del laberinto, tuve como preocupación central el estudio del nacionalismo y cómo estudiar el tema de la cultura nacional, o dicho de otra manera, la cultura en el espacio nacional, que era lo que yo proponía. Me interesaba la diferencia entre la producción cultural y la ideología como un proceso de pensamiento que busca dar cierta consistencia, forma y dirección a las coaliciones políticas, a una dirección histórica,
¿Eso sería la ideología?
Sí, y la cultura es un proceso mucho más amplio y general que no tiene una dirección específica. Se trata de un proceso de semiosis, de significación en general y representación. Ese proceso visto así como cultura, está menos atado a proyectos políticos. Es una producción colectiva más abierta en el que caben todos los proyectos incluso aquellos que ni siquiera alcanzan a ser proyectos.
¿Eso sería el pensamiento?
Sí, y la ideología, en el caso de la revolución, me interesaba porque tiene que ver con el tema del caudillismo y la naturaleza misma de la revolución. Se ha dicho durante mucho tiempo que el caudillismo dominó la revolución, se pensaba que antes que ideologías habían personalidades, “ismos” adheridos a la persona de un caudillo: carrancismo, villismo, zapatismo. Este movimiento en particular me hizo pensar que el tema de la ideología en la revolución no estaba analizado adecuadamente. Porque el Partido Liberal Mexicano nació y rechazó el caudillismo, decían ellos “anti-personalismo”, ideología presente durante su fundación en 1901 que siguió y se mantuvo durante toda evolución del partido. Existieron rompimientos radicales al interior. En términos ideológicos, por ejemplo, Ricardo y Enrique Flores Magón y ese grupo se volvieron anarquistas. No lo fueron en 1901. En su historia partidista hubo cambios importantes, pero una constante fue el “anti-personalismo” que jamás se abandonó. Fue un movimiento puntilloso y explícitamente, anti-personalista, al grado que el concepto de “magonismo” no era de ellos y lo rechazaban. No se consideraron magonistas claro, tuvieron un problema de nombre después porque al principio eran liberales jacobinos, pero cuando se volvieron anarquistas un sector no los veía muy bien. Aunque ya no eran liberales mantuvieron ese nombre por razones políticas y estratégicas muy importantes. No querían alarmar con el cambio de nombre a la gente que los seguía y estaba de acuerdo con ellos. Al final se quedaron con dilema del nombre del partido ya que no correspondía a su ideología. Lo que sí tenían muy claro es que no querían ser magonistas. Porque no se consideraban seguidores de Ricardo Flores Magón, sino que se asumían como una colectividad adherida a un ideal, lo que ellos llamaban “el ideal”. Me interesó el tema de la ideología porque siempre se ha dicho que la revolución mexicana careció de ella o bien que la ideología de la revolución fue la ideología de construcción de Estado.
Al parecer esa fue la lectura de Arnaldo Córdova en su libro La ideología de la revolución mexicana. Como su libro, da cuenta del presente y se reconoce dos elementos heredados de la revolución en el sistema político vigente: el caudillismo (personalismo) y la continua necesidad de la inteligencia especializada en los científicos de la época y ahora en los llamados tecnócratas. Pero, más allá, también hay un tercer elemento actual que el estado mexicano vislumbra lejanamente: el comunitarismo como una resistencia al mercado, así como el anarquismo por reducción de las funciones y dimensiones estatales.
Una de las cosas que aprendí escribiendo ese libro y que tiene que ver con el trabajo de Katz que usted mencionó, sólo que con un arista más social y menos diplomática, es el grado en que la revolución en sí misma dependía de la frontera con los Estados Unidos, reconociendo sus límites y condiciones. Desde el punto de vista de la historia de América Latina, la revolución mexicana fue un proceso singular, no existió en esa época ninguna que se le pareciera. Eso en parte tiene que ver con que en Latinoamérica no hay una frontera comparable a la que existe aquí. Como se sabe, en las revoluciones las fronteras han sido importantes siempre en todas partes del mundo y fuimos la excepción. La frontera mexicana con Estados Unidos es muy peculiar por la amplitud de su interdependencia, por lo que desde esa época en ese borde fronterizo se podía hacer política relevante para México y los revolucionarios. Por lo menos todos los norteños aprendieron a llevar bien la relación con Estados Unidos. Ver eso cuesta trabajo cuando estamos en la Ciudad de México. Era difícil pensar que Villa, por ejemplo, con relativa poca instrucción formal entendiera cómo relacionarse con el país vecino. Obregón y Calles ni se diga. Carranza era un maestro en eso. Madero también y los Flores Magón tuvieron que aprender ese tema de forma dura. Su radicalización fue más universalista. En ese sentido, ellos fueron distintos de lo que se construyó a partir de los años veinte en la revolución mexicana, porque a partir de esa fecha los revolucionarios concientizaron que estaban junto a Estados Unidos y que allí no había guerra. La ultima cárcel de los Flores Magón, en 1918, tuvo que ver con la política de la primera guerra mundial y el rechazo de su partido al acceso de ese país a la primera guerra mundial. Tema que no está relacionado con la revolución mexicana sino con la situación en los Estados Unidos. Entraron a la cárcel junto con toda la izquierda americana (los socialistas, los anarquistas) y por las mismas leyes que ellos. Eso es distinto a la forma cómo se ve la revolución desde México, porque su visión es un proceso nacional separado de Estados Unidos.
¿El legado nacionalista de la revolución no existe más en las élites mexicanas? Da la impresión que la dinámica bilateral atraviesa ambivalencias. Estoy pensando en la reciente visita de Donald Trump a México. ¿Cambió la ideología revolucionaria sin hacerse un movimiento armado?
Ha estado circulando la idea de que si había muerto o no la revolución mexicana, lo que ello significa es que está bien enterrada. Sin embargo, estos procesos históricos nunca mueren. Siempre tienen la capacidad de reciclarse y de volver a ser pertinentes. Lo que queda de la ideología revolucionaria se mantiene de una forma trastocada. Apropiada desde diferentes rincones. Hay todavía una rebatinga por vestirse de esa revolución. Por ejemplo, durante el mandato del presidente Carlos Salinas de Gortari se declaró que finalmente se había acabado la reforma agraria modificando el artículo 27 constitucional. La desidentificación con la revolución ha sido un proceso complicado. Cuando entró el PAN con Vicente Fox, cuya oposición al PRI era evidente, no se hicieron grandes cambios. Por ejemplo, al Instituto de la Revolución le llamaron el Instituto de las Revoluciones, pluralizando y metiendo la guerra de Independencia, la de la Reforma y demás. Tampoco se animaron a quitar el ideario revolucionario totalmente, aunque sí se desdibujó mucho la idea de tener un gobierno de la revolución, que ya estaba desde los años setenta suficientemente difuminado como para que se preguntaran si ya había muerto. Responder si las elites que estudian en las universidades en Estados Unidos no son nacionalistas me parece complicado. Uno de los efectos de las migraciones y sobre todo del tamaño de la mexicana, es que involucran a casi todas las clases sociales. Es por el contrario todos son muy nacionalistas no sólo los pobres. Creo también que la distancia propicia una crítica a México. Si bien es cierto que hay algunos preceptos del nacionalismo mexicano que son más problemáticos que antes y eso es algo que tenemos que estudiar.
¿Cómo cuáles?
En el tema educativo, por ejemplo, había muy poca atención de parte de los gobiernos revolucionarios. Sabían que existía una población modesta que iba y venía de los Estados Unidos, por ese entonces la frontera era más porosa. Entrar y salir no era tan complicado, aunque uno fuera indocumentado podía regresar. Los trabajadores del campo eran prácticamente estacionales, pasaban un tiempo en la pisca y luego regresaban. Ese movimiento ya lleva un poco más de un siglo, la educación en México no era para nada abierta a esa realidad; la visión de los migrantes fue que la educación mexicana los excluía porque habían cursado dos años de secundaria en Texas o en Nebraska, eso implicó cierta crítica a la burocracia la que se ligaba al nacionalismo antiguo. En esa visión, los logros revolucionarios implicaban tener sus propios estándares y creo que la gente pensaba que era válido, pero debían ser más flexibles. Hay una actitud ambivalente de todos respecto a Estados Unidos, por un lado, sentimos que lo conocemos porque viajamos al shopping de Houston y, por otro, nos defendemos de su invasión consumista. Eso ha provocado una ignorancia activa.
Hay una paradoja, ciertos grupos como los tecnócratas y los dueños de publicaciones que viven aquí o estudiaron fuera, reconocen el origen de la migración mexicana, pero no siempre admiten que ellos fueron los beneficiarios directos de los logros revolucionarios, en términos de movilidad social y de acumulación de capital. Al parecer, la ideología revolucionaria acabó y su final quedó, por desgracia, atada a cierta identidad.
Es muy desafortunado, pero por desgracia en Estados Unidos hay un mercado de consumo para esas identidades, que se ve en el libro en cuestión en el episodio de Baja California. De pronto, a la militancia le costó mucho trabajo no darse cuenta del problema de su comercialización personal. En California, ese personaje, Dick Ferris, fue un proto-Trump menos exitoso en esa época. Se trató de un empresario oportunista, metido a la política en parte para sacar su nombre como marca. A este personaje, los revolucionarios no supieron interpretarlo, lo veían como político, pero no era serio ni tuvo compromiso. Además, lo que no supieron fue que sólo era un empresario de tipo publicista, dedicado profesionalmente a eso. En ese entonces parecía muy incipiente, pero ahora ya está muy consolidada esa personalidad.
¿Qué se puede recuperar de la ideología de la revolución?
Yo creo que hay mucho que recuperar. La revolución fue finalmente para quienes la vivieron un proceso terrible con un costo elevado de muertes y sufrimiento colectivo, pero desde el punto de vista de los que vivimos después de la revolución trajo beneficios valiosos como el reparto agrario aunque haya existido el minifundio y para los campesinos esas fórmulas revolucionarias hayan sido problemáticas. Se acabó con los terratenientes que tuvieron que dedicarse a otro tipo de actividades industriales, urbanas, etc. Otro efecto importante de la revolución fue que se destruyó el ejército federal por lo que México no tuvo después de la revolución un ejército que hiciera golpes de Estado como sí los hubo en todo el resto de América Latina durante el siglo XX. Además, el ejército mexicano fue diferente en su procedencia y en su conformación popular. Otro logro fue el artículo 123 constitucional en defensa de los derechos de los trabajadores; en ello el grupo del Partido Liberal Mexicano estuvo muy atento, fueron pioneros sociales, buscaron un piso básico en salarios mínimos y garantías sindicales. “La No relección” es también un logro importante, aunque tiene también sus bemoles. A mi parece que el laicismo es asimismo una contribución.
Fuente: https://elpresentedelpasado.com/2016/10/27/flores-magon-el-regreso-esperado-entrevista/
Fotografía: sdpnoticias