Por: Raúl Prada Alcoreza. 24/03/2025
Hemos hablado últimamente de totalitarismo, nuestra definición de totalitarismo está vinculada a la concepción de control, a la pretensión de control absoluto, a la vigilancia, la pretensión de vigilancia absoluta, y obviamente, al dominio, a la pretensión del dominio absoluto. En este sentido hemos planteado la hipótesis configurante del diagrama de poder del panoptismo planetario. También hemos hablado de las tendencias al totalitarismo inherentes en la actualidad a distintos regímenes políticos, que intentan el control absoluto, la vigilancia absoluta y el dominio absoluto. En eso no hay distinción entre versiones que se autoproclaman de “izquierda” y versiones señaladas de “derecha”. El totalitarismo, es decir, la inclinación por abarcar la totalidad, es compartido por distintas versiones políticas, inclusive ideológicas. Sin embargo, es importante evaluar esta concepción nuestra sobre totalitarismo de la que ha expuesto Hannah Arendt, en Los orígenes del totalitarismo[1]. Aunque nuestra concepción actualizada tiene que ver con el concepto de totalitarismo estructurado por Hannah Arendt.
Hannah Arendt concibe el totalitarismo a partir de lo que podemos llamar el acontecimiento de la masa, condición social de la disolución de las clases sociales, que corresponde a la pulverización de la sociedad misma. Encuentra que en este acontecimiento de la masa, de la diseminación de las clases sociales, se dan las condiciones para la generación de las tendencias al totalitarismo. Es la vinculación de la masa con lo que ella llama la “bohemia armada”, es decir, un grupo desplazado de audaces y aventureros que van a lanzarse a la convocatoria de la masa y a la interpelación del statu quo. La masa anónima diseminada en individualidades invisibles, desconocidas, no tomadas en cuenta por las estructuras sociales y sus instituciones de reconocimiento, se identifica con grupos exaltados que interpelan a la sociedad misma y a su propia legitimación pretendida.
Hannah Arendt diferencia masa de populacho, que sería, más o menos, la masa o parte de la masa en movimiento, convocada por líderes histriónicos. En este caso, hay un encuentro o seducción entre el imaginario de la élite intelectual y el populacho. Ambos odian lo establecido, las estructuras, las reglas, las normas, los rituales institucionales. Ambos quieren destruir lo que está dado, para dar lugar al desenvolvimiento del ímpetu, que encuentra su realización en la pasión desenvuelta por la violencia estética o por la violencia descarnada.
Hannah Arendt considera que hay un substrato que puede ser identificado como crisis social y crisis cultural; es este substrato el que tiene que ver con la insatisfacción, con el acumulo de las frustraciones, y la búsqueda desesperada de esperanza en otro lugar, en una alteridad absoluta. En este sentido se dan varias tendencias impetuosas, incluso críticas e interpeladoras del orden social y del poder establecido; comparten, en un inicio, la experiencia sensible de este substrato. Estás tendencias iniciales, opuestas al statu quo y a lo establecido, al orden institucional, se van a diferenciar después, de acuerdo a las finalidades que se propongan. Incluso se van a diferenciar cuando se realizan, cuando toman el poder, no tanto en la arquitectura social y política del totalitarismo, sino en la forma de justificación desde totalitarismo.
Obviamente, entre nuestra concepción de totalitarismo y la de Hannah Arendt hay distinciones remarcables. En resumen nosotros concebimos el totalitarismo como una articulación de diagramas de poder, que derivan en la pretensión del control absoluto, de la vigilancia absoluta y de la dominación absoluta. En tanto que Hannah Arendt concibe totalitarismo como una dinámica social que se sustenta en la pulverización de la sociedad, en la movilización de la masa, incluso en su invención, y se encamina a un permanente estado de movimiento, que el único fin que tiene es estar en constante movimiento, sin proponerse ningún fin preciso, salvo el de conservar el poder de manera indefinida.
Ambas concepciones no son contradictorias, sino, al contrario, son complementarias. Podemos decir que en Hannah Arendt se da una genealogía del totalitarismo, desde la manipulación de los prejuicios, por parte de estructuras de poder religiosas y monárquicas, situando estos prejuicios en el antisemitismo y en otros demonios. Después se tiene la transformación de las estructuras de poder, en competencia, en los proyectos imperialistas, en la geopolítica imperialista y en su realización institucional, proyectando un futuro de dominación universal. Con el fracaso compartido de la guerra imperialista de 1914 a 1919, tanto de los vencedores como los vencidos, puesto que los vencedores quedaron agotados, aparece de manera irradiante y proliferante la masa. De la masa emerge el populacho, utilizado, movilizado, en función de los objetivos pasionales de los líderes; movilización justificada estéticamente por la elocuencia literaria de la élite. A groso modo se puede decir que el imperialismo supone una subjetividad optimista, que se lanza a la conquista, en tanto que el totalitarismo supone una subjetividad pesimista, que se lanza a la destrucción de todo lo que aborrece.
Nuestra concepción de totalitarismo también es genealógica, sin embargo, se concentra en los diseños estratégicos de los diagramas de poder. La genealogía concebida por nosotros tiene que ver con las composiciones de fuerza, que definen los diagramas de poder, fuerzas y cuerpos donde inciden los diagramas de poder, que terminan dando lugar a una transformación de los contextos, donde estos diagramas de poder son activados. En este sentido podemos decir, exagerando para ilustrar, que nuestra concepción le da un carácter activo a las diagramas de poder y a las estructuras de poder en juego, otorgándole un carácter, más bien, pasivo a los cuerpos y a la sociedad. Aunque atribuimos un carácter activo a las resistencias de los cuerpos y a las resistencias sociales.
La diferencia conceptual hace notaria la siguiente consecuencia: En Hannah Arendt sobresale la complicidad social, en el sentido de su crisis y su pulverización como masa, su activa complicidad como populacho, con el devenir del totalitarismo. Un poco, por así decirlo, en comparación contrastante con lo que dice Wilhelm Reich en Psicología de masas del fascismo: Que en ciertas circunstancias de vulnerabilidad y de desármeme subjetivo el pueblo desea al amo, la víctima desea verdugo[2].
Aunque no desechamos esta posibilidad, la del deseo del amo, esto lo hemos hecho patente en los escritos, en ensayos y exposiciones, creemos que lo que acabamos de evaluar en relación a las concepciones mencionadas de totalitarismo, muestran claramente las distinciones conceptuales que hay que tener en cuenta.
En conclusión creemos que es menester revisar nuestra concepción de totalitarismo, enriquecerlo y potenciarlo, a partir de una nueva lectura de Los orígenes del totalitarismo de Hannah Arendt.
Reflexiones sobre el concepto de totalitarismo
El concepto de totalitarismo tiene que ver con el concepto de todo, de totalidad; hay una obsesión notoria por abarcarlo todo, abarcar la existencia y la vida bajo el control absoluto. ¿Cómo se da esto, este fenómeno abarcador, controlador y de vigilancia absoluta? Las tendencias al totalitarismo son inherentes a la sociedades de masa o donde se forma la masa de distintas maneras; por el mercado, por la disolución de las clases, por la descampenicización.
¿Es esta situación de masa la condición de posibilidad histórica, política y cultural para que se dé el totalitarismo? Antes debemos definir el concepto de masa. Al respecto se tienen variaciones semánticas y conceptuales, empero, podemos considerar las concepciones más compartidas del concepto de masa. Por ejemplo Gusteve Le Bon, en La psychologie des foules, define la masa como una agrupación que tiene rasgos de pérdida de control racional, mayor sugestibilidad, contagio emocional, imitación, sentimiento de omnipotencia y anonimato del individuo. Las personas cuando forman parte de la masa tiene una conducta extraña y dejan de ser de las mismas, para pasar a integrarse en lo que Le Bon llamó “alma de masa”, definida como espíritu colectivo, distinto al que tiene cada uno de los individuos componentes del fenómeno de masa. En esta “alma colectiva” se funden por contagio las mentes individuales, formándose una unidad mental, cuando se pierden las individualidades. El control personal de los instintos más primarios desaparece, con lo que las reacciones de la masa pasan a ser irracionales, motivadas por pasiones, además de extremas, volubles e irresponsables.
Elías Cannetti en Masa y poder[3] tiene una concepción dinámica de la masa, incluso podríamos decir de masa en devenir, además de atribuirle una inmanencia, que tiene que ver con su subjetividad y autorreferencia, en relación a la heterorreferencia conformada. La masa se hace por el número, por la congregación del número, por su acumulación cuantitativa; a partir de un determinado momento es una fuerza incontenible. Empero, la masa puede presentar la forma abierta, cuando se da un crecimiento indefinido, o la forma cerrada, cuando se clausura el crecimiento. Así mismo, la masa concluye cuando se dispersa. Sin embargo, tiene como un instinto, por así decirlo, de permanencia. Se ha acostumbrado a ser lo que es, conjunción de muchos, hay como una conciencia de la suma masiva, de su compartir como masa en distintas acciones, dependiendo del acuerdo y la compulsa por determinados fines inherentes.
Para Wilhelm Reich, en Psicología de masas del fascismo, el concepto de masa está íntimamente vinculada a la estructura social y a la estructura psicológica, es más, a la energía libidinal. A lo que ocurre con la energía libidinal cuando intervienen las estructuras sociales, la ideología, por lo tanto, las estructuras institucionales, inhibiendo la energía libidinal. En antagonismo al deseo del amo, que se genera por la ideología reaccionaria, por la cosmovisión conservadora, ligada a las dominaciones, Reich opone una economía sexual en lucha contra el misticismo. Se trata de desplegar y desenvolver la práctica sexopolítica.
Hannah Arendt, en cambio, concibe una masa pulverizada. De entrada podríamos preguntarnos: ¿Cómo puede estar la masa en condición de pulverización cuando precisamente la masa es conjunción de individuos? Sin embargo, hay que recordar que Hannah Arendt se refiere a la pulverización de las clases sociales, es decir, a las diseminación de las relaciones sociales, vinculadas a las clases sociales, en otras palabras, a la organización social. Dicho de otro modo, podríamos decir, cuando se derrumban las instituciones. Cuando ocurre esto aparece la masa como fenómeno, una masa susceptible de manipulación.
Al respecto, una vez aclarado esto de la pulverización de las estructuras sociales, tenemos que preguntarnos sí en la masa desaparece la relación social. ¿Cómo podría haber masa si no hay relación social? Obviamente no habría masa si no hay relaciones sociales, aunque éstas se encuentren en desplazamiento, padeciendo la diseminación de las estructuras sociales y el derrumbe de las instituciones. En lo que respecta a los conceptos de totalitarismo y de masa en Hannah Arendt, se trata de una atenuación difusa de las relaciones sociales. De este modo podemos decir que debemos concebir la masa como forma de fenómeno social y no como contenido social. La masa es la forma de lo que ocurre con la sociedad, con las composiciones inherentes a las asociaciones, al devenir mismo de la sociedad. Después de esa idea de devenir social de la masa, podemos distinguir el fenómeno de la forma muchedumbre, de la forma masa y de la forma multitud. Es el acontecimiento social el que se expresa en distintas formas.
Volviendo al concepto de totalitarismo, Hannah Arendt encuentra determinadas incidencias en la manipulación de la masa. Por ejemplo, la relación entre propaganda y terror, entre publicidad y violencia. Estas incidencias aparecen de distintas maneras con distintas tonalidades y distintas intensidades en Alemania, en Estados Unidos de Norteamérica y en Rusia. La publicidad o la propaganda mercantil, en Estados Unidos, resaltan por sus procedimientos de manipulación de la masa, manipulación que busca convertirla en masa consumista. El uso del terror y de la violencia descarnada, en combinación con la propaganda política, en Alemania, nos muestra no solamente una finalidad totalitaria, sino la utilización de instrumentos demoledores de la individualidad y de la conciencia. En el caso ruso, concretamente de la revolución rusa, refiriéndonos a la revolución rusa institucionalizada, convertida en Estado, el uso de la propaganda política y el despliegue constante del terror son también procedimientos y métodos en la transformación y preservación del poder. Transformación de la dominación hacia el totalitarismo y preservación del poder, de acuerdo a estas expansiones de la dominación de la burocracia, que impuso el monopolio del poder absoluto.
Según la filósofa citada las tendencias al totalitarismo son inherentes a la sociedades de masa o donde se conforma la masa de distintas maneras. Como hemos dicho antes, se trata de la diseminación de las estructuras sociales, en consecuencia de las instituciones, por lo tanto, diseminación que genera una suspensión de los individuos en conjunción de masa, susceptibles de manipulación.
Los niveles de violencia llegan muy lejos, alcanzan intensidades demoledoras. Incluso se puede decir que se da lugar a un incremento compulsivo e irresistible hacia la violencia descarnada. Por ejemplo, se comienza con la incorporación de procedimientos criminales, que podemos llamarles gansteriles, hasta llegar a procedimientos industriales del genocidio.
La manipulación de los imaginarios sociales llega también a dimensiones gigantescas, obsesivas, de tal manera que se sustituye la realidad por la representación de la propaganda y la publicidad. Se llega al colmo de pretender cientificidad, es decir, se busca demostrar las verdades de la propaganda como si fuesen avaladas por la ciencia. En este sentido nos encontramos en distintos planos de intensidad del ejercicio de la violencia. Violencia simbólica, violencia descarnada, violencia de la adulteración manifiesta.
Las tendencias al totalitarismo comienzan a encarnarse en formas, procedimientos y agrupaciones abiertamente violentas. La violencia es eminentemente visible, de tal manera que el terror se hace presente, ocupa el espacio, convirtiendo la atmósferas en irrespirable. Se trata de fuerzas sin legitimación, en todo caso, se pretende la legitimación de manera perversa, brutal, suponiendo que se trata de las “leyes de la naturaleza”, en el caso del nacionalsocialismo alemán, o de las “leyes de la historia”, en el caso del estalinismo.
Considerando estas revisiones del concepto de totalitarismo podemos concluir de que el totalitarismo es inherente a la sociedades atravesadas por estructuras de poder, por ejercicios de dominación, aunque estas estructuras de poder se encuentren mediatizadas por ideologías y pretensiones de legitimación, que se consolidan en los mapas institucionales. La conservación de las instituciones de la democracia formal de la república liberal no garantiza la generación y emergencia del fenómeno de poder, que se inclina al totalitarismo. Estas mismas instituciones ya contienen, de manera inherente, la posibilidad de su propia diseminación, cuando como instrumentos institucionales sirven para ejercer poder y para practicar dominaciones.
Hay que ver el totalitarismo como devenir, devenir del totalitarismo, este devenir del totalitarismo supone la existencia de la sociedad de clases, es decir, de la diferenciación social basada en las desigualdades, no solamente económicas, sino también de distinta índole, dependiendo los campos sociales desde donde interpretamos las diferencias y desigualdades.
Frente al totalitarismo no basta defender las instituciones de las estructuras sociales establecidas, de los diagramas de poder institucionalizados, de las leyes y constituciones institucionalizadas como garantes del equilibrio buscado. Como hemos visto, el totalitarismo es inherente a la sociedades de clase, frente a esta tendencia, inclinación por el totalitarismo, la solución no puede ser provisional, mantener las instituciones, aunque esto difiera la aparición demoledora del totalitarismo, que sólo puede hacerlo por un momento. La crisis inmanente se convierte en el núcleo amenazador que conmueve los cimientos de la sociedad.
La burbuja del totalitarismo
Otra pregunta que se puede hacer es: ¿Está inclinación al totalitarismo es inherente al humano? Responder afirmativamente esta pregunta es caer en los prejuicios de Thomas Hobbes, que dice que el hombre es el lobo del hombre. Obviamente que no. La tendencia al totalitarismo emerge en sociedades de clase, en sociedades atravesadas por las estructuras de poder, donde los cuerpos son convertidos en objeto y materia de poder de los diagramas de fuerza, de dominación y de estrategias de incidencias en los comportamientos. La paranoia corresponde a la psicología del déspota. El control absoluto le corresponde a una psicología egocéntrica en extremo, que considera que el ego exaltado es centro del mundo, después de haber reducido el mundo a ámbitos de cosas, incluyendo a los seres humanos y a los seres orgánicos. El egocentrismo, que equivale a pretender ser Dios, es un error grave de una ilusión delirante. Sólo es posible cuando los demás se convierten en marionetas manipulables. Lo que también es una ilusión; no todo es maleable, no todo se mueve de acuerdo a los deseos de uno mismo. La realidad es resistencia.
El totalitarismo tiene un vínculo perverso con el crimen. No puede lograrse el dominio absoluto sino intentándolo a través del crimen, que cada vez requiere más víctimas, que cada vez requiere ser más feroz, hasta convertirse una monstruosidad violenta demoledora, sin retorno.
La tesis de que el poder produce realidad, de Michel Foucault, es una tesis adecuada y lúcida para comprender el alcance demoledor del totalitarismo. Para ilustrar de manera figurativa diremos que el totalitarismo es una gigantesca burbuja, donde la realidad efectiva es sustituida por la realidad inventada y producida por el ejercicio del poder absoluto. Las atmósferas de comunicación y culturales, los imaginarios sociales y las representaciones, que se institucionalizan con el ejercicio paranoico del poder, ocasionan una gigantesca confusión en las masas, atrapadas en las redes del totalitarismo. la realidad viene ser la realidad construida por el totalitarismo. En consecuencia podemos decir que el totalitarismo va más lejos que la ideología, no solamente es una estrategia, una retórica, de la legitimación y del convencimiento, sino que logra materializar institucionalmente otra realidad. Es la realidad aceptada por la población, por el pueblo, por la sociedad seducida por la espectacular presencia, incontestable e incuestionable institucionalidad del totalitarismo. Entonces, denominemos a este fenómeno totalilogía. Sólo cuando se revienta la burbuja es cuando se derrumba como un castillo de naipes toda la ficción del totalitarismo, que sustituye a la realidad efectiva, narrada por el poder totalitario.
Recuperamos la interpretación de Hannah Arendt, interpretación que sostiene que el totalitarismo se edifica sobre el substrato de una masa vulnerable y manipulable, convirtiendo entonces a la masa en cómplice activa del totalitarismo y de sus crímenes.
La anterior exposición e interpretación, además de crítica del totalitarismo, nos lleva a preguntarnos: ¿Qué es entonces la realidad efectiva? Incluso podríamos preguntarnos: ¿Hay aquello que llamamos realidad o, más bien, se trata de un juego peligroso entre imaginarios, interpretaciones, estructuras de poder e instituciones, que atrapan de manera selectiva recortes del acontecimiento? El acontecimiento vendría a ser la inalcanzable realidad radical, donde aparece la realidad efectiva como conglomerado de resistencias, respecto de las cuales el poder se da para vencer las resistencias, que nunca las puede vencer del todo, pues las resistencias reaparecen permanentemente.
En la tercera década del siglo XXI han vuelto a manifestarse tendencias expansivas del totalitarismo contemporáneo. Estas tendencias aparecen con distintos perfiles y configuraciones, distintos discursos, hasta opuestos, distintas estrategias encontradas. Tendencias que se expresan estrambóticamente como formas bizarras, como las que se dan en Estados Unidos de Norteamérica, en la República federal de Argentina y en la Federación de Rusia, además de las versiones periféricas dadas en la República Bolivariana de Venezuela, en la República de Nicaragua y en la República de El Salvador. La diferencia radica en que ya no se trata de un totalitarismo que pretende dominar el mundo, sino de un totalitarismo planetario, que va más lejos del dominio del mundo. Pretende dominar absolutamente el planeta, en consecuencia esto sólo se puede lograr acabando con la misma vida en el planeta.
El porvenir, que todavía está vivo, por así decirlo, sólo puede salvarse si el conjunto de las resistencias de sociedades, de pueblos, de la vida misma planetaria, de sus ciclos vitales, de sus territorios y ecosistemas, logran reventar la burbuja del totalitarismo planetario que está en curso.
Notas
[1] Hannah Arendt: Los orígenes del totalitarismo. Alianza Editorial. Madrid 2020.
[2] Wilhelm Reich: Psicología de masas del fascismo. Enclave de Libros. Madrid 2020.
[3] Elías Canneti: Masa y poder. Alianza Editorial. Barcelona 2000.

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Fotografía: Pradaraul