Por: JAVIER OCCHIUZZI. 01/01/2023
Reseña critica del trabajo del filósofo francés, donde presenta la hipótesis del nacimiento de una nueva forma de conducta de tipo global.
Reconocido por sus críticas a los distintos fetiches de la tecnología digital y la inteligencia artificial, Éric Sadin es una de las personalidades más destacadas y renombradas entre los que estudian las relaciones entre tecnología y sociedad. Sus trabajos y escritos se han concentrado en el intento de armar un diagnóstico de la contemporaneidad y sus prácticas en función del impacto que los artefactos tecnológicos producen en la humanidad. En este nuevo libro publicado por Caja Negra a mediados del 2022, el autor nos presenta un análisis de la sociedad contemporánea en cinco capítulos, donde nos explica y desarrolla los fundamentos teóricos y políticos del nuevo ser humano que se viene.
En un mundo plagado de fakenews y posverdades, donde los discursos de odio y el revanchismo de derecha parecen tener protagonismo, Sadin señala que no son fenómenos accidentales sino que devienen de las diferentes crisis económicas que se vienen sucediendo a escala global desde la caída del banco Lehman brothers en el 2008.
A partir de ese hecho se abre una nueva coyuntura política global que el filósofo Francés denomina época de “ingobernabilidad permanente” en donde los protagonistas terminan siendo: las masas en las calles por sus reclamos, y los actos de violencia de corte individual, que según Sadin han aumentado debido al cóctel explosivo de redes sociales, en donde el Yo o el individuo tienen un papel protagónico, por no decir absoluto, y una conducta resentida de tipo revanchista fruto del aislamiento social colectivo que nos dejó la pandemia de Covid-19.
Para Sadin la sociedad no se encuentra fracturada, sino que no hay sociedad debido a que la atomización de los individuos no permite el desarrollo de una política común a largo plazo, sino que tan solo llega a la calle en forma de manifestación, antes de ser diluida o absorbida por el sistema.
El surgimiento del individuo tirano
Para Éric Sadin estamos actualmente viviendo un momento inaugural de la generalización de los “modos de existencia secundados por sistemas”. Dicho de otra forma se puede decir que el autor afirma que nuestra percepción de la realidad estará de ahora en más mediada por dispositivos digitales:
“Hoy la experiencia no se basta a sí misma. Debe ser casi sistemáticamente duplicada –en el momento mismo en que se despliega– por su puesta en relato, a falta de lo cual se la juzga demasiado pobre. Entonces, por el hecho de hacerse pública, la experiencia parece asumir su valor pleno.”[1]
Esta nueva psyché inaugura una nueva época en dónde “para muchas personas, el referente principal según el cual uno se determina y el que se convoca en casi toda oportunidad es uno mismo. El yo representa la fuente primera –y en general definitiva– de la verdad” [2]. Es en este nuevo contexto que para el autor estaríamos ante “la era del individuo tirano”.
La nueva época, afirma, tiene una condición civilizatoria inédita que muestra la abolición progresiva de todo cimiento común para dejar lugar a un “hormigueo” de seres esparcidos que pretenden de aquí en más representar la única fuente normativa de referencia y ocupar de pleno derecho una posición preponderante.
Es como si, en dos décadas, el entrecruzamiento entre la horizontalidad supuesta de las redes y el desencadenamiento de las lógicas neoliberales, después de haber cantado loas a la “responzabilización” individual, hubiera llegado a una automatización de los sujetos que son incapaces ya de anudar entre ellos lazos constructivos y duraderos, para hacer prevalecer reivindicaciones prioritariamente desplegadas sobre sus propias biografías y condiciones [3].
Es en este contexto que emerge para el autor una nueva categoría política o más exactamente “apolítica” que se caracteriza por una forma de aislamiento mutuo de los individuos, quienes instauran, algo así como un “totalitarismo de la multitud”.
La filosofía de la red “social”
Según el autor hoy en día estamos viviendo el surgimiento de un nuevo tipo de conducta social, un nuevo ethos o nueva moral en donde el sujeto individual pasa a tener un rol central de tal forma que la acción política queda neutralizada.
En el 2007, con el advenimiento del Smartphone, para el autor surge una nueva “forma de liviandad de la existencia personal y de la independencia que aumentaba sin descanso” [4] con el paso del tiempo el desarrollo de estas nuevas capacidades, alcanzadas por la maravilla técnica de la telemática, había logrado que un individuo pueda tener: 1. una conexión espacio temporal ininterrumpida; 2. interfaz táctil dirigida por movimientos, y 3. la incorporación de aplicaciones aceptadas como “guías idóneas” en nuestra vida cotidiana.
Son estos tres elementos los que para Sadin han operado sobre la psique actual de los individuos contemporáneos, hasta llegar al punto de que “ya no se trata de la misma relación con lo real –ni de la imagen de uno mismo–” [5]. Ha surgido una nueva psyché en donde el individuo se imagina a sí mismo como beneficiario de este repentino aumento de poder.
Para Sadin hemos pasado en dos décadas de “la era del acceso a la era del exceso” [6]. De forma directa los consumidores vieron que se les ofrecía, gracias a la telemática, la posibilidad de sostener relaciones más individualizadas con los productos y servicios.
Las primeras computadoras personales les permitieron gestionar fácilmente los diferentes documentos propios y entregarse, recostados en un sofá, a videojuegos de aspecto todavía sencillo. La gente se equipó con videocaseteras que permitían ver sin límites películas elegidas por uno mismo [7].
Todo esto considera el autor que fomentó y estimuló un ethos individual que las redes sociales o plataformas individuales no dejaron de estimular y estimular por la siguiente década. Para Sadin el individualismo liberal, que aspiraba a la autodeterminación de los ciudadanos, pero dentro de un conjunto común, tomó de ahí en más la forma de una personalización de las conductas bastante indiferentes de todo horizonte colectivo.
En la última década se vio el surgimiento de, lo que el autor denomina, el mundo “I” de individual. Las herramientas personalizadas puestas a disposición de todo el mundo y que daban la impresión de ocupar una posición de todo el mundo y que “daban la sensación de ocupar una posición de centralidad que entonces estaba llamada a ser cultivada permanentemente por medio de posteos públicos que, por la carga de expresividad que liberaban” [8].
“El individualismo liberal, que aspiraba a la autodeterminación de los ciudadanos, pero dentro de un conjunto común, tomó de ahí en más la forma de una personalización de las conductas bastante indiferentes de todo horizonte colectivo”
Desde Facebook pasando por Twitter, de los Smartphones al Nintendo Wii que eliminaron el cable de nuestros dispositivos digitales, hasta las charlas TED guionadas de forma tal que todo gira en torno a punchlines “frases impactantes destinadas a dar en el clavo que se caracterizaban por su brevedad, a fin de poder ser transcriptas de inmediato y en ciento cuarenta caracteres en Twitter” [9]. Todo apunta al estímulo personal del individuo.
Un estímulo personal que gira en torno al aspecto más superficial y efímero que pueden tener los humanos, en este caso su aspecto físico: “El intercambio epistolar, en unos diez años, se transformó en la posibilidad de deslizar las imágenes y detenerse en las elecciones de modo probablemente más veloz que para comprar un par de zapatillas online en los momentos de saldo” [10].
Para Sadin ha llegado la hora de un individualismo liberal radical o desacomplejado. “Y llegaría a tal punto que, con toda seguridad, haría revolverse en su tumba a John Locke” [11].
El narcisismo patológico
Es importante destacar que la desaparición de la sociedad como entidad política tiene su fundamento en un nuevo tipo de conducta surgida a partir de las redes. Específicamente Sadin afirma que emergió:
“(…) un darwinismo social de nuevo cuño, una lucha por la reputación, en la cual la naturaleza de las actividades llevadas adelante y los puntajes obtenidos son consultables en todo momento en las pantallas, lo que instaura una competencia no declarada pero feroz destinada a recibir el mayor número de gratificaciones acordadas por los pares” [12].
En esta lucha, el Yo, no se impone tan solo para sobrevivir sino que lucha por reputación. El objetivo de las redes sociales consiste en generar una empatía masiva y sin moderación que gire enteramente alrededor de la propia persona. Para Sadin con el surgimiento del like aparece una conducta de tipo obsesiva que solo busca satisfacer el auto reconocimiento, surge una “necesidad pulsional de hacerse valer de forma constante como si se tratará de un shot de heroína. Es manifiesto que, para muchos, se convirtió hoy en una cuestión de buen equilibrio psíquico” [13].
Para el autor, lo que se está produciendo es una mutación de la naturaleza de la autoestima. Que provoca que ahora veamos, en vez de gestos valiosos que resultan de los propios esfuerzos, nos inclinemos a valorar más un buen uso de las técnicas de la expresividad. Él afirma que: lo que todo este mecanismo ha originado es un fenómeno de automatización de los seres humanos, en oposición absoluta a lo que se supone que representa el concepto de Plataforma Social (Facebook, Instagram, Youtube o Twitter).
El Yo en esta nueva realidad, afirma Sadin, pasa a tener un rol central. A tal punto que el autor no duda en invocar a Freud al afirmar que la conducta actual tiene rasgos de “narcisismo patológico” en el sentido de que cuando se considera herido o agraviado de alguna forma “ya no escucha sino su propia ley y se vale sin freno de todos sus mecanismo –reales o supuestos– de poder” [14], inclusive la violencia.
El 2008 y la caída del principio de autoridad
Para Éric Sadin este cocktail de “yo yo yo” que originariamente tenía solo una connotación narcisista comenzó a manifestar otra característica o facultad emergente que consiste en la capacidad de “hacerse escuchar fácilmente” sobre todo en los asuntos públicos, estimulando las ganas de buscar gravitar más sobre el curso de las cosas, en particular para dar testimonio de la propia disconformidad respecto de la impotencia recurrente de los gobernantes para resolver los problemas sociales.
“(…) y esto ocurrió más todavía cuando la crisis de 2008 llegó para recordar con crueldad la vastedad de las derivas del mundo de las finanzas y, más ampliamente, las del neoliberalismo, que había sabido organizar con ingenio políticas en connivencia. Porque más que una multitud de seres complaciéndose en mirarse en el espejo, lo que se había liberado era más bien la posibilidad para todos de imaginarse introduciendo nuevas relaciones de fuerza, oponiéndose (…..) a los diferentes poderes establecidos, expresando como nunca antes y bajo múltiples formas la propia desconfianza o los propios desacuerdos (….) Se vivirán entonces los primeros momentos de una sensación perturbadora de ingobernabilidad, que pronto comenzará a predominar en la sociedad entera” [15].
Al parecer Sadin observa dos características que componen la situación contemporánea. Por un lado la crisis económica del 2008 (que desarrollaremos más adelante) y por otro lado lo que él denomina como la caída del principio de autoridad.
Este fenómeno dice el autor “se observa en la escuela pública, que ve multiplicarse, en nombre de creencias de todo orden –de los padres o los hijos–, manifestaciones de rechazo respecto de la enseñanza de materias que se apoyan en principios racionales y científicos (biología, física, arqueología…), con el argumento de que serían solo verdades relativas que, por esa razón, suponen el derecho de no aceptarlas o de oponerse a ellas” [16]. El elemento en común, dice Sadin, que tienen estas posiciones es que la fuente de su información son accesos regulares a Internet y Youtube. En donde el criterio de selección de las fuentes se deriva de una lógica de pertenencia, la “palabra oficial” ya no es digna de confianza.
Para Sadin las redes produjeron un giro implosivo, un divorcio masivo entre los individuos y el ordenamiento colectivo junto con la aparición multiplicada de fracturas subjetivas que fisuran en muchas partes los criterios sociales en común. De esta forma “se desmorona de modo mecánico una dimensión fundamental: el principio de autoridad” [17].
Al parecer, el autor, sostiene que llegamos a un punto en el que la afirmación sin freno de uno mismo y la deslegitimación de la palabra del otro se erigen como una de las reglas dominantes en los vínculos, lo que comenzaría dar cuenta de un tipo de aislamiento social de nuevo cuño.
La era de la ingobernabilidad permanente
Sadin afirma, como desarrollamos recién, que la psique y la autopercepción del Yo está súper estimulada y fragmentada, socialmente hablando, a partir del uso de las redes sociales. Pero no todo es virtual en el mundo social. Específicamente hablando el uso de las redes sociales no llega en cualquier momento de las historia, sino que estallaron masivamente en pleno desarrollo de la crisis económica del 2008.
La crisis de 2008 para toda una generación supuso una inflexión de dimensiones históricas. La crisis desencadenó inmediatamente la Gran Recesión que afectó a las economías de las principales potencias, adquiriendo un epicentro en Europa, generando planes de austeridad y ataques. Pero también generó reacciones en el movimiento obrero con huelgas generales y provocó la aparición de procesos de lucha de masas.
El autor afirma que es en este momento, cuando se termina de romper el pacto de confianza implícito que cohesiona la mitología fundacional del “contrato social”:
“Ahora bien, la confianza dentro de la sociedad depende de dos factores esenciales. Primero, de la promesa moral, que expresa tácitamente el poder político, de no violar los términos del contrato social y de trabajar para las condiciones más igualitarias de su realización. En segundo lugar, de que todos reconozcamos nuestros propios límites y, en consecuencia, acordemos a un conjunto de seres o instancias la prerrogativa de ofrecerse como los complementos indispensables a nuestra persona para ayudarnos a elevarnos. Son estos dos mecanismos los que precisamente hoy se están debilitando” [18].
El autor nos afirma que a partir de la crisis del 2008, se abrió un período de crisis, podemos decir hegemónica, en donde las manifestaciones callejeras pasaron a tener un gran protagonismo:
“(…) la plaza Tahrir en El Cairo, en 2011, en la Primavera Árabe; Occupy Wall Street, en Nueva York; el movimiento de los Indignados en Puerta del Sol, en Madrid, durante ese mismo año; o incluso la Noche en Vela en 2016, en la Plaza de la República de París (…) Lo mismo ocurrió en las sublevaciones que se desencadenaron en Chile en octubre de 2019 que tuvieron por epicentro la Plaza Italia en Santiago” [19].
Para el autor vivimos en el agotamiento de lo político entendido como un ordenamiento que disponía por un lado, a personas que más allá del régimen en que viven, asistían pasivamente a las decisiones tomadas en el seno de esferas exógenas, y, por el otro lado a personas que más allá de la forma en cómo se manifiestan sus cargos, eran importante o poderosas.
Sadin afirma que surgió un tipo de “inversión solapada” de esta ecuación: los individuos posicionados “debajo” se sienten en posición de fuerza y los aquellos posicionados “en la cima” –cualquiera sea la solidez supuesta de su afirmación y su grado reconocido de autoridad– están ahora en permanente posición de inestabilidad. Para Sadin desde el 2010 en adelante entramos en un estado de “ingobernabilidad permanente.”
El tiempo de las violencias legítimas
A parecer para Sadin este tipo de manifestaciones callejeras llego a su grado más alto en el 2019 con los chalecos amarillos en Francia. Ya que según él son la prueba del surgimiento de un nuevo ethos (moral) formado por el deseo de ver la instauración de un contrato social más equitativo, al mismo tiempo que una manifestación visceral respecto de las instancias de poder. De ahí que haya surgido tal pasión popular por el RIC (referéndum de Iniciativa Ciudadana) que se instaló después de los primeros meses de manifestación de los chalecos amarillos y que pretendía instituir la posibilidad de un “referéndum sobre todo”.
Al parecer para Sadin el pueblo Galo a diferencia de otras naciones corre con una ventaja extra que consiste en su tradición política:
“(…) Hay que poner en correlación esta combinación amplia de factores con un espíritu rebelde que es específicamente francés y que está dispuesto a expresar disconformidad y originar sublevaciones recurrentes: la de 1789, la de julio de 1830, la de febrero de 1848, la Comuna de París de 1871 o todas las luchas sociales que se desplegaron a lo largo de la primera parte del siglo XX, hasta el Mayo del 68 y las tenaces movilizaciones obreras de la década del setenta. Desde hace más de dos siglos, el pueblo francés no perdió nunca de vista un dato capital: el hecho de que, en cualquier momento, se puede destronar a un rey y cortarle la cabeza [20].
Para el autor de El individuo tirano el presente vive bajo la permanente amenaza difusa de empezar a arder en cualquier lugar bajo una forma insurreccional, por fuerza de multitudes que alcanzaron un estado agudo de suspicacia y de exasperación, y que están dispuestas a ya no dejarse engañar.
Lo cierto es que el autor considera que hoy día vivimos “el oxímoron de un aislamiento colectivo”: ya no estamos encerrados, pero seguimos socialmente aislados unos de otros. “Eso que desde hace dos siglos se llama ’sociedad’ se ve sustituido por lo que podríamos llamar una monadización a gran velocidad del mundo” [21].
El tema es que no solamente es el individuo el que se ve cuestionado, sino también el Estado y su “monopolio de la violencia legítima” ya que “la autoridad del Estado ya no es reconocida por sus faltas pasadas e incumplimientos presentes” [22].
El diagnóstico y la proyección que da Éric Sadin es que a partir de la pandemia comenzó a prevalecer una idea que “no es la ley vigente sino la ley de los que se sienten más ultrajados” lo cual para el autor genera un medio ambiente fértil e ideal para el desarrollo de un “potencial fascismo”:
“(…) Es probable que en los años “poscoronavirus” emerja un fascismo de nuevo cuño. Estaría hecho de otra materia y procedería no de un poder que busca someter cuerpos y espíritus a su ideología, son de una multitud de individuos que solo se remiten a sus propios credos, forjados antes que nada por el resentimiento y su resolución de obtener, cueste lo que cueste, su tajada. Por eso, se lo podría calificar de fascismo individual atomizado” [23].
Lo concreto es que para Éric Sadin la crisis de representatividad política que se abrió a partir del 2008 generó una crisis política que todavía se sigue desenvolviendo en la forma del “marchitamiento de los propios derechos” que no encuentra salida superadora más qué en la forma de manifestación callejera.
En resumen, “La división de la sociedad, tal como la teorizaron la filósofa Chantal Mouffe y el politólogo Ernesto Laclau, en dos campos homogéneos y antagónicos, a saber, de un lado, el “pueblo puro” y, del otro, “la élite corrupta”, sería el resultado de una concepción engañosa y parcial. En realidad, no existe otra cosa sino la división entre aquellos que están satisfechos con el orden de las cosas y aquellos que no quieren suscribir a ese orden, y las razones que motivan a ese rechazo no se pueden reunir dentro de un catálogo cuya síntesis sirviera de guía a la conducción de una política” [24].
Esta última cita es un claro ejemplo de cómo Sadin caracteriza la realidad social contemporánea: para el autor no se trata de un conflicto de campos (ontológicamente hablando) que chocan entre sí, como sostienen los cuestionamientos “posetructuralistas” o “posmarxistas”. Mucho menos de clases sociales, sino tan solo de individuos atomizados por las redes sociales que de forma casual coinciden por momentos en causas comunes en las calles. Pero desarrollemos un poco más este último punto.
¿Individuo tirano o movilizado?
Como venimos desarrollando a lo largo del artículo, el concepto o paradigma de sujeto que propone el autor para estos tiempos contemporáneos es el de “individuo tirano”, el cual se presenta como un individuo disconforme, atomizado, que se siente engañado y desconfía de la autoridad, manifestándolo en varias formas y niveles. La tiranía del individuo para Éric Sadin es tal que la pérdida del “sentido de la autoridad” habilitó el surgimiento de cuestionamientos o directamente negaciones a conclusiones surgidas de disciplinas como la geología, física o arqueología: fenómenos como el terraplanismo y los movimientos antivacunas son lo que podríamos llamar casos testigo de este nuevo ethos que caracteriza el autor. No se lo puede ligar directamente, pero la cultura de la cancelación es también otros fenómenos vinculables a los nuevos tiempos que corren, pero justamente en este punto es donde surge lo que podríamos considerar la principal contradicción de la argumentación del autor.
El ethos o nueva moral que Sadin propone se basa en gente “desencantada” por un lado y “atomizada” por el otro, lo cual se entiende como un límite para organizarse. Que no tiene poder y que justamente por eso sale a la calle.
Pero acá se presenta un primer punto oscuro en su argumentación, ya que los ejemplos que el mismo da como Tahir, los Chalecos Amarillos o la Plaza de Chile, son ejemplos de organización colectiva. Hasta los terraplanistas y los antivacunas se agrupan, se organizan y realizan manifestaciones públicas. La articulación o la conjugación de la superindividualización telemática y las acciones callejeras no terminan de quedar claro.
Podríamos decir que el autor estaría distinguiendo dos momentos históricos de lo que él llama la conducta “narcisista patológica”: por un lado el narcisismo telemático que atomiza al ciudadano, pre 2008, y por otro lado estaría el narciso pos 2008 que ya directamente desconoce el contrato social y sale a la calle organizado, pero sin programa político y además sin la posibilidad de poder realizar uno.
En ese sentido podríamos destacar que el autor destaca las diferentes “revueltas” o “movilizaciones callejeras” que han surgido pos 2008 (los casos citados son ejemplo de eso) pero automáticamente les baja el precio a los mismas destacando sus límites organizativos, los chalecos amarillos son un ejemplo de eso, afirmando que la cultura francesa es más propensa a las revueltas que el resto (por tradición). Todo el movimiento pos 2008 que resalta Sadin simplemente se reduce a impedir gobernar, no ve que puedan transformarse en proyectos colectivos, y es ahí donde se ubica la discusión principal.
Es la cuestión de las perspectivas de las masas en la calle la discusión principal: ¿Se puede ir más allá de esa atomización o no? En el caso de afirmar que esas revueltas se pueden transformar en los primeros dolores de parto de un nuevo modelo social (como el caso de la revolución Francesa que el propio autor toma) que está buscando nacer, nosotros opinamos que sí pueden ir más allá obviamente, pero que es una lucha política/estratégica.
A modo de cierre: ni hormiguero ni enjambre
El libro de Éric Sadin nos invita a pensar y reflexionar sobre un momento particular de la historia de Occidente, en donde un neoliberalismo en crisis, a partir del 2008, abre un conjunto de cuestionamientos al sistema más en general que se materializa en la movilización callejera.
En las últimas décadas han proliferado los cuestionamientos “posetructuralistas” o “posmarxistas” de todo cuño que se articulan a partir de un carácter de clase. Los “nuevos movimientos sociales” que ya no son tan “nuevos” y que han constituido un fenómeno de primer orden durante todo el último período, el pensamiento post los ha pretendido explicar cómo correlato de la desaparición de las clases sociales y sus organizaciones. “Queda para especialistas en estudios esotéricos saber el cómo de un día para el otro clases enteras habrían sido borradas del mapa” [25].
Aristóteles decía que el hombre es el animal político por excelencia, cuya sociabilidad es cualitativamente mayor a la de las abejas u hormigas. Querer reducir esa sociabilidad y organización a su expresión más mínima (hormiguero o enjambre) daría la impresión de ser una interpretación tendenciosa más que un análisis crítico de la realidad.
Referencias:
[1] Éric Sadin, La era del individuo tirano, Buenos Aires, Caja Negra, 2022, p. 31.
[2] Ibídem, p. 32.
[3] Ibídem, p. 37.
[4] Ibídem, p. 25.
[5] Ibídem, p. 26.
[6] Ibídem, p. 31.
[7] Ibídem, p. 75.
[8] Ibídem, p. 110.
[9] Ibídem, p. 111.
[10] Ibídem, p. 187.
[11] Ibídem, p. 68.
[12] Ibídem, p. 141.
[13] Ibídem, p. 138.
[14] Ibídem, p. 246.
[15] Ibídem, p. 114.
[16] Ibídem, p. 202.
[17] Ibídem, p. 217.
[18] Ibídem, p. 219.
[19] Ibídem, p. 233.
[20] Ibídem, p. 239.
[21] Ibídem, p. 192.
[22] Ibídem, p. 291.
[23] Ibídem, p. 293.
[24] Ibídem, p. 243
[25] Matías Maiello, De la movilización a la revolución, Buenos Aires, Ediciones IPS, 2022, p. 43.
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Fotografía: Alai