Por: Roberto González Villarreal, Lucía Rivera Ferreiro, Marcelino Guerra Mendoza. Columna: CORTOCIRCUITOS. 22/09/2020
Hemos insistido una y otra vez: la pandemia del COVID-19 no es un huracán, no es un terremoto, ni una desgracia transitoria que dejará huellas en los cuerpos y las instituciones, pero pasará, como ha ocurrido con otras registradas en los anales de la historia y de la memoria de la población.
Esperaremos la vacuna, sortearemos los peligros y regresaremos cargados de geles, de caretas, de mascarillas y de jabones; aprenderemos nuevas prácticas y nuevas rutinas para regresar a lo que teníamos, aunque sea a la Nueva Normalidad, pero normalidad al fin.
Esa es la narrativa del poder y, en buena parte, de las resistencias. Se trata de la vieja disputa en un territorio educativo en clave de normalidad. La que teníamos y a la que se quiere volver, de un modo u otro, con algunos acentos y algunas desavenencias, pero la normalidad perdida.
¡Eso es lo que debemos cuestionar! Como se ha dicho en muchas partes: ¡la Normalidad es el problema! ¡La normalidad que teníamos es la que produjo la pandemia!
La pandemia, no el SARS-CoV-2 -un trozo de material genético mutante-; ni el síndrome llamado COVID-19; sino la pandemia, es decir, la aceleración de los contagios en un mundo hipervinculado, la rapidez de los contactos en la circulación, el agravamiento de los casos por la gestión neoliberal de los sistemas de salud, la estrechez de los márgenes de acción gubernamental por el endeudamiento secular, entre otras cosas. Eso es la pandemia; no el virus en sí, ni el síndrome solamente, sino el complejo sanitario, semiótico, económico, político y ecológico producido por el SARS-CoV-2.
¡Ese es el problema! ¡Eso es lo que tenemos que entender para actuar en consecuencia; en todo, en todos, ¡hasta en nosotrxs mismxs!
Pues bien, eso es justamente lo que el SEN mexicano no ha hecho. Eso es lo que después de varios meses de Aprende en casa I y II, después de meses de mil y una experiencias de maestras y maestros en todo el país, de creaciones, invenciones, problemas y soluciones, no se ha hecho.
La verdad es que desde el 14 de marzo, cuando se anunció el cambio de fase de la pandemia, cuando iniciaron las acciones de Sana Distancia, cuando se suspendieron las clases presenciales y hasta finales de septiembre, cuando se escriben estas líneas, el SEN ha creado una suerte de distanciamiento senso-cognitivo entre la realidad inmediata, visible, tangible de la pandemia, y los contenidos, métodos, prácticas y objetivos educativos.
La SEP, el gobierno de la república, los medios de comunicación, la crítica y las resistencias, han contribuido a disociar lo que sucede en la vida y lo que sucede en la educación; entre la pandemia y las clases; entre el virus, sus secuelas, su gestión, sus riesgos y lo que ocurre en las aulas virtuales, en las casas convertidas en aulas, incluso en las calles.
No ha sido fácil darnos cuenta; años y años de subordinación epistemológica al canon de las políticas educativas y, por tanto, a la crítica de la implementación, han hecho que dejemos de lado la cuestión más elemental: el problema que se plantea, el modo de plantearlo y, por consecuencia, de enfrentarlo.
Hemos aceptado desenvolvernos en un campo sensible y cognitivo creado por los poderes y las resistencias; así ha sido con la calidad educativa, con la evaluación, con los derechos educativos, con la inclusión: con todo.
Si aceptamos el problema de antemano, sin cuestionarlo, sin siquiera analizar su formación, entramos estratégicamente derrotadxs, subordinados incluso. Nos han dejado el agonismo de las acciones, las políticas, los ejes, los recursos: es decir, la aplicación. Acaso la evaluación, siempre desde los estándares definidos por el problema. Quien no lo crea, que se de una vuelta por los instrumentos de meta-evaluación de la SHCP y de los organismos internacionales.
Una vez compartido el problema planteado por otros, lo demás se da por descontado: en eso radica la normalidad; por eso pueden decirnos, unos y otros, que son gente de soluciones (¡de la protesta a la propuesta!), que traen iniciativas, que se considere su participación, y hacen foros, reuniones, parlamentos abiertos y demás cosas. En eso caemos una y otra vez.
Nada más recordemos: evaluación si, pero no así; calidad si, pero no así. De forma similar ahora escuchamos: clases a distancia o no, apoyo televisivo o buscar alumnos por su cuenta. Siempre caemos, porque nos asumimos como trabajadorxs que realizan lo que otros disponen, como educadores que educan en lo que nos dicen que eduquemos.
Siempre caemos, porque no disputamos el problema, no cuestionamos la problematización, porque nunca nos detenemos en los signos y los síntomas; porque no disputaos la sintaxis de los enunciados y la sintomatología; porque nunca introducimos otras miradas, otros saberes, otros sentimientos, todo ese material indispensable para pensar que otro mundo es posible, desde lo presente; que urge otra educación; más ahora, que somos nosotrxs, ¡en plena pandemia!, quienes la hacemos posible, a duras penas, cargando con los costos, el sobre-trabajo, las precarizaciones. ¡Somos nosotras, las maestras, las madres de familia, las y los estudiantes! ¡Somos nosotras, trabajando en común, por lo común, tejiendo redes, desbordando al Estado, actuando por nuestra cuenta! ¡Somos nosotros! Entonces, ¿por qué aceptar a quienes vienen con soluciones a problemas que ellos inventaron, que ellos crearon, en lugar de ser nosotras quienes planteemos los problemas y las soluciones? ¿Por qué?
Ese es el terreno de la disputa. Más ahora que nunca. Por eso afirmamos, una vez más:
¡El problema es el problema!
Mientras no iniciemos desde ahí, la subordinación político-epistémica continuará.