Por: Luciano Newen. Política Obrera. 05/11/2020
Durante las últimas décadas, en elecciones tanto presidenciales como parlamentarias, el rechazo al régimen político por parte de la clase obrera chilena se venía manifestando en un nivel de abstención que alcanzó, en la última elección en 2017, casi el 52%; esta vez, sufragó el 51% del padrón electoral -superando la participación en elecciones anteriores en unas 400 mil personas. El avasallador triunfo del apruebo en la primera papeleta y la convención constituyente -totalmente electa- en la segunda, alcanzaron un 78% de las preferencias. Por su parte, la masiva participación de la juventud en la votación deja de manifiesto una auténtica sublevación política contra el gobierno de Piñera y contra la organización política y económica que ha regido el país durante las últimas 4 décadas, más allá del gobierno de turno; las masas este domingo votaron por enterrar la Constitución de Juzmán y Pinochet y asestaron un duro golpe a Piñera y a la derecha chilena.
En el marco de la revolución chilena, durante la noche, 23 mil efectivos se dispusieron a resguardar poco más de 2 mil locales de votación. Temprano, mientras comenzaba a desarrollarse el plebiscito, una veintena de jóvenes se encadenaron en las afueras de la catedral de Concepción para exigir la libertad incondicional de todos los prisioneros políticos de la rebelión popular y el pueblo mapuche denunciando que, como “castigo”, el régimen les impidió votar; en esta instancia, 8 personas fueron detenidas. Por la tarde-noche, apenas la opción apruebo se consolidaba, miles de personas se reunieron en las principales avenidas y plazas del país corroborando su aversión al régimen político al calor de la consigna “Fuera Piñera”. Por la noche, luego de una multitudinaria concentración en una sitiada Plaza Dignidad, que reunió a unas 50 mil personas, se registraron ataques con piedras a comisarías en las comunas de Cerro Navia, La Granja, Pedro Aguirre Cerda, Padre Hurtado y Valparaíso, además de saqueos a locales comerciales en el centro de Santiago. La jornada concluyó con 260 focos de protestas que se extendieron hasta la madrugada, pese al toque de queda, y dejó un saldo de 146 detenidos a lo largo del país; la rebelión popular continúa, y si Piñera pensaba que con el plebiscito contenía a rebelión, se equivocaba.
En el plano económico, el plebiscito se realizó en medio de un complejo escenario. Según diversas estimaciones, la economía chilena caería en un 14,1%, superando a la crisis económica de 1982 -cuando el PIB fue de -13,6%; de todas formas, el impacto a fin de año es impredecible. Por otra parte, aunque Chile prácticamente exporta la misma cantidad que Argentina (unos 78 mil millones de dólares), durante los últimos meses éstas han disminuido en torno a un 8%; el 2019 un 6,7% respecto de 2018, y éste un 6,5% en relación a 2017. Además, el presupuesto público de Chile se asemeja al de países muy atrasados, cuyo aumento promedio de la deuda sería de 45% del PIB en el próximo gobierno. Así, mientras la mitad del gasto fiscal será para el pago de deudas, el desempleo no muestra signos reales de recuperación, y se estima que supera el 20%. El manejo capitalista de la crisis y la pandemia desfinancia al Estado para rescatar al capital y limita al extremo los recursos para los trabajadores.
Por su parte, el resultado del plebisito es foco de incertidumbre para los capitalistas ya que éstos ven trizarse los pilares que el pinochetismo estableció para el aseguramiento de sus inversiones; en menos de 24 horas de realizado, en el país se registra una nueva suba del dólar y el peso chileno se deprecia por una abrupta caída del cobre. Así, en un escenario más adverso que propositivo, la burguesía necesita una transición lo más ordenada posible, que asegure el máximo de sus privilegios en el tiempo y que se lleve a cabo mediante las menos concesiones posibles a las masas. Aunque el régimen ha tenido mucho tiempo para contener a las masas y los partidos del régimen cooptar el proceso revolucionario chileno, al gobierno sólo le queda estrujar económicamente a la clase obrera, reprimir su movilización -sobre todo de la juventud y del pueblo mapuche) y contener su desarrollo político; es la orientación de un Piñera que, identificándose con la opción rechazo que apenas alcanzó un 22%, debería dejar el poder y despejar el camino para una constituyente libre y soberana.
Todo este proceso nos permite un eje de intervención, una herramienta donde hacer una campaña. Mientras todos los comandos oficiales para darle salida institucional a la revolución chilena ya están constituidos para obtener sus cuotas de poder, la clase obrera debe rearmarse política e ideológicamente, su vanguardia reagruparse de manera urgente en sindicatos y federaciones, e irrumpir en la lucha de clases, y el proceso constituyente como parte de ella, de manera independiente.
Este reagrupamiento debe ser en torno al programa revolucionario que octubre plasmó en las calles, y debe preparar la huelga general para voltear a Piñera, para liberar a todos los prisioneros políticos del régimen y para encarcelar a los verdugos de la clase obrera.
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Fotografía: Política Obrera.