Por: Raúl Prada Alcoreza. 22/03/2025
El mundo en que vivimos, el mundo moderno en plena decadencia y clausura, es otro mundo muy diferente a los mundos de las distintas fases de la modernidad anterior. Es un mundo bizarro, un mundo donde los sentidos anteriores, incluyendo el sentido común, han desaparecido. Un mundo donde ya no existe la democracia, aunque se la utilice para legitimar el totalitarismo en curso. Ha desaparecido el humanismo, puesto que lo que podemos llamar esencia humana, el proyecto cultural humanista, vinculado al arte, a la estética y a la ciencia, es decir, al iluminismo, ha desaparecido. El humano se ha convertido en no solamente cosa, sino en un objeto vaciado de todo contenido cultural, atrapado en el sistema mundo cultural de la trivialidad, donde todo se ha reducido a las fluctuaciones de la mercantilización.
Es un mundo de la hipertrofia de las híperpotencias nucleares, persiguiendo compulsivamente el límite de los desenlaces de la desaparición humana. Cuya guerra nuclear es una guerra imposible de ganar, salvo la victoria de la muerte sobre las sociedades humanas. Sin embargo, los hombres bizarros, que gobiernan el mundo, apuestan a marchar al límite del desenlace, desplegando una economía política del chantaje, que, en definitiva, es una economía abominable, sin embargo, los medios de comunicación se encargan de presentarla aceptable, en espectáculos groseros del sensacionalismo hegemónico.
Hoy en día se cometen genocidios a ojos vista, delante de todos, vistos en las pantallas; nadie se inmuta. Incluso los encargados de ejecutar la orden del genocidio se vanaglorian de hacerlo, como en otros tiempo lo hicieron los nazis en Alemania. La cosificación generalizada es la realidad contundente de la política de la economía política del chantaje en un mundo sin horizontes.
Ahora se entiende por qué se perpetraron antes los genocidios, porque la gente se encuentra adormecida, adoctrinada, vaciada de contenido humano, convirtiéndose en cómplice del asesinato fratricida. Pues los humanos no dejan de ser hermanos, a pesar de la endemonianización del otro por las religiones. Ahora se trata de la endemonianización del otro por parte de la propaganda, la publicidad y el balbuceo ideológico de regímenes totalitarios, de un estilo o de otro, de un color o de otro, de una forma discursiva o de otra. Esta es la decadencia demoledora a la que se ha llegado.
Una somera evaluación de lo que ocurre nos muestra el sin-sentido de las guerras, que se promueven y se desenvuelven ahora. Sólo benefician a las grandes corporaciones de la industria armamentística, es decir, a las grandes corporaciones de la muerte. Corporaciones defendidas por hombres bizarros e histriónicos; se llegó al extremo de la demolición interna, del anacronismo e incongruencia de los perfiles gobernantes, la insustancialidad subjetiva, acompañada por la evidencia de incultura desplegada por estos patriarcas otoñales. Estos hombres son la muestra patética del fracaso de la humanidad.
Está demás decir que los derechos humanos han desaparecido, se han esfumado, no existen, son desconocidos y desechados por los jerarcas de los mandos de los gobiernos, sean estos correspondientes a los Estados del centro cambiante del sistema mundo capitalista, sean estos de la inmensa periferia de la geopolítica del sistema mundo capitalista, sean estos de la bisagra entre centro y periferia, el puente geográfico, político y económico, la transformación espacial de intersecciones barrocas como la de las potencias emergentes. Está también de más decir que las generaciones de derechos conquistados también han desaparecido, los derechos civiles, los derechos políticos. los derechos del trabajo, los derechos sociales y los derechos colectivos. Ni hablar de los últimos derechos adquiridos, que tienen que ver con los derechos de la naturaleza, es decir, los derechos ecológicos.
El cretinismo político campea en los estridentes espectáculos vacuos del poder. La imbecilidad es convertida en carismática evidencia del nihilismo desabrido. La crueldad se ha convertido en manifestación cínica de lo que pretende ser el pragmatismo más descarado, que quiere pasar por objetividad indispensable. Sin embargo, de objetividad no tiene nada, salvo los anacrónicos prejuicios conservadores en las recónditas cavernas de subjetividades frustradas.
Se trata, como hemos dicho varias veces, de un mundo sin horizontes, un mundo reducido a las miserias humanas más mezquinas. Un mundo donde las bravuconadas se pavonean por sus exabruptos. Un mundo donde los supremacistas se encargan de envenenar las atmósferas con argumentaciones forzadas e inútiles, que buscan legitimar sus crímenes apabullantes. Siendo ya la supremacía, la pretensión de supremacía, la evidencia patética del fracaso humano. Estás organizaciones abominables, que buscan imponerse en el mundo, no patentizan otra cosa que le ignorancia más descomedida, que le incultura más aborrecible, que la elocuencia bizarra de la inercia inescrupulosa de los ruidos, que quieren pasar por discursos. Es el fracaso patente de la civilización moderna, justo cuando la misma modernidad, como vertiginosidad desenvuelta de los cambios y transformaciones, ha muerto. Lo que queda son las ruinas mismas de la civilización moderna, que pretenden mostrarlas como si fuese el logro del desarrollo por parte de los jinetes del apocalipsis.
La persecución inaudita a los enemigos internos es la reminiscencia de las persecuciones nazis de otrora. Es la implantación de la política profiláctica, que desencadena las consecuencias masivas de crímenes de lesa humanidad. No hay voces sonoras que se escandalicen de semejante decadencia humana, salvo individuales excepciones, que se pueden numerar con los dedos de la mano. Lo demás es asombro adormecedor e inmovilizador, o el descargo de los despropósitos de las minorías que comandan semejante guerra contra las sociedades y los pueblos, en definitiva contra la humanidad, además de convertirse en una guerra contra la vida, al apostar por la destrucción del planeta.
El problema es el adormecimiento de las sociedades, su inmovilidad suicida, en definitiva, su complicidad silenciosa inaudita, a pesar de estar en desacuerdo con todo lo que ocurre. No cabe duda que es un punto crucial el que vivimos. Es un momento donde se deciden los desenlaces futuros. Es el nudo de las posibilidades de inflexión. La oportunidad de salvar a la humanidad y al planeta, salvando al mismo tiempo el porvenir. Todo depende de la voluntad de potencia de la sociedades y de los pueblos. ¡Ahora es cuando!
Estamos en el nudo de los desenlaces, pensando desde el tejido dinámico espacial, temporal, territorial y social, hecho de múltiples hilos, que hacen al acontecimiento, comprendido como multiplicidad de procesos singulares. Tejido de urdimbres y texturas, también de nudos. Tejido que juega al azar y a la necesidad, afirmando el azar con la determinación de la necesidad, afirmando la necesidad con el juego del azar. Nudo donde se aprisionan los campos de posibilidad, donde cada uno de los campos es concurrencia de fuerzas. Donde el conglomerado de campos hacen al devenir realidad efectiva, realidad que se desenvuelve en el despliegue del acontecimiento inabarcable y desbordante. Empero, nudo donde las voluntades singulares son convocadas para intervenir en las compulsas por las decisiones. Si no se activa la potencia de las sociedades y los pueblos, si ésta queda inhibida y adormecida, el desenlácese se dibuja desde la desfiguración del futuro como nihilismo generalizado. La acción del último hombre, que efectúa la condena y la fatalidad de la muerte.
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Fotografía: Pradaraul