Por: Franz Mauro Huanca Bustamante. Iberoamérica Social. 17/04/2018
De qué sirve ser profesor, médico o militar, si no enseñas a los niños y a hombres a liberarse, si no se tiene la pasión por salvar una vida y tan solo se salvan las vidas de aquellos que la pueden pagar, si te enseñan a matar y a defender fronteras donde fronteras no hay.
Recuerdo mi infancia casi siempre cuando los sabores añejos de mi edad me atormentan. Es cierto, los tiempos cambian a medida que pasan los años, y donde había caminos de tierra, pues allí ahora el asfalto reina. Las personas cambian, los que conocí ya no están y los que ahora conozco, de alguna manera, ya no son parte de mi historia.
Ser niño es una de las etapas más hermosas de la vida, correr con los amigos y hacer travesuras. Esas cosas son incomparables. Claro que no todos los niños la pasan bomba, pues también es cierto que en esta vida todos en algún momento la pasamos mal. ¡Con dinero y sin dinero, hago siempre lo que quiero…! Por lo menos creo que así iba la canción.
Lo cierto es que de niños no nos preocupa mucho el mañana, por lo menos no a la manera de los adultos, pues cuando se es niño la alegría es simple y original, no necesita de grandes cosas para tener suficiente, unas canicas, una pelota, salto a la cuerda, una coscoja, el juego siempre nos iguala y casi nunca discrimina.
Pero tenemos que vivir, y la vida estar creciendo es, y a veces, crecemos como queremos, pero las más de las veces crecemos de acuerdo a lo que los demás quieren, es así nomás, uno no tiene la vida comprada y como en todo buen alquiler, de alguna forma hay que pagar.
Nuestros padres y madres sueñan con nosotros nadando en dinero, vestidos con las mejores ropas y viviendo de la mejor manera, por lo menos de la manera que ellos creen que es la mejor. De esos trazos recuerdo como los padres de mis compañeros infantiles apilaban sus aspiraciones sobre sus hijos. Ellos y sus pares respiraban hondo cuando afirmaban que sus hijos iban a ser médicos, militares o maestros, quizás las profesiones más enorgullecedoras para cualquier padre o madre que se precie de tener un buen hijo.
Tengo un amigo que se considera de la onda retro, es un gana pan que trata de negar las épocas modernas y quisiera volver a los años ochenta o a los noventa. Él no ha estudiado nada y no vive con el peso de las profesiones, vive con el día a día, y por lo menos como yo lo veo… vive satisfecho.
Un día le pregunté ¿Si hubiera querido ser alguien en la vida? y me dijo que él ya era alguien, y que no necesitaba más. Me puse a pensar en sus palabras y llegué a una sola conclusión: ¡Hay que ser valiente para decir esas cosas! Otro día me encontré con otro amigo, de esos de la infancia, estaba envuelto en un tremendo uniforme camuflado. Se había convertido en militar del ejército, y apelmazado en sus hombros llevaba el grado de Teniente Coronel, el bravo me abrazó, pues seguramente yo le traía recuerdos de cuando éramos niños. Hablamos por casi una hora de nuestras idas y venidas, y pude notar en él un gran orgullo por sus logros bien ganados, y por haberse convertido en lo que era. Aunque debo admitir que en un par de oportunidades quise mandarle al diablo al escuchar tanta soberbia por solo llevar un uniforme.
Pero la duda me mataba. Tenía que preguntarle. Entonces aseste: ¿Y… siempre quisiste ser militar? Se calló unos segundos y me respondió con un tajante ¡No! Sabes, soy muy bueno cocinando —me dijo–, y por algún motivo me gusta la cocina –comentó con nostalgia–, pero cuando me tocó estudiar en serio, no había esa profesión y seguramente mis padres no me hubiesen dejado. Así que tuve que hacerles caso, y aquí estoy, dándomelas de tirón, pues con cada año he instruido a cientos de soldados y con cada año siento que no hago lo suficiente. Conversamos unos minutos más, y luego nos despedimos.
No quiero encontrarme con personas así nunca más –aunque están por todos lados–, gente que sin hacer mucho siente que ya hizo demasiado, gente que habiendo hecho algo en realidad siente que está en el lugar equivocado. Que importa una profesión si el espíritu es pobre. De qué sirve trabajar si solo se hace lo suficiente. Ganar un mísero sueldo mientras los otros –los pocos–, se llevan lo demás. De qué sirve ser profesor, médico o militar, si no enseñas a los niños y a hombres a liberarse, si no se tiene la pasión por salvar una vida y tan solo se salvan las vidas de aquellos que la pueden pagar, si te enseñan a matar y a defender fronteras donde fronteras no hay.
Este mundo es desigual y eso todos lo sabemos, si no pregúntenles a los niños que mueren en las calles de hambre y de frio, a los pobres que no tienen ni que comer, a las víctimas de asesinatos, de dictaduras, de feminicidios, de trata y tráfico y otras aberraciones que los hombres hemos inventado con el paso del tiempo.
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Fotografía: Iberoamérica Social