Por: Victor Ortega. 28/06/2025.
La siguiente selección de extractos proviene de la anterior selección, El 68 mexicano: septiembre, contraataque estudiantil y su represión definitiva, y se puede encontrar en el libro Los días y los años de Luis González de Alba
[…] –Son del SDS- me dijo Osorio mientras cerraba la puerta-¿De Berkeley?
-No, del SDS alemán.
-¡Ah!, mucho gusto.
En la mesa larga para conferencias, que usábamos durante las reuniones ampliadas, se veía un micrófono. Escudero respondía una pregunta en ese momento. Me senté en silencio.
-Se nota una gran diferencia entre las demandas formuladas por los estudiantes mexicanos y las que se han enarbolado en otros países. Nosotros no alcanzamos a explicarnos la defensa de la Constitución que hacen ustedes. En Alemania no queremos defender nuestra actual Constitución, sino acabar con ella; lo mismo pasa en Francia o en Italia; los estudiantes impugnan a sus regímenes y a las leyes que los sostienen. ¿Qué me puedes decir al respecto?- me preguntó uno de los alemanes, que tenía unos veintiocho o treinta años.
-Ya otras veces nos han preguntado lo mismo –respondí-. Tanto para los franceses, como para los norteamericanos que han venido es inexplicable que un movimiento de alcance nacional, como el nuestro, con las proporciones que ha adquirido para estas fechas, insista constantemente en demandas tales como libertades democráticas y respeto a la Constitución. La diferencia radica en varios puntos.
En primer lugar permíteme aclararte, para evitar confusiones posteriores, que nosotros no aceptamos la tesis de que los países de América Latina, o todos aquellos que no han tenido una revolución burguesa, deban primer efectuar ésta para luego iniciar una revolución socialista. Nos parece que ya Cuba demostró lo contrario e insistir en la actualidad en la necesidad de pasar por la revolución burguesa en el camino a la socialista es la forma más primitiva de disfrazar el oportunismo.
Quise empezar por aquí porque nuestras principales demandas, vistas desde lejos y sin conocer el país, hacen pensar en quienes aún piden alianzas con las “burguesías nacionales”, votaciones como sinónimo de democracia y cambio frecuente en los hombres en el gobierno. Cuando en Europa y los Estados Unidos se oye “libertades democráticas y respeto a la Constitución” no parecen consignas revolucionarias. Estoy de acuerdo con ustedes en que, después de movilizar a casi un millón de ciudadanos, nada más en esta ciudad, y contar con la simpatía de sectores cada vez más importantes, las demandas que formularían los estudiantes de otros países serían muy distintas, en apariencia mucho más radicales. En cambio nosotros seguimos manteniendo exigencias puramente reformistas.
La verdad es que, en nuestro país, tales demandas cobran un carácter no sólo avanzado, sino abiertamente revolucionario en sus consecuencias. Me explicaré.
La actual Constitución de la República nunca ha estado vigente en su totalidad por razones que la historia oficial oculta: al finalizar la Revolución de 1910 se intentó dar carácter de ordenamiento constitucional a las más importantes reformas exigida por cada facción revolucionaria. El carrancismo, la facción más conservadora, pero, al mismo tiempo, con mayor solidez ideológica, tenía para entonces el control político de la nación y era de esperarse que la Constitución resultara liberal y moderada. En parte así fue; pero, a pesar de que el control político lo ejercían los carrancistas, las ideas revolucionarias estaban aún demasiado frescas en la mente de los diputados constituyentes, la presión popular era muy grande y el carrancismo no podía gobernar solo, necesitaba ganarse el apoyo popular. Las reformas de Carranza, cautelosas, pero orientadas a conmover la opinión; su programa político, liberal, pero claro, le ganaron el apoyo de la Casa del Obrero Mundial y de sus “batallones rojos”. Villa fue derrotado, en gran parte, a causa de que los “batallones rojos” combatieron al lado del carrancismo.
La Casa del Obrero Mundial, fue clausurada después, pero seguía siendo una fuerza presente, como lo eran los obreros que habían combatido a Villa y otros grupos revolucionarios. La composición política del Congreso reflejaba todas estas contradicciones y la debilidad de la naciente burguesía. El proyecto de Carranza fue rechazado, y en su lugar se promulgó, muy a pesar del Poder Ejecutivo, nuestra actual Constitución. Para poder gobernar era necesaria una política de “unidad nacional”. Y así lo vio el carrancismo.
Ahora bien, la derrota militar de los sectores con pensamiento más progresista y su incapacidad para dar cohesión a un sistema ideológico y político que se enfrentara con éxito al carrancismo, trajo como consecuencia una contradicción permanente entre el espíritu revolucionario que animó a muchos legisladores y el gobierno establecido.
Ningún gobernante se ha sentido con suficiente fuerza como para modificar a fondo la Constitución y adaptarla a las verdaderas necesidades de la clase en el poder; o mejor aún, así como está, con toda su apariencia radical dentro de las constituciones no socialistas, es la mejor fachada para un gobierno que pretende ser el sucesor tanto de Carranza, como de Villa, Zapata y todos los revolucionarios mexicanos sin excepción.
Por lo mismo no se modifica, pero tampoco se cumple. A eso se reduce actualmente la “unidad nacional”: tú trabajas, levantas el país, me defiendes de los gringos… yo te prometo seguir hablando de la Revolución en todos los discursos. Bueno, pues por ahí nos hemos colado: la mayor parte de los innumerables cuerpos de policía son ilegales, el artículo 145 del Código Penal es probablemente anticonstitucional, el abuso de poder es la llaga más extendida y el mal más vergonzoso de la vida pública de nuestro país; pero las policías, la legislación arbitraria, los abusos de poder, la corrupción de las organizaciones populares, el sometimiento al Poder Ejecutivo por parte de los otros dos poderes, son los puntales mismos del régimen.
Un solo ejemplo: si desaparece la corrupción de las organizaciones populares y su sometimiento directo al régimen, la fuerza liberada será tan grande que cambiará todo el actual equilibrio de fuerzas. Por eso se nos acusa de querer derrocar al gobierno. (pp. 36-38)
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-Y hay algo más –agregó Escudero-. El Estado actual necesita, para su supervivencia, mantener firme cada uno de los puntales. Estamos pidiendo libertades democráticas, bien poca cosa en apariencia: pues si la conmoción que hemos producido trae como consecuencia libertad en los sindicatos, con ese solo triunfo se acabó el sistema político mexicano que ahora conocemos. Le quitamos de un solo golpe su principal puntal.
-¿Socialismo?- preguntó uno de los alemanes acercándose al micrófono y volviendo a colocarlo junto a Escudero.
-No. Por lo menos, no de inmediato. Pero el cambio político sería tan grande que chance y en un descuido…
-¿Cómo?
-Quiero decir que el régimen se debilitaría a tal extremo, en cuanto perdiera el férreo control que ejerce en forma directa, que podría darse muy pronto un cambio cualitativo. El régimen está acostumbrado a un continuo monólogo, a las alabanzas de gobernadores, diputados, líderes obreros y líderes campesinos: lo mismo, hasta el tono de voz es igual.
-¿Y ustedes creen que puede suceder algo parecido a lo que me han dicho?
-Es difícil –respondió Osorio-, porque el gobierno sabe bien cuáles son sus puntos débiles y no va a ceder. Reprimirá al Movimiento con toda la saña antes de perder sus posiciones importantes. Por lo pronto, el Movimiento ha causado una gran agitación en organizaciones tradicionalmente sometidas. Y no porque tengamos una gran capacidad para la agitación, sino porque es natural que la inquietud se propague. Pueden pasar diez o veinte años sin que surja una protesta general entre los obreros cotidianamente controlados por pistoleros, soplones, granaderos y ejército; pero cuando ya no están solos, cuando cientos de miles se han movilizado primero, los pistoleros y los soplones no son suficientes, se necesita la represión directa.
-Ese es ahora el peligro más inminente –concluyó Escudero.
-¿Y el Consejo tiene prevista la represión en gran escala?
-No –respondí-. Individualmente se ha considerado muchas veces la posibilidad, pero el CNH no tiene aún un criterio definido al respecto. En gran parte los delegados creen que la represión en gran escala es una posibilidad muy remota-
-¿Y ustedes?
-Nosotros creemos que no lo es tanto. Como te dijimos antes, el gobierno conoce sus lados flacos y no permitirá que lo dejemos sin protección. Sería tanto como suicidarse. Pero tampoco sabemos en qué medida puede ceder. Dentro del CNH existe otra posición extrema, sostenida por unos cuantos delegados; éstos afirman que el gobierno ya es incapaz de conceder y que la única salida que tiene es la represión. Si se tratara de una concesión total yo les daría la razón, el actual gobierno está demasiado esclerótico para esperar la agilidad de un joven; pero aún puede parlamentar y nosotros también. Si aceptáramos que toda concesión es imposible, tendríamos que ser consecuentes con nuestro enfoque y retirarnos antes de que nos masacren, ¿o vamos a pedir a los estudiantes que se defiendan con las armas? Evidentemente que no. Contamos con un millón de manifestantes, pero de ahí no sacaremos muchos guerrilleros. Y aunque lo hiciéramos, en pocos días acabarían con nosotros: no tenemos aún la organización revolucionaria que permita hacer de un manifestante un revolucionario, y de un estudiante un guerrillero urbano. En su gran mayoría los estudiantes y los sectores que nos apoyan están convencidos de que el gobierno va a ceder en al menos algunos puntos. ¿Vamos a gritar que no es así?
Escudero tomó el micrófono y respondió a la pregunta que yo me hacía. Esperó a que cambiaran la cinta.
-La demagogia revolucionaria del gobierno empieza a fallar, pero aún tiene arraigo en muchos sectores ahora movilizados. Por lo mismo no podemos decir, simple y llanamente, que el gobierno está incapacitado para resolver el conflicto. Si decimos tal cosa nos quedamos solos, pues no tendría objeto seguir luchando por algo que jamás podrá obtenerse. (pp. 39-40)
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-¿Cuáles son, entonces, las perspectivas que ven ustedes?
-Primero, que el gobierno ceda en parte –respondió Escudero-; aunque no lo hará en todo. Se entablarán negociaciones públicas y ahí se decidirá si podemos darnos por satisfechos o le seguimos. Otra posibilidad es que nos repriman, aumente el número de presos, se ocupen las escuelas. Algo parecido a lo que hicieron con los ferrocarrileros en 1959.
-Pero, si ya sucedió con los ferrocarrileros, ¿crees que pueda ser diferente ahora?
-Sí, porque la fuerza popular es muchos mayor y más dispersa. Los ferrocarrileros estuvieron prácticamente solos. Nosotros no lo estamos. Y como te dije, somos una fuerza más dispersa; incrustada hasta en los sectores del gobierno, con algunos técnicos que se han movilizado. No se trata de reprimir a un solo sindicato, sino a varias universidades, escuelas, institutos, etcétera; y a amplios sectores de la población que no tienen organización alguna. La represión tendrá que ser terrible –concluyó.
-¿Crees que se pueda evitar? –preguntó volviéndose a verme.
-Sí. De no creerlo no estaría aquí –respondí riéndome-. Si nuestra fuerza aumenta, el gobierno no podrá reprimir.
La grabadora se detuvo. Esperé a que la revisarán. Se había desconectado.
-Hace un momento hablabas del apoyo prestado por otros sectores. ¿Se trata de los obreros?
No. Se trata, principalmente, de la clase media, de los padres de familia, los maestros, los empleados. No hemos podido romper el control gubernamental en las fábricas y sindicatos. Los mecanismos de control y de represión inmediata han sido perfeccionados por los años. La dependencia respecto del gobierno es completa. Hay pocas excepciones.
-¿Crees que, en estas circunstancias, se logre una movilización obrera?
-Sí.
-¿Cómo?
-Golpeando y golpeando desde afuera. Cada manifestación es un ariete que sacude los mecanismos de control.
-¿Qué efectos tendría el apoyo obrero?
-Pues, si se diera libre, el primer efecto que notaríamos sería que dejaba de ser “apoyo”. Lo cual estaría muy bien, “apoyo” seríamos nosotros de ahora en adelante.
-Si tuviéramos paralizada la producción nacional, como sucedió en Francia durante mayo, ya Díaz Ordaz hubiera tomado su Ipiranga –interrumpió Osorio
-¿Su qué?
-Es el nombre del barco en el que Porfirio Díaz salió del país.
-¿Así lo crees?
-Sin duda. Aquí no hay CGT que salve a la burguesía del desastre y el PC es casi inexistente.
Vio cuanta cinta quedaba y añadió:
-Si alguno quiere agregar algo, puede hacerlo.
-Solamente –dijo Escudero-, que observes cómo seis peticiones, ninguna de las cuales puede considerarse una reforma medianamente radical en otros países, en México se transforma en un verdadero explosivo. Aunque no logremos más que un triunfo parcial, nuestro mayor mérito será el de haber indicado el camino a seguir. (pp. 40-41)