Por: Raúl Prada Alcoreza. 24/06/2024
Las figuras de la descomposición generalizada en las formaciones sociales aparecen cuando la crisis múltiple ha llegado lejos, se puede decir que ha barrido los propios cimientos que sostienen las edificaciones mismas de la formación social. Cuando esto ocurre es menester observar lo que pasa con las relaciones y correspondencias entre lo que llamamos sociedad y Estado. Aunque estos conceptos son generales y pretenden homogeneidad de lo que conciben, por lo tanto, no expresan la composición diferencial del Estado y de la sociedad. Más o menos corresponden a lo que Georg Wilhelm Friedrich Hegel denominó sociedad civil y sociedad política, diciendo que la sociedad civil es plural, en tanto que el Estado corresponde a la síntesis de la sociedad civil, siendo su expresión política. Esta filosofía del Estado y del derecho, en la dialéctica hegeliana, no es otra cosa que una teoría de legitimación del Estado, que se supone que es la realización de la libertad. En tanto también es el desenvolvimiento de la voluntad. Sabemos que estos conceptos globales no son útiles cuando se tiene que hacer el análisis de las dinámicas moleculares de la sociedad y de las dinámicas molares del Estado. Por eso va a ser necesario cambiar la perspectiva global, general y abstracta de la filosofía política, por una perspectiva desplegada de la complejidad. Buscando en las dinámicas mismas moleculares y molares el desenvolvimiento mismo la crisis.
El concepto de formación social, que corresponde al uso del concepto de modo de producción, en su sentido efectivo, concibiendo, en principio, desde la perspectiva del marxismo economicista, una articulación específica entre estructura y superestructura. Corrigiéndose después esta interpretación como una composición de distintos modos de producción, articulados de una manera específica. Suponiendo, en todo caso, la sobredeterminación del modo de producción capitalista sobre el resto de los modos de producción integrados. Esta concepción de lo que se llamó el materialismo histórico ha sido revisada por nosotros, debido a las limitaciones señaladas en una concepción que no deja de ser lineal de la historia, que sigue reproduciendo los presupuestos de la filosofía de la historia. Desde la perspectiva de la complejidad hemos hablado de una formación espacio-temporal, territorial, social, económica y cultural. Está corrección viene de una perspectiva compleja, concretamente incorpora la mirada de la ecología compleja.
En consecuencia, podemos poner de manifiesto que cuando hablamos de crisis múltiple estamos hablando también de crisis ecológica, fuera de hablar de la crisis de la civilización moderna, de la crisis del sistema mundo capitalista, de la crisis del Estado nación y del orden mundial de las dominaciones. Entonces, hay que lograr vislumbrar las correspondencias, ya en crisis, de la composición singular de la formació territorial, social, económica y cultural.
La descomposición generalizada en una sociedad se manifiesta, con cierta elocuencia demoledora, en el Estado, en la forma de Estado y la forma de gubernamentalidad. Obviamente también ocurre en la composición social. Vale decir, la descomposición atraviesa el mapa institucional estatal y el mapa institucional social, sin olvidar dentro de este último mapa al mapa institucional cultural. Se trata, en resumías cuenta, también de un derrumbe ético y un desmoronamiento moral.
Ocurre que en lo que se viene llamar política, quizás dicho de una manera espacial, el campo político, se da lugar a una diseminación y hasta una desaparición de la política. Entendiendo por política el ejercicio de la democracia institucional. En sentido pleno, el ejercicio de la política es el ejercicio pleno la democracia, vale decir del autoautogobierno. Lo que una vez llamó Jacques Rancière la suspensión de los mecanismos de dominación, cuando el pueblo desborda y se hace cargo de la totalidad. Al respecto, hemos dicho, más de una vez, repitiendo a Rancière, que es lo que se hace en las sociedades institucionalizadas modernas, con un Estado consolidado, lo que se hace es policía y no política. La política y la policía tiene la misma procedencia etimológica, vienen del griego polis. Obviamente no se trata sólo de la problemática del gobierno de la ciudad, que supone el gobierno de la familia y el gobierno de uno mismo, sino del ejercicio de la democracia en el espacio y tiempo de la asamblea. Bueno esto no se hace. No se da lugar en el Estado de derecho, como hemos dicho, puesto que en este caso lo que se garantiza es el orden, por medio de las leyes y de la policía. Mucho menos ocurre cuando el Estado manifiesta plenamente su crisis de descomposición, cuando la sociedad se encuentra atravesada por una crisis múltiple.
En el continente de Abya Yala, mal llamado América, se han dado lugar manifestaciones patentes de la crisis múltiple de la que hablamos. De manera patente, como hemos dicho, esta crisis, se expresa claramente en el Estado y de manera expansiva en la sociedad. Se trata de los síntomas de la descomposición generalizada, de la diseminación global y del derrumbe ético y moral. En el norte ha aparecido, de manera elocuente, en la figura de un populismo conservador extravagante y agresivo. En el sur ha aparecido en las figuras de un neopopulismo, pretendidamente progresista, autonombrándose como el socialismo del siglo XXI, incluso usando el término de socialismo comunitario, en uno de los países de Sudamérica. Recientemente, como jugando con la dualidad estructural de la antropología política, en el extremo sur de Sudamérica, se ha repetido la figura de un conservadurismo extrafalario, que pretende presentarse como “liberalismo radical”. En todo caso, estas son las figuras singulares de los protagonistas políticos de la decadencia. Empero, no se trata de personas, de personificaciones de la crisis política y de la decadencia generalizada, aunque encarnen subjetivamente la crisis. Sino que se trata del desenvolvimiento manifiesto de la crisis proliferante, dado a través de las dinámicas moleculares de la sociedad y las dinámicas molares del Estado.
Podemos decir, desde una perspectiva temporal, que se ha cumplido un ciclo histórico. Si hablamos de la civilización moderna, se supone que lo hacemos desde las estructuras de larga duración. Estas estructuras aparecen en la crisis del sistema mundo capitalista, teniendo en cuenta el alcance de la composición de este concepto. Si hablamos de crisis política y crisis económica, se supone que lo hacemos prioritariamente desde los ciclos de mediana duración. Si hablamos de crisis de coyuntura, lo hacemos desde la perspectiva de los ciclos cortos. Se puede suponer entonces que se trata de un ciclo que clausura su círculo y su desenvolvimiento, curvado en su propia órbita gravitacional. Desde ya esta es una explicación o una hipótesis explicativa, pero no es suficiente, Puesto que todavía no da cuenta de lo que ocurre con las dinámicas moleculares sociales y las dinámicas molares del Estado.
Incorporemos algunos aspectos de estas dinámicas, en lo que respecta a la forma de Estado y a la forma de gubernamentalidad clientelar, que sostiene el funcionamiento teatral del neopopulismo. Hemos dicho que se trata de una comedia, inclusive de una comedia grotesca, cuando hablamos de las llamadas “revoluciones progresistas” o neopopulistas. Se invisten, en parte, de lo que hicieron las revoluciones nacional-populares de mediados del siglo XX, cuando las nacionalizaciones tenían efectos estatales y conformaron institucionalmente el Estado nación, dejando de ser meramente una expresión constitucional. Los “gobiernos progresistas” no nacionalizaron, sino que optaron por montajes espectaculares, publicitarios y de propaganda. La “revolución” transcurrió en los espacios mediáticos, en las pantallas de televisión, en el mejor caso, en los espectáculos políticos de concentración popular, donde el caudillo desplegaba su discurso elocuente y el pueblo solo era el interlocutor que aplaudía.
El problema patente de estos gobiernos neopopulistas es que no se propusieron verdaderamente salir de la dependencia, sino que reprodujeron, de manera expansiva e intensiva, el modelo colonial extractivista del capitalismo independiente. En tanto que los caudillos nacional-populares de mediados del siglo XX intentaron, a través de nacionalizaciones, salir de la dependencia, aunque fracasaron.
En Bolivia el neopopulismo emerge de la elocuencia de un caudillismo mediático, que usurpa las expresiones de la movilización prolongada, dada del 2000 al 2005. La movilización prolongada contiene varios ejes de la movilización social, que interpelan, ponen en cuestión y se enfrentan al Estado, a la aplicación del modelo neoliberal, desde las perspectivas inherentes a cada uno de las composiciones singulares de las movilizaciones sociales. La llamada guerra del agua y por la defensa de la vida se conforma a partir la resistencias contra las privatizaciones, que, en el caso, de la privatización del agua llegan a convocar a todo un departamento, el de Cochabamba. Se trata, en este caso, de una propuesta de autogestión administrativa del agua, basada en la recuperación del bien común, que es el líquido elemento. En el caso de los bloqueos indígenas-campesinos, se trata de la subversión de la memoria, que actualiza los sitios de Tupac Amaru al Cusco y el sitio de Tupac Katari a La Paz. Esta actualización se da lugar como sitios múltiples a cuatro ciudades, El Alto, La Paz, Cochabamba y Santa Cruz. La llamada guerra del gas corresponde a una articulación de la movilización campesina del Altiplano y a una movilización urbana de El Alto contra los impuestos del “maya” y del “paya”. Cuando se da la articulación, se produce un encuentro potenciado entre dos trayectoria histórico políticas; una, nacional-popular, que guarda la memoria de las nacionalizaciones; la otra, la memoria larga del levantamiento panandino. La movilización culminante de la movilización prolongada ocurre cuando distintas tomas de ciudades, La Paz, Cochabamba, Oruro, Potosí, convergen en la toma de Sucre, obligando al Congreso, reunido en esta ciudad, haga renuncias consecutivas, la del presidente del Senado y la del presidente de Diputados, evitando la sustitución constitucional, preparada con antelación, después de la renuncia del presidente interino Carlos Mesa.
Todas estas movilizaciones se proponían transformaciones estructurales e institucionales, que, desde la perspectiva práctica, aunque también limitada, se propuso efectuar, en principio, transformaciones jurídico-políticas, que deriven después en transformaciones histórico-políticas. Esta es la razón del porqué proponerse un proceso constituyente, una Asamblea Constituyente y una nueva Constitución. En esta limitación jurídico-política radica uno de los factores del fracaso del proceso de cambio. Se renunció provisionalmente a la transformación estructural e institucional efectiva, al ilusionarse con una transformación constitucional. Esto fue aprovechado por la expresión política de un neopopulismo postmoderno, barroco e inclinado al espectáculo y a la teatralidad política.
La crisis demoledora del Estado y de la política arranca sus dinámicas de descomposición desde este momento de irrupción constitucional. La llamada “revolución democrático cultural” no fue otra cosa que la puesta en escena del desmantelamiento de la Constitución, del incumplimiento constitucional y de la aplicación de la forma de gubernamentalidad clientelar en dimensiones descomunales, desconstruyendo los mapas institucionales, destruyendo los tejidos sociales, demoliendo las organizaciones sociales, sustituyéndolas por organizaciones apócrifas o paralelas, corrompiendo a las dirigencias, dado ya el despliegue expansivo de las corrupciones galopantes. Después de asesinar el proceso de cambio, que irónicamente llamaron continuidad de un cambio que nunca existió, después de desnacionalizar los hidrocarburos con los Contratos de Operaciones, entregando el control técnico a las empresas transnacionales extractivistas, sin fundar nunca YPFB, después de desenmascararse, sacarse la máscara de “gobierno indígena”, mostrar el rostro rubicundo de gobierno anti-indígena en el conflicto del TIPNIS, después de ser derrotado en el conflicto del Código Penal, cuando se intentaba criminalizar la protesta y la movilización, al estilo de las dictaduras militares, aunque hecho con máscara judicial y pantomima de la democracia formal, sobretodo después de haber despilfarrado la oportunidad económica de la bonanza de las materias primas, el partido neopopulista ingresó plenamente al decurso de su propia implosión. Se puede seguir esta implosión desde el levantamiento contra el “gasolinazo” hasta la crisis del 2019, que es en verdad la culminación de los preparativos espontáneos de una insurrección social contra la impostura política y la expropiación política, por parte de un gobierno demagogo. No puede verse la crisis del 2019 situándola solo a 21 días. Esta es la miopía de los analistas políticos, de los medios de comunicación, de los voceros de los partidos políticos, tanto oficialistas como de oposición. La implosión se da como un ciclo mediano, desde el 2010 hasta el 2019, cuando el gobierno de Evo Morales Ayma implosiona. El mal llamado “gobierno de transición” no fue otra cosa que un acuerdo pactado entre las fuerzas gubernamentales y parte de las fuerzas de oposición. Hubieron varias reuniones secretas para evitar la insurrección. Si hay dos interpretaciones antojadizas, aparentemente encontradas, la neopopulista y la de la oposición, es parte de una concomitancia y complicidad perversa entre ambas fuerzas, que evitaron la insurrección social, a pesar de que esta reaparece nuevamente en contra del “gobierno de transición”, esta vez orientada por el legendario líder aimara Felipe Quispe. Como sabemos la insurrección no prosperó, lo que prosperó fue nuevamente el truncamiento de la insurrección y su usurpación por parte de las fuerzas y expresiones políticas del círculo vicioso del poder.
La división del partido gobernante no es otra cosa que la continuidad de la implosión, ya dada en forma patética y catastrófica. Todo el despliegue de la decadencia política se da en dimensiones abismales, en la vocería de una elocuente estridencia de la retórica de la banalidad extrema, que pretende inútilmente presentarse como argumentación. El exministro de economía, ponderado en su tiempo por el expresidente, ahora es el presidente elegido a dedo por el propio caudillo, que enfrenta no solamente su destitución como candidato a la presidencia, sino incluso como líder de un partido en agonía.
El notorio espectáculo de la decadencia política tiene varios escenarios, uno es el que corresponde a congresos apócrifos del partido para elegir a su dirigencia, tanto por el lado del oficialismo como de lado de la ahora oposición o de los seguidores del expresidente. Otro escenario corresponde al calamitoso comportamiento de los tribunales, concretamente del Tribunal Constitucional y del Tribunal Judicial. Un Tribunal Constitucional, que desde que ha aparecido, lo único que hace es incumplir con la Constitución, dando lugar a interpretaciones estrambóticas para justificar la violencia institucional y el desmantelamiento de la Constitución. Los magistrados puestos a dedo por el Congreso, después de dos derrotas electorales de magistrados, por lo tanto, ilegítimos, se encargan no solamente de judicializar la política, de perseguir a la oposición, también a las dirigencias de las organizaciones sociales, que se atreven a oponerse al mal gobierno, es otra muestra de la decadencia institucional, que se lleva a cabo a través de un sistema de coerción y de extorsión de esta aparatosa burocracia judicial.
Lo patético llega a lo absurdo. Resulta que los voceros del partido dividido se acusan mutuamente de derechización. Pregunta: ¿Alguna vez fueron de izquierda? Varias veces hemos dicho que estas referencias a la “izquierda” y a la “derecha” son inútiles en las crisis de la modernidad tardía. Sin embargo, mantendremos por ilustración estos términos para remarcar la pregunta que hicimos. Desde la perspectiva de la Constitución la izquierda, en la relatividad que le corresponde, tendría que manifestarse en el cumplimiento mismo de la Constitución, vale decir en la transformación estructural e institucional. En la abolición del Estado nación y la construcción de un Estado Plurinacional Comunitario y Autonómico, como manda la Constitución. Pero esto no ha ocurrido. Todo lo contrario. Se restaura el Estado nación en su patética descomposición diferida a lo largo de la historia de la República, aunque con el nombre de Estado Plurinacional de Bolivia. En consecuencia, la izquierda debería haber aplicado el mandato constitucional expropiando a las transnacionales extractivistas, sin embargo, les restituyen sus concesiones, en la transferencia de los recursos naturales, en condición de materias primas, a la perversa extraterritorialización. La izquierda debería defender los los ecosistemas y los territorios indígenas, las áreas protegidas y los parques nacionales, como manda la Constitución. Pero se hace todo lo contrario. Se despliega la más descomunal destrucción de los ecosistemas, la depredación espantosa de las áreas protegidas y parques nacionales, la destrucción de bosques, la contaminación de cuencas, se efectúa el pestilente envenenamiento de ríos, por lo tanto, se desata, de manera demoledora, el ecocidio y el etnocidio. Peor aún, se llega al colmo del democracidio, pues han terminado por asesinar la democracia, inclusive formal.
Esta gente, los portadores del neopopulismo moderno y barroco, trivializando los conceptos, usados en las luchas sociales durante largo tiempo, banalizando el concepto de socialismo, quitándole todo el contenido al concepto de descolonización. Han destruido las capacidades de lucha del pueblo, hasta el punto que lo han desarmado, le han quitado su voluntad de lucha, convertido en una masa pusilánime y obediente o, en su defecto, anodina. Lo que no hicieron las dictaduras militares, antes el liberalismo gamonal, después el neoliberalismo del ajuste estructural, lo han hecho los neopopulistas, han destruido a las organizaciones sociales y al tejido social.
No se crea que esta decadencia sólo ocurre en un lugar o en una geografía política determinada, en una formación social dada, ocurre en todas partes del mundo, en todos los lugares, en todas las formaciones sociales, en todas las geografías políticas nacionales. Se podría decir que se trata del fin de un ciclo largo, correspondiente a la civilización moderna, al sistema mundo capitalista, aunque se da de manera singular en cada lugar y en cada formación social. No se da de manera igual, aunque se puede decir que se da de manera equivalente, pero de distinta forma. ¿Eso tiene que ver con el ciclo largo? Para que se dé lugar en el ciclo largo es menester que algo acontezca dentro del ciclo, en sus dinámicas moleculares y sus dinámicas molares, en sus procesos, sucesos y eventos. ¿Qué es lo que ocurre? ¿Se trata de un deterioro institucional? ¿De una decadencia generalizada? ¿De una descomposición generalizada? ¿Qué tiene que ver todo esto con la crisis múltiple del Estado, también con la crisis múltiple del orden mundial de las dominaciones? Algo pasa en el mundo de las representaciones, pero también en el mundo institucional.
Se puede decir que la coyuntura mundial se caracteriza por el despliegue inaudito de dos guerras, una en Ucrania y otra en el Medio Oriente, concretamente en Palestina, aunque, más bien, en este último caso, se trate de un genocidio a ojos vista de todos. También se caracteriza por la amenaza de una tercera guerra mundial, que si se diera sería una catástrofe, quizás hasta la última guerra de la humanidad. Por otra parte, también se caracteriza por las espirales de violencias desatadas en distintas regiones. En el continente de Abya Yala, denominado América, se da lugar a la incidencia perversa de los cárteles, que incluso han derivado en el control territorial extremo, incluyendo a urbes y a puertos, además de rutas, lo que compromete no solamente a redes internacionales, sino también a distintas partes del mundo, afectado por la globalización del crimen. Hay pues una transnacionalización de las mafias y los cárteles, de los tráficos ilícitos, entre ellos del denominado narcotráfico y del tráfico de estupefacientes, que compiten o se articulan con el tráfico de armas, el tráfico de cuerpos y el tráfico de órganos. Un mundo dantesco. El infierno mismo en la tierra.
Por otra parte, sorprende que, en esta coyuntura de la decadencia generalizada, retorne la figura del genocidio, tanto en su forma inmediata, masiva, extremadamente violenta, así como en su forma diferida, condenando a la muerte dilatada a pueblos y poblaciones. Asimismo, en esta descripción provisional, debemos anotar la expansión irradiante y transversal de gigantescas migraciones, que atraviesan continentes y países, así como océanos. ¿Cómo interpretar todos estos eventos, sucesos y acontecimientos, que parecen síntomas del apocalipsis?
¿Se trata de una condena inherente a la civilización moderna? ¿Se trata del desenlace de la acumulación, de larga data, de violencias inscritas en los cuerpos y en los territorios a lo largo de la historia? Visto de manera positiva, por así decirlo, y esperanzadora, ¿acaso se trata del anuncio de la llegada de otros horizontes, de la apertura a otras formas de sociedad, a otro acontecimiento transcivilizatorio, que reinserte a las sociedades humanas a los ciclos vitales?
Volvamos a la decadencia singular y a la descomposición singular de una formación social concreta. Lo que hemos tomado en cuenta como ejemplo del fenómeno de la descomposición generalizada es lo que ocurre con la forma de gubernamentalidad clientelar. Las dinámicas molares, es decir, institucionales, de la forma de gubernamentalidad clientelar, tienen que ver con la complicidad entre el caudillo y el pueblo, entre la burocracia al servicio del caudillo y la organización de las cooptaciones de la gente. En definitiva, todo eso tiene que ver con la manipulación de la demanda y de las necesidades, que aprovecha el caudillo y el partido político neopopulista para usufructuar del poder, contando con el apoyo de las clientelas.
Otra característica de la decadencia y de la descomposición generalizadas tiene que ver precisamente con la degradación de las composiciones de la forma de gubernamentalidad clientelar. Si en un principio la composición todavía venía conformada por el perfil de los fundadores del partido y de los que fueron dirigentes de organizaciones sindicales durante la etapa anterior, que tiene que ver con las movilizaciones sociales, en la medida que la forma de gubernamentalidad clientelar se consolida en el gobierno y determina la configuración del Estado, la composición va cambiando. El perfil empieza a ser definido por lo que llamaremos la invasión de los oportunistas, de los pragmáticos a ultranza, de los usurpadores de los últimos días, que irrumpen reclamándose a sí mismos como los más “radicales”, respecto a la defensa del partido y del gobierno, cuando han conseguido sus puestos a través de presiones, coerciones, incluso compras. A las dirigencias sindicales se las elige a dedo, interviniendo los congresos sindicales, evitando que sean elegidos de manera directa por las bases. Cuando ocurre esto, se interviene el congreso sindical y se modifican los resultados, usando la fuerza y la violencia.
Cuando estos personajes aparecen en el Congreso del Estado Plurinacional, elegidos para ejercer como parlamentarios, el Congreso mismo sufre una descomposición. La mediocridad campea, la trivialidad enseñorea, la banalidad se manifiesta ostentosa en las prácticas parlamentarias, sobre todo, en discursos balbuceantes. Algo parecido aparece en el gobierno, el ejecutivo es llenado por personas que no tienen competencia para hacerse cargo de las tareas que corresponden a los ministerios especializados. Esta descomposición se generaliza a los demás puestos de la estructura de funcionarios del Estado. La situación llega a tal punto que incluso los ministerios dejan de funcionar, es decir dejan de ser funcionales, para servir meramente a la disfuncionalidad desmesurada e irradiante, transformando, al mismo tiempo, al Estado en un estado de la inconcebible incongruencia y de la palpable diseminación institucional.
Se llega a extremos cuando la crisis económica toca las puertas e ingresa a casa, a las edificaciones del poder, a las arcas del Estado. Esto ocurre cuando se ha despilfarrado el ingreso del Estado, el tesoro de la nación, el valor de los recursos naturales y de las materias primas. Esto ocurre cuando se ha invertido en elefantes blancos, en monumentales empresas públicas que no funcionan, esfumándose la inversión misma, quedando claro que han sido gastos sin perspectiva. Todo esto ocurre para ampliar los alcances de la corrupción y de la corrosión institucional. Es cuando los recursos del Estado no alcanzan para distribuir en la masa de clientelas, entonces el partido se divide, sufre guerras intestinas. Se llega al extremo de señalarse mutuamente de “traidores”, inclusive usando el término acusativo de “derecha”, ya en un contexto discursivo altamente descompaginado y laberínticamente desorientado, donde la elocuencia de los acusadores no sabe de lo que habla.
¿Cuál puede ser el desenlace de la descomposición y de la decadencia generalizadas? No se puede esperar nada bueno, salvo que en la crisis múltiple misma se logren visualizar las soluciones a los problemas acumulados y a las problemáticas no resueltas. Pero esto ocurre cuando se logra la claridad, cuando se toma conciencia de la crisis. Cuando se ha realizado la autocrítica, cuando la experiencia del desastre se convierte en insumo de la pedagogía política. Pero esto no es lo que está ocurriendo. Todo lo contrario. Hay una persistencia en lo mismo, en llevar más allá de lo imaginable la decadencia y la descomposición generalizadas.
Ante el panorama de la destrucción, ante estos cuadros de la desolación, ante las ruinas mismas del Estado y de la sociedad, lo que queda es una convocatoria a lo profundo del cuerpo social, a la potencia social. Se requiere, para actuar contra de la descomposición y la decadencia generalizadas, de una sublevación generalizada de la potencia social.

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Fotografía: Pradaraul