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Del trabajo sucio al trabajo esencial

por RedaccionA febrero 2, 2024
febrero 2, 2024
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Por: Albert Gómez. 02/02/2024

El escritor Eyal Press reflexiona sobre la conveniencia de los trabajadores esenciales y el pacto de silencio que rodea ciertos oficios

Por una parte están los que quedan traumatizados por la precariedad de su trabajo. Por otra, los que quedan traumatizados por el carácter del trabajo en el que se emplean, además de una manera invisibilizada, por tratarse de lo que se suele denominar “trabajo sucio”. Eyal Press (Jerusalén, 1970) es un escritor y periodista estadounidense que ha querido fijarse en los aspectos más sociológicos de dicha denominación, centrando su labor periodística en la desigualdad social, como venía haciendo en otros libros como Beautiful Souls (2012), y el resultado es Trabajo sucio (Capitán Swing, 2023).

El funcionamiento de nuestra sociedad está en manos de trabajadores invisibles

Las preguntas que inicialmente se plantean son: ¿qué tipos de trabajo sucio se llevan a cabo en el Estados Unidos contemporáneo? ¿Cuánta cantidad de este tipo de trabajo proviene de un mandato inconsciente de la sociedad? ¿Cuánta “gente de bien” prefiere no saber demasiado sobre lo que se hace en su nombre? ¿Y hasta qué punto es fácil mantenerse ignorante cuando lo que se hace se delega en una clase separada y en gran medida invisibilizada de “trabajadores sucios”?

La tesis del autor es que desde el invierno de 2020 quedó muy claro que el funcionamiento de nuestra sociedad está en manos de trabajadores invisibles. Así se vio durante la pandemia del coronavirus, que impelió a los políticos a establecer una cuarentena y llevó a la pérdida o suspensión de decenas de millones de empleos. La pandemia reveló hasta qué punto los estadounidenses más privilegiados, que tenían el lujo de poder trabajar desde casa, dependían de millones de trabajadores con menor sueldo (cajeras de supermercado, conductores de reparto, trabajadores de almacenes) cuyos empleos se consideraron tan fundamentales que no se les permitió dejar de trabajar. Estos trabajos recaen en su mayoría sobre personas racializadas; se trata de trabajadores y de trabajadoras que cobran por horas, en condiciones muy duras y a la sombra de una economía global cuyos beneficios nunca llegan a disfrutar. Durante la pandemia, las funciones que llevaban a cabo estos empleados y empleadas recibieron una nueva denominación: “trabajo esencial”. Este cambio de nomenclatura no supuso un cambio de condiciones laborales: a muchos se les siguió negando el acceso a servicios sanitarios, a bajas por enfermedad remuneradas e incluso a equipos de protección personal, aunque se estaban exponiendo a un virus que podía ser mortal; pero desveló una verdad básica, y es que la sociedad no podía funcionar sin ellos.

La pandemia reveló hasta qué punto los estadounidenses más privilegiados, que podían trabajar desde casa, dependían de millones de trabajadores con menor sueldo

A muchos estadounidenses, las matanzas masivas de animales en mataderos industriales, al igual que el confinamiento masivo de personas con enfermedades mentales en cárceles y prisiones, les provocan incomodidad, incluso asco y vergüenza. Estos sentimientos reflejan a su vez, inevitablemente, la percepción social que tienen de los trabajadores que se encargan de las matanzas y de los encarcelamientos, y, hasta cierto punto, cómo se ven a sí mismos los propios trabajadores. En su clásico libro The Hidden Injuries of Class (1972), los sociólogos Richard Sennett y Jonathan Cobb reclaman que el centro de atención de los análisis de clase pase de las condiciones materiales a “las cargas morales y emocionales” que tienen que soportar los trabajadores. Para quienes llevan a cabo el trabajo sucio, estas cargas son el estigma, los remordimientos y el menoscabo de la autoestima. En algunos casos pueden llevar a trastornos de estrés postraumático y “daños morales”, un término que emplean los psicólogos militares para describir el sufrimiento que padecen algunos soldados tras obedecer órdenes que van en contra de los valores sobre los que sustentan su identidad.

Esta carga recae de manera desproporcionada sobre quienes tienen menos opciones y oportunidades, como las personas sin estudios superiores que viven en zonas rurales empobrecidas, los inmigrantes indocumentados, las mujeres y las personas racializadas. Al igual que los trabajos con sueldos irrisorios y que conllevan riesgos físicos, este tipo de labor se reserva para los menos privilegiados, que no cuentan con las habilidades y la titulación necesaria ni con la movilidad y el poder social que sí tienen los ciudadanos más ricos y con mayor nivel educativo.

El significado común de “trabajo sucio” es el de una tarea ingrata, desagradable. Sin embargo, en el libro de Press el término se refiere a algo diferente y más específico. Para empezar, se trata de un trabajo que causa daños considerables, ya sea a otras personas, a animales no humanos o al medioambiente, a menudo mediante el uso de la violencia. En segundo lugar, requiere que sea algo que la “gente de bien” (es decir, los miembros respetables de la sociedad) vea como algo malo, moralmente comprometedor. En tercer lugar, es un trabajo perjudicial para las personas que lo hacen, lo que las lleva a sentirse despreciadas y estigmatizadas por los demás o a sentir que están traicionando sus propios valores e ideales. Por último, y lo que es más importante, está supeditado a un mandato no verbalizado de la “gente de bien”, que lo considera un trabajo necesario para mantener el orden social, pero no lo aprueba explícitamente y, llegado el caso, puede desvincularse de las responsabilidades que conlleva. Para que esto sea factible, el trabajo tiene que recaer sobre “otras” personas: por eso el mandato se basa en la creencia de que alguien se ocupará del trabajo pesado día tras día.

El libro no ofrece una lista exhaustiva de todos los trabajos que comparten estas características, sino que se centra en estudiar una serie de casos que ponen de manifiesto las dinámicas del trabajo sucio en diferentes aspectos de la vida en Estados Unidos (aunque no resulta nada difícil establecer paralelismos con el caso español). En la primera parte se examina el trabajo sucio que tiene lugar en el interior de los centros psiquiátricos de las cárceles del país, que son a menudo escenario de abusos escalofriantes. Es sencillo culpar de estos abusos a los agentes que ostentan los cargos más bajos y que se comportan de manera sádica, pero hay que recordar que los guardias de las cárceles y prisiones son los agentes de una sociedad que ha criminalizado las enfermedades mentales, haciendo que la brutalidad y la violencia resulten prácticamente inevitables. La segunda parte se centra en otro tipo de violencia: la que llevan a cabo desde la distancia los analistas de imágenes que ayudan a seleccionar los objetivos de ataques letales con drones. Los agentes gubernamentales suelen describir este tipo de ataques como “precisos” y “quirúrgicos”, es decir, lo contrario a sucios. Press muestra que la realidad para muchos “soldados virtuales” es mucho más perturbadora, lo que nos lleva a pensar que la distancia y la tecnología pueden aumentar la problemática moral de la guerra y la violencia, más que disminuirla. Al igual que los trabajadores de las prisiones, los combatientes que participan en programas de drones llevan a cabo funciones pautadas por el Gobierno; ponen en marcha políticas que se supone que cuentan con el apoyo de las autoridades y de muchos ciudadanos.

El estilo de vida de muchos estadounidenses y españoles (la comida que comemos, los coches que conducimos) se sustenta en el trabajo sucio

Pero el trabajo sucio también puede tener lugar en instituciones que no tienen una conexión formal con el Estado, como son los mataderos industriales, que es a donde nos lleva la tercera parte. También los trabajadores de estos mataderos son nuestros agentes, no porque lleven a cabo funciones públicas, sino porque su trabajo está relacionado con nuestros hábitos de consumo.

En la parte final del libro, Press se centra en mostrar que esta realidad no es exclusiva de Estados Unidos, sino que está presente en la mayor parte del mundo: los combustibles fósiles que los trabajadores sucios extraen mediante perforaciones en lugares como el Golfo de México, el cobalto que se extrae de África para que pueda llegar a los dispositivos inalámbricos que han permitido la revolución digital, etc.

El estilo de vida de muchos estadounidenses y españoles (la comida que comemos, los coches que conducimos) se sustenta en el trabajo sucio. El libro de Press contribuye a cobrar conciencia de hasta qué punto es así, y obliga a enfrentar esta cruda realidad.

LEER EL ARTÍCULO ORIGINAL PULSANDO AQUÍ

Fotografía: CTXT.

Un hombre transporta un cadáver animal en el mercado matadero Franklin, en Santiago de Chile. / Sebastian Tapia Brandes (CC BY-ND 2.0 DEED)

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