Por: Ana Heatley Tejada. 14/03/2021
Por Ana Heatley Tejada *
Desde hace algún tiempo se ha comenzado a reconocer que las sociedades —específicamente los gobiernos y las instituciones internacionales relacionadas con la economía— han soslayado o subestimado la importancia que tiene el bienestar psicológico en la vida de toda persona. Los indicadores de crecimiento económico, como el producto interno bruto (PIB) per cápita, no reflejan la calidad de vida, que a su vez no significa nada si se limita a las condiciones materiales como el ingreso, la vivienda o los activos o bienes de consumo duradero. Las personas necesitan bienestar, y la riqueza material es un medio para ese fin, no el fin en sí mismo.
El bienestar comprende diferentes aspectos —económicos, psicológicos, físicos— y la presencia de uno no puede sustituir a los demás: la felicidad no sustituye a la alimentación, la alimenta-ión no sustituye a la vivienda, la vivienda no sustituye a la salud física, mientras que la salud física no sustituye a la inclusión ni a la pertenencia social. Sin que se llegue a afirmar que algún aspecto es prescindible, lo cierto es que sistemáticamente el bienestar psicológico o mental se ha minimizado o se ha reducido a un conjunto pequeño de trastornos diagnosticables que reciben limitada atención en términos de investigación y tratamiento médico, además de casi nula protección social. Al mismo tiempo, se ha relegado a una posición secundaria bajo el supuesto de que el bienestar económico es prioritario o que este último trae automáticamente el bienestar psicológico. Como consecuencia, los análisis y las políticas sobre la organización de las sociedades actuales desatienden, en el mejor de los casos, los efectos negativos que tienen las dinámicas sociales y las políticas económicas en la psique de las personas.
Por otro lado, pero relacionado con lo anterior, la perspectiva dominante sobre el bienestar psicológico tiende a concentrarse en el individuo: su personalidad, sus esfuerzos, su genética, sus condiciones neurológicas. Las estrategias para atenderlo tienden a dirigirse también a los individuos —los psicofármacos, la psicoterapia, la rehabilitación—, mientras que las dinámicas sociales que alimentan o generan el malestar y la pérdida de calidad de vida se pierden de vista. El entorno determina en gran medida la salud mental (sm) y la pandemia por COVID-19 lo ha hecho evidente para la mayoría de las personas. Cada uno de nosotros se ha percatado de cómo el cambio en la cotidianidad ha afectado de una u otra forma nuestro bienestar psicológico.
Las cuarentenas y los cambios en las rutinas de la vida, y también de la muerte, han profundizado una sensación de malestar que ya estaba presente o latente desde antes. A la angustia, el estrés, la depresión y la ansiedad de la vida cotidiana, se le sumó el aislamiento, la distancia física, el teletrabajo y muchas otras adversidades. Con todo lo vivido en el 2020, (re)descubrimos lo importante que es la presencia de los demás y un orden social favorable para sentirnos bien. La vida es más dura sin otras personas—necesitamos abrazos, pláticas, convivencia— y sin acceso universal a la salud ni a la seguridad social no es posible vivir con bienestar.
La Conferencia Interamericana de Seguridad Social (CISS) ha planteado que, para que las personas tengan bienestar, es indispensable atender los problemas sociales desde un enfoque público. Esto quiere decir que la mayoría de las situaciones que nos aquejan tienen su explicación en la configuración de nuestras sociedades, por lo que es indispensable que se encuentren soluciones colectivas. La dignidad, el orden y la seguridad social son los tres elementos principales en los que ha hecho énfasis la institución para garantizar el bienestar.1 Por ello, la sm también debe tratarse desde un enfoque público.
Tal y como ha mostrado la pandemia, distintos riesgos sociales afectan el bienestar mental. En consecuencia, no debe atenderse sólo desde un enfoque privado —centrado en la resiliencia del individuo o en el tratamiento a través de fármacos—, sino que debe garantizarse la atención con métodos integrales, con solidaridad y, fundamentalmente, con la construcción de un orden digno en el que se reduzcan los efectos negativos de los malestares mentales, en donde las personas que los padecen puedan estar en las mismas condiciones para ser felices que aquellas que no los tienen. Con este cuaderno se pretende abonar al estudio y la atención de la sm desde esta perspectiva. Para ello, en primer lugar, se desarrolla una mirada crítica al tratamiento de los diferentes padecimientos mentales y se aboga por la necesidad de transitar hacia una mirada interdisciplinaria que ponga el énfasis no sólo en las causas genéticas y neurológicas, sino también en el entorno, la cultura y las condiciones sociales.
En segundo lugar, se presenta un análisis de los principales modelos de atención a la sm. Se describe cómo históricamente se ha optado por un modelo (asilar o manicomial) que excluye a los enfermos del orden existente, ya sea con aislamiento o con excesivo tratamiento farmacológico. Se expone, además, cómo, a partir de la crítica, ha surgido un modelo (comunitario) que pretende atender el problema de manera colectiva.
En un tercer momento, se plantea un breve análisis de tres países que han reformado recientemente sus sistemas de sm para transitar del modelo asilar al comunitario (Argentina, Chile y México). Con ello se da cuenta de los principales retos para transformar los sistemas de sm y cuáles son algunos de los principales avances al respecto. Se enfatiza que, pese a los esfuerzos, los sistemas de sm todavía tienen que recorrer un largo trecho para consolidarse y es indispensable que su desarrollo se convierta en prioridad gubernamental.
Por último, se plantean propuestas para mejorar la atención de la sm. Se desarrollan siete recomendaciones para mejorar los modelos y sistemas existentes, partiendo de que los ejes articuladores de las iniciativas para proteger y restaurar el bienestar de las personas deben ser un orden social inclusivo, la dignidad y la seguridad social.
Es innegable que el fenómeno en cuestión es complejo. También es probable que los modelos de sm deberán replantearse de manera más profunda debido a los estragos de la pandemia y a la necesidad del distanciamiento físico. Sin embargo, las épocas de malestar también son momentos propicios para el cambio, y la sm es uno de los principales temas que deben replantearse. Generar mejores condiciones de existencia para las personas implica cambiar los contextos opresivos y adversos por situaciones que permitan que todas las personas tengan la libertad y las condiciones para buscar la felicidad.
Nota
1 Véase Hugo Garciamarín, Un ensayo de felicidad y bienestar, CISS, Ciudad de México, inédito al momento de citarse.
* Es doctora en psicología por la Universidad Nacional Autónoma de México, maestra en antropología psicológica por la London School of Economics, etnóloga por la Escuela Nacional de Antropología e Historia y es miembro del Sistema Nacional de Investigadores. Se ha dedicado al estudio de la pobreza, la desigualdad y la vulnerabilidad social, así como del bienestar mental y la interacción entre la mente y la cultura.
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Fotografía: NODAL