Por: Lucía Mbomío. ctxt. 19/08/2020
Rusly Cachina Esapa es una mujer trans de 24 años nacida en Guinea Ecuatorial. Trabaja como dependienta en una tienda en Malabo, aunque se formó como cocinera. Es activista en el colectivo LGTBIQ+ “Somos parte del mundo” que, desde 2016, lleva a cabo una labor de pedagogía fundamental en la sociedad que habita. Luchan contra la homofobia de esta pero también contra la interiorizada, para no odiarse, para poder vivir y para hacerlo con cierta autoestima.
Rusly habla en presente aunque lo haga por quienes vengan en el futuro, ya que considera que las personas trans que nazcan en adelante merecen encontrar un mundo mejor. Con solo 13 años estuvo a punto de matarse, pero, en lugar de eso, prefirió matar su miedo y dejar de callar.
¿Qué hace “Somos parte del mundo”?
Impartimos educación de diversa índole a la gente del colectivo LGTBI. Luchamos contra la homofobia interiorizada y contra los roles de género en el seno de las parejas homosexuales, que entienden que debe haber une que haga de hombre y otre de mujer. “Somos parte del mundo” les pone un espejo delante para explicarles lo mucho que valen, porque hay gente incapaz de ver su valía. Por otro lado, también se dan clases de formación profesional, con el objetivo de favorecer su/nuestra integración en el mercado laboral.
No es raro que paguemos tratamientos sanitarios y, por supuesto, velamos por los derechos de las personas LGTBI, eso incluye acudir a las detenciones cuando se producen.
¿Cómo nació el colectivo?
Se fundó en 2016. Para entonces, ya existían grupúsculos en los barrios, o entre la gente de la misma etnia/pueblo que se asociaban para hablar y apoyarse. La llegada de Luis Mergal al país con su esposo aceleró todo. Él era diplomático de España en Guinea Ecuatorial y provocó que empezara a hablarse más de la homosexualidad. Organizó una exposición, con motivo del día del Orgullo LGTBI, en el Centro Cultural español que hizo que un montón de gente se atreviera a salir del armario. Al principio, se hablaba del tema, pero la gente concernida no intervenía. Poco a poco, fuimos juntándonos más personas en torno a ese lugar y lo que eran grupos aislados acabaron por convertirse en un único colectivo.
Cuando el embajador y su marido se fueron, decidimos continuar con la labor que ya había comenzado. Desde entonces, ha habido cinco Orgullos LGTBI. Por desgracia, este año no hemos podido hacer nada por el tema de la covid, solo algunas conferencias online. En cualquier caso, lo que hacemos, de momento, es una lucha pasiva.
¿Qué quieres decir con “pasiva”?
Lo que está esperando la población de Guinea Ecuatorial, y todes aquí lo sabemos, es que salgamos a la calle a manifestarnos. Eso podría acarrear problemas, polémicas, encarcelamientos y torturas masivas. Podrían acusarnos de terroristas, opositores o algo así, por eso, nuestro colectivo entiende que es mucho más estratégico optar por hablar y dar charlas. Ni necesitamos ni queremos que haya muertes o palizas por culpa de una manifestación. Nuestra forma de resistencia es explicar que aquí estamos, salir con nuestras pelucas y nuestros tacones para ir al trabajo o a la compra. En esas pequeñas luchas está nuestra gran guerra, en el día a día.
¿Qué hay de tu función específica?
En el colectivo, ejerzo como asesora psicológica, se me da bien escuchar y concienciar sobre la autoestima, el amor propio y las cargas de culpabilidad. También me encargo de visitar a las trans enfermas con el objetivo de hacer seguimiento de su estado de salud. Sus dolencias suelen evidenciar las consecuencias que tiene ser mujer trans en nuestro país. Por último, traslado nuestra situación al círculo de personas que quiere escucharlas.
A mí me gustaría escucharlas…
No hay ninguna persona trans (ni ella, ni él, ni elle) que no se sienta oprimide, no hay ningune que no haya padecido algún abuso sexual o físico, del tipo que sea, en lugares públicos o privados. Nosotres, normalmente, sufrimos más acoso y más bullying que la gente gay y lesbiana ya que, en su caso, pueden pasar más desapercibides.
Yo he tenido que dar la cara, aunque me haya costado, desde niña. Siendo muy pequeña ya llevaba falda aunque eso haya supuesto que me hayan golpeado e insultado.
En el colegio, incluso había parte del profesorado que me exponía públicamente. Recuerdo que el de religión me usó para ilustrar los pecados, cosa que sirvió para que el alumnado me dijera cosas como que “yo era el demonio”. Un día, estando en tercero de primaria, la docente de Educación Física me golpeó en el pecho con el balón de baloncesto y me dijo “eres un niño, compórtate como tal, deja de hacer mariconadas”. Me dejó bloqueada.
El trauma me llevó a cambiar constantemente de escuela. Ir a clase era como ir a la guerra, por eso no llegué a terminar el bachillerato.
¿Cuánto de difícil ha sido para ti encontrar trabajo?
El ámbito laboral no es más amable que el escolar: Me han llamado para hacerme entrevistas, pero cuando se han dado cuenta de que soy una mujer trans, he tenido que olvidarme de ese trabajo porque “damos mala imagen”. Eso nos aboca al trabajo sexual, a empleos que no sean de cara al público o, con suerte, a los considerados de “chicas” (limpieza, cuidados, estética, peluquería…). Es la única vía con la que podemos sobrevivir.
¿Qué impacto tiene eso en términos socioeconómicos y de salud para vosotras?
De las mujeres trans que se dedican a la prostitución, que, como he dicho antes, son la mayoría, solo a un 2% les llega el dinero hasta finales de mes. Se dedican a la prostitución para tener un lugar en el que dormir, al menos una noche, o para tener un plato de comida. Antes sí había mujeres trans o “divas”, que es como las llamamos en Guinea, que ganaban más. Ellas sí podían permitirse vivir de su actividad cuando había más empresas extranjeras en el país, porque la gente de fuera estaba dispuesta a pagar más. El hecho de que buena parte de esas empresas foráneas se hayan ido del país ha provocado que, desde hace unos cinco o seis años, aquí no se gane nada con la prostitución. El máximo dinero que te pueden dar son 20.000 o 25.000 FCFA (entre 30 y 37,5 euros), algo que no te dura ni dos días.
Si hablamos de salud, a lo que se exponen aquí la mayoría de las trans es a la hepatitis, al VIH y a unas hemorroides bestiales derivadas de soportar un sexo anal violento. Por otro lado, ir al hospital es una experiencia muy desagradable, te estigmatizan e infieren infecciones de transmisión sexual (ITS), las tengas o no. El personal sanitario puede llegar a ser muy cruel, cosa que provoca que le tengamos pánico al hospital y que nos automediquemos a todos los niveles, incluido el hormonal, lo cual también acaba con nuestras vidas.
Tú sueles decir que existe una fecha de caducidad para las mujeres trans en Guinea Ecuatorial.
Exacto. Si cuando tienen 30 años no han hecho una inversión (tipo vivienda, negocio propio o algo así) para poder tener cierta estabilidad en el futuro, ya no son nadie, porque han tenido todas las ITS del mundo, les han explotado sus familiares y los hombres, y lo que les espera son las camas de los hospitales y un velorio cercano. ¿Por qué? Porque todas las trans, o casi todas, tienen alguna patología relacionada con ser trabajadora sexual y encima, no cobran ni lo suficiente como para hacerse una analítica.
¿Y qué hay de ti?
Yo estoy intentando “organizarme” y economizar para poder disponer de un techo de aquí a unos años y así no depender de nadie. Llevo ahorrando desde los 13 años, pero solo me da para vivir al día, sin garantías de un futuro digno o estable.
Trifonia Melibea, activista feminista y LGTBI de Guinea Ecuatorial habla de la imposición de la maternidad y de la paternidad para las personas homosexuales y trans ¿a qué se refiere?
Si una madre tiene una hija trans, como yo, la fuerza a que procree para devolverle al hijo varón perdido a través del nacimiento de un nieto. Si lo que tiene es un hijo trans, le obliga a quedarse embarazado para que le devuelva a la niña que ella no ha podido vender a un hombre para poder ser rica, dado que aquí muchas madres esperan que sus hijas sean las que traigan dinero a casa por juntarse, ennoviarse o casarse con algún hombre pudiente.
La maternidad/paternidad forzada de les trans, lesbianas y gais es uno de los métodos que se usan como terapia para “curarnos”. También hay gente que va a curanderías o a iglesias y si ven que nada de lo anterior funciona, los familiares les chantajean emocionalmente para que sean padres o madres.
El problema que se deriva de esto, más allá de lo obvio, es que cuando esto sucede, el afecto paterno o maternofilial, ese que se considera tan natural, no existe. Sin embargo, les niñes no tienen la culpa. Ahora bien, tampoco se puede culpar a la cantidad de personas que integran el colectivo y que psicológicamente han padecido muchísimo a lo largo de su vida. Desde el colectivo trabajamos mucho en este asunto.
Hablando de familia, ¿cómo es tu relación con la tuya?
A mi familia les dije “o lo tomáis o lo dejáis”, porque yo he sido muy trabajadora y muy independiente de siempre, he logrado todo sola y no he necesitado de elles.
¿Qué peso tienen las personas trans (hombres, mujeres y no binaries) en la lucha LGTBI en Guinea Ecuatorial?
Somos la única imagen de la homosexualidad a ojos de la gente de aquí y eso nos convierte en pilar del colectivo LGTBI. Cuando una persona trans ha dado cinco pasos, las demás solo han dado uno. Somos la cara y la voz, quienes impartimos conferencias en los centros culturales teniendo a ministros enfrente.
¿Y qué hay de vuestro espacio en la lucha feminista?
A nosotras no nos mutilan genitalmente, cosa que es terrible que le pase a las mujeres cis en ciertos países del continente (por supuesto, no en todos), pero las mujeres cis tampoco padecen cosas que a nosotras nos ha tocado vivir.
En Guinea Ecuatorial hay muchísimo machismo, sin embargo, las mujeres cis tienen derecho a la educación, a la sanidad, a la integración familiar, al trabajo, al aborto o a ser políticas. Aquí, las mujeres trans no podemos tener más derechos que ninguna mujer cis puesto que no tenemos ninguno.
Hablando de la dote, por ejemplo, la mujer cis aquí puede devolverla y volver a casarse, nosotras en cambio, no podemos ni pronunciar el nombre de nuestro amante o nuestro marido (pese a que la unión no sea legal) ya que no se nos considera personas. No tenemos derecho a amar ni a ser nosotras mismas sin que nos abucheen o nos golpeen.
Entre las feministas de aquí no he visto nada de transfobia, las mujeres trans estamos bien consideradas. Una mujer no puede pensar que sus genitales son el centro de su mundo. A mí no me hace falta tener vagina ni dos tetas para que me digan que soy mujer. Sé que lo soy.
Al observar ciertos comportamientos tránsfobos en Europa, caigo en la cuenta de que cuando se trata de machacar a las mujeres trans, algunas mujeres cis pueden ser la mano derecha de algunos hombres cis heterosexuales. Se sientan a su lado para condenarnos.
En junio de 2020, Aprofort, una iniciativa financiada por la UE para brindar apoyo a la sociedad civil y a los activistas más vulnerables del país lanzó un análisis del “proyecto de ley reguladora de la prostitución y los derechos de los homosexuales en la República de Guinea Ecuatorial”. De entrada, ya solo por el título, mezcla prostitución con derechos de la comunidad LGTBI, ¿en qué consistiría dicha ley?
Antes de analizarla querría decir que hay una ley fundamental que no se menciona, que es la ley bantú del patriarcado familiar y cultural. No hay ninguna trans ni ningún trans que no haya pasado por las terapias tradicionales. Hay muchas a las que han llevado a curanderías como terapia, las hay que han padecido torturas en las cárceles, otras en el seno de su propia familia, donde las han castigado como un método de conversión. Esas cosas también son parte de lo que sufrimos en el día a día y no se menciona en las leyes que elaboran y diseñan como camuflaje para que vean en el mundo exterior y europeo que aquí también nos estamos “modernizando”.
La mayoría de las mujeres trans hemos sido violadas y los primeros hombres en hacerlo han sido nuestros familiares, nuestros primos, nuestros tíos. Y los hombres trans aquí, son violados por la voluntad de sus padres que les encierran en cuartos con hombres cis para que les violen y “se sientan mujer”. Nuestro país todavía no entiende que un pene no es hombre y una vagina una mujer.
Dicho esto, el artículo 17 del proyecto de ley habla sobre la reinserción social a los homosexuales, o sea que pretenden tener acceso a hacer con nuestras mentes lo que les venga en gana, querrán intentar hacernos heterosexuales y cis a la fuerza, cosa que es imposible.
El artículo 20, por su parte, dice que hay un solo modelo de familia que tiene que ser mujer y hombre bantú, o sea que nosotres no tenemos derecho a tener nuestras familias y a vivir con nuestras parejas en nuestra casa. Ese mismo artículo establece que la población tendrá que colaborar con las denuncias, de modo que nos encarcelarán masivamente, merced a los chivatazos vecinales. Será una manera de devolvernos al armario.
Más allá de las leyes, ¿sientes que la sociedad ecuatoguineana va transformándose? ¿Cuánto crees que las redes sociales han contribuido a dicha transformación?
A pasos de tortuga, sí, la sociedad guineana va concienciándose. Desde que nació el colectivo, con las charlas que damos en los centros culturales y conferencias, acude mucha gente y va cambiando su mentalidad. Necesitan información porque tienen miedo a lo desconocido, así dejarán de vernos como enemigues.
A título personal, internet ha sido una salvación, puesto que cuando empecé a crecer, pensé que era la única. Las preguntas que no le podía hacer ni a mi madre ni a mi padre, dado que pensaban que estaba enferma, se las formulé a google. Ver que en otros sitios había gente como yo, que sufría igual que yo y que ha luchado para dejar de sufrir y padecer como lo hago yo fue sanador.
Me gustaría añadir que series de televisión como La que se avecina, que aquí se ve mucho, y en la que salen personas trans y gais, a pesar de los topicazos en su representación, han servido para que mi sociedad se conciencie.
¿No te da miedo que lo que estás contando se publique?
Descuida, quiero que la entrevista se publique tal cual: como mujer trans yo no vivo al día sino al minuto, puesto que cualquiera puede hacerme daño con solo poner un pie en la calle.
Cuando solo tenía 13 años, me escupieron y me tiraron piedras por la calle. Al llegar a casa, el lugar que se supone que debería ser mi refugio, mi madre se quedó mirándome y mi melliza comenzó a llorar porque sus compañeros de clase le decían que su “hermano” era maricón. Obviamente, me sentí fatal por hacer sufrir a la persona con la que había compartido espacio en el vientre de mi madre nueve meses. Después de eso, intenté cortarme las venas. Por suerte, recapacité y me dije “no estoy enferma ni soy anormal, quizá hay más gente como yo”. En lo más profundo de los barrios de Malabo, la capital del país, empecé a encontrar a personas trans. Me di cuenta de que yo no era la única, pero también de que todas ellas preferían callarse. Eso me llevó a exponerme y gritarle al mundo que existimos. Cada uno de los velatorios de mujeres trans a los que he asistido me han marcado, me han hecho pensar “una más que se va y seguimos callades”.
Mi silencio solo le da fuerza a la homofobia, sería como otro moratón en la cara de una hermana trans y solo ayuda a que se viole a otro hombre trans. Decidí levantar la voz cuando estaba en el vacío y ahora sé que, por suerte, llego a un montón de oídos y continúo haciéndolo.
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Fotografía: ctxt.