Por: Roberto González Villarreal, Marcelino Guerra Mendoza, Lucía Rivera Ferreiro. Columna: CORTOCIRCUITOS. 14/08/2019
Mucho antes de la aprobación a la reforma al artículo 3°, advertimos que se prefiguraba una salida neoconservadora a la promesa de cancelar la reforma educativa neoliberal. Desde principios de abril, después de examinar párrafo por párrafo, hicimos un llamado a votar contra el dictamen, expusimos con la mayor claridad posible, los motivos (Contra el dictamen ¿por qué llamamos a votar no?). Anunciamos desde entonces que se estaba cocinando un gran engaño; lamentamos, en su oportunidad que así ocurriera.
También dijimos en repetidas ocasiones, que se había formado un canon crítico que centraba la reforma neoliberal en la evaluación de permanencia y en sus afectaciones laborales, pero no seguía la reconfiguración subjetiva, conceptual, institucional, organizacional, presupuestal, financiera y política del Sistema Educativo Nacional.
La estrategia de la mal llamada cancelación de la reforma partió de las críticas de los seis años anteriores, las utilizó como justificación y las respondió puntualmente: quitó la evaluación de permanencia, dejó todo lo demás y aprovechó el impulso para ampliar el espacio de afectación neoliberal hacia la educación inclusiva, la inicial, los derechos individuales y la charterización escolar, por mencionar solo algunos. De entre las opciones que identificamos en Cancelar la reforma educativa en México. Un Kit para luchar contra la educación neoliberal, se impuso una visión reducida de la reforma; en consecuencia, triunfaron las propuestas minimalistas. Así es difícil, por no decir imposible, acabar con las infecciones sistémicas de la educación neoliberal.
Para decirlo de manera sintética: la promesa de la cancelación se volvió un mecanismo para desbloquear los obstáculos de legitimidad e implementación de la reforma de Peña Nieto, ampliando y profundizando la racionalidad neoliberal en educación. La IV Transformación es la narrativa histórica del engaño: no estamos en tiempos postneoliberales, estamos en tiempos de profundización neoliberal con máscara progresista.
En esto cayeron muchas y muchas. Se utilizaron todas las formas habidas y por haber del control discursivo, personal y político, para desdeñar cualquier valoración distinta a la realizada por el gobierno y el bloque hegemónico de las resistencias, que dejó para la historia aquel infausto grito de Ya cayó, ya cayó, la reforma ya cayó, el 27 de mayo en Palacio Nacional.
La reforma no cayó, nunca cayó; como tampoco estuvo muerta en el 2015, 2016, 2017, 2018 y mucho menos en 2019. La reforma neoliberal es un proceso de auto-reproducción, de auto-organización; esto es así no nada más, pero sí de manera significativa, gracias a la crítica convencional y los poderes hegemónicos en las mismas resistencias.
Afortunadamente, poco a poco, de manera reptante pero continua, el cuento de la cancelación no parece estar blindado, se está acabando. Discursos postcríticos -es decir, que vienen después del canon crítico, esa argumentación cómplice de la reforma-, contradiscursos locales -los que cuestionan la racionalidad en campos específicos, muy especialmente en la educación especial e inclusiva, en la educación física, la sexual, la reproductiva, la inicial, la superior-, prácticas organizativas -como los encuentros sindicales que rompen la ritualización y desafían las dirigencias-; y sobre todo, esa inquisición continua y cotidiana sobre la verborrea presidencial, los hechos de sus secretarios. Todo ese magma en ebullición que también produjo el tiempo de la cancelación, está por desbordarse.
De hecho, se ha desbordado ya en Chiapas a propósito de una cuestión que podría parecer menor, laboral o administrativa, pero que en realidad es sólo la punta del iceberg del descontento producido por la IV Transformación Nacional.
¡Y es apenas el inicio! Porque tras la molestia producida por la negativa de la bilateralidad, se asoma una crítica profunda: la reforma ni cayó, ni se canceló; por el contrario, se profundizó. Es un engaño contra el que hay que luchar, pero en otras condiciones; porque como ya se ha revelado, y en esto hay que insistir una y otra vez, la reforma neoliberal no es un programa, ni se encuentra presente solo en cuestiones laborales. Es un modo de pensar la educación, un modo de concebir sus problemas y sus dificultades, un modo de atenderla que pasa por la reconfiguración, subjetiva, conceptual, administrativa y financiera; es decir, por una recomposición radical del territorio educativo.
Ahora bien, ya sabemos ahora que ese territorio no podemos dejarlo en manos de los partidos o las dirigencias, la magisteria revoltosa tiene que defenderlo, tomarlo, invadirlo, conquistarlo, pero despojándose de las falsas esperanzas puestas en un Tlatoani y deshaciéndose de las sujeciones forjadas durante años de prácticas educativas, sindicales y políticas de sometimiento. En otras palabras; abrazar la insurrección pedagógica.
Contacto: [email protected]
Fotografía: rompevientotv