Por: Marcelino Guerra Mendoza, Lucía Rivera Ferreiro y Roberto González Villarreal. Contacto: [email protected]
El embate neoliberal no tiene que ver solamente con la explotación de los trabajadores, esa es una constante en el capitalismo, su sello distintivo. Lo nuevo, después de decenios de conquistas obreras, es el deterioro sistemático de las relaciones laborales, el ataque constante a derechos ganados y, de manera relevante, a los lazos de solidaridad laboral y compromiso colectivo.
Hoy en día, los trabajadores velan más por sus propios intereses para conservar el empleo, que por un interés colectivo que potencie sus derechos y estabilidad laboral. La incertidumbre e inseguridad de las nuevas formas de contratación, va horadando, derruyendo, derrumbando poco a poco las relaciones solidarias entre trabajadores de todos los sectores.
Ese es uno de los mayores logros del neoliberalismo, la descolectivización de los trabajadores, la pérdida de intereses comunes, la renuncia de los propios gremios a defender contratos colectivos, derechos y prestaciones. Ya no se miran las diferencias, no se hacen comparaciones entre los gremios para reconocer derechos ganados por unos, que pueden ser motivo de lucha para otros. Ahora, los trabajadores se desconocen entre sí, se perciben como ajenos, o peor aún, como competidores, porque de lo que se trata es de defender intereses individuales.
En el gremio magisterial pasa lo mismo; la reforma educativa vino a instaurar esta desafiliación. Los maestros ya no tienen asidero, tampoco dónde acogerse, en qué ampararse como grupo, dónde juntarse para hablar, escuchar y organizarse. Tanto el SNTE como su disidencia, la CNTE, empezaron a ver difuminada su identidad representativa y defensora, los tacharon de corruptos y responsables del deterioro educativo en el país; el encarcelamiento de su líder emblemática, en abril de 2013, es un símbolo, un mensaje también de que no son nada más los sindicatos sino también, todos sus representados. Ahora, los maestros tienen que defenderse sin el apoyo sindical, al margen del gremio, por consiguiente, sin contar con la dirigencia, sea de una u otra fracción.
La reforma educativa le impuso al maestro una flexibilidad laboral en la que, además de tener que enseñar a aprender a un numeroso grupo, lo obliga a cumplir con múltiples reglas y requerimientos impuestos para, aún en contra de su voluntad, presentar las evaluaciones de ingreso, diagnóstico, permanencia y promoción.
Naturalmente, todo esto trae como consecuencia un malestar individual, una percepción cognitiva-afectiva-emocional sobre el trabajo, que no solo se queda en la escuela o en el salón de clase, trasciende este ámbito, se instala en las vidas de los maestros, en sus relaciones sociales, culturales y familiares, de manera permanente.
La reforma educativa introduce la flexibilidad laboral, para contar con maestros en activo sólo por periodos breves, que realicen una docencia técnicamente impecable (si eso es posible), según los parámetros, perfiles e indicadores preestablecidos; maestros que puedan ser despedidos en momentos de crisis, sometidos siempre y sin previo aviso, a la manipulación y modificación de las condiciones de trabajo, las remuneraciones o los estímulos, que ante los bajos salarios, forman parte sustancial de los ingresos mensuales, a diferencia de antes de la reforma, ya no serán incorporados al salario.
En este nuevo escenario, pueden identificarse por lo menos dos tipos de flexibilidad laboral. Por un lado, la flexibilidad temporal, tiene que ver con la reducción o acomodo arbitrario de la jornada de trabajo en turnos y horarios discontinuos. Por el otro, una flexibilidad contractual que desaparece el contrato definitivo, reemplazándolo por nombramientos temporales de tres meses, cuando no por horas, sin garantía de continuidad o renovación.
La flexibilidad laboral se fortalece y consolida gracias a la subjetividad laboral que se expresa en el agotamiento, el estrés e incertidumbre constante, lo que hace todavía más difícil el trabajo docente en al aula, en la escuela y con los padres de familia.
La reforma educativa y sus cuatro tipos de evaluaciones impuestas, con todos los requisitos, etapas y mecanismos que los profesores tienen que seguir, no es anodina, tampoco un mero trámite; tiene efectos, implicaciones profundas, produce una subjetividad laboral en el docente, afectando su modo de estar y hacer el trabajo cotidiano, atraviesa todas sus relaciones.
¿Cómo formará a los alumnos el maestro flexible de la reforma educativa? Porque prácticamente lo están obligando a trabajar de otro modo con los alumnos, cuidando y anteponiendo los estándares del logro de aprendizaje y el ranking de la escuela. Muchos creen que eso es ser exitoso, o eso quieren hacerles creer.
La falta de significado pedagógico y didáctico, la pérdida de rumbo y sentido, el declive del ideal de formar ciudadanos críticos, reflexivos y con valores democráticos, son efectos de esa subjetivación que afecta sobre manera y de un modo irreversible, a los maestros.
Esto es lo que la reforma educativa demanda y espera de los maestros: además de enseñar a los alumnos a resolver pruebas estandarizadas, tienen que elaborar portafolios de evidencias, prepararse para las distintas evaluaciones, atender requerimientos administrativos, cuidar que los alumnos no se hagan daño en el salón de clases, tampoco en el recreo, atender a los padres de familia, administrar conflictos de todo tipo, evitar confrontaciones, acatar órdenes de directivos y además, a la hora que sea, que desde luego no es la de la jornada contratada, con sus propios recursos y medios, continuar formándose.
Ya no importa cuántos grados académicos ostenten, mucho menos la experiencia acumulada de años y años, ahora los maestros son considerados y tratados como mano de obra barata a los que se exige una alta cualificación. En sentido estricto, se están convirtiendo, cada vez más, en un ejército de reserva altamente especializado, ahora los iguales tienen que competir entre sí por un contrato limitado, por puestos de trabajo sumamente precarios.