Por: Victoria Sendón De León. 14/12/2022
Sabemos que muchos acontecimientos actuales están amenazando la democracia, que, si permitimos que avancen, en pocos años acabaran con el mundo que conocemos. Y lo malo es que es a peor. Y no, no es que padezca de nostalgia porque muchas cosas deberían quedar atrás. Uno de esos acontecimientos o tendencias a las que me refiero es a la miserable tendencia hacia la “cancelación”. Primero fue el fenómeno woke, que proviene del verbo wake, despertar, y que comenzó a utilizarse en la década de los 40 en Estados Unidos por parte del movimiento sindicalista negro, que luchaba por sus derechos y proponía “estar despiertos” o “estar alerta” ante la quiebra de tales derechos. Más tarde se retomó en 2013 con el movimiento Black lives matter tras la brutal muerte de Trayvon Martin a manos de la policía de Florida. Fue el despertar de los despiertos. Este movimiento se hizo viral en temas como el MeToo, el transctivismo, el colonialismo y otros movimientos interseccionales, que multiplican los “delitos de odio” de cualquier tipo hasta el punto de extenderse hacia todo lo “políticamente incorrecto”. Salvo de todo esto al MeToo, que se refería a delitos judicialmente probados, pero acuso a todas aquellas presunciones de culpabilidad contra quienes intentan poner en cuestión ciertos mandatos políticos que perjudican a la ciudadanía.
Hemos salpicado el tejido social de innumerables tabúes que aparecen cada día, condenando a priori cualquier actitud o teoría críticas respecto a la posición oficial de cierta izquierda que se presenta con los ropajes de una supuesta justicia social. En cada despertar aparece un nuevo ”chivo expiatorio” al que hay que destruir. ¿Cómo? Con la muerte civil, que engendra la “cultura de la cancelación”. Muy recientemente, durante la pandemia, han sido los “negacionistas” los condenados a la hoguera del silenciamiento profesional por la venganza solapada de la industria farmacéutica. Y actualmente, los cancelados son aquellos que niegan que el origen del cambio climático tenga causa humana, entre ellos eminentes geólogos de diversos países. Es un dogma que no se discute. Cuidado: hay muchos intereses detrás.
El tema que en realidad me ocupa y pre-ocupa es la cancelación de muchas feministas por haberse manifestado críticas respecto a determinados aspectos de la propuesta Ley Trans que nos amenaza con ser aprobada antes de finalizar el año. Puede arruinar la vida a cualquiera que ose opinar profesional o teóricamente de un modo crítico en relación a dicha Ley, los cuales serán acusados inmediatamente de “delito de odio”, que conlleva multas administrativas de hasta 150.000€, ninguna broma. Se está creando un clima tan enrarecido como en los siglos XVI y XVII con el Tribunal del Santo Oficio o Inquisición. Me recuerda mucho a la política eclesiástica que se vierte en el libro de inquisidores “El martillo de las brujas” o Malleus maleficarum en el que podemos leer: “Para iniciar una causa basta la acusación de un particular o la denuncia, sin pruebas, hecha por persona celosa”. Y ahora existen muchas “personas celosas” o con gran celo por su causa. Ya sabemos que existe un teléfono del Ministerio de Igualdad al que se puede llamar con cualquier acusación de delito de odio, como decir que en la especie humana existen dos sexos: mujer y varón como hemos visto en el caso de JKRowling. O también en nuestro país, la denuncia que se formuló contra Lidia Falcón por un artículo. A más abundamiento, por lo visto y leído, el ministro Marlaska ha creado toda una red de “chivatos” que vayan atisbando alguna herejía similar. Lo que en la Inquisición se llamaban los “familiares” de los reos o denunciantes de los culpables de brujería y que los acompañarían hasta el cadalso o pira mostrando sus trofeos se están creando de nuevo. Muy similar también a los grandes procesos, cuya procesión de acusados era rematada por la aparición solemne de sus reverencias los inquisidores, ha sido el caso de Juana Gallego, profesora de la UAB (Barcelona) en el que oficiaron de tales la Coordinadora del Máster (del cual fue desposeída) la Secretaria General de la UAB, así como la Vicerrectora de Comunicación y hasta el Decano de la Facultad de Comunicación que en juicio sumarísimo y sin la presencia de la parte contraria ni imparcial impartieron justicia. Juana se quedó sin el máster que ella había fundado siete años antes sin que existieran problemas de esta índole hasta que se ha puesto de moda la cultura de la cancelación en la que han crecido como las setas esos celosos vigilantes de lo políticamente incorrecto. Ellos son los “despiertos” y los demás, una panda de borregos e indocumentados.
¿Cómo hemos llegado a este ambiente político enrarecido? Tengo mi teoría: la generación más joven actual o “generación de cristal” ha dado el salto desde el complejo de Edipo al complejo de Narciso. Muchos de ellos, como “masa social enardecida”, se posicionan respecto a determinadas causas sin un criterio filosófico o científico serios, sino desde el sentimiento de lo que son “derechos” o lo políticamente correcto, despreciando lo que otras y otros, antes que ellos, han trabajado, estudiado y argumentado. La Ley-del-Padre (propia de Edipo) ya no existe porque el Padre es ahora una figura desprestigiada, ya no ejerce como figura de autoridad. Lo único que existe es su creencia, su ideología y su partidismo, es decir, su narcisismo. Las líneas rojas que no pueden ser traspasadas son aquellas que delimitan su identidad, su nacionalismo, sus creencias, sus proclamas, su yo sobrevalorado. Si las cruzas, eres un hereje destinado a arder en esa hoguera de las trivialidades. Se consideran con autoridad suficiente como para echar a profesoras de la Universidad, como ha sucedido en la de Granada con Tasia Aranguez, o de la presentación de libros, como acaba de pasar con Alicia Miyares o con Laura Lecuona en México, por ejemplo. No digo que volvamos a la rígida y patriarcal Ley-del-Padre –que ya combatimos -, pero que profesores de universidades se presten a semejantes juegos narcisistas me parece escandaloso. Las frágiles mentes de la generación narcisa, alimentadas por las Redes Sociales, están siempre dispuestas a aliarse con causas de las que se hacen abanderados y representantes. Esas que financian los fondos europeos de la Next Generation entre otros. Es un modo de considerarse sujetos de la historia, pero como pollos sin cabeza.
Con la censura aparejada a ciertas leyes terminamos con la democracia, nos cargamos los valores más consolidados y dejamos en manos de los más ignorantes y oportunistas el futuro de nuestras libertades. Ahí es nada. Llegaron al Gobierno prometiendo derogar la “ley mordaza” y resulta que preparan otras peores. La cancel cultura o cancelling tiene su origen en las primeras fases de la Alemania Nazi hacia los judíos y quienes no participaban del nacional-socialismo. Dentro de poco nos pondrán el brazalete con la estrella amarilla. Al tiempo.
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Fotografía: Federación anarquista