Por: Reflexiones Marginales. 12/06/2018
Resumen
El presente ensayo invita a problematizar el crimen de la desaparición forzada desde el planteamiento amplio del biopoder y la biopolítica en el México contemporáneo. Para tal hecho realizo una revisión desde el miedo y los afectos como forma política, cuyas consecuencias están precedidas por condiciones económicas de la mercancía “droga” que agencia como “máquinas hacia las atrocidades”, las cuales son efecto de procesos históricos íntimamente entrelazados con el narcotráfico y el Estado mexicano. Busco repensar el fenómeno de la desaparición forzada a la luz de la guerra contra el narcotráfico desde un marco biopolítico-biopoder.
Palabras clave: Biopoder, biopolítica, máquinas de guerra, desaparición forzada, narcotráfico, Estado.
Abstract
This essay invites to problematize the crime of forced disappearance from the broad approach of biopower and biopolitics in contemporary Mexico. For such a fact I make a revision from the fear and the affects like political form, whose consequences are preceded by the economic conditions of the merchandise “drug” that gives agency as “machines toward the atrocities”, which are effect of the intimately intertwined historical processes: drug trafficking and the Mexican State. The purpose is to think about the phenomenon of forced disappearance in the light of the war against the narcotic from a biopolitical-biopower framework.
Keywords: Biopower, biopolitics, war machines, forced disappearance, illegal drug trade, State.
El presente ensayo[1] intenta recuperar la información trabajada con anterioridad sobre el caso de Fuerzas Unidas por Nuestros Desaparecidos en Nuevo León (FUNDENL).[2] Trata de abrir el panorama de sentido sobre el crimen de la desaparición forzada se vuelve una necesidad de vida: el sentido del porqué de las cosas nos proporciona herramientas para continuar con conocimiento de nuestra historia. He llegado a plantear el olvido histórico como una de las líneas de trabajo en la reivindicación de nuestro ser cuerpo político.
Cuestionar las formas estatales, mercantiles, subjetivas y afectivas en este crimen nos dirige necesariamente a una exposición de las condiciones que permitieron el punto de encuentro de las fuerzas que desembocaban en la desaparición forzada. Por consideraciones de la tesis he decidido continuar con el trabajo sobre los afectos, el cuerpo y el biopoder y la biopolítica, recordando someramente que por la primera entiendo el poder sobre la vida y por la segunda el poder de la vida en su multiplicidad.[3]
Marcando una cualidad profesional y formativa, la perspectiva de la psicología social de la liberación y el psicoanálisis toma como factor indispensable para entender los traumas psicosociales la situación sociohistórica y política; por eso, una propuesta de la psicología que no dé cuenta de estas texturas muy probablemente escinde la profesión al sólo enfocarse en el sujeto y olvidar las afectaciones contextuales.
La propuesta para este ensayo está estructurada, en el contexto de lectura histórica del desarrollo de la guerra contra el crimen organizado, en 1) el cerco moral que por el miedo da lugar a la posibilidad subjetiva de eliminación de la alteridad desde el racismo e idea de salud; 2) hay unas fuerzas reactivas que empiezan a materializarse en 3) maquinantes hacia lo atroz, pero que en 4) el trabajo del Estado, éste ha sido un factor indispensable de la desaparición forzada, y ahora, como parte del estado, [en segunda entrega] 5) el narcotráfico es un actor constitutivo, tensionando 6) el derecho y la fuerza de ley en zonas de excepcionalidad por el mismo marco normativo. Por último 7) me gustaría dejar una propuesta de lectura de la desaparición forzada desde este recuento.
Acercamiento al miedo: sus trazos y sus tajos
El miedo no sólo constituye una sensación corporal que moviliza conforme a la toma de decisión, muy diferente al terror, sino que “moviliza conforme a la autoridad” y requiere de la explicación del proceso, con una sencilla pregunta: ¿cómo cedemos soberanía por la sensación del miedo? El miedo, más que una reacción ante lo amenazante, podemos pensarlo como algo que se supone que limita mi potencia de actuar. Lo que pasa con el miedo, como respuesta ante ciertas amenazas, es incluso el miedo a nuestro miedo, “[t]enemos miedo de nuestro miedo, de la posibilidad de que el miedo sea nuestro, de que seamos justamente nosotros quienes tenemos miedo”.[4] Más adelante, Esposito explica con claridad en el uso político del miedo, que éste “[…] no sólo está en el origen de la política, sino que es su origen, en el sentido literal de que no habría política sin miedo”.[5]Por lo tanto, el miedo es una consideración inherente a la constitución de lo político, pero que no lo elimina, sino que es su interior. Con el miedo anudando las palabras, el sentido y el sentir son el lapso de acción en el cual su agenciamiento es, muchas de las veces, una alienación del sinsentido de la violencia. O para decirlo de otra forma: la población, cuando tiene miedo, necesita un sentido de lo que está pasando, quien “da” el sentido a eso que sucede se agencia como el soberano del saber.
Pero el miedo habrá de ser localizado desde la perspectiva amenazante, no sólo al cuerpo del sujeto, sino al cuerpo de la nación como totalidad, como quien padece se adjudica la amenaza y la convierte en una figura de exclusión. Es en este proceso que nos preguntamos qué vidas son negadas como tales desde una lectura del biopoder, más bien, en tanto que siempre hay una cesura, un corte, una separación de población, de sujeto, de normalidad-anormalidad. Se crea así una noción de otro irrepresentable o representable sólo mediante su exclusión.
Lo otro es posterior al corte, pero lo otro es inherente del corte. El corte es un efecto de la consolidación del sentido de las fuerzas, es una expresión de la fuerza. Esta expresión también se puede considerar como los cortes, todos los cortes que se anudan en expresiones diversas. Por ejemplo, decir que los que murieron en el enfrentamiento eran “criminales”, que fueron repelidos en combate; que los que desaparecieron “tenían que ver con las rencillas entre bandas”, “en algo andaban”, y demás comentarios que cortan hacia la otredad imposible de asimilar, debido al sinsentido que el acontecimiento de la violencia carga.
Pero también, tan anudado como la bisagra que hace girar dos placas, la otredad viene a agenciar el acto de excluir: malo, feo, cholo,[6] criminal, insectos, bestias, sicarios, sujeto endriago,[7] y demás adjetivos que cercan entre existencia e inexistencia, o como existencias hacia la inexistencia, hacia la negación.
Las réplicas de sentido, esto es, una respuesta general ante tales eventos, anudan desde el miedo que separa lo nombrado como amenazante. Los miedos particulares anudan con el corte hacia el otro. Entonces, aquí, el cuerpo (ciudadano) cortado, afecta a posteriori al mismo cuerpo. Cuerpo cortado que genera un afecto y lleva hacia las terminales del bien y del mal, pero asumidas así por las prácticas objetivizantes[8] del sí mismo, lo que tensiona todas las líneas del afecto es una “[…] ortopedia” del alma: el poder pastoral.[9] Éste poder refiere a la forma de “orienta[r] hacia la salvación (en oposición al poder político). Es oblativa (en oposición al principio de soberanía); es individualizante (en oposición al poder jurídico); es coextensivo y continuo con la vida; se vincula con la producción de verdad —la verdad del propio individuo [a partir de la renuncia de sí mismo].”[10]
Dicho poder dispuso la cuadrícula moral del bien y el mal que se tensiona desde la amenaza al cuerpo social. Esto se puede pensar desde lo que Deleuze y Guattari mencionan como la noología, el pensar (imagen) conforme al Estado, o lo que es lo mismo: mientras no nos preguntemos por qué pensamos como pensamos estamos sirviendo al pensamiento conforme al Estado.[11]
Por lo tanto, su expresión en un otro como lo que ha de ser excluido, eliminado. Por esto, también pudiéramos estar ajenos, enajenados de la representación del afecto, que no es lo mismo que el afecto en sí e imposible de representar. Me refiero a que las sensaciones de que algo está pasando podrían ser explicadas por un tercero, una mediación institucional o no; pero que, con el problema ético anudado en este punto, las representaciones aproximativas del afecto son, también, formas de objetivación (¿quién o qué da la verdad de lo sentido en los procesos colectivos?). No olvidemos el aspecto irracional del terror, a diferencia del miedo que permite el cálculo y la razón, el terror propiamente inmoviliza, genera un corte en el sentido de la vida[12] y las disputas o disposiciones de sentido en la sinrazón de la violencia. Me refiero a que el exceso de sentido debido al terror se vuelve un espaciamiento en tanto una disputa por el sentido, o sea, el sentido es un asunto político, ¿qué o quién nos explica esta parálisis ante las atrocidades por la violencia? Porque las atrocidades a las cuales se da sentido, antes que aterrorizarnos e inmovilizarnos, las cargamos de sintagmas dispuestos por el poder pastoral (medios de comunicación, instituciones de encierro, decires y rumores vecinales) quien nos dice qué fue lo que pasó. Entre el miedo y el terror, muchas de las veces un tercero racionaliza el acto: es una batalla ganada por la moral.
Ahora bien, mencionar “sus trazos y sus tajos” es poner en relieve algunos puntos que sobresalen en la creación de la alteridad, de la otredad, que también se puede pensar desde la precarización y la precariedad,[13] que remiten a condiciones concretas de exclusión y que crean marcos epistémicos donde las vidas son consideradas como tales. Desde las “vidas dignas de ser lloradas”[14] en tanto se disputa, en contextos de guerra, su reconocimiento como duelos públicos que muestren el paso por esta vida. Creo que este sintagma (vidas dignas de ser lloradas) se puede intercalar por vidas dignas de ser buscadas. ¿Qué se busca sino la vida relacional desde el vínculo hacia modos de existencia que, en este caso, refieren al familiar? Este otro trabajo necesariamente replantea la noción de vida en tanto búsqueda y relación.[15]
Retomando sobre el miedo y la exclusión hay que considerar que uno de los máximos (por su sutileza e impacto en el sentido de la búsqueda de los desaparecidos) agenciamientos noológicos es el referido al marco moral donde el viviente deja de tener vida para pasar a mera existencia. Me explico, cuando está marcado el afuera en el adentro, esto es, generar un afuera en el adentro, con la pretensión de excluir algo que amenaza el adentro produciendo ese límite entre lo que podría pertenecer, pero pertenece mediante su exclusión, mediante su negación para el cuidado del todo (invención del enemigo, del “veneno” que degenera la población). Como lo plantea Esposito: “Para esterilizarse de su propio poder contaminante, la comunidad está obligada a ‘operarse’: a separarse de sí. A separar de sí un punto de su interior sobre el cual hacer converger el mal colectivo, de modo que se aleje del resto del cuerpo”.[16]
Entonces es posible hacer un tajo al otro, a la alteridad, a lo que, en su momento, se anuda con un decir que es sacrificado ante la vida de la población por la amenaza de “bestias”, de “inhumanos”, de “lacras” y demás adjetivos que en cualquier foro o comentarios de noticias sobre la guerra contra el narcotráfico se puedan leer.
Cuando el cuerpo está cortado, segmentado, amenaza la “identidad” sobre el mexicano, ¿a qué le corresponde ser mexicano?, ¿a lo que mantiene una coherencia interna y por lo tanto fenoménica de lo que es el buen mexicano? Y, ¿quien no entra en el parámetro —ajeno, infinitamente ajeno, pero con resultados prácticos, inmediatos y no sabidos— es considerado una amenaza? Una amenaza “interna”, siendo que tan interno no sabemos de la reacción ante la diferencia. Por decirlo en otras palabras, en la reacción ante el otro como diferente, lo que se pone en práctica es el parámetro de la identidad del ser mexicano: sin saberlo, lo hacemos sabiendo que desconocemos sus fuentes. Se justifica desde esta perspectiva estar en contra de otro:identificación al hacer el corte y representación en tanto cualidades de ese otro. La representación viene como una mediación, no como un encuentro ni como una afectación, sino como una separación, o como en entrevista dice Leticia Hidalgo: “pasaba la gente y les hablábamos y les decíamos lo que estábamos haciendo y mucha gente se asustaba, mucha gente se asustaba, mucha gente no quería saber nada, o sea primero sí nos querían escuchar y ya cuando sabía de qué les hablábamos caminaban más rápido.”[17]
¿Cómo se representa al otro si no es mediante lo dispuesto desde el miedo? Digamos que una suerte de inmunización ante el encuentro, ¿qué me inmuniza ante la amenaza del otro? Quizá que primero el otro sea amenazante, ¿quién lo marca como amenazante? Cuando la criminalidad es un matiz en la cubierta del estereotipo, y cuando la criminalidad es un asunto de Estado, entonces la soberanía se acciona, recae, genera efecto desde los pequeños cortes que tensionan al dar forma y contenido al gran enemigo, a la gran amenaza del país, de la nación y de la familia. Pero este gran enemigo tampoco tiene un rostro o una cualidad específica, a lo mucho remite a la frontera difusa (como todas) de la guerra contra el tráfico de drogas y contra el crimen organizado. Por lo tanto, entiendo que la inmunización del sentido por el sentido soberano es que nos encontramos con una hiancia del sentido sobre la violencia, que apelamos al Soberano para que nos dé significados con los cuales tejer nuevamente un discurso; lo que asumimos sin saber que estos hilos de sentido son un alambre de púas. Así inmunizamos la capacidad de entendimiento desde las directrices de la respuesta institucionalizada, pero lo hacemos también por miedo.
Ante el miedo, como tanto se ha cantado en conclusiones apresuradas, las fuerzas se desdoblan en breves efectos, las agrupaciones y los colectivos son cruzados por esta fuerza reactiva y sin embargo habrá que aproximarse a sus procesos de subjetivación para escuchar eso que escapa a la necropolítica, o en este recorrido, la administración de los afectos. Por lo tanto, el resultado de la exclusión es el cuerpo, no puede ser más que la posibilidad de des-potenciar el cuerpo desde lo que puede. El cuerpo del desaparecido está en el umbral de las nominaciones dispuestas desde la inmunización de sentido soberano que cubre de inexistencia al otro. El cuerpo como una de las disputas políticas más enardecidas, el cuerpo que también está significado y “maquinaria significante” mediante, como lo explica Foucault: “[…] el sentido no se constituye más que por unos sistemas de coacciones característicos de la maquinaria significante, es, me parece, por el análisis del hecho de que no hay sentido más que por los efectos de coerción propios de unas estructuras”.[18]
Así, los sentidos también son disputa para dar vida a la búsqueda en un marco descriptivo necropolítico. Considerando entonces que las significaciones para rehacer sentido refieren, en este caso en específico, al vínculo que rehace modos de existencia vía afectos hacia la vida y la alegría. Y como ya he referido páginas atrás en este apartado, el miedo es político, pero también el amor que no lo niega, por eso FUNDENL puede decir “tenemos más amor que miedo”.
De las fuerzas reactivas al biopoder
Haber mostrado a la organización FUNDENL, en su sentido organizativo, dinámico e identitario, es lograr situar a la resistencia y su excedente. Este proceso emergente a una dinámica sociopolítica de la cual es imposible desprenderse que, más bien, imprime parte de su textura en el texto de la organización. El trabajo que realiza esta organización invita a pensar sobre los factores y las fuerzas que atraviesan a la vida cotidiana —con sus momentos contingentes y esporádicos— como a los actos de violencia que empezaron a convertirse en frecuentes. Intentar dar sentido a estas condiciones es tratar de cortarlas con el filo del mismo umbral, es un intento de interpretación de las fuerzas como líneas entrecruzadas, dice Deleuze que “[…] el problema de la interpretación es el siguiente: ante un fenómeno o un acontecimiento, estimar la cualidad de la fuerza que le da un sentido y, a partir de ahí, medir la relación de las fuerzas presentes” y más adelante afirma que “interpretar, es determinar la fuerza que da un sentido a la cosa”.[19]
Esta textura, cuando contiene esta tensión sobre la vida o la muerte, no referida en específico a uno u otro de estos polos, sino a una apertura hacia la indeterminación, o sea, que en el espaciamiento por la falta de referencia entre la vida y la muerte, la indeterminación se vuelve constante. Propongo hablar de espaciamiento (y no de espacio) desde la lectura de Khora de Derrida, pues “[…] es más situante que situada, oposición que a su vez habrá que sustraer a alguna alternativa gramatical u ontológica del activo y el pasivo”[20] donde lo político es el porvenir y también es el empuje al espaciamiento. La indeterminación que aquí aproximamos a la sensación de incertidumbre la planteo desde un marco del nihilismo político; por ejemplo, Esposito pregunta “¿se trata de un presupuesto (nihilismo y comunidad) aceptable o bien de algo proclive a bloquear un pensamiento de la comunidad a la altura de nuestro tiempo, un tiempo que es justamente el del nihilismo cumplido?”.[21] En el caso de Francesco Fusillo “es todo lo que fuerza a la vida a contraponerse a sí misma”.[22] En el caso de Deleuze, en su lectura de Nietzsche, “el nihilismo es el principio de conservación de una vida débil, disminuida, reactiva; la depreciación de la vida, la negación de la vida, forman el principio a cuya sombra la vida reactiva se conserva, sobrevive, triunfa y se hace contagiosa”.[23] Por esto, la lectura de las condiciones que envían a la vida a depreciarse a sí misma por las formas de sujetación a marcos dispuestos que limitan nuestra potencia de actuar me lleva a considerar que la lectura del biopoder está muy cercana a estas otras aristas.
Esto que planteo responde a que el sentido de lo irrepresentable[24] en la desaparición forzada se vuelve un espaciamiento agonístico, disputa, confrontación constante ante las posibles verdades, por “la verdad” (¿qué pasó realmente?). Por ejemplo, ante un cadáver, restos de un cuerpo, se pregunta: ¿quién es?, ¿cómo llegó ahí?, ¿por qué? Otro ejemplo es el sentido sobre por qué los desaparecen, con nominaciones y explicaciones que en general llegan después del acto de desaparición y que reanuda éste con los hilos cierta moralidad sostenida en la sospecha de “por algo habrá sido”. Primero el acto, luego el sentido (institucional, mediático, éstas son parte de las confrontaciones), con el veneno de la moral que castiga, que culpa y que tiende a eliminar al desaparecido y a sus familiares que lo buscan.
Ahora, cuando refiero al asunto del biopoder doy cuenta también de las condiciones sociopolíticas que recaen en el cuerpo como una fuerza que se anuda con ciertas formas de gobierno. Entonces, es necesario hacer un acercamiento a las líneas políticas y sociales que entretejen estas atrocidades; por lo tanto, se pretende sostener en este ensayo la idea de que éstas fuerzas de dominio sobre la vida no son “máquinas de guerra”[25]sino maquinantes hacia las atrocidades. Cuando planteo la distinción entre máquinas de guerra y maquinanteshacia lo atroz lo dirijo específicamente desde las líneas que se van constituyendo como las posibilidades hacia el ejercicio de gobierno, hacia la total desaparición sobre los cuerpos con sus consecuentes efectos en los afectos.
Lo primero que tenemos que distinguir es que una “máquina de guerra” desde el sentido de Deleuze y Guattari no remite necesariamente a un fin atroz, como lo hace pensar Mbembe. Él dice que “se componen de facciones de hombres armados que se escinden o se fusionan según su tarea y circunstancia”[26] y, “combina una pluralidad de funciones. Tiene los rasgos de una organización política y de una sociedad mercantil. Actúa mediante capturas y depredaciones y puede alcanzar enormes beneficios”,[27] también comenta que las “[…] máquinas de guerra (milicias o movimientos rebeldes, en este caso) se convierten rápidamente en mecanismos depredadores extremadamente organizados, que aplican tasas en los territorios y las poblaciones que ocupan y cuentan con el apoyo, a la vez material y financiero, de redes transnacionales y de diásporas”.[28]
En cambio, con la idea de maquinantes hacia lo atroz trato de referirme a que en cualquier momento y lugar, cualquier grupo de personas y disposición de tiempo y espacio puede tener como consecuencia un hacer atroz, ya sea por mandato, ya sea por ejercicio intencional, ya sea por necesidad de esclavitud forzada. Lo que me interesa destacar es que no necesariamente tienen que tener una correspondencia continua de depredación y organización, sino de azar con consecuencias atroces en los afectos de la ciudadanía.
Maquinantes hacia lo atroz remite a la posibilidad no estimada, sino agenciada por las fuerzas nihilistas situadas en formas de sujeción, que, en cualquier momento y lugar, dispuestas las líneas que anudan un ser sujeto, puede desembocar en atrocidades. Son, pues, más las condiciones que preforman un sujeto antes que el sujeto como culpable. La labor de la psicología social de la liberación es también hacer una lectura de las condiciones sociopolíticas que sujetan una forma de ser sujeto, en este caso, ajeno a la cuestión legal, no me corresponde hacer eco de los medios de comunicación al señalar al sujeto asesino como el único responsable. Insistiendo nuevamente: al separar las máquinas de guerra del complejo maquinante hacia las atrocidades, lo que pongo de relieve son las líneas de fuerzas reactivas que se subjetivizan en el ser sujeto desde el desconocimiento del otro, desde la necesidad de la eliminación del otro por su imposible aprehensión por el cerco informativo que agencia con el miedo a la muerte que puede portar cualquier otro, el miedo es también un contagio que habrá de ser expulsado por los enfrentamientos de la fuerza mítica del estado y su idea de nación como una de las más fuertes sensaciones metafísicas del ser sujetos.
Este ensayo pretende dar cuenta de cómo se ha estructurado ese complejo maquinante, un hacer máquina hacia las atrocidades. No como un plano específico de armado, no como unas líneas fijas y distribuidas en tiempo y espacio específicos, ni como una estrategia definida desde centros definidos, sino como resultado de un laisse faire, como un “efecto de superficie”, citando: “el conocimiento es simplemente el resultado del juego, el enfrentamiento, la confluencia, la lucha y el compromiso entre los instintos”, más adelante comenta que este efecto de superficie “no está delineado de antemano en la naturaleza humana, el conocimiento actúa frente a los instintos, encima o en medio de ellos; los comprime, traduce un cierto estado de tensión o apaciguamiento entre los instintos”.[29]
Las micas, las líneas y las luces van desde la desaparición forzada por el Estado en la guerra sucia, el factor del narcotráfico y el armado desde la grieta[30] de un vacío hacia la fuerza según intereses situados. La fuerza en sí no tiene forma, sino que inventa formas con las ‘cosas’ disponibles ahí, con lo dado a. La fuerza no es tampoco un asunto metafísico ni un supraindividuo, ni una totalización de intereses, es más bien la posibilidad de un agenciamiento[31] múltiple que engarza, según determinadas consideraciones del ser alguien en el sentido moral en un proceso de metamorfosis pura (cambio constante). Arroparse en el oropel frío de un deber ser, poder ser, ser pudiendo. Deber ser remite a un extrañamiento en procesos de objetivación, moralizados y mercantilizados.[32] Por su parte, un agenciamiento remite a afectos, y los afectos refieren a la tristeza y a la alegría. Así es como las fuerzas activas y reactivas se intercalan constantemente.
Entonces, un agenciamiento múltiple que direcciona toda su maquinaria hacia el flujo de mercancías, mismas que son prohibidas, y desde la prohibición la ilegalidad se convierte en un efecto posterior. La prohibición puede ser pensada desde modificaciones a normativas sobre el abasto de fármacos a los farmacodependientes, como sucedió en el periodo presidencial de Lázaro Cárdenas; sin embargo, con el peso de la moralidad promovida por Estados Unidos de América, se exigió eliminar este servicio del Estado para volver el tema de la farmacodependencia un asunto de criminalidad.[33]
Hay que considerar que mientras se seguía vendiendo clandestinamente una planta o sustancia, estábamos en el umbral de dos lógicas: el sujeto de derecho (en el marco de lo legal) y el sujeto de interés (indistintamente dentro o fuera de lo legal). Choque de dos lógicas: el sujeto de interés en una gubernamentalidad neoliberal y sujeto de derecho en tanto responde a un pacto, a marcos y a las normativas, como lo menciona Foucault: “[…] el sujeto de derecho que se constituye a través del contrato, es en el fondo el sujeto del interés, pero de un interés en cierto modo depurado, calculador, racionalizado, etc.”, más adelante comenta que “[…] la aparición y el surgimiento del contrato no sustituyen al sujeto de interés por un sujeto de derecho […] El sujeto de derecho no ocupa el lugar del sujeto de interés. Este último permanece, subsiste y prosigue mientras exista la estructura jurídica, mientras haya contrato. Mientras existe la ley, el sujeto de interés sigue existiendo. Desborda de manera permanente al sujeto de derecho”.[34]
A lo que nos lleva en el sentido del interés es cualquier otra forma de alcanzar el propio objetivo del individuo, toda una maquinaria sobre el sujeto está implícita en esta fórmula. Aquí se pone en juego el plusvalor, porque el interés fuera-dentro de lo legal hace del riesgo un valor que habrá de retribuirse, que excede los marcos posibles ausentando su posible retribución estatal; esto es, aquí no hay impuestos.
El sujeto de interés en la ilegalidad como la captura del plusvalor total, aquí el cuerpo como parte del insumo es reducido a la nada y toda la fuerza es consumida en esta empresa ilegal. De esta fuerza maquinante, uno de sus principales lugares de acción refiere al cuerpo y, por lo tanto, a los afectos. Por esto, la lectura del biopoder se desdobla en el cuerpo y los afectos; se rompe en el sinsentido desde el cual, como vimos, reanuda hacia la multiplicidad y potencia de la vida. Estado, mercado, drogas, ilegalidad, presiones extranjeras, moral, guerra, atrocidades. Son varias las fuerzas que agencian en esta “máquina de atrocidades”, y de éstas, la desaparición forzada como el límite donde empuja al pensamiento del afuera, esto es, afrontar zonas de incertidumbre, espacios abiertos donde no existen referentes, “si ver y hablar son formas de exterioridad, pensar se dirige a un afuera que no tiene forma. Pensar es llegar a lo no estratificado”.[35]
La noción de fuerza es que hay una pluralidad de fuerzas que niegan o posibilitan la potencia de hacer. Los agenciamientos son la potencia corporeizada hacia un poder hacer, aunque excluya las prácticas de subjetivación. Por lo tanto, una fuerza reactiva que agencia en un hacer destructivo su armado contextual desde una cuadrícula dispuesta. La moral, en estos casos, llega “después”, a cerrar sentido ante el sinsentido. Ahora, desde el punto del sinsentido, ¿qué condiciones abrieron camino para los acontecimientos? No digamos en un acto predeterminado, sino que las fuerzas circularon en tanto los factores más cercanos a este tipo de atrocidades. Entonces el acto atroz desde la grieta como fuerza, la fuerza sobre el cuerpo, la afectación y la disputa por el sentido: fuerzas activas y fuerzas reactivas. Siguiendo a Deleuze, en su lectura de Nietzsche comenta que: “El cuerpo es un fenómeno múltiple, al estar compuesto por una pluralidad de fuerzas irreductibles; su unidad es la de un fenómeno múltiple, ‘unidad de dominación’. En un cuerpo, las fuerzas dominantes o superiores se llaman activas, las fuerzas inferiores o dominadas, reactivas. Activo y reactivo son precisamente las cualidades originales, que expresan la relación de la fuerza con la fuerza”.[36]
Un agenciamiento más, lo reactivo de las fuerzas va marcando una vida que se deprecia a sí misma, que genera su propia jerarquía a partir de este “choque” de fuerzas; pero fue y es necesario que existan las disposiciones contextuales para tal efecto.
La moralidad es también la jerarquía, la valorización: el mercado en sí plantea una jerarquía del sujeto. El Estado y su marco legal modificable es tensionado por el libre mercado y el homo economicus en el umbral de la legalidad, pero sin dejar de ser calculador con las variables del medio, dice Foucault sobre el homo economicus que “[…] es quien acepta la realidad. Es racional toda conducta que sea sensible a modificaciones en las variables del medio y que responda a ellas de manera no aleatoria y por lo tanto sistemática, y la economía podrá definirse entonces como la ciencia de la sistematicidad de las respuestas a las variables del medio”.[37]
No hay que dejar de considerar que uno de los horizontes de esta lectura del biopoder remite necesariamente al mercado, el capital financiero y el capitalismo, por lo tanto, son varias las lógicas que abren líneas para la representación de un sujeto deseable. Y el sujeto entre una necesidad de mercado, en el marco de una razón de Estado, las prohibiciones y las posibilidades son cortes morales-jurídicos, esto es, entre la prohibición y la necesidad de mercado se abre una grieta entre la legalidad y la ilegalidad. Esta última permanente y constitutiva del Estado mexicano: el sujeto aprisionado entre la ilegalidad, la legalidad, el mercado y el Estado.
Hablando de la prohibición de las drogas es que, al haber mercado, al existir demanda, se aumentaron las fuerzas desde la ilegalidad sin dejar de pertenecer a la misma institución estatal. Entonces la prohibición-posibilidad es un corte permanente, tanto en lo jurídico como en lo moral: una necesidad de supervivencia (en el caso de algunos campesinos) y las negociaciones entre agentes estatales y traficantes de drogas; una re-semantización caída del cielo, por ejemplo, en Sinaloa, en donde “[…] estaban aventando volantes desde aviones a todos los pueblos de la sierra. En los volantes se informaba que la siembra de mariguana y amapola era ilegal”[38]. Así, la planta que se comercializaba se signaba como una sustancia ilegal que degenera a la población.
Es decir, un engarce hacia la creación de un halo de enemigo. Hay que tener presente que seguimos hablando de las fuerzas reactivas y del biopoder, por el sentido que tiene el aspecto moral en la definición de las políticas de seguridad, y dentro de este mismo marco, las drogas como chivo expiatorio en Estados Unidos de Norteamérica también tienen líneas que figuran esta criminalización a una planta y a sus cultivadores, por ejemplo, dice Husak en el libro Drogas y derechos de este ‘chivo expiatorio’ que:
“El público teme que declinen los Estados Unidos como nación. La delincuencia, la pobreza, una educación deficiente, una mala administración y una fuerza laboral improductiva y sin motivación se citan como pruebas a este deterioro. ¿Quien tiene la culpa? […] Las drogas ilegales son el chivo expiatorio ideal […] vienen de fuera y así podemos atribuir nuestra decadencia a los extranjeros”.[39]
La creación del enemigo es un asunto que incluye a la soberanía, al enemigo político, al enemigo que tiene que ser eliminado; pero la creación del enemigo necesita justificaciones de salud, de nación, de culpa, de degeneración de la salud del Estado, por eso, en la lectura del biopoder, dice Foucault que el nacimiento de los estados es estrictamente racial, que “fue el surgimiento del biopoder lo que inscribió el racismo en los mecanismos del Estado”.[40]
Entre grupos que buscaban mejores condiciones de vida en la ilegalidad y una fuerza que limitaba, pero accedía a su mercado se abrió el campo para el antagonismo en espacios de ilegalidad. Digamos que estos antagonismos disputaban y creaban el espacio al forzar desde la necesidad de mercado a la circulación de mercancías. Éste es un ejemplo de cómo los fundamentos últimos de la institución social no terminan de cerrarse[41], ¿son las drogas malas en sí?, ¿a qué responden?, ¿qué saber-poder cuadricula su jerarquía?, ¿según qué fin?, ¿según a qué concepto de salud, de enfermedad, en fin, de normalidad? El antagonismo es inherente a la grieta constitutiva en cualquier fundamento de lo social-institucional, dice Castro-Gómez, citando a Marchart, que: “Ni bien aceptamos que la sociedad no puede ni podrá nunca basarse en un fundamento, una esencia o un centro sólido, precisamente esa imposibilidad de fundamento adquiere un rol que deberíamos llamar (cuasi) trascendental respecto de los intentos particulares de fundar la sociedad”.[42]
Por lo tanto, quizá pueda preguntarse si esta disputa entre el mercado de las drogas en el espacio de ilegalidad es uno de los agonismos (al menos no en tanto cuestionamientos filosóficos, sino en la materialidad de las fuerzas) que tensionan el sentido del derecho al consumo y la producción y que lo que ha acarreado la consolidación de políticas de seguridad nacional y con estas todo otro ejercicio de poder sobre la población. Por lo tanto, si el fundamento del hacer políticas de seguridad estriba en la idea de una planta que degenera a la población (asunto del biopoder y del racismo), con su consecuente justificación moral y médica, ¿cómo volver a pensar el fundamento de la seguridad lejos de cualidades raciales, morales y del biopoder? Pregunta que dejo abierta, lejos de responder en esta investigación, pero que considero indispensable para repensar nuestra vida en comunidad.
Un ejemplo sobre las valencias en torno a las políticas públicas lo comparte Froylan Enciso cuando menciona que en México se legalizaron las drogas en 1940 por un asunto de salud y no de criminalización a los consumidores. El aparato de chantaje estadounidense disputó más con la fuerza que con argumentos el sentido que debían de tener las drogas, “[…] llegan a formar [Estados Unidos de América] un régimen internacional de prohibición, porque se crean expectativas de cooperación para los gobiernos y pruebas de demostración de fuerza de los grupos internos y de los ’empresarios morales’ transnacionales que buscan la prohibición de cierta conducta”.[43] Prohibición de la sustancia mediante la fuerza, criminalización y México limitado en adquisición de medicamentos[44] por promover una política pública que buscaba tratar el problema del consumo de drogas como un problema de salud y no de seguridad.
Primero es la cuestión sobre la salud, con temas claramente de biopoder relacionados a la degeneración y al peligro para la salud pública, “[…] de saneamiento social que erradicara la suciedad, el alcohol y las drogas de México”.[45] Segundo, refiere a las fronteras entre lo legal y lo ilegal, volviendo su curso en las grietas utilitaristas por el Estado para una cuota que no remite a un don,[46] sino a una relación entre particulares con el usufructo y el adeudo en la estabilidad política, como comenta Serrano: “[…] algunas autoridades locales no sólo toleraron, sino que regularon y/o protegieron las actividades criminales a cambio de beneficios económicos y de la subordinación política de nuevos empresarios criminales”.[47] Además, comenta, y en un sentido específicamente fundacional de ciertas instituciones de procuración en México, que “[…] en las décadas de oro del narcotráfico en México encontramos pues relaciones corruptas pero celosamente vigiladas entre el Estado y las organizaciones criminales. Todo parece indicar que, en ese periodo, el contrabando no era considerado como una actividad inherentemente criminal, sino incrustada en el propio andamiaje institucional”.[48]
De aquí se desprenden dos puntos: primero la inmunización a la donación, crear excepciones ante los deberes estatales o comunes (al menos reconocidos institucionalmente) y, por lo tanto, un olvido del encargo para con la nada que nos anuda en mutuas responsabilidades. En segundo punto, el umbral legal-ilegal por donde es posible consolidar fuerzas e intereses.
Aquí hago un par de acotaciones sobre las nociones de fuerza y agenciamiento. La noción de fuerza remite a oposiciones de fuerzas mientras que unas obedecen y otras mandan, “[…] el de una fuerza relacionada con otra fuerza”[49] o, también, “[…] un ejercicio de poder aparece como un afecto, puesto que la propia fuerza se define por su poder de afectar a otras”.[50] Unas son reactivas y otras activas. Piénsese ahora las fuerzas que anudan desde el resentimiento hacia una “voluntad de la nada”, como podrían ser los razonamientos al considerar moralidades frente a los civiles desaparecidos; o frente al resentimiento armado; o frente a las instituciones que hacen lo posible para funcionar en la negación y hacia la negación (“voluntad de la nada” que se constata en la inoperancia de las autoridades, en la burocracia que dilata los tiempos y las resoluciones, en la constante falta de respuesta institucional eficaz). La línea de análisis refiere a que las condiciones históricas de exclusión, tanto por el autoritarismo de Estado como por políticas económicas centralizadas, cerrando el paso a la justicia distributiva, acarreó la búsqueda de mejores oportunidades. Además, esta lectura de fuerzas reactivas y activas pone en el centro a la vida, y, si bien hemos sostenido que FUNDENL asume la búsqueda de vida como una cuestión vincular, creo que el trabajo de la psicología social es profundizar lo más posible este motor de búsqueda. Nos enfrentamos ante una amplia maquinaria/maquinante hacia las atrocidades.
Una fuerza armada desde el resentimiento, una fuerza corporal que recae en el cuerpo de la población, en unas condiciones donde la legalidad y la ilegalidad se subordinan a intereses específicos de compraventa, pero que las políticas prohibicionistas, también, como fuerzas armadas, limitan el sentido del mercado: dejar hacer(laisser faire). Tenemos consolidaciones de aporías: la salud, la economía, el mercado, la legalidad-ilegalidad, el derecho y la justicia. ¿Cómo pensar en la justicia cuando al mismo tiempo se limitó la creación de mejores condiciones de vida y se dio paso a cubrir necesidades de consumo en la grieta de la ilegalidad?
Aquí es que el agenciamiento toma cuerpo como fuerza, por así decirlo, con “conciencia de sí”, cuando es posible desplegar cálculos, estrategias, tácticas, métricas y parámetros, siempre movibles, siempre miméticos y fluctuantes. Más que subjetividades que remitan a una práctica del sí mismo como fuga y excedente, podría pensarse como una práctica de desubjetivación que mata y niega. Una cuasi pura fuerza reactiva, una voluntad de nada que niega todo sentido posible y da lugar a un vacío de representaciones.
Pero, sin referir a individualidades, lo que interesa es considerar estos anudamientos a partir de una sustancia (droga) que es signada en la anormalidad de las poblaciones y de la salud de las naciones, una sustancia que degeneraría la vida. Esto conllevó a su formación como enemigo al cual eliminar: la droga, sus productores, sus consumidores, sus comercializadores y demás personal operativo. ¿Qué fuerzas son las que tratan de erradicar una idea de salud de nación?, ¿en qué se fundamenta esta idea de salud, de normalidad, de vida?, ¿cómo es que, en pleno siglo XXI, con las enormes instituciones de Naciones Unidas, con los tratados firmados contra la tortura, contra la desaparición forzada, contra los tratos degradantes a las personas, con todo el discurso humanitario tengamos prácticas atroces, descabezados, desmembrados, quemados, colgados, rafagueados, “cocinados”, y, además, muchas de las autoridades niegan o hacen lento, tardado, sufriente y torpe el proceso de búsqueda de los desaparecidos?, ¿cómo es posible?
A esto me refiero con fuerza y agenciamiento desde una lectura agonista, pero que ahora remite a una lectura desde la biopolítica y el biopoder. Como he tratado de argumentar, por «biopolítica» entiendo el trabajo de y por la vida como multiplicidad y como potencia. En este sentido, la potencia refiere a lo que un cuerpo puede (cuerpo como modo de existencia), espacio infinito de posibilidades que es la fuerza anudada de lo que puede y desde aquí la confrontación; lo que tensiona las propuestas de fundamento último de lo sociopolítico que cierran vías a diversas multiplicidades. Por lo tanto, considerar la vida como potencia en la multiplicidad es hacer de ésta el acto político que siempre escapa a la representación. Hay que considerar que uno de los llamados más sugerentes de Esposito, y que se ha vertido y entrelazado en esta investigación, remite a la vida como su propia norma. Dice en Bios: “Que un único proceso atraviese sin solución de continuidad toda la extensión de lo viviente —que cualquier viviente deba pensarse en la unidad de la vida— significa que ninguna porción de esta puede ser destruida en favor de otra: toda vida es forma de vida y toda forma de vida ha de referirse a la vida”.[51]
Por tanto, la vida —como potencia propicia— fuerza la elaboración desde el vacío, la no representación concretada tanto en la desaparición de personas como en la “voluntad de la nada” institucional.
En cambio, recordando que cuando hablo de biopoder me refiero a ese marco de dominio sobre la vida a intereses con fuerza predominante para disponerlas a fines propios, armado desde las rejillas que hemos revisado, cada línea de fuerza responde a fines distintos donde lo que predomina es hacer del cuerpo el territorio de disputa (se expresa en la misma condición de desaparición, en la circulación de verdades posibles: la mediática, la de las instituciones, la de las organizaciones civiles, la de los familiares, entre otras). El biopoder, entonces, donde los mecanismos de líneas de fuerza dirigen a los cuerpos —en sus distintas modalidades— hacia un fin utilitarista, despojándolo de su singularidad, de sus ropajes legales, y de su propia existencia y destino.
Con las prácticas anatomo-políticas individualizantes y las prácticas del biopoder sobre la población como una masificación, el poder soberano todavía entrecruzado en excepciones y la fragmentación entre cuerpos-poblaciones como riqueza de la nación para el mercado. En este conjunto los temas de seguridad y salud son indispensables. Pero aquí el cuerpo, en tanto el ejercicio de poder, donde el biopoder llega junto con la soberanía a marcar de violencia lo resistente a ser eliminado, desde estos mecanismos el biopoder se vuelve un “exprimidor” de cuerpos ya sin simbolización (por eso su disputa). Sin embargo, en determinados momentos se traslapan uno y otro, un hacer de potencia de vida y una limitación constante a esta multiplicidad de vida, por decirlo así, el biopoder también nos constituye como forma de pensar la alteridad.
Como he intentado argumentar en otro momento,[52] las afecciones y los afectos responden a “lo que puede un cuerpo”. Afectos que se subjetivizan vía vínculo en procesos que corresponden a espacios-tiempos como proyecciones de enunciación, como proyecciones de visibilización, donde la fuga de un excedente —como la posibilidad dada por la fuerza del pensamiento— empuja hacia al pensar. Este pensar es un proceso colectivo, ya que llama al cuerpo a generar sentido común ante una experiencia compartida.
Maquinantes hacia lo atroz
Ahora bien, cuando hablamos de gobierno, de dispositivos, éstos son cruzados por estas fuerzas activas y reactivas. Toda formación de dispositivos remite a un telos según otras líneas que atraviesan y que conforman las fuerzas hacia el cuerpo: ¿qué se quiere obtener? Noción simple de gobierno: fuerzas diversas sobre la acción hacia un fin específico. ¿Qué se requiere para que un hacer sea llevado a determinado punto? Dispositivos, claro; objetivizacion-subjetivización como un inconsistente trenzado de líneas que se irrumpen constantemente. Del dispositivo sabemos que también conlleva una fuerza que direcciona acciones, que cierra y abre espacios para la fuga, o más bien, las mismas líneas de fuerza que fugan de los dispositivos son lo que no termina de gobernarse y vuelve el espaciamiento hacia disputas por el sentido.
Pero del dispositivo a los maquinantes hacia lo atroz tenemos el dominio del espacio liso por las fuerzas reactivas que marcan signos, que estiman trayectorias, que no requieren en sí de encierro, de espacios estriados, sino de una fuerza constante con básicamente tres puntos de entretejido: violencia, cuerpo y mercado. Maquinante es la posibilidad de enviar hacia la negación a lo que está dado en el espacio de su disputa. Lo que quiero poner de relieve es que no son máquinas de guerra, sino fuerzas reactivas que pueden agenciar desde las condiciones contextuales deshumanizantes en fuerzas materiales que destruyen la vida. Entonces son una fuga que sólo marca la guerra, los objetivos de gobierno no se pierden, sino que ahora avanzan conforme dominan territorios, un ejemplo es el caso reciente sobre Orizaba, en Veracruz,[53] en donde, por la situación geográfica adecuada se consideró hacerse de ese territorio mediante la violencia.
Un asunto que podríamos problematizar es que este marco moral de exclusión no es lo único que se cuestiona al tensar las condiciones, las líneas que cierran la vida a su negación; sino que, a la distancia de los casos, los consensos dados a las afectaciones se muestran en el horizonte. Ante algunos caminos posibles a recorrer, lo único que se muestra al final es el resplandor de la espada soberana. Este camino se dibuja de sintagmas que vuelven posible excluirlo como propósito y, en los eventos desafortunados, lo que reanudamos es que hubo un intento de caminar hacia la muerte, con los adjetivos que pueden colocar este infortunio. Es así como muchos de los familiares que buscan a sus desaparecidos se encuentran ante un terreno donde las atrocidades son la cotidianidad, donde el terror y el miedo han tratado de limitar la acción de la búsqueda. El marco moral de exclusión está puesto a la distancia como horizonte dador de sentido.
¿De quién es el horizonte? ¿Cómo las condiciones materiales presentes nos anudan, nos fijan mínimos caminos donde en el horizonte se disponen mínimas posibilidades? ¿Cómo es que hay quienes han logrado teorizar que la pobreza y los medios de comunicación, sumada a la necesidad machista de reivindicación fálica terminan en un monstruo para que esta perspectiva se convierta en un panorama posible? ¿Cómo repensar las condiciones materiales que han dado lugar a este tipo de olvido y resentimiento, de estas condiciones mínimas de supervivencia, en sí indignas e inhumanas? ¿Cómo se desdobla el hacer del mercado en zonas donde la legalidad se suspende de facto para hacer que todo lo que se dispone en este territorio renueven el ejercicio soberano desde la fuerza del ejército y sus umbrales con el crimen organizado? ¿Ante qué horizontes están luchando los familiares que buscan desaparecidos? ¿Qué fuerza es la que no se subordina a estos caminos dispuestos? El camino requiere de muchas perspectivas, de aperturas y de la continua y constante problematización sobre nuestro presente.
No sólo son los marcos morales, éstos necesitan de toda una rejilla de instituciones que facilite el sentido hacia la nada de lo que no está en la cuadrícula de la normalidad, de lo deseable, de lo esperado. Donde no existen condiciones para que se repiense la distribución de justicia, de recursos naturales, de espacios para la creación y la politización de la vida, para el camino potencial de la vida que anuda con nuestro hacer desde procesos de subjetivación vincular. Pero en específico, maquinantes hacia lo atroz posibilitadas con la grieta de las instituciones desde donde lo que está tensionado es el derecho y la justicia. ¿Cómo la justicia desde el dejar hacer del mercado desde la ilegalidad? ¿Qué fuerza se empezó a expandir hasta volver brechas las grietas?
Cuando FUNDENL comenta que estamos en una crisis humanitaria, que ante tales atrocidades se vuelve una obligación estar juntos, estamos bordeando temas que llevan hacia el sinsentido, hacia la locura y hacia el terror. El terror y la locura de imaginar las condiciones de los desaparecidos, el marco mediático de sentido funciona, también, para limitar las esperanzas, para hacerlas estallar en el límite de lo pensable y lo esperado. ¿Cómo pensar a los desaparecidos si lo que nos muestran las noticias son “cocinas”,[54] son fosas clandestinas, son desmembrados en la vía pública? ¿Cómo pensar si lo que está dispuesto como horizonte son las atrocidades a las cuales fueron llevadas las fuerzas reactivas?
Se vuelve muy tentador hacer un intento de análisis que desemboque en un sujeto culpable de tales atrocidades. Hay que intentar repensar que el sujeto individualizado responde tanto a sus decisiones como a procesos más amplios de fuerzas reactivas. La idea de maquinante hacia lo atroz es que en cualquier momento y en cualquier situación puede desembocar en un agenciamiento de fuerza que ponga al cuerpo como reducto a ser eliminado, el cuerpo y todos los hilos que le puedan dar existencia, el cuerpo y todo lo imaginable del sufrimiento, el cuerpo y el terror que se muestra como dominio sobre qué tanto se puede extender el umbral en manos de un tercero.
Porque en su momento se agencian otras fuerzas, con otros fines, con otras cualidades y cantidades de fuerza que también funcionan bajo este esquema. Por ejemplo, la trata de blancas, pornografía infantil, tráfico de órganos.[55] Pero aquí, el elemento indispensable es llevar hasta la atrocidad el dominio del territorio, del cuerpo, de los caminos, de las comunicaciones, de la vida y la muerte de los pobladores de determinadas zonas, éstas también, contingentes y estratégicas para los intereses de esas máquinas.
Por lo tanto, hacer esta separación entre análisis que desemboquen en adjetivos hacia la criminalidad del sujeto y también hacia grupúsculos que arraigan en tanto máquinas de guerra. Y básicamente porque la máquina de guerra no corresponde necesariamente a un fin atroz, sino a un devenir liso, a un cambio de coordenadas, a una ciencia nómada, a un hacer desde el andar en la inmanencia desde las necesidades. Cuando una organización plantea la necesidad de vida en tanto relacional, de vida que no es posible gobernar, como un excedente de la resistencia, estamos hablando de máquinas de guerra que también tensionan lo ya dispuesto desde el espacio cuadriculado y cuantificado por las instituciones.
Sin embargo, estas líneas maquinantes hacia lo atroz las podemos rastrear a partir de conocimientos practicados en los centros de encierro (cárceles, cuarteles) y de aquí al espacio abierto, recordando lo que plantea Deleuze: lo encerrado es el afuera.[56] Se domina el cuerpo en el espacio abierto y liso; un entrenamiento sobre las resistencias del cuerpo, sobre los puntos de quiebre de las voluntades, sobre cada efecto relacional del cuerpo: sus vínculos también resuenan.
México tiene una larga deuda en casos de tortura y desaparición forzada, que en un inicio había empezado como una técnica de represión desde el Estado para ahora ser un conocimiento que está a la disposición de cualquiera, como lo estudia González Villarreal, “[…] una práctica que se fue conformando, que se estableció a partir de múltiples técnicas y procedimientos, primero adecuados a la lucha contrainsurgente, después renovados en la guerra contra la subversión y más tarde disponibles para cualquier conflicto político u operación criminal”.[57]
Un ejemplo es lo que se documenta sobre exmiembros del ejército mexicano entrenados por Estados Unidos y que desertaron para convertirse en el brazo armado del cártel del Golfo: los Zetas.[58] Un conocimiento disciplinario, del trabajo sobre el cuerpo y al cuerpo, sobre tácticas y estrategias de guerra, sobre poblaciones y territorios: un conocimiento que responde a otros intereses, no a los que respondían, institucionalmente, a la nación. No obstante, cuando se considera a los Zetas como un grupo paramilitar,[59] el tema de la lucha contra uno mismo (Estado) tiene unas enormes consecuencias en la seguridad ciudadana.
Los maquinantes hacia lo atroz son la posibilidad abierta para que este tipo de actos tuviera lugar, donde las fuerzas reactivas que responden a una negación constante de la vida fueran posible. Pero el Estado ha sido un factor indispensable para el desarrollo de estas fuerzas, por eso, el siguiente apartado tratará de exponer su parte en la desaparición forzada.
Estado, ahora y siempre: contra el cuerpo a futuro
En 1969 desaparecen a Epifanio Avilés Rojas,[60] estamos entrando en el estudio de la desaparición forzada como una técnica que empezaba a desarrollarse en el México moderno. Hay que revisar esta lectura con lo que Radilla y Rangel[61] nos dicen sobre las condiciones en el estado de Guerrero en torno a los bienes de subsistencia de la población, las confrontaciones entre campesinos por el excedente y la nula retribución en infraestructura local y mejores condiciones de vida.
Cuando los proyectos en ese entonces estaban marcados por una propuesta de lograr un lugar digno para vivir, de un cambio de gobierno, con antecedentes desde el Mayo Francés del 68, la Revolución Cubana, las Normales Rurales de México con su enseñanza socialista, los hijos y nietos que pelearon en la Revolución Mexicana, la disputa por la hegemonía mundial entre Estados Unidos y la Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas; México, con su “doble” rostro ya que al exterior se mostraba adepto a las posturas revolucionarias, en lo interior ejercía un autoritarismo excesivo que ante cualquier asomo de disidencia hacía uso de la fuerza para eliminar a los subversivos.
México estaba en un régimen de autoridad ante las demás instancias, con un gobierno centralizado y una soberanía sobre el territorio, sobre los recursos naturales y humanos. La cooptación de los grupos de poder estaba en manos de organizaciones gremiales que respondían a visiones verticales poco críticas del Régimen del Partido Revolucionario Institucional (PRI) que estuvo por más de setenta años en el poder.[62] Lo más cercano que encontramos en esto es una razón de Estado entendida como la forma de “[…] gobernar, según el principio de la razón de Estado, […] de tal modo que el Estado pueda llegar a ser sólido y permanente, pueda llegar a ser rico, pueda llegar a ser fuerte frente a todo lo que amenaza con destruirlo”.[63]
Hay que considerar que, en esos años, el caso de México respondía al dominio sobre el territorio, sobre las mercancías, sobre las vías de comunicación y sobre un intento de distribuir la población como un bien hacia el Estado, en tanto su fortalecimiento estaba cooptado hacia la formación de empresas de Estado fuertes. Un claro ejemplo de esto fue Petróleos Mexicanos (PEMEX), que sirvió como motor para el desarrollo de la Nación.
Los “logros” del partido heredero de la Revolución Mexicana parecían no dar lugar a las voces disidentes, en tanto se guardaba con gran celo el ejercicio de gobierno en la coorporativización del PRI. Sin embargo, empezó a generarse gran inconformidad por el uso de presupuestos y demás asuntos que incluyeran a las clases medias en mejores condiciones de vida.[64] En estos años es cuando empiezan a generarse, desde las direcciones de seguridad del Estado, las prácticas represoras tales como la desaparición forzada desde la participación marcada y directa del Estado en los años de la nombrada “guerra sucia”.
De aquí propongo que el cuerpo fue afectado a futuro, pues con las atrocidades —entre ellas, la de desaparición forzada— se estaba atacando el germen de una posibilidad a futuro de mejores condiciones de vida, o al menos esas eran las propuestas. Esta visión estaba dirigida desde los distintos programas políticos que las organizaciones se adjudicaban, rompían no sólo con cierto statu quo, sino que su hacer estaba dirigido al futuro. Sin olvidar que las afecciones y los afectos han marcado un trazo irreductible en las lecturas históricas. La desaparición forzada en la guerra sucia tiene esa enorme carga terrorífica, “[..] no es una forma violenta, no es una forma represiva de control estatal, sino una forma terrorista. La represión provoca miedo, la desaparición: terror”.[65] Este trabajo, este ejercicio de poder sobre el cuerpo respondería a intereses que defiende una razón de Estado construida, en el caso mexicano de estos años, con una brecha incipiente desde el libre mercado: el mercado de las drogas.
En este amplio contexto la desaparición forzada se configura como una de las técnicas represivas del Estado con mayor impacto en la configuración de las células, de los grupos, de los vínculos. Cuando menciono en este subtema contra el cuerpo a futuro me refiero a una entre muchas otras aristas de la problemática de cierta “despolitización” (si lo pensamos como una politización partidista, con programa y estatus de reivindicación o de dirección de un proyecto común, social y político). Cuando se ataca, se asesina, se desaparece, se tortura, estamos en el uso total de la fuerza represiva sobre cualquier cuerpo que está más allá de las líneas que el Estado plantea como lo vivible. La línea se materializa en el mismo cuerpo, la frontera es la que tortura, el “afuera” es ese proceso de despojo de cualquier resistencia corporal que hace hablar al cuerpo las palabras que el Estado sabe y quiere escuchar. Estas palabras son la autoinculpación, la incriminación, la información contra ellos mismos, y eliminar el último ropaje de las convicciones.[66] Y hacia el futuro, todo habrá de ser conforme a la maquinaria estatal que dispone en su haber como lo posible a ser vivido, como la historia oficial que se visibiliza y enuncia, silenciando las otras versiones y testimonios.
Por lo tanto, el gobierno también disputa proyectos y los disputa a fuego y sangre. Cuando la desaparición forzada funciona contra “otros futuros” que se vuelven amenazantes a las cosas tal y como son hasta el momento. Se trata de un “otro pensamiento” que no debe ser pensado, que es una apuesta a otras relaciones y a otra distribución del poder. Estos otros futuros posibles tensionan y cuestionan el cómo se están haciendo las cosas. Por eso, desde la lectura de Radilla y Rangel, la demanda por “deseos de una vida con mayor calidad”[67]mostraba un proyecto que contradecía el quehacer de las instituciones del Estado existentes.
Las técnicas represivas funcionaron desde 1969 como una inyección de letalidad.[68] Esta inyección se dirigía a la creación del enemigo interno, ya no sólo la criminalidad difusa del narcotraficante, sino el estudio minucioso de las células subversivas. Inyección de letalidad para la supervivencia del proyecto estatal autoritario. Esta “inyección de muerte” tiene efectos en la desarticulación de las redes, es un temblor que resquebraja cualquier noción de alegría y vida, o al menos eso pretende.[69]
Lo que ahora interesa es cierto paralelismo, o quizá un entrecruzamiento, entre tácticas contra los productores de drogas y tácticas contra la guerrilla, pero quizá lo que más salta es cierta contradicción: un producto de consumo que ingresa al régimen del mercado responde a la necesidad del dejar hacer, a la circulación “natural” del mercado, “[…] la necesidad de dejarlo actuar con la menor cantidad posible de intervenciones para que, justamente, pueda formular su verdad y proponerla como regla y norma a la práctica gubernamental. Ese lugar de verdad no es, claro está, la cabeza de los economistas, sino el mercado”.[70]
En un caso la reivindicación de mejores condiciones de vida por el auge en el comercio del producto (coco y café, del estado de Guerrero), conllevaba una relectura sociopolítica de las condiciones de intercambio; en otro caso, del producto (amapola y mariguana) que, en el régimen de la ilegalidad, se convertía en un medio de subsistencia, era ‘atacado’ por un régimen prohibicionista con zonas de ambigüedad. En ambos casos el antagonismo de fuerzas agenciaba desde un maquinante polimorfo que atacaba y a la vez dejaba libre el cuerpo de la población, de los grupos, de los vínculos.
Quien operaba estas tácticas era la Dirección Federal de Seguridad (DFS). Ésta fue creada en 1947 a la luz del cambio en políticas sobre las drogas y su objetivo fue centralizar la seguridad, era un “[…] órgano que dependía del presidente de la República, que vigilaba, analizaba e informaba los asuntos relacionados sobre seguridad de la nación”.[71] El cambio de políticas sobre las drogas pasó de un asunto de salud a uno de seguridad[72] por presiones de Estados Unidos, o como lo comenta Serrano: “[…] el primer eslabón de una larga cadena de ajustes institucionales emprendidas por las autoridades mexicanas con el afán de controlar y regular la actividad ilícita del narcotráfico y de satisfacer las expectativas de Washington”.[73]
Hay que resaltar, por así decirlo, este doble trabajo de la DFS; por un lado sus tareas de “[…] control y regulación del narcotráfico […] pudieron organizar y desplegar las campañas antinarcóticos en el marco más amplio del control político y social”[74] y, por otro lado, el combate a la guerrilla y los movimientos subversivos, “[…]para controlar la disidencia política, vigilando, eliminando enemigos políticos, coordinando información de operativos de búsqueda y aniquilamiento de los movimientos guerrilleros”.[75] Este órgano, en operación por casi cuarenta años, fue desintegrado en 1985 porque empezaron a ser conocidas sus complicidades de colaborar y dejar hacer a narcotraficantes, “[…] los traficantes no operaron como agentes autónomos, sino al frente de franquicias cumplidamente otorgadas por las agencias reguladoras. Gracias a estos ‘permisos’ y a la protección provista por representantes criminales pudieron desarrollar zonas de producción, hacer uso de vías de comunicación y transporte y enfilar también sus productos hacia el mercado estadounidense”.[76]
Unas fuerzas aporéticas agenciaban en y consolidaban un armamento institucional.
Entonces el libre tránsito de las drogas era posibilitado desde la misma estructura de un Estado que se negaba a abrir sus recursos naturales al libre mercado, veamos bien: el libre mercado de una mercancía signada en la moralidad de la degeneración de la población, el libre mercado que no pagaba ningún impuesto, el libre mercado que hacía uso de una grieta apenas visible por donde fluía. Esta sutil grieta, de la ilegalidad, de la violencia que no tenía un lugar en el afuera ni en el adentro, una violencia que usaba el umbral porque respondía a otras necesidades, a la necesidad del sujeto de interés.
Hay que considerar que esta bisagra hacía girar un aparato bastante complejo, pero lo que me interesa destacar es este umbral saturado de fuerza que exponía a futuro la violencia que hoy se disputa. Incluso los mismos elementos de la DFS pasaron a las filas de los narcotraficantes ya que, según Aguayo, “[…] la falta ética los preparó para ser captados por el crimen organizado que a partir de los años setenta estaba creciendo en México”.[77] Hay un punto en el cual el futuro, por así decirlo, se arroja a este presente que nos dejó con pocas expectativas; mientras otras fuerzas, otros proyectos, se intentan reprimir, limitar, negar.
Ejemplos conocidos y bien documentados son el caso de las desapariciones forzadas en Guerrero (como muchas otras) en la “guerra sucia”. Tratando de ser muy sistemático y siguiendo a Radilla y Rangel, en el caso de esta entidad comento que existían condiciones materiales a partir del aumento de la demanda del café y el coco, esto generó la posibilidad de mejores ingresos para los campesinos pero que se vio maniatado por las mediaciones de acaparadores, comerciantes en conjunto con el gobierno que impuso impuestos sobre impuestos, lo cual no se vio reflejado en mejores condiciones de vida. Las inconformidades por los manejos de la recaudación, por la forma de gobernar el excedente, por la negativa a escuchar y atender las demandas y, consecuentemente, por el Estado autoritario con su respuesta violenta, provocó que se optara por la clandestinidad de la lucha.[78] Esta confrontación era el punto en el cual se empezaba a eliminar cualquier proyecto de cambio a futuro, poco a poco se iría empujando una maquinaria que negara cualquier posibilidad de otra forma de gobierno.
Un maquinante desde el Estado contra la subversión, ¿se conocen casos de corrupción donde se halla dejado pasar las demandas de la guerrilla, las armas, las mercancías, la consolidación? Quizá la pregunta no tenga sentido, pero hay que repensar en qué condiciones un acto de fuerza abre vías en el Estado y en qué otras no. ¿Cómo era posible que existiera un acople entre prácticas límite con el Estado y con otras no? Una práctica como la comercialización de amapola y mariguana, en un régimen prohibicionista era una práctica ilegal; una práctica como la demanda de mejores condiciones de vida, en su momento se planteó como una práctica ilegal: delito de disolución social. Sin embargo, el anudamiento ético, relacional, comunitario entre uno y otro diferían bastante, o al menos, el proyecto respondía a una claridad ideológica, o quizá, pensado al momento, se marcaba notablemente la disputa ideológica entre el libre mercado y alguna propuesta comunista o socialista. Piénsese, por ejemplo, en lo pragmático a lo cual responde el mercado: “El gobierno debe acompañar de un extremo a otro una economía de mercado. Ésta no le sustrae nada. Al contrario […] constituye el índice general sobre el cual es preciso poner la regla que va a definir todas las acciones gubernamentales. Es preciso gobernar para el mercado y no gobernar a causa del mercado”.[79]
Pero a una práctica se le dejó una brecha abierta mientras que a otra se la eliminó casi por completo. ¿Qué diferencia existía y existe entre ambas? Lo más cercano es que la comercialización de amapola y mariguana no tensionaba la forma de gobierno del Estado (al menos en ese momento), sino que se hacían tratos entre particulares haciendo uso de las estructuras del Estado; en un segundo escenario lo que existía era un replanteamiento de cómo se gobernaba (una actitud crítica según Foucault), incluso de cambiar las formas de gobierno; por lo tanto, la misma estructura del Estado estaba y está en cuestión. Sin embargo, ahora vemos, la pregunta sobre la estructura del Estado era una pregunta diferida a futuro, ahora bien ¿cómo cuestionamos nosotros el dejar hacer del Estado en tanto el tráfico de drogas?
Las demandas de los diversos grupos que llamaban hacia el cambio en las formas de gobierno tuvieron sus logros y sus fracasos, no es posible sostener que no existieran cambios favorables con la lucha que nos heredaron, lo que puedo decir es que el futuro que planteaban algunos de ellos se vio carcomido desde la misma estructura represiva del gobierno. Aquí hubo una total devastación a las propuestas políticas que amenazaban al régimen del Estado. Se cerró la posibilidad de proyectos hacia el futuro, se cerró y el cuerpo de la población quedó en la coyuntura, en la bisagra, descuartizando y atemorizando con el poder físico y real del Estado.
En el caso de la producción y comercialización de drogas se ensamblaban fuerzas distintas según los momentos políticos, la constante es que siempre se logró comercializar el producto, ya por los mismos productores, ya por las brechas que generó el propio Estado: se abrió la posibilidad hacia el futuro. Por un lado, existe la disputa por mejores condiciones; por el otro, se otorgó la fuerza de la ilegalidad en nuestro presente.
Dice FUNDENL que en México y en América Latina son las madres las que siempre buscarán, las que han pasado todos los obstáculos que se les pongan enfrente. Y frente a la búsqueda, este presente se muestra como las líneas diversas que maquinan atrocidades. Se vuelve muy difícil, muy complicado, casi con total pérdida de legitimidad tener al Estado como interlocutor, como a quien se le demande. Esta situación es en extremo complicada, porque está a punto de desaparecer la participación de los familiares en la propuesta y consolidación de la Ley General de Desaparición Forzada y por Particulares.[80] Quizá funcione esta Ley, aunque es necesario un cuidadoso y exigente revisionismo al término de aquiescencia y de omisión, así como a las instancias de mediación y demás temas que abren gran panorama institucional desde esta problemática. Una omisión que hace del tiempo y la historia una necesidad para volver a emprender la idea de justicia. ¿Cómo es posible tratar los problemas actuales de desaparición forzada si no revisamos cómo se ha dado, cómo se dio y en qué desembocó esta maquinaria de atrocidades?
En este sentido, resulta relevante considerar el último informe de Open Society Foundation del 2016 titulado Atrocidades innegables. Confrontando crímenes de lesa humanidad en México en el que presenta a dos actores como los responsables de este tipo de crímenes: por un lado, al Estado mexicano y, por el otro lado, al grupo de narcotraficantes Los Zetas (en algunos casos como la otra cara de la misma moneda).
Ahora bien, en el desarrollo de la técnica represiva por parte del Estado, encontramos unas características específicas que comentamos aquí a partir del trabajo de González-Villarreal. Primero, y desde el entretejido de esta propuesta, nos encontramos con una dimensión que habrá que seguir pensando: el cuerpo. La represión siempre recae sobre el cuerpo. Pero el cuerpo está vinculado con multiplicidad de factores: la familia, la vecindad, los lazos de amistad; los proyectos, la tierra, las demandas. El cuerpo se agencia en conjunto ante las propuestas críticas, ante los proyectos por mejores condiciones de vida ante formas de gobierno consideradas indignas. Lo que “puede un cuerpo” se pone bajo tensión en las diversas formas represivas del Estado; de lo físico a lo simbólico, ¿cómo dar cuenta del cuerpo cuando lo que se obstruyó fue el vínculo con el familiar?
Los familiares de víctimas de desaparición forzada están frente a este entrecruzamiento de fuerzas que han tenido años de consolidación: el poder del mercado de las drogas y la infraestructura de las instituciones de gobierno del Estado. No se puede entender la desaparición forzada en la actualidad sin estos dos actores, sin estas dos líneas e instituciones.
Hasta aquí tenemos que sostener que, al atacar al cuerpo de la población, los afectos y sus subjetivaciones, en regímenes de enunciación tensionados desde la inmanencia, empezaban a ser sólo fuerza sin destino prefijado. Un destino como naciente necesidad de vida, esto es, una demanda permanente y perpetua del porvenir político de la vida: siempre el cuerpo. Si una de las principales motivaciones de la soberanía del Estado, de la decisión soberana, es realizar una línea, entre difusa y concreta, entre un afuera y un adentro, un afuera que es el adentro expulsado; la creación del enemigo al que hay que subordinar, tensionar, romper, quebrar ¿Qué enemigo? Cualquiera que se convierta en amenaza para la razón de Estado, y cuando la razón de Estado deja el paso al neoliberalismo, como lo expone Enciso: “[…] en el combate al narcotráfico los estadounidenses proporcionaron apoyo para las operaciones policiacas y militares con un proceso de certificación de por medio: los programas de ‘ayuda’, en los años ochenta, traían moneda de cambio, principalmente el alineamiento a las políticas económicas neoliberales”.[81] Es así como cualquier proyecto alternativo se torna una amenaza en esta lógica del dejar hacer. Primero es el asunto del biopoder que se desdobla en el cuerpo y el afecto, sin omitir la franja que parece empezar a abrirse entre razón de Estado y gubernamentalidad neoliberal.
En esta primera entrega, lo que dejo abierto como relieve para continuar pensando remite a que entre las fuerzas reactivas del nihilismo en condiciones donde lo que genera una prioridad en el Estado refiere al libre mercado de un producto signado, tanto desde la ilegalidad como desde la degeneración a la población, conlleva una miríada de aporías que desencadenan, necesariamente, en el cuerpo poblacional, en los espacios íntimos del vínculo.
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Fotografía: Reflexiones Marginales