Por: Pablo Rojas Fernández. 17/11/2024
El Caporal, baile folklórico boliviano, supo ser un ejercicio de resistencia a través de la sátira. En el sarcasmo de la inherente vida encontramos el disfrute y al mismo tiempo la declaración política.
La danza encuentra su origen luego de la conquista de América, en el triple choque cultural de la cultura quechua/aymara, los sambos negros y los esclavistas españoles. Su nombre hace alusión a aquel esclavo de origen africano o del Abya Yala que por deseo o instinto de supervivencia se convertía en el gerente de la empresa esclavizadora. Su existencia era penosa, por el mínimo poder pero sobre todo por dejar de sufrir al mismo nivel que sus iguales, se entregaba en cuerpo a ser una maquina de tortura para sus iguales. Se le entregaba -hoy en día es igual en la danza- un látigo y un sombrero. En una mano cargaba la distinción de ser el esclavo diferencial y en la otra el arma de sometimiento de los suyos y de él mismo, recuerdo permanente de su condición miserable. Aun así hay otro detalle que se conserva en el traje del baile satírico, que son los cascabeles en las botas: suenan al ritmo de la música, mezcla de ritmo africano y precolombino. Pero sobre todo es la representación de las cadenas. Las cadenas que sonaban al caminar. En el baile se ejemplifica eso en el ritmo metálico, fuerte estruendo de masacres.
El Caporal mantiene una esencia irónica, pero dio una vuelta más. Ya no es la evidencia de la burla frente al traidor de clase, raza y continente: es una aspiración, el baile más escuchado y poblado en las fraternidades de la colectividad boliviana. ¿Acaso nosotros pasamos de la vergüenza ajena colectiva hacia este personaje a la aspiración de un ascenso social que incluye esclavitud? La esclavitud es algo que quedo marcado en nuestra sangre. Pero ahora aspiramos ser aquel caporal que a través de el taller textil, en los nuestros, encuentre esa plata y oro del cerro de Potosí. Aprendimos las formas más brutales de este mundo nuevo que nos presentó la ampliación del mercado mundial capitalista y católica.
Moral aparte me queda otra pregunta para algún ensayo que flota en mi cabeza y que requiere más letras que este texto; ¿Podemos exigir que no reproduzcamos y que no aprendas estas formas de arcaico capitalismo salvaje? ¿Podemos exigir que no seamos los mejores aprendices de la más brutal masacre de la historia y que ese no haya sido el precio a pagar?
Lo esencial es invisible a los ojos, pido permiso para el cliché por que no tengo la capacidad de encontrar otras palabras claves. Esencial e invisible es lo que se me viene a la cabeza cuando pienso en la masiva migración de países limítrofes a Argentina. El sujeto migrante como actor social se encuentra en un limbo, en un velo que no queremos correr. Desde la fuerza productiva de la salida de la crisis dosmilunera a través de la salada y el ascenso social de las marcas locales de shopping con la mano de obra esclava con la misma calidad de avenida Avellaneda. Siendo millones de seres humanos con recorrido territorial, no somos sujetos activos en la vida pública y la opinión política coyuntural. No somos quienes alzamos la voz y somos una colectividad pensada en el molde de los guetos.
En el país de la Patria Grande, casi un tercio del padrón electoral de la Ciudad de Buenos Aires es migrante. Y aun así no hay una representación fáctica de esto en el escenario político. Ni siquiera de las generaciones siguientes con nacionalidad argentina. ¿Por qué es esto?
La lógica de la militancia, militante-militado, no permite una dinámica horizontal, solo se permite la verticalidad de la verdad. Esa verdad que el militante tiene que transmitir al militado. Esa iluminación.
En esa relación, mal concebida, encuentro la respuesta a esto. Nosotros, los habitantes de los guetos, no somos cuerpos de originalidad política, somos el territorio descapitalizado que se recapitaliza con el conocimiento de la asistencia social. la política, la academia y el mercado. Entonces somos cuerpos sin nombre, sin identidad, invisibles pero esenciales. Invisibles como sujeto colectivo con capacidad de participación política de la ciudad que construye, más esenciales para la reproducción de la misma como capital mercantil de conocimiento o de trabajo esclavo.
Así nosotros ejercitamos la sensibilidad de reconocer la injusticia, aun cuando se disfrazaban con las ropas de los derechos.
Todos los años en el mes de octubre -siempre se repite ese mes en nuestras vidas- en la ciudad de buenos aires desde hace más de 15 años, se realiza Buenos Aires celebra Bolivia. Una fiesta de colectividades en la agenda del gobierno de la ciudad, impulsada por el mandato de Mauricio Macri. Ironía de por medio, en la Avenida de mayo se recrea la entrada del carnaval de Oruro en Bolivia, bailes típicos, comidas y una celebración de una presencia fugaz, una vez al año, y exótica, disfrazados con nuestras mejores ropas. Macri reconoció esto y otorgó ese pequeño espacio.
La política nacional sin embargo, nunca lo entendió como una declaración política de un nuevo actor de la metrópoli, sino que ignoró este suceso. Años participando de esta fiesta y los transeúntes argentinos proseguían sus vidas por la vereda sin reparar en los ritmos ajenos de las bandas y los olores de la música. No había ninguna interacción necesaria con ningún sujeto en ese espacio compartido.
Sin embargo este año hubo algo que me descoloco en cuerpo completamente. Al final del recorrido, de unas diez cuadras aproximadamente, se encontraba un único stand. El premio por largas cuadras de bailes desgastantes y cansancio de la electricidad del cuerpo feliz era La Libertad.
La Libertad Avanza colocó un único y solitario stand en la fiesta más grande y masiva de la colectividad Boliviana en Buenos Aires. Como si fuese el podio de victoria, reciben a los bailarines y al público que asistía y acompañaba el recorrido. Entendieron y visibilizaron algo. Los lugares donde emerge la potencia política son aquellos donde el territorio es el que se mueve y no los promotores de ideas hacia este. La sagacidad está en reconocer cuándo es que este territorio está en movimiento. El propio territorio es; en su fiesta, encuentra en los primeros ojos que lo ven, un actor una empatía.
Somos enemigos, somos los migrantes que usamos y abusamos de la salud pública y la educación universitaria gratuita. Pero somos también sujetos políticos, encuentro en horizontalidad. Cuando nos ubican en sujeto de existencia, nos dan una entidad. Esa entidad que nos fue negada y sólo reducida a sujetos de inclusión desde una perspectiva desigual. Incluso el enemigo, no la víctima, para poder elegirlo como tal, requiere si o si un reconocimiento, requiere el Ser.
Las cholas, con los pies destruidos y el ritmo todavía en la sangre, con el sudor y el golpe de calor, con la presión por los suelos, se sumaban con total entusiasmo a la cola para afiliarse al partido. Un partido que si le dieran la oportunidad, nos convertiría en simple mano de obra esclava y enmudecida, en invisibles sujetos esenciales para ese anarcocapitalismo salvaje o ese neo-neoliberalismo. Pero, un momento ¿no es acaso eso lo que ya somos y lo que fuimos? ¿Acaso no es exactamente eso el papel que jugamos hace más de 30 años?
Transité esta contradicción en mi cuerpo. Había un odio. Un odio hacia esa militancia boba, esa militancia que nunca estuvo al final de la fiesta, esa militancia que solo nos entendió como “economías populares” o territorios de militancia de la “orga”. Los culpe por esta decepción en mi, por ser políticamente ignorantes. Por hacernos muchas veces invisibles y esperar a cambio una complicidad política sin entender que esta se forma por fuera de la teoría de los afectos y transitando estos realmente.
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Fotografía: Lobo suelto