Jorge Salazar García; 22/08/2018
Cada mexicano debe ya alrededor de 80 mil pesos. Desde el bebé recién nacido hasta el adulto más anciano tiene ese débito con los Bancos. La deuda pública, es decir los dineros solicitados por el gobierno a las instituciones nacionales y extranjeras para financiarse, ha alcanzado un nivel histórico de máximo riesgo que de continuar incrementándose podría obligar al próximo presidente (AMLO) a suspender los pagos o incrementar los impuestos si no se renegocian los intereses. El monto de la deuda rebaza ya los 10 billones de pesos, lo cual, porcentualmente hablando, representa el 50 % del PIB (conjunto de bienes y servicios producidos en un año por todos los mexicanos). Lo peor de la situación es que ni siquiera ingresa al país el 100 % de lo pedido; una parte se la queda el prestamista para cubrir sus comisiones e intereses y la otra cantidad se destina a los rubros aprobados (apoyos a la industria, inversión pública, programas sociales, salud, educación, etcétera). Lamentablemente, ni esta última porción llega completa a su destino debido a la metástica corrupción burocrática que descuenta su tajada.
¿Qué papel ha jugado Enrique Peña Nieto?
A este Tlatoani podría considerársele el Santana moderno recargado por utilizar eficientemente las instituciones endeudándonos a cambio de entregar los bienes de la Nación. Por supuesto Fox y Calderón son corresponsables también del incremento a la deuda pública pero ni juntos alcanzaron los niveles de putrefacción de este régimen. Para ilustrar lo anterior los números sirven: antes del 2012, México debía aproximadamente 5 billones de pesos, esos capitales se adquirieron en un periodo de más de 150 años; la hazaña del copete engomado es haberla ¡duplicado en tan sólo 6 años! Ha pedido del mismo modo como despilfarra: sin medida. Y sigue la mata dando. El mes pasado anunció la adquisición de 10 mil millones de dólares (200 mil millones de pesos) faltando tan sólo 4 meses de su gestión.
¿A dónde se va tanto dinero?
Como se señaló antes, la corrupción y el creciente gasto corriente son agujeros negros donde los recursos son consumidos con voracidad. Esta piedra de molino atada al cuello (la deuda pública), condicionará el desarrollo y la inversión del próximo sexenio. El régimen actual, como se ve, asume con pasión el lema del año de Hidalgo (“pendejo el que deje algo”). Vaciar las arcas parece ser la consigna del gran jefe, como VENGANZA contra los 32 millones de mexicanos que votaron por AMLO.
Los gasolinazos
El aumento diario a las gasolinas es otra muestra del odio profesado contra aquellos mexicanos quienes utilizan el transporte publico o auto particular para trasladarse a su trabajo. Cada día se levantan angustiados, “con el Jesús en la boca” sabiendo que verán otro incremento de 5 o 10 centavos por litro. Impotentes pagarán los aumentos en el costo de la canasta básica, renta, ropa, materiales, etcétera. De mantenerse esta infamia hasta el 30 de noviembre el precio por litro podría llegar a 25 pesos.
¿Cuánto se llevan al aumentar, por ejemplo, 5 centavos diarios?
Tomando en consideración 30 millones de autos y un consumo promedio de 20 litros son 30 millones de pesos por día y 900 por mes, que nadie sabe a dónde irán a parar.
¿Por qué los empresarios no protestan?
Los dueños de las grandes empresas para compensar el aumento de sus costos de producción, distribución y almacenamiento, recurren a mecanismos de protección económica (seguros, cuentas en dólares, subsidios, entre otros) y aprovechan las crisis para elevar sus ganancias re etiquetando mercancías, llevando doble contabilidad, evadiendo impuestos y sobre todo pagando salarios de hambre. Quienes siempre salen perdiendo son los trabajadores.
Si como parece, habrá una administración gubernamental más justa y con menos ladrones, el ciudadano debe denunciar y exigir se paren estos asaltos en despoblado.