Por: Gilberto González Colorado. 03/07/2017
El escenario educativo de nuestros días resulta deplorable, casi siniestro: las múltiples pinzas que detona la Reforma “educativa”, inexorables, parecen cada vez más cerrarse sobre la suerte futura de los maestros de México. Aún más, al parecer, en el horizonte inmediato no se vislumbra nada ni nadie que pueda hacer nada por evitarlo, quedando así la educación pública del país prácticamente a merced de las fuerzas depredadoras del gobierno autoritario que llegó a imponer así esa reforma con miras a diezmar la capacidad de respuesta del último bastión defensor de la escuela pública, el del magisterio mexicano, doblándoles en principio sus derechos laborales y con ello doblegando su capacidad de resistencia en el marco del proyecto modernizador de una globalización económica neoliberal que exigía, entre otras cosas, la formación de una ciudadanía doméstica y dócil, esto es, de la conformación desde las escuela de nuevas y pragmáticas subjetividades compatibles con el espíritu neoconservador que hoy por hoy marca la agenda cultural y económica del mundo, y para cuya formación –pensó- era necesario otro tipo de profesor. De allí la “validez oficial” de la consigna hoy en boga en nuestro país: “cualquiera que tenga una licenciatura puede ser maestro”.
Lo que de paso conlleva el desarrollo de un proceso perverso que tiene que ver con el descenso de la nomenclatura magisterial en el país a partir de una evaluación dolosa y punitiva de los maestros en servicio (el número de docentes del nivel básico habrá de disminuir sensiblemente de manera inevitable después de haber logrado imponerse esa evaluación como una purga forzada que terminará por echar a la calle sobre todo a los más viejos y combativos profesores).
¿Qué sigue? Entre otras cosas, resulta previsible la muerte por inanición del subsistema de educación Normal, y eso no como uno más de los “daños colaterales” de esa reforma, sino como otro de los subproductos quirúrgicos contemplados por el cálculo de esa estrategia aniquiladora que es la tijera neoliberal que inspiró las políticas de este gobierno el cual, en vísperas de largarse, podrá rendir cuentas a sus amos en turno diciendo: “Misión Cumplida”.
Resulta doloroso reconocerlo pero, visto ahora en retrospectiva, todo parece indicar que el magisterio mexicano no supo –no supimos- estar a la altura de las circunstancias para evitar este desenlace. Pero era de esperarse que una gran masa heterogénea, tan desigual como desunida, como lo es la del universo del magisterio nacional, no tuviera ni los recursos ingentes que se hubiera requerido, ni la capacidad de organización necesaria que una lucha de tal naturaleza habría de exigir. Pero algo, como nuestra dignidad profesional, queda aún en pie.
Por tanto, reconocerlo así no necesariamente significa derrotismo si no, acaso, una suerte de querer saber en dónde estamos parados y en qué condiciones para saber a ciencia cierta a qué atenernos en lo sucesivo. En todo caso, se trata de una suerte de diagnóstico necesario como para saber si nuestra capacidad de RESISTENCIA puede aún contar con los arrestos suficientes como para seguir, quizá por otros medios, en esta lucha “por nuestra ciudadanía” en la medida que las circunstancias lo permitan (considerando, por ejemplo, las flaquezas que, por las razones que sean, algunos sectores movilizados ya acusan, como lo es el caso de la propia CNTE en algunas entidades emblemáticas de la lucha magisterial), cuestión que tornan aún más difíciles las condiciones de una eventual lucha.
En todo caso, quiero suponer que un tipo de análisis de esta naturaleza correspondería a aquella vieja máxima de Lenin: “Un paso adelante, dos atrás”. Cuestión de táctica y estrategia, dirían los enterados. Seguimos los maestros, pues, en pie de lucha.
Fotografía: Facebook. Sin autor visible.