Por: Federico Rivas. 21/06/2025
La condena a Cristina Fernández de Kirchner y su exclusión del tablero electoral no cierran una etapa de la política argentina. La abren. Y lo hacen con una intensidad institucional y simbólica que interpela al sistema en su conjunto.
Como analizamos en nuestro último informe desde URNA Consultores, no se trata solo de un hecho judicial. Se trata de un reordenamiento profundo de las narrativas, los clivajes y los liderazgos.
La detención de un ex presidente, en cualquier democracia, es una señal de alarma institucional. No porque se cuestione la legalidad del fallo, sino porque visibiliza la incapacidad del sistema para tramitar sus tensiones de manera transparente y consensuada.
Cristina no se retira por voluntad popular, ni por decisión política: la retira el Poder Judicial. Y ese gesto reabre una vieja grieta, no entre peronismo y anti-peronismo, sino entre república y democracia, entre legalidad y legitimidad.
Lo interesante es que Cristina, a diferencia de otros liderazgos en retirada, no se va sin dejar relato. Al contrario: se corre del juego electoral con una narrativa intacta y poderosa. De “Cristina eterna” a “Cristina víctima”, la línea argumental no se rompe, se reconvierte.
Sale por el costado, pero con la épica de quien fue perseguida por desafiar al sistema. Esa narrativa no solo consuela al núcleo duro. También reactiva a unas bases dispersas, huérfanas de sentido político desde el fracaso del Frente de Todos.
En las calles, ese despertar ya se siente. No en forma masiva, pero sí como latencia. El peronismo, cuando vuelve a su fase espiritual, deja de ser una estructura para convertirse en movimiento.
La pregunta es si hay alguien que pueda encauzar esa energía. Porque sin Cristina en la boleta, el peronismo de cúpulas entra en fase de competencia interna. Gobernadores, intendentes, dirigentes sindicales: todos buscarán ahora posicionarse como herederos o como renovadores. Pero la falta de un eje gravitacional como el de CFK genera desorden, fragmentación, y también oportunidades.
Del otro lado, el gobierno de Javier Milei gana una batalla simbólica: la salida de su antagonista principal. Pero también pierde una pieza que ordenaba el tablero. Sin Cristina, ¿quién ocupa ese lugar de enemigo movilizador?
La política argentina entra en una etapa nueva, donde el mileísmo (y también el PRO) ya no podrá vivir del espanto ajeno. Tendrá que empezar a enamorar con propuestas propias, con una visión de futuro que no dependa solo del “contra”.
En la Provincia de Buenos Aires, el impacto es aún más directo. Lo que prometía ser la “madre de todas las batallas” puede diluirse sin Cristina en cancha. Eso obliga a Milei a recalcular: sin riesgo de CFK, ¿conviene ir solo o en coalición? ¿Negociar con el PRO? ¿Captar peronismo suelto? La ecuación cambia, y la certidumbre institucional que deja la salida de CFK puede ser funcional al gobierno en el corto plazo.
Nada está resuelto. Todo está en movimiento. Cristina ya no es libre, pero sigue siendo clave. El peronismo ya no tiene candidato, pero vuelve a tener causa. Y Milei ya no tiene a quién culpar, pero debe demostrar que puede gobernar con futuro, no solo con pasado.
Desde URNA lo leemos con una premisa clara: cuando los liderazgos se vuelven simbólicos, la política deja de jugarse solo en las urnas. Se juega en el sentido.
Y en esa disputa, lo que está en juego no es solo qué historia vamos a contar, sino quiénes se animan a escribir la próxima página.
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Fotografía: El estadista. Cristina fuera del tablero electoral pero con control político reforzado. .