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Nuevo régimen político y lucha de los trabajadores en México

por RedaccionA octubre 19, 2024
octubre 19, 2024
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Por: Arnulfo Alberto. 19/10/2024

Más allá de nuestros juicios normativos y políticos, es urgente hacer un análisis riguroso sobre la nueva realidad política del país. Es claro que hay una emergencia de un nuevo régimen político que amenaza con hacer época. La tarea es la caracterización más pulcra posible de este nuevo sistema para estar en condiciones de actuar políticamente con conocimiento de causa y no ser arrastrados por los sucesos de manera inconsciente hasta ser absorbidos o evaporados por él. En este texto ofrezco algunas reflexiones iniciales para entender el proceso en marcha.

AMLO ganó la presidencia después de décadas de lucha política y luego de varios reveses, en los que incluso se planteó la posibilidad de renunciar a la vida pública. Como bien lo afirman algunos analistas, su estrategia fue desde un principio la movilización permanente de las bases en torno a demandas políticas. En el momento oportuno y cuando había construido un movimiento político nacional, en la que él era el centro de gravedad, renunció al PRD en 2012 y conformó su propia estructura nacional con él mismo como mandamás absoluto. En este nuevo impulso y con dos elecciones presidenciales como experiencia (en 2006 y 2012, en ambas salió derrotado, pero fue ampliando su estructura organizativa y territorial), logró unificar a la mayoría del país en torno a un proyecto concreto, sobre todo el combate a la corrupción y la “purificación” de la vida pública. Podremos no estar de acuerdo con ese proyecto de país, pero amplias capas de la sociedad sí se convencieron por ese discurso y Andrés Manuel tuvo suficiente credibilidad y carisma para encabezar este movimiento a nivel nacional. La desilusión o no en torno a este proyecto depende de muchos factores de carácter estructural y coyuntural. Lo que sí debe quedar claro son dos cosas: primero, que la lucha de AMLO fue exitosa al final del día después de una larga travesía por el desierto, segundo, que logró unificar a la compleja sociedad mexicana en torno a una demanda simplificada de gobierno: combate a la corrupción.

La teoría, y más en general, las ideas, se impregnan en los individuos, grupos y clases. Pero deben encontrar ciertas condiciones sociales en las cuales anclarse. La prueba es el marxismo que encontró terreno fértil en diversos países y logró transformaciones estructurales profundas, por ejemplo, en la URSS, en China, en Vietnam, en Cuba, en Corea del Norte, sin embargo, en esos países reinaban condiciones materiales concretas que hicieron posible esos cambios radicales. En el caso de la URSS y en China, había un agente de cambio homogéneo, es decir, una mayoría empobrecida que ansiaba un cambio más profundo conformado por campesinos en las zonas rurales y guiada por una vanguardia proletaria en las zonas urbanas. Ambos países experimentaron una inestabilidad sin precedentes en el ámbito internacional, la Primera y Segunda Guerras Mundiales. Es decir, las revoluciones son posibles, pero deben cumplir ciertas premisas materiales sin las cuales, los pueblos simplemente no se lanzan hacia un movimiento político nacional profundo. Estos hechos se encuentran en latencia ciertamente en nuestro país aunque no se han materializado todavía.

Las transformaciones de este nuevo régimen en México no son estructurales. Las diferencias con el anterior régimen son políticas más que económicas.

La muestra más palpable es que se continúa con las mismas políticas asistencialistas de los gobiernos anteriores, solo que ahora enfocados en nuevos grupos demográficos, como los jóvenes en edad de trabajar o los adultos mayores. Está estrategia es netamente electoral y no resuelve el problema de pobreza en el largo plazo. Es verdad que hay un intento tímido de política industrial con la construcción de sendos aeropuertos en la Ciudad de México y en la Riviera Maya, el Tren Maya y la refinería de Dos Bocas, pero nada que haga vislumbrar un cambio de calidad en la política económica e industrial que ha imperado en las últimas décadas (Peña Nieto estaba construyendo un aeropuerto que con seguridad hubiera dado mayor impulso económico al país).

Sin embargo, la estrategia económica del nuevo régimen es más sutil de lo que parece. Un ejemplo claro es la política salarial. Ha sido un acierto incrementar el salario mínimo más allá de lo que gobiernos pasados aumentaban. Este aumento puede parecer insignificante para algunos sectores, pero la literatura moderna sobre los beneficios de aumentar los salarios mínimos es abundante. Aunque otras medidas que ha adoptado, como el rechazo a una reforma fiscal beneficia al capital, con el aumento al salario ciertamente se reducen los márgenes de ganancia. Esto muestra que sus medidas no son tan azarosas y sí tienen cierta lógica política.

Otro aspecto que notar es que el discurso de Andrés Manuel ha sido cambiante. Primero, él mismo estuvo en el PRI y lo abandonó en el momento oportuno, en el año 1996, porque ese anterior régimen culminaría su vida útil en el 2000. Su remanente solo gana en el 2012 para convertirse en un planeta enano en los posteriores años.

Andrés Manuel se posiciona en el 2006 con un discurso que ponía a los pobres en primer lugar. En 2012, cambia está narrativa por el combate contra la estrategia de seguridad de Felipe Calderón y la violencia que se desató en su sexenio. Para el 2018, su discurso, como se mencionó anteriormente, fue contra la corrupción. Este cambio de discurso le permite construir una amplia coalición de clases sociales que incluye a desposeídos y propietarios, a asalariados y empleadores, a trabajadores informales y formales, a clase baja, media y alta. Dice el profesor Vakulabharanam, escribiendo para el caso de India que Narendra Modi, hombre fuerte y primer ministro indio, ha construido un régimen político sobre la base del nacionalismo y el carisma de un líder que ha logrado vender al mundo la idea de una Nueva India, sin embargo, está percepción de mejoría es una ilusión, pues la economía india sigue sumida en el atraso[1].

Coincidentemente, en México, AMLO ha levantado un régimen sobre la base de la mistificación de la realidad, del aprovechamiento de atraso del pueblo y su fervor por los líderes espirituales, capitulación de clase, sobre la base de la administración eficiente de la pobreza y de la defensa de los intereses de los más privilegiados en el actual estado de cosas. Que los resultados políticos sean tan similares en India, México y otros países de América Latina habla de un patrón populista como efecto del modelo capitalista neoliberal. AMLO es resultado y causa del neoliberalismo.

La lógica del nuevo régimen, dado su origen y su trayectoria política, es atrincherarse en el poder por largo rato, quizá por varios sexenios y tienen todo el capital social para hacerlo si no cometen algún error táctico. Por eso se cuidan de no tomar medidas drásticas que trastoquen la estructura económica ni los intereses del capital de manera sustancial. Utilizan la fuerza del discurso ahí donde haga falta para arengar y moralizar a sus seguidores tanto a nivel doméstico como a sus aliados a nivel internacional. Vociferan contra el gobierno estadounidense, pero al mismo tiempo no se atreven a acercarse más a China por temor a un zarpazo real del gigante norteamericano. En suma, son hábiles acróbatas de la realidad económica y social. Manejar el poder en el capitalismo es, al final del día, la administración eficiente del statu quo, logrando los mejores resultados sin provocar tantas inconformidades de las capas con influencias políticas.

Por eso son capaces de llegar a acuerdos con quien haya que hacerlos, en una muestra del gatopardismo más cínico. Su atrevimiento más sonado contra el orden superestructural ha sido quizá la reforma judicial, una reestructuración a modo a todas luces. Para lograrlo, negociaron con un político de oposición sin importar anteriores posicionamientos o fraseologías de orden ideológico de ningún tipo.

Pero esta estrategia política y económica tiene un límite. El crecimiento económico ha sido raquítico en este sexenio (casi cero si descontamos el crecimiento poblacional) a pesar de todos los estímulos hechos mediante el incremento de la demanda agregada, es decir, con aumento de salarios y programas sociales. Para la repartición de dinero con fines electorales han tenido que incurrir en déficit fiscal, es decir, en deuda, lo que no es sostenible ni en el corto ni en el largo plazo. Sin cambios estructurales que vayan más allá de los límites del neoliberalismo, es difícil que estimulen la creación de más riqueza, sobre todo porque hasta ahora han sido disciplinados en cuanto a los fundamentos macroeconómicos y la arquitectura institucional. Eso ayuda a mantener un nivel de inflación y tipo de cambio relativamente estable, además de finanzas sanas (sin mencionar el boquete fiscal de Pemex) pero al mismo tiempo es una camisa de fuerza para impulsar inversión productiva pública e infraestructura. Con bajo crecimiento no es sostenible mantener el nivel de gasto tan elevado, considerando además que Claudia Sheinbaum propone aumentar los programas sociales, por lo que estarán obligados necesariamente a hacer recortes eventualmente en otros rubros (ya se maneja una reforma del INE con un doble propósito: ahorro y control político) o realizar una reforma fiscal que desequilibrará la aparentemente estable coalición de clases.

Sin embargo, ¿cómo se explica que las cosas hayan cambiado tan poco y de todas maneras su popularidad alcance el 80% si son confiables las cifras de la encuesta más reciente de El País? Quizá la respuesta radica en la noción de análisis marginal en economía. Los marginalistas construyeron una teoría muy influyente sobre la idea de que el individuo no hace análisis absolutos sino relativos. El agente económico más racional, según ellos, toma decisiones en el margen.  En este sentido, si el cambio marginal le reportará una utilidad mayor que la que tenía anteriormente, es racional tomarlo. Quizá el mexicano promedio haya cambiado marginalmente, es decir, un pelín más que su estado anterior tomadas las cosas en su conjunto y eso explique que, aunque las cosas no hayan cambiado cualitativamente en este sexenio si lo hicieron cuantitativamente (en el margen) y eso juega un papel relevante en su percepción de las cosas. En el fondo, quizá haya una deformación teórica en los mexicanos que asemeje la deformación teórica de los marginalistas en economía. Al final de cuentas, pensar requiere una educación que supera por mucho al promedio del compatriota ordinario. La solución a esto no es la república de los expertos de la que hablaban algunos filósofos, sino que requiere elevar el nivel educativo de todos para levantar el nivel de nuestra democracia y estar en mejores condiciones de combatir efectivamente este nuevo régimen hegemónico fetichizado.

En conclusión, el nuevo régimen político que emergió en 2018 con AMLO y que continua un sexenio más con Claudia Sheinbaum está levantado sobre bases económicas muy endebles que no descartan una inestabilidad política y social en el corto plazo.  Hasta ahora el débil arreglo económico ha permitido que trabajadores y capitalistas hayan resultado beneficiados, aunque sea relativamente, sin embargo, las políticas de demanda agregada, sobre todo dentro del marco institucional neoliberal, nunca han sido suficientes para sostener este estado de cosas por mucho tiempo. Si no hay cambios estructurales más profundos, cualquier shock externo o cambio en las condiciones internacionales puede hacer tambalear el frágil equilibrio de la economía. Debemos estar preparados política y científicamente para aprovechar lo mejor posible las condiciones sociales que se avecinan para agitar y organizar a los trabajadores en torno a un cambio más profundo de la estructura económica.


Arnulfo Alberto es maestro en economía por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

[1] The Wire: The Wire News India, Latest News,News from India, Politics, External Affairs, Science, Economics, Gender and Culture

LEER EL ARTÍCULO ORIGINAL PULSANDO AQUÍ

Fotografía: Cemees

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