Por Güris J. Fry. ECO’s Rock. 7 de octubre de 2023
El Conde (Pablo Larraín, 2023)
Quizá no la mejor obra de Larraín, quizá su trabajo más tentado hacía la tangente de su propio cuerpo filmográfico, pero, al mismo tiempo, la edificación que todo autor con la trayectoria y peso que se ha ido ganando con asiduidad debe de tener en su colección personal: aquel que divide las opiniones del público y la crítica especializada par con par. El Conde, pues, resulta ser quizá su entrega más alejada de sí, claro, pero una de las más creativas; donde rompe sus esquemas y formas más reconocidas y que si bien no deja de manifestar su manejo de temas y esencias, sí los detenta con diversos modos y peculiaridades ajenas a los ya reconocibles bajo su mando y voz. Negro humor que ostenta punzantemente un ataque a la dictadura chilena desde una alegórica visión; una cinta que se pierde en su conjugación: su espina dorsal genérica retumba en diversos rincones y aristas abandonando los canales arados. Difícil de colocar en un pedestal firme; su camino es ambiguo y si bien tiene momentos donde el cargo tiene un peso mayúsculo, existen otras viñetas que denotan un tratamiento más cándido y pérfido en su plástica preciosista.
La idea es clara y no puede resultar ser más inventiva y jocosa: Augusto José Ramón Pinochet Ugarte es un vampiro que ha vivido por siglos, un engendro chupasangre que no ha sobrevivido (pues no debe de) por algunos de los momentos más catárticos de la historia del mundo; nacido en la revolución francesa -donde tanta linfa fue vertida cual resarcimiento en el suelo de “los comunes”- se fue separando, deambulando por y para el mundo reconociendo los momentos revolucionarios de territorios y sociedades diversos a lo largo de su historia, arraigando finalmente en la Latinoamérica sediciosa posterior a la segunda guerra mundial, más a detalle en el Chile que se postra ante Salvador Allende y que él habrá de derrocar para así reinar con mano dura, hipocresía, conveniencia extranjera, ansía capital, terror y todos los trágicos horrores ya conocidos (y algunos aún por conocer)… ¿Será acaso que este esperpento cuasi carnal tenga una ligera dosis de consciencia? La fórmula indica que sí, y al parecer el otrora dictador ha decidido encontrar su verdadero final.
Filmada en un entintado y muy bello blanco y negro, firma del más que seguro Edward Lachman, la postura visual de la cinta se arrincona en ello, su estética, dejando de lado algunas de sus otras nociones técnicas. Dicho de otra forma, se extravía en su andar; pasa de momento a momento sin desarrollar del todo el estilo y el fondo, se mueve de un rincón a otro sin lograr una profundidad total. Queda claro que esta silueta se aleja de la más tradicional crítica política de la región, la de un Glauber Rocha, por ejemplo, pero que a bien se da al testamento de agregar nuevos fundamentos a la receta; rudimentos fantásticos: algo de ese realismo mágico tan nuestro también. Y que, si bien no termina por cuajar del todo, sí que puede irse adaptando y madurando con el ejercicio fílmico.
Elogiada y atacada, al Conde de Larraín le queda la prueba del tiempo. La ventana que habrá de desnudarla como algo medianamente irrisoria o como una apertura a nuevos campos de la visión cinematográfica en la catártica historia latinoamericana. Planicie o vanguardia, llano o profundo, he aquí una manifestación que refresca la práctica de un realizador que se ha mantenido firme y que merece el beneficio de la duda. Larraín aún tiene mucho que dar y he aquí una muestra de que su visión es más amplia de lo que se conocía. Al final de cuentas nos ha demostrado con creces que nuestras más profanas pesadillas pueden encontrarse cualquier día con alas o cuchillas muy afiladas.

El Conde de Pablo Larraín
Calificación: 2.5 de 5 (Buena a secas)
Fuente:
Fotografía: filímaffinity