Por: Roberto González Villarreal, Lucía Rivera Ferreiro, Marcelino Guerra Mendoza. Contacto: [email protected] 03/12/2017
En ocasiones anteriores hemos señalado que la reforma educativa es una guerra. Se planteó, desarrolló y continúa como una guerra. Ya no es una novedad decirlo. Cada vez más aparece en discursos, intervenciones y artículos. Es un avance político e intelectual; pero no basta. Siguen algunos malentendidos. Contribuimos con algunas puntualizaciones:
- La Guerra de la Reforma Educativa NO es una metáfora. Es una realidad en toda la línea. Un modo de concebir un problema político y desplegar una panoplia de acciones, iniciativas, instituciones, mecanismos, medios e instrumentos.
- La guerra no consiste únicamente en el uso de la fuerza física, sino también simbólica, cognitiva, política, parlamentaria, jurídica y administrativa.
- La clave de las guerras posmodernas es el manejo de las percepciones. La batalla preponderante se da en los procesos de cognición social; es decir, en el control, la modelación y la modulación de la información, el procesamiento, los valores, juicios y emociones sobre el qué, cómo, cuándo, para qué y quién educa. Todo lo demás resulta de esta configuración estratégica. Desde el uso de la fuerza física hasta el modelo institucional.
- La Guerra de la Reforma Educativa no es sólo un complejo de fuerzas destructivas; sino, sobre todo, reconstructivas. Destruye modalidades de relación contractual, prácticas educativas y formas de saber; pero también crea instituciones, organismos y, sobre todo, modos de subjetivación.
- Las estrategias de la reforma educativa no son sólo los programas de intervención en la escuela, el aula, la práctica docente, los tiempos educativos, los modelos de financiamiento y las formas de relación laboral del magisterio, sino los modos de problematización, las formas de saber, los objetos y objetivos de regulación, las prácticas del yo y de las relaciones intersubjetivas.
- El arsenal bélico trasciende los hechos y las acciones para instalarse en los modos de pensar de las mismas resistencias. El poder es metafáctico, pues diseña acciones por campos y a distancia, lo que permite configurar el haz de posibilidades de respuesta, de afectaciones y producciones. (Para las teóricas: es un dispositivo).
- La guerra de la reforma incluye un apartado importantísimo de gestión de las resistencias. Las formas de saber, la distribución conceptual, la jerarquía de demandas, las formas de organización, el reconocimiento de los adversarios, los modos de separación y jerarquización de los contingentes, también forman parte de la reforma. ¿Ejemplos? La Mesa Única de Negociación Nacional, una demanda defendida por una parte de las fuerzas en lucha, que desconoce y desmantela a otras; lo mismo sucede con el procesamiento de las demandas, como los sempiternos Foros de Consulta; o el rejuego conceptual de la evaluación, a la que muchos todavía quieren adelgazar o darle contenido pedagógico, sin olvidar la que constituye la forma de poder más eficaz: la concepción de la política como ciclo de políticas educativas. En otras palabras, la infección de la crítica con los conceptos de la implementación; recuerden nada más cuando el acento crítico se ponía en los problemas de las notificaciones: ¡pues se modificaron las notificaciones! Y así tantos casos. Por eso decimos que esa crítica es funcional al poder.
- La concepción de la reforma como una guerra plantea más problemas. Por ejemplo: ¿guerra contra quién? Contra el magisterio, se asume rápidamente y se pone de ejemplo proverbial De panzazo. Cierto, es lo primero. Pero no nada más eso, sino contra modos de contratación, contra estatutos laborales, contra formas de interrelación y contratación colectiva. No es sólo contra las maestras, sino contra un modelo político y subjetivo de regulación de los docentes; y no queda ahí, sino también contra los modelos estatales de escolarización, entre otros tantos blancos de la intervención guerrera.
- La reforma educativa ha formulado la percepción, la concepción y el desarrollo estratégico de la contienda. Ha escogido los adversarios, ha dispuesto las armas, incluso el saber, el espacio y los personeros de la crítica. Ha marcado las batallas, las pautas, las pausas, la distribución de responsabilidades, los mecanismos de ajuste (como cuando la SEP detiene evaluaciones, el INEE y Mexicanos Primero reclaman, la SCJN resuelve y los opinantes realizan su labor de zapa). Ha ganado la posición y el tiempo de los combates. Los selecciona y los detiene. Los atiende y los promueve.
- Las resistencias se fraguaron tiempo después; están siempre a la zaga de los acontecimientos. Responden. Re-accionan. Todavía no salen del estupor de una guerra que inició con la inhabilitación de respuesta de los adversarios (blitzkrieg) y siguió con una batería de acciones muy diversas (Censo, SIGED, FONE, CIEN, calendarios, Nuevo Modelo educativo, etc), que hasta la fecha han dificultado la concepción integral y procesual de la reforma.
Vamos a repetirlo claro y fuerte, como diría la maestra Julita, de Morelos: la reforma es una guerra. Y los reformadores van ganando. Las resistencias siguen, pero están desorientadas, desmoralizadas y atrapadas cognitiva, epistémica y organizativamente. Se debaten en la táctica, que es el campo que prefieren los reformadores (evaluaciones, notificaciones, amparos, reclamos, solicitudes), sin proyecto ni planteamiento estratégico. Todavía son resistencias a las afectaciones personales y colectivas de un magisterio pretérito, en vías de desaparición. Todavía son eso. No han pasado de eso. Nunca pasaron de eso.
No hay culpables en la derrota. Sólo realidades. ¿Será?