Por: Javier Hernández Alpízar. Zapateando. 10/04/2018
En un artículo anterior retomamos el reconocimiento del CIG y el CNI de que “no lo logramos”: sí queríamos que Marichuy apareciera en la boleta, y sabemos que de haber aparecido habríamos logrado un medio muy potente para seguir visibilizando la palabra y el proceso organizativo de los pueblos indígenas, sus autonomías y sus aliados; no haberlo logrado nos deja sin esos medios, nuevamente sólo con los medios que podamos agenciarnos de manera autogestiva.
Reconocido el hecho, se presenta la necesidad de un balance en busca de las explicaciones y valoraciones lógicas y serenas del hecho. Como una de ellas, anticipamos que, además de los obstáculos deliberados que pone el sistema, a través del INE, a cualquier voz realmente independiente, tenemos que considerar que parte de la explicación, y de lo que hay que valorar y corregir, son las deficiencias organizativas que tenemos como sujeto colectivo que incluye al CIG-CNI y la AC Llagó la hora del florecimiento de los pueblos, así como el conjunto de Redes de Apoyo al CIG a nivel nacional.
Las fallas vienen desde el inicio: muchos de los simpatizantes del EZLN y el CNI jamás lograron comprender la propuesta, su valor, su genialidad como manera creativa de proponer un uso alternativo de los procesos electorales no para “legitimar el sistema” o “hacerle el juego a las instituciones” sino para visibilizar una alternativa antisistémica, anticapitalista, completamente ajena a la lógica neoliberal de la clase político-empresarial y de los partidos políticos con registro. Incluso ya acabado el proceso, hay sectores de adherentes y simpatizantes de la Sexta que siguen seguros de su dogma de que no debimos haber participado, y el hecho de no alcanzar las firmas suficientes los reforzará en su idea errónea.
Otros sectores fueron entendiendo (a medias o completamente) la propuesta muy lentamente y se fueron sumando paulatinamente a lo largo del proceso. Al final, hicimos un sprint valioso pero insuficiente: semanas antes de terminar el proceso, o peor aún, semanas después de haber iniciado, era previsible que no lo lograríamos: muchas mesas y muchos auxiliares comenzaron con bastante retraso a juntar firmas. La primera falla organizativa fue la falta de preparación, capacitación, análisis estratégico y sobre todo la falta de mesas de firmas en lugares concurridos desde el inicio del proceso según los tiempos del INE. Alimentar la ilusión de que llegaríamos al final barriéndonos, metáfora deportiva de Juan Villoro, fue solamente retórica: no se podía recuperar el trabajo no hecho desde el principio mediante campañas mediáticas de bajo alcance al final.
Si hubo excepciones, algunos auxiliares, mesas o redes que agotaron el tiempo de inicio a fin, fueron golondrinas que no hacen verano: como organización o conato de organización a nivel nacional nuestra capacidad de respuesta fue lenta, ineficiente, descoordinada. Faltaron materiales impresos, volantes, carteles, publicaciones, faltaron recursos económicos, pero las organizaciones suplen la falta de dinero con la organización, el trabajo voluntario, la solidaridad, la cooperación, y claro que entre nosotros la hubo y la hay, pero no nos alcanzo para lograr nuestro objetivo.
Si no logramos abarcar con nuestra mirada la totalidad del proceso, el alcance nacional (y global) de la propuesta, el conjunto de los hechos y detalles, simplemente nos quedaremos con una mirada provinciana, de nuestros más cercanos compañeros, y la negación de un balance integral será de nuevo una desventaja tanto de la mirada como de la praxis y sobre todo seguiremos arrastrando el déficit organizativo.
Nos hizo falta capacidad para comprender lo valioso de la propuesta del EZLN y el CIG. CNI a tiempo: nos han dicho que es probablemente la última oportunidad de organizarnos y rescatar nuestro país de la tormenta de violencia y destrucción que ya tenemos encima. La actitud parsimoniosa de muchos y muchas compañeras no denota que hayamos entendido la situación. Hacer balances sesgados que externalicen las causas de no haber logrado el objetivo o que culpen solamente a una parte de los actores tratando de eximir de antemano a nuestros más cercanos, es inútil.
El arranque de la campaña en Chiapas, con las masivas concentraciones de los zapatistas y sus compañeros y simpatizantes, fue un botón de muestra. Es cierto, el parámetro es alto, pero si bien en ningún otro lugar podemos hacer actos de masas de esa envergadura, sí debimos tener claro que se trataba de apostar al proceso con todo. Sin embargo, no hubo una respuesta, ni de lejos, a la altura del reto. El tamaño del reto no es salvable con juegos de palabras: una propuesta antisistémica sin fuerza real se quedará en un gesto simbólico. Lograr una fuerza, conciencia organizada, a la altura de nuestra postura anticapitalista y antipatriarcal implicará un esfuerzo y un crecimiento organizativo considerable: los zapatistas lo han ido logrando no porque tengan circunstancias más a modo, sino porque se han dedicado a ello con todas sus capacidades: en muchos otros lugares del país, la idea todavía ni siquiera se entiende. Para que actuemos en consecuencia primero tenemos que entenderlo: se trata de llegar a la gente no organizada pero sí agraviada: explotada, despojada, reprimida, despreciada por el sistema. De eso se trató todo este ejercicio de salir a lo público: ningún principio comunista, ácrata, radical, de ninguna especie se viola saliendo a las calles a impulsar un proceso de organización desde abajo. Por eso el EZLN y el CNI apostaron a esta propuesta. Sin embargo, muchos no terminan de entenderlo y parte de nuestro reto es lograr que el asunto sea entendido y sumar a quienes han permanecido escépticos.
Ahora tenemos la ventaja de que ya nada tiene que ver el INE, con la desventaja de la falta de espacios para visibilizar el mensaje: veremos si ya fuera del registro en el INE quienes se negaban a participar se suman o si lo que se teme no es “hacerle el juego a las instituciones” sino algo más general: el miedo a organizarse, a salir de nuestra zona de confort y hablar con los demás, tratar de llegar a acuerdos. Parece que algo de agorafobia nos ha inhibido, pero la experiencia de quienes participamos es alentadora: después del nerviosismo inicial, se puede hablar cara a cara con los otros, es más sano que seguir inventando pretextos para seguir de espaldas a toda esa gente.
Por lo pronto, es alentadora la postura del CIG y el CNI de invitar a la reflexión, al balance que busque honestamente explicaciones y valoraciones que nos permitan decidir juntos los pasos que siguen. Esa es una actitud propositiva.
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Fotografía: El País