Jorge Salazar García. 09/11/2020
Entendiendo la política como un medio pacifico para confrontar posturas sobre la búsqueda el bien común y aceptando que las elecciones son procesos de legitimación del poder, vale la pena reflexionar acerca de las votaciones realizadas en los Estados Unidos de América cuyo resultado, además de afectar al ciudadano, también repercute en el destino político de otros gobiernos. Al interior, el proceso electoral ha servido para calmar los ánimos en ese país partido en dos: pobres y ricos. Para los primeros, las probabilidades indican que sus condiciones de vida permanecerán sin cambios significativos, gane quien gane. Ninguno de los 45 presidentes anteriores sirvió a los asalariados, todos ellos han gobernado conforme a la directrices de la oligarquía nacional. Tampoco habrá un política exterior diferente a la implementada desde el etnocidio que les dio origen; el garrote y la zanahoria son su impronta. Ya lo dijo John Foster Dulles (secretario de Estado, 1953-59), “Estados Unidos no tiene amigo, tiene intereses”. Así que los bloqueos, amenazas e intervencionismo seguirán vigentes, sin importar quién ocupe la Casa Blanca.
Sin embargo, debido a que las filas de los incrédulos crecen, su modelo exige ser reforzado con mentiras mejor elaboradas. Se requiere distraer a quienes cuestionan, por ejemplo, el porqué en un país con más de 330 millones de habitantes únicamente existan dos partidos o porqué 538 personas sean las que decidan quien los gobernará. Incluso algunos van más allá calificando a su “Democracia” como una gigantesca simulación para que nada cambie. Y cuya legitimación, renovada cada 4 años, queda a cargo de dos actores empleados del mismo patrón. A los espectadores les regalan ese par de chivos expiatorios a los cuales pueden culpar de sus desgracias, al mismo tiempo que contienen la protesta de los inconforme. Una cosa es segura, el elegido, ya sea demócrata o republicano, nunca promoverá cambios de fondo para combatir el racismo, desempleo y la injusticia. El nuevo bufón, (2021-2025), aunque diga lo contrario, tampoco atenderá en serio el cambio climático, la pandemia y la profunda inequidad social. Si acaso hará UNA REFORMA ELECTORAL, dará becas a estudiantes y ampliará el seguro médico.
A los marginados actuales, el establishment les ha entregado a Trump y Biden para ocultar a los verdaderos culpables de sus desgracias. Tal añagaza por complicada, exige aplicar técnicas psicoanalíticas desde los medios electrónicos. Dos actores escenifican la comedia siguiendo el guión previamente elaborado por la plutocracia. El propósito es convencer a los espectadores de que su bienestar depende de su voto. Pasando las eleciones la euforia terminará, consecuentemente el sujeto regresará esa realidad donde alcanzar una vida digna para TODOS, bajo las actuales circunstancias, es IMPOSIBLE. Algunos retornarán a las drogas otros al trabajo, vaciados de esperanzas; y habrá quienes regresen a las calles, más rebeldes, más enojados.
Por lo pronto, las votaciones sirviendo como CATARSIS permiten aflorar el conflicto psíquico presente en la mente de quienes no logran conciliar la realidad objetiva con la deseable. El elector desfogará parte de su frustración y rabia a través de una simple papeleta depositada en la urna. Con esas elecciones fraudulentas se impide al elector identificar la causa real de su conflicto psíquico (violación de sus derechos humanos) y la posibilidad de SANAR. En el ámbito médico, la catarsis conduce al paciente hacia una limpieza o purificación de fantasmas reales y ficticios que le incapacitan una vida plena, libre y consciente. Respecto al área política, Galimberti[1] dice: “La catarsis promovida desde el Estado es una representación dramatizada y simbólica de la realidad, su fin es influir en la estructura psíquica y anímica del paciente (ciudadano) vinculada a recuerdos dolorosos olvidados. Cada acto catártico reduce la probabilidad de nuevas manifestaciones de agresión. Los gobiernos, saben que la agresividad puede ser “moldeada” a conveniencia. Ya que los miembros de un grupo unidos por un líder autoritario tienden, al contrario de los de un grupo con un líder democrático, a descargar su agresividad sobre una sola víctima o chivo expiatorio. Tal es el caso; el gobierno oculto ofrece al hacendoso pueblo norteamericano dos monigotes para que expíen las culpas de los poderosos y de paso mantener al ciudadano enfermo, imposibilitado para alcanzar la verdad, la justicia y la libertad.
Trágicamente, las rebeldías contenidas con mentira, como el vapor encerrado en una caldera, tarde o temprano encontrara salida, incluso destruyendo a su contenedor.
[1] Galimberti, Humberto. Diccionario de Psicología (2002). Pág.34.