Por: Miguel Alejandro Pérez. 19/04/2024
Preámbulo
Aprimera vista parece muy justificada la pregunta que Max Weber plantea en la introducción a La ética protestante y el espíritu del capitalismo[1]: “¿qué serie de circunstancias ha determinado que sólo sea en Occidente donde hayan surgido ciertos sorprendentes hechos culturales (ésta es, por lo menos, la impresión que nos producen con frecuencia), los cuales parecen un rumbo evolutivo de validez y alcance universal?”. De cierto modo, Geoffrey Parker sigue la pista señalada por Weber arguyendo que el apogeo de Occidente corre paralelo a las innovaciones propiciadas por una “revolución militar” que ocurrió a comienzos de la Europa moderna[2].
Sin embargo, resulta pertinente problematizar el fenómeno arriba citado analizando la compleja relación que se establece entre la tecnología y el cambio social. La primera cuestión consiste en saber hasta qué punto las transformaciones sociales, políticas y culturales constituyen un producto directo de los adelantos tecnológicos o, por el contrario, en qué grado las formas sociales determinan los progresos técnicos.
Por otra parte, a comienzos de la Edad Moderna despunta la cooperación simple capitalista y aparece la manufactura. Además, en materia militar, sobresale la guerra de sitio. Tomando en cuenta los dos primeros aspectos, resulta legítimo tratar de ubicar el lugar que ocupa cada uno de ellos respecto a la “revolución militar” enunciada.
Revolución militar y teoría de las épocas de revolución social
Llama la atención el enorme parecido lógico de los modelos explicativos de Michael Roberts y Carlos Marx. El primero de ellos reconoce, en primer lugar, que las principales revoluciones militares marcan puntos de inflexión en la historia de la humanidad y, específicamente, en la europea, hasta el punto de significar una división que separó la sociedad medieval del mundo moderno.[3]
Marx, por su lado, parte de la siguiente proposición: “Pero el hombre mismo se diferencia de los animales a partir del momento en que comienza a producir sus medios de vida (…).”[4] En pocas palabras, el esquema de Marx sigue estas líneas: un determinado estadio evolutivo de las fuerzas productivas materiales de los hombres produce determinadas relaciones de producción. Ambos factores, conforman grosso modo la estructura económica o base real de la sociedad, en otras términos, el ser o la existencia social que determina la forma que adopta la conciencia social (proceso social, político e intelectual de la vida en general).
El formato marxista contempla un factor activo y revolucionario, las fuerzas productivas, y uno pasivo y conservador, las relaciones de producción. Entre ambos existe, en principio, cierta armonía: el desarrollo de las fuerzas productivas se corresponde con el desarrollo de las relaciones de producción. Empero, llega un punto en que el avance de las primeras, activas por naturaleza, encuentra un obstáculo en las segundas, conservadoras a su vez. El conflicto, postergado en un principio, aflora ahora: “se inicia entonces una época de revolución social”.
En síntesis, tanto en Marx como en Roberts destaca la presencia de un elemento central: la tecnología. Roberts considera que la introducción, primero, de las armas de fuego y, enseguida, de la columna suiza, resolvieron el problema primordial de la táctica que, a su juicio, consistía en combinar la capacidad de hacer daño, la movilidad y la fuerza defensiva. No obstante, el atractivo de las conclusiones de Roberts recae principalmente en que las innovaciones militares de carácter estrictamente técnico se convirtieron en “agentes y auxiliares del cambio constitucional y social”[5].
Marx opera bajo un modelo más o menos similar. El concepto de fuerzas productivas hace referencia, precisamente, a las características combinadas de los medios de producción y la fuerza de trabajo. Aunque el ser humano resulta imprescindible en todo proceso de trabajo, los medios de trabajo determinan en última instancia la forma en que se trabaja. Por eso, Marx afirma que “Lo que distingue a las épocas económicas unas de otras no es lo que se hace, sino el cómo se hace, con qué instrumentos de trabajo se hace”[6] y, por la misma razón, aduce que el uso y la fabricación de instrumentos es la característica original del proceso de trabajo específicamente humano[7]. En consecuencia, el progreso de las fuerzas productivas, consiste, en última instancia, en el progreso de los instrumentos de trabajo, o sea, en las innovaciones tecnológicas.
De este modo, coinciden Marx y Roberts. Para ambos, la tecnología juega la función de catalizador: constitucional y social en caso del último de ambos; de la revolución social en el del primero.
La teoría de la determinación de la organización del trabajo por los medios de producción y la revolución militar
Dentro de este orden, falta abordar un aspecto relevante. Para ello, conviene transcribir un extracto de una carta que el 7 de julio de 1866 Marx dirigió a Federico Engels: “(…) Nuestra teoría de la determinación de la organización del trabajo por los medios de producción no encuentra seguramente confirmación más brillante que la que ofrece la industria de la matanza de hombres”[8]. ¿Cuál es la piedra de toque de la teoría anterior y cómo se relaciona con la “revolución militar” de Roberts?
En primer lugar, conviene decir que la teoría de la determinación de la organización del trabajo por los medios de producción se manifiesta en el catálogo de innovaciones a principios del moderno arte de la guerra que propuso Roberts mucho más adelante. Tal serie comprende cuatro factores críticos: el primero de ellos, táctico; el segundo, estratégico; el tercero y el cuarto, se refieren, sobre todo, al aumento tamaño de los ejércitos y a las repercusiones de la guerra en la sociedad.
Sin embargo, para efectos de la pregunta planteada, por ahora sólo se hablará de la “revolución táctica” y la estratégica que, extrapoladas al orden conceptual de la teoría marxista en cuestión, ocupan respectivamente el lugar de los medios de producción y la organización del trabajo. Esto significa que, provisionalmente, se suscribe la hipótesis de que la “revolución táctica” determinó la transformación estratégica.
Antes de entrar en materia, se justifica escudriñar un modelo suplementario que se apega a esta línea de análisis. Lynn White sostiene que el estribo marcó una diferencia radical en el curso de toda una cadena de perfeccionamientos del uso militar del caballo[9]. Así, el jinete y el caballo formaron una unidad de combate capaz realizar violentas cargas de caballería. Agregado a la sencilla montura, que sostenía por adelante (mediante el pomo) y por atrás (por medio del borrén), el freno y las espuelas, el estribo “posibilitó (…) una nueva y revolucionaria manera de combatir”[10]. De ahí que una innovación tecnológica, el estribo, determine una estrategia de combate, la caballería y, por si fuera poco, hasta un tipo de organización social, el feudalismo, esencialmente militar, “destinado a producir y sostener una caballería”. De modo que el estribo se encuentra, ni más ni menos, en el centro de la teoría clásica acerca de los orígenes del feudalismo.
Ahora bien, Roberts hace algo parecido. En su opinión, las armas de fuego (el mosquete y el arcabuz) resuelven la tensión tradicional entre los procedimientos ofensivos y defensivos. La sustitución de la lanza y la pica por la flecha y el mosquete produjeron las reformas estratégicas de Mauricio de Orange y Gustavo Adolfo. En general, en lugar de “los cuadros masivos, profundos y poco manejables del tercio español, o los bloques todavía más grandes, pero más irregulares, de la columna suiza”, “una multiplicidad de pequeñas unidades de dos o tres líneas, tan dispuestas y armadas que permitían la explotación plena de todo tipo de armas”[11].
Asimismo, White y Roberts coinciden en que la función apropiada de la caballería, la carga, que implica el manejo efectivo y libre de la espada y la lanza, alcanza mayor alcance a partir de las estrategias de Gustavo Adolfo que, a diferencia de las nuevas formaciones de Mauricio de Orange, designadas a la defensa, se enfocan en las acciones ofensivas de la carga con espada. Sin embargo, el caballero pesado de la Edad Media, que nace a raíz del estribo y de un nuevo tipo de cabalgadura, el destrier medieval, con el recurso de la lanza apoyada contra el brazo derecho, las riendas en la mano izquierda durante la carga, el control por medio del bocado de freno y el escudo sobre el brazo izquierdo[12], tal y como apunta Roberts, “había sido en general un individualista”, opinión que mantiene Fernando Echeverría Rey en el caso del contexto previo a las transformaciones del siglo VIII a.C. que, en conjunto, forman la llamada “Revolución hoplita”, en donde el combate ocurría en forma de duelos individuales entre los grandes monarcas y aristócratas[13]. En cambio, bajo las reformas de Mauricio y Gustavo, la caballería pierde el carácter autónomo e independiente que había disfrutado hasta entonces.
Cooperación simple y revolución militar
Nada de lo anterior representa por supuesto una sencilla transcripción en términos militares de las características de los medios de producción y la organización del trabajo en los siglos XVI y XVII. Aun así, no se pierde mucho con presentar un panorama breve de tales rasgos.
De hecho, el carácter de la caballería de los francos guarda una relación más o menos evidente con la industria gremial del artesanado. White escribe que, conforme los primitivos germanos se alejaron de la ganadería y se acercaron a la agricultura, el combate a pie sustituyó al combate a caballo. Marx apunta algo similar en El capital: “Bacon explica la relación que existe entre una clase campesina libre y acomodada y una buena infantería.”[14] Por tanto, no resulta extraño que las actividades productivas de un pueblo condicionen sus formas de combate. Cabe aclarar no obstante que cuando la agricultura se convirtió en la fuente principal de riqueza y poder, los francos abandonaron la infantería recuperando en cambio la caballería dentro del mismo sistema productivo.
Marx encuentra que la primera forma capitalista de producción adopta la forma de cooperación. Ésta consiste, a grandes rasgos, en el empleo simultáneo de un número relativamente grande de obreros que trabajan a la vez en el mismo lugar, “en la fabricación de la misma clase de mercancías y bajo el mando del mismo capitalista”[15]. Las primeras experiencias cooperativas de corte capitalista, en consecuencia, presentan características distintas de las experiencias productivas previas. Este es el caso del taller y el sistema señorial.
En palabras de Cipolla, la forma predominante de organización del trabajo, capital y tierra, el sistema señorial, reúne los siguientes requisitos: “El señorío clásico en torno al año 1000 era fundamentalmente un microcosmos económico planificado centralmente, ampliamente autosuficiente, en el cual tanto la división del trabajo como el intercambio monetario desempeñaban un papel mínimo e irrelevante”[16].
El mismo autor establece las características canónicas de la unidad técnica predominante en la Europa preindustrial: “La fábrica se caracteriza por una alta concentración de trabajo asalariado y maquinaria. En el taller, la concentración de trabajo y capital era mínima y el trabajo asalariado estaba escasamente representado”[17]. Además, la producción artesanal no asumía el riesgo propio de la producción para el mercado. “El artesano trabajaba normalmente por encargo”.
Es decir, tanto en el señorío clásico como en el taller resalta el carácter casual, esporádico de la producción mercantil. Se trata de unidades aisladas, válidas por sí mismas. En cambio, la incipiente producción capitalista encuentra su razón de ser en la venta mercantil de productos a gran escala. Algo parecido ocurre con las formas de combate premodernas, signadas por la individualidad y la escasa división del trabajo.
El retorno de los cánones clásicos en los albores de la Edad Moderna, entre los cuales el concepto de lo público ocupa un lugar especial, plantea con fuerza la necesidad ineludible de superar la etapa de la autarquía y el aislamiento. Perry Anderson identifica, en efecto, que una de las características definitivas del feudalismo occidental es la parcelación de soberanías o, en otras palabras, “que la soberanía nunca se asentaba en un solo centro”[18]. El panorama comienza a cambiar, por lo menos, desde el siglo XIV.
Alberto Tenenti[19] señala incluso que alrededor del 1350 la suma total de cambios permite indicar el inicio de la modernidad. Geoffrey Parker ofrece, desde otro punto de vista, la perspectiva algo más tardía del siglo XV, destacando la invención de los cañones de sitio que vinieron a resolver el punto muerto provocado por los castillos de piedra de estilo vertical que habían comenzado a proliferar en Europa occidental en el siglo XI[20]. De cualquier modo, el rango histórico que aprovecha Parker, coincide aproximadamente con el de Tenenti. A ambos autores se agrega Cipolla. Para este último, la aparición de la ciudad medieval y la formación de la burguesía urbana refieren el nacimiento de una nueva Europa.
Cipolla identifica una revolución urbana que ocurre entre los siglos XI y XII, subrayando la importancia de la organización horizontal que aparece en las ciudades, caracterizada por la cooperación entre iguales dentro del gremio y el Municipio (que para él es el gremio de gremios). Más importante todavía, Cipolla reconoce el aumento y la creciente potencia de los molinos de agua y viento, fuentes inanimadas de energía que señalan la ruptura con el mundo tradicional que dependía de la fuerza humana y animal. Concluye afirmando que: “Los contemporáneos de Dante (1265- 1321) tenían la sensación de vivir en una época de gran cambio tecnológico”[21].
Acaso forzada, pero fácil de establecer, salta a la vista una analogía inversa de la revolución urbana de los siglos XI y XII con el proceso de formación de la pólis arcaica. Inversa considerando que la “Revolución hoplita”, según Echeverría Rey, genera las premisas de la ciudad-Estado clásica y, en Europa, los brotes urbanos preceden antes bien a la “revolución militar” de comienzos de la Edad Moderna. A propósito, el resumen de la “Revolución hoplita” realizado por Echevarría Rey comprueba a la vez la teoría de la determinación de la organización del trabajo por los medios de producción y la consiguiente transformación o modificación de las formas sociales. Cabe recalcar que el autor no suscribe la citada teoría de la revolución militar en el origen de la pólis. Pero el sucinto texto que elabora de ella sirve para estos fines. En teoría, un cambio abrupto en las tácticas bélicas, resultado de la introducción de nuevas armas, produjo, a su vez, una nueva estructura de combate en masa (la falange); la sustitución del modelo de combate individual por el combate masivo en formación cerrada supuso “más efectivos para completar la formación” y, a la postre, nuevos grupos sociales que con el tiempo obtuvieron “mayor peso dentro de las instituciones de la comunidad y “el control de sus instrumentos de gobierno”.
Anderson, siguiendo a Marx[22], señala una diferencia entre la función social de las ciudades medievales y la propia de las de los imperios de la Antigüedad. Vale la pena transcribir la opinión del autor:
En el Imperio romano, con su elaborada civilización urbana, las ciudades estaban subordinadas al dominio de los terratenientes nobles que vivían de ellas, pero no de ellas (…). Por el contrario, las paradigmáticas ciudades medievales de Europa, que ejercían el comercio y la manufactura, eran comunas autogobernadas, que gozaban de una autonomía corporativa, política y militar respecto a la nobleza y a la Iglesia[23].
Por lo demás, las transformaciones anteriores coinciden con el comienzo de la desintegración del sistema señorial a mediados del siglo XII[24]. Primero, dice Cipolla, en Italia, enseguida en Francia y, por último, en Alemania e Inglaterra. En conclusión, la paulatina aparición de ciudades, la introducción de las armas de fuego, el auge de la tecnología entre los siglos XII y XII, y la llegada de la cooperación capitalista forman en conjunto un complejo entramado de relaciones interactivas que, en términos militares, significa un cambio en la forma de combatir. Desde luego, la guerra es susceptible de expresarse en el lenguaje de la economía al estilo de Cipolla[25]: “Sea cual sea su motivación última, la guerra sigue siendo sustancialmente la organización de “trabajo” (fuerzas armadas) y “capital” (armas) con el objetivo declarado de destruir la máxima cantidad y calidad de trabajo y capital del llamado enemigo”[26]. Pero, como señala acertadamente Marx, el comienzo de la producción capitalista, en realidad, marca únicamente una diferencia “meramente cuantitativa”, en el sentido de que “no se ha hecho más que ampliar el taller del maestro artesano”[27]. Roberts se expresa en el mismo tenor sobre las primeras tentativas de innovaciones militares diciendo que: “The training of a bowman, schooled to be a dead shot at a distance, would be wasted on so imperfect an instrument as an arquebus or a Wheel-lock pistol (…)”[28]. Esto es, los elementos permanecían en potencia, pero hacía falta un método que integrara en una unidad orgánica los nuevos instrumentos militares y el capital humano. Esta tarea clave la jugó la división del trabajo operada en la segunda etapa de la producción capitalista: la manufactura.
Manufactura, división del trabajo y la revolución de la guerra en campaña
Marx ubica el periodo manufacturero del proceso capitalista de producción desde mediados del siglo XVI hasta el último tercio del siglo XVIII. A grandes rasgos coincide con Parker, cuyo libro contempla el mismo periodo.
Marx explica que la manufactura consiste en un “sistema de división de la producción en las diversas operaciones especiales que la integran”[29]. Por tanto, contempla una diferencia radical en relación con la cooperación simple. En ésta última, un número relativamente grande de obreros realiza, bajo la dirección de un capitalista, la misma clase de mercancías. Ciertamente, se trata de un taller artesanal agrandado en el que los obreros artesanos realizan, cada cual, idéntica mercancía de principio a fin. En contraste, la manufactura significa que el proceso de trabajo de una producto determinado es dividido en diferentes operaciones parciales; de manera que el obrero sólo realiza una parte del producto final.
Un acercamiento a los comienzos de las guerras modernas, a través de Geoffrey Parker, permite asociar la división del trabajo en el periodo manufacturero del proceso capitalista de producción. Más arriba se tocó el importantísimo invento de los cañones de sitio, que rompió con el punto muerto impuesto por el principio defensivo “vertical” de los castillos de piedra de la Edad Media, con altas murallas y torres cilíndricas. Esta clase de fortalezas, por fin, caía bajo el fuego artillero de la artillería transportable. De este modo, volvió a fluir la dinámica militar entre defensiva y ofensiva, que había estado inclinada hacia la primera hasta entonces. Ahora, el reto era encontrar una “respuesta adecuada a las bombardas” y a los grandes trenes de sitio[30]. Según Parker, el olvido del estilo tradicional de construcción de fortalezas llegó a desaparecer hasta la invasión francesa de la península en 1494-1495. La fuerza renovada de los proyectiles, el breve intervalo entre los disparos y la velocidad que alcanzaban, obligaron a los constructores militares a proyectar un “nuevo procedimiento de defensa”: el bastión en ángulo, que incluía murallas bajas y macizas y torres cañoneras que sobresalían en ángulo y permitían un “eficaz fuego de flanqueo”. El nuevo sistema defensivo o trace italienne conseguía, así, alejar a los cañones de sitio enemigos y, por lo pronto, “Europa occidental parecía anclada en un sistema militar en el que la ofensiva y la defensiva estaban casi exactamente equilibradas.
Sin embargo, a raíz de las fortificaciones abastionadas surgieron problemas estratégicos. Uno de ellos, la larga duración de los asedios que requería de un conjunto de obras de asedio, doble línea fortificada, que reproducían la trace italienne o el sistema de fuegos mutuamente apoyados, “la construcción en ángulo de torres paralelepipédicas a intervalos regulares” de la plaza sitiada. Al mismo tiempo, la guerra de sitio absorbió la relevancia de las batallas que casi no ocurrían. Aun así, “la revolución en a guerra de sitio durante el Renacimiento fue acompañada por una revolución de la guerra en campaña” en una razón directamente proporcional al empleo de las armas de fuego. Roberts dice algo al respecto:
The military revolution which fills the century between 1560 and 1660 was in essence the result of just one more attempt to solve the perennial problem of tactics -the problem of how to combine missile weapons with close action; how to unite hitting power, mobility, and defensive strength[31].
Por su parte, Parker sostiene que precisamente la dependencia de las armas arrojadizas (missile weapons) trajo consigo “el atractivo del cañón”. En el siglo XV, las armas de fuego de pequeño calibre fueron bien acogidas en Italia, a pesar de la inferioridad respecto al arco en precisión y alcance. De modo que la adopción de los nuevos instrumentos implicó una revolución en la guerra de campaña. Prueba de ello, ejemplifica Parker, se encuentra en “las delgadas filas de mosqueteros que se disparaban recíprocamente en líneas de varios kilómetros”, enfrentamientos que se distinguían de los encuentros, “predominantemente montados, de los cruzados o los Capetos”[32].
Gradualmente, los mosqueteros sustituyeron a los ballesteros, a los mandobleros hábiles con las espadas de doble mango, la caballería disminuyó en relación con las armas de fuego y, aunque sobrevivieron durante un tiempo, los cuadros de piqueros, resistentes a la caballería, se veían disminuidos cuando se trataba de artillería de campaña y armas de fuego portátiles. A pesar de ello, mientras duró la baja cadencia de fuego de los mosquetes, los piqueros se encargaron de proteger a las compañía de “tiro” de arcabuceros y mosqueteros que comenzaron a incluirse en los regimientos de algunos ejércitos una vez que mejoró la eficacia y la fiabilidad de las armas de fuego[33].
Por último, los esfuerzos dedicados a aumentar la cadencia de fuego de los mosqueteros se resolvieron en el decenio de 1590 con el procedimiento de “descargas” desarrollado por los jefes del ejército holandés, los condes Mauricio y Guillermo Luis de Nassau[34]. Éste último descubrió, a partir de un “estudio profundo de los procedimientos militares de los antiguos romanos”, la forma de imitar “la lluvia continua de proyectiles que se conseguía con las jabalinas y las hondas de las legiones”[35]. Para llevar a la práctica del fuego ininterrumpido de los mosqueteros, surgió la táctica de combate en diez filas alternantes, formaciones de diez en fondo que, con el fin de concretar el fuego por descargas, recibían instrucción concerniente a “cómo tirar, efectuar contramarcha, cargar y maniobrar todos a la vez”[36].
En esto último aparece el diseño de la manufactura capitalista. Parker escribe que en el ánimo de capacitar a las tropas en “cómo recargar más deprisa”, los instructores elaboraron croquis de las posiciones necesarias para recargar ya un arcabuz, ya un mosquete. En 1606-1607, existían 42 movimientos distintos para manejar cada una de las principales armas de fuego de la infantería.
Por supuesto, la descomposición de los movimientos corporales y la táctica de la evolución y los ejercicios para formar y reformar filas ideados por los condes de Nassau mejoraron la velocidad de recarga de mosquetes y arcabuces hasta que Gustavo Adolfo de Suecia, la piedra angular de la teoría de Roberts, pulió las reformas tácticas del ejército holandés. Bajo Gustavo Adolfo, creció finalmente la potencia de fuego del ejército sueco, capaz de producir una barrera ininterrumpida de descargas con tan sólo 6 filas de mosqueteros y una abundante artillería de campaña.
Es patente la semejanza de las reformas tácticas de los Nassau y de Gustavo Adolfo de Suecia con el “análisis (descomposición de un todo en sus partes) del proceso de producción en sus fases especiales” que ocurre en la manufactura. Pero en uno y otro ámbito se cumple el juicio de Marx acerca de la naturaleza de la proceso de trabajo manufacturero: “mecanismo de producción cuyos órganos son hombres”[37]. Esto quiere decir que todavía el artesano y su instrumento de trabajo, el mosquetero y su mosquete, conforman una unidad técnica indisoluble que depende de la habilidad individual del ejecutante. Sólo hasta que la tecnología hace posible las armas completamente automatizadas, surge una unidad nueva: en el esquema marxista esto ocurre en la etapa de la maquinaria y la gran industria, fase en la que la destreza personal, que constituye a la vez una barrera orgánica para la eficacia, pierde importancia.
Miguel Alejandro Pérez es historiador por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.
[1] Max Weber, La ética protestante y el espíritu del capitalismo, México, Premiá editora, 1991. pp. 7-18.
[2] Geoffrey Parker, La revolución militar. Las innovaciones militares y el apogeo de occidente, Barcelona, Crítica, 1990.
[3] Michael Roberts, The military revolution, 1560-1660, conferencia inaugural pronunciada en enero de 1955 en la Queen´s University de Belfast.
[4] Cfr. Carlos Marx, Federico Engels, La ideología alemana, México, Ediciones de Cultura Popular, 1974. p. 19.
[5] Roberts, Ibíd.
[6] Carlos Marx, El Capital, Tomo I, México, Fondo de Cultura Económica, 1999. p. 132.
[7] A propósito, Marx recoge una ingeniosa expresión de Franklin, quien definió al hombre como “´toolmaking animal´, o sea como un animal que fabrica instrumentos”. Véase Ídem.
[8] Marx, Ibíd. p. 674.
[9] Lynn, White, Tecnología y cambio social, Buenos Aires, Editorial Paidós, 1973. p. 7.
[10] Ídem.
[11] Roberts, Ibíd. La traducción es mía.
[12] White, Ibíd. La descripción anterior procede de White.
[13] Fernando Echeverría Rey, Ciudadanos, campesinos y soldados : el nacimiento de la pólis griega y la teoría de la revolución hoplita, Madrid : Ediciones Polifemo: Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Instituto Histórico Hoffmeyer, Instituto de Arqueología de Mérida, 2008. p. 26.
[14] Marx, Ibíd. p. 612.
[15] Marx, Ibíd. p. 259.
[16] Carlo M. Cipolla, Historia económica de la Europa preindustrial, Madrid, Alianza Editorial, 1981, p. 122.
[17] Ibíd. 123.
[18] Perry Anderson, Transiciones de la antigüedad al feudalismo, México, Siglo XX, 1987. p. 148.
[19] Alberto Tenenti, La Edad Moderna. Siglos XVI- XVIII., Barcelona, Crítica, 2001.
[20] Parker, Ibíd. 24.
[21] Cipolla, Ibíd. 181.
[22] Cfr. Carlos Marx, Formaciones económicas precapitalistas, México, Siglo XXI, 1989. Las palabras exactas de Marx respecto a este punto: “(…) la Edad Media (época germánica) surge de la tierra como sede de la historia, historia cuyo desarrollo posterior se convierte luego en una contraposición entre ciudad y campo; la historia moderna es urbanización del campo, no, como entre los antiguos, ruralización de la ciudad.”, p. 77.
[23] Anderson, Ibíd. p. 150.
[24] Cipolla, Ibíd. p. 122.
[25] Cipolla, Ibíd. p. 140. Aparte, define: “En un nivel macroscópico, la producción negativa de mayor importancia es la guerra”, en el entendido de que hay, paradójicamente, producción negativa y producción positiva.
[26] Cipolla, Ibíd. p. 141.
[27] Marx, El Capital, Ibíd. p. 259.
[28] Roberts, Ibíd.
[29] Marx, El Capital, Ibíd. p. 272.
[30] Cfr. Parker, Ibíd. p. 27. El autor afirma que “Carlos VIII llevó consigo a Italia un ejército de 18.000 hombres y un tren de sitio con artillería hipomóvil de al menos 40 piezas.
[31] Roberts, Ibíd.
[32] Parker, Ibíd. p. 37.
[33] Ibíd. p. 38.
[34] Ibíd. 39.
[35] Ibíd. p. 40.
[36] Ibíd. p. 41.
[37] Marx, El Capital, Ibíd. p. 274.
Bibliografía
Carlo M. Cipolla, Historia económica de la Europa preindustrial, Madrid, Alianza Editorial, 1981.
Carlos Marx, El Capital, Tomo I, México, Fondo de Cultura Económica, 1999.
Carlos Marx, Formaciones económicas precapitalistas, México, Siglo XXI, 1989.
Fernando Echeverría Rey, Ciudadanos, campesinos y soldados : el nacimiento de la pólis griega y la teoría de la revolución hoplita, Madrid : Ediciones Polifemo: Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Instituto Histórico Hoffmeyer, Instituto de Arqueología de Mérida, 2008.
Geoffrey Parker, La revolución militar. Las innovaciones militares y el apogeo de occidente, Barcelona, Crítica, 1990.
Lynn, White, Tecnología y cambio social, Buenos Aires, Editorial Paidós, 1973.
Marx, Carlos, Federico Engels, La ideología alemana, México, Ediciones de Cultura Popular, 1974. p. 19.
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Michael Roberts, The military revolution, 1560-1660, conferencia inaugural pronunciada en enero de 1955 en la Queen´s University de Belfast.
Perry Anderson, Transiciones de la antigüedad al feudalismo, México, Siglo XX, 1987.
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Fotografía: Cemees