Por: Hong Kong Free Press. 19/06/2025
En junio de 2024, más de 15 000 personas solicitaban asilo en Hong Kong
Este artículo de Irene Chan se publicó en Hong Kong Free Press el 25 de mayo de 2025. Esta versión editada se publica como parte de un acuerdo de colaboración editorial con Global Voices.
Peter, refugiado en Hong Kong, huyó de su país de origen en África, por la persecución política. Sin embargo, nunca pensó que volvería a ser una víctima, aunque esta vez a causa de un dirigente extranjero a miles de kilómetros de distancia.
Estaba previsto que partiera de la ciudad para reasentarse en Estados Unidos el 4 de febrero, pero el plan se frustró por completo después de que Donald Trump fue reelegido presidente.
En enero, Peter, quien prefirió no revelar su nombre completo ni el país del que proviene por motivos de seguridad, realizó todos los preparativos para su partida.
No obstante, el día 20 de ese mismo mes, apenas unas horas después de asumir el cargo, el presidente Trump, conocido por su discurso contra la migración, firmó una orden ejecutiva que suspendía de forma indefinida el Programa de Admisión de Refugiados de Estados Unidos.
En esa orden también se pedía un informe del Departamento de Seguridad Nacional en un plazo de 90 días para considerar si se reanudaban las admisiones de refugiados. A pesar de todo, el plazo venció el 20 de abril sin que se anunciara nada al respecto.
En un abrir y cerrar de ojos, tal y como le sucedió a Peter, Trump trastocó la vida de muchos refugiados en todo el mundo. Ahora se ven obligados a vivir en un limbo, sin poder entrar a Estados Unidos, a pesar de haber recibido la aprobación para reasentarse, y forzados a permanecer en un lugar donde no tienen posibilidad de obtener la residencia permanente ni la ciudadanía.
Ciertamente, el número de refugiados admitidos cada año en el país disminuyó, pasó de más de 200 000 en 1980, cuando se inició el programa, a unos 100 000 durante 2024, antes de que empezara el segundo mandato Trump.
En alusión a «los intereses de Estados Unidos» y a la supuesta falta de capacidad del país para «acoger a gran cantidad de migrantes y, en particular, de refugiados», Trump ordenó suspender el programa de admisión. Los críticos atacaron esta normativa, la calificaron de «injustificada» y señalaron que hay estudios (incluidos algunos elaborados por el Gobierno) en los que se muestra que los refugiados «tienen un efecto económico positivo en Estados Unidos».
Como víctima de las medidas de Trump, Peter se sintió decepcionado, pero intentó ser comprensivo. «Si bien es injusto para nosotros, es lo más justo desde su perspectiva», le dijo a Hong Kong Free Press, en referencia a los responsables políticos estadounidenses. «Están tratando de ordenar su casa, de arreglarla, ¿verdad?». Peter afirmó:
Comprendo que quienes se ocupan de los casos de refugiados también estén desbordados… están forzándose por determinar quién es un verdadero refugiado, pero, de nuevo, eso no les da derecho a dificultar tanto la vida de quienes sí lo son. La gente no elige tener que refugiarse. Son víctimas de las circunstancias, de las decisiones de otras personas, de las luchas de los demás y terminan siéndolo para siempre.
En octubre de 2024, había 37.9 millones de refugiados a nivel mundial, según el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados. Según los datos del Departamento de Inmigración de Hong Kong, desde finales de 2009 hasta marzo de 2025, hubo 359 refugiados reconocidos.
Cuatro meses después de la triste noticia, Peter ha ido reconstruyendo su vida poco a poco.
Tras largas negociaciones con su arrendador, este le permitió quedarse en el departamento subdividido que alquilaba. Incluso consiguió que la iglesia en la que ejercía como pastor aceptara volver a contratarlo. A finales de abril, empezó a trabajar tras recibir un permiso de empleo del Departamento de Inmigración de Hong Kong.
«Soy muy afortunado», asegura Peter, de unos 40 años, al compararse con muchos otros refugiados afectados por la prohibición estadounidense. Aun así, al igual que ellos, se mostró pesimista con respecto al futuro de los reasentamientos.
«Volver a empezar»
Alrededor de 10 refugiados, asistidos por el Centro de Acción Cristiana para los Refugiados de Hong Kong, se habían preparado para marcharse a Estados Unidos antes de que se anunciara la suspensión.

Jeffrey Andrews es trabajador social y responsable del Centro de Acción Cristiana. Fotografía: Kyle Lam/HKFP. Utilizada con autorización.
Jeffrey Andrews, trabajador social y responsable del centro, explicó cómo la decisión de Trump había afectado a los refugiados:
Algunos ya habían renunciado a sus trabajos, entregado las viviendas alquiladas a los propietarios y, además, sus hijos dejaron la escuela. Ahora están como al principio, en busca de asilo, como el día en que llegaron a Hong Kong por primera vez.
También indicó que la mayoría de los refugiados afectados de manera directa por la política del presidente estadounidense no han vuelto a conseguir trabajo en Hong Kong tras renunciar con el fin de prepararse para partir. Del mismo modo, conoce a decenas que prevén que su tiempo de espera para el reasentamiento se prolongue.
Del asilo al reasentamiento
En junio de 2024, había más de 15 000 solicitantes de asilo en Hong Kong, según la ONG local Justice Centre Hong Kong. Todos deben someterse a largos procedimientos de selección y exámenes de seguridad antes de obtener apenas un destello de esperanza sobre un posible reasentamiento en el extranjero.
La ciudad, sin embargo, no concede el reasentamiento. Al llegar a Hong Kong, quienes buscan asilo pueden presentar solicitudes sin devolución ante el Departamento de Inmigración, que evalúa si sus argumentos de temor a ser perseguidos están fundamentadas.
De ser así, el Gobierno no los expulsará, sino que remitirá su caso al Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados, que decidirá su condición.
Si ACNUR los reconoce como refugiados, los funcionarios de Hong Kong intentarán organizar su reasentamiento, sobre todo en Canadá y Estados Unidos, los mayores países de acogida del mundo. Solo una vez que son reubicados adquieren el derecho a convertirse en ciudadanos naturalizados.
«Pero según ACNUR, el reasentamiento no es un derecho para los refugiados, lo que significa que no está garantizado», señala Andrews.
Desde su llegada a Hong Kong, quienes solicitan asilo esperan un promedio de diez a quince años para ser reconocidos como refugiados y que lo reinstalen en un tercer país, precisó el trabajador social.
Peter trabajaba como director de escuela cuando huyó de su país por haber sufrido torturas y persecución política. Llegó a China en 2016 y tuvo que esperar alrededor de un año para que lo reconozcan como refugiado, lo que consideró que fue «bastante rápido».
Pasaron otros siete para que lo reubicaran. Se alegró mucho cuando el ACNUR le comunicó que Estados Unidos le había concedido asilo y que el Servicio de Ciudadanía e Inmigración había aprobado su reinstalación.
Niki Wong, gestora de programas en Branches of Hope, ONG fundada por la Iglesia La Vid que atiende a refugiados y solicitantes de asilo, declaró a Hong Kong Free Press que los refugiados tuvieron que esperar más tiempo en los últimos años, a raíz de que los países occidentales suspendieron las reinstalaciones durante la pandemia de COVID-19.
De todas formas, cuando el programa de reinstalación volvió a la normalidad, se vieron afectados por la prohibición de Trump.
Wong sostiene que, aunque la mayoría de los refugiados con destino a Estados Unidos que conoce pueden encontrar un lugar donde vivir y seguir con sus vidas en la ciudad, siguen sintiéndose frustrados y desesperanzados ante el futuro incierto.
Décadas de espera

Aimé Girimana, que lleva 21 años en Hong Kong, es otro refugiado africano afectado por la directiva de Trump.
Aimé Girimana, refugiado de África oriental, lleva 21 años en Hong Kong, esperando su reinstalación. Fotografía: Kyle Lam/HKFP. Utilizada con autorización.
Girimana, que trabaja como responsable de asociaciones comunitarias en el Centro de Justicia de Hong Kong, ejercía como abogado de derechos humanos en un país de África oriental.
Llegó a la ciudad en 2004 para escapar de la persecución política en su país de origen, dejó atrás a su esposa y sus hijos. «Como sabía que mi vida corría peligro, hui de mi oficina y me fui directo al aeropuerto», contó a Hong Kong Free Press.
En aquella época, ACNUR (y no el Departamento de Inmigración) tenía la responsabilidad de evaluar las denuncias de persecución en Hong Kong. Girimana recuerda que solo tardaron tres días en reconocerlo como refugiado, pero que la espera para la reinstalación fue mucho más larga de lo que hubiera imaginado.
Dijo que ACNUR tuvo dificultades para encontrarle asilo permanente debido a su activismo político en su país natal. En 2006, se le asignó Canadá como destino de reinstalación, pero las autoridades canadienses se negaron.
Hasta diciembre de 2023, no supo que Estados Unidos había ampliado el programa Cuerpo de Bienvenida, que permite que personas naturales apadrinen a refugiados que conocen y los acojan para que puedan reinstalarse en el país conforme al Programa de Admisión de Refugiados.
Girimana consiguió ponerse en contacto con cinco patrocinadores estadounidenses, tal como se solicitaba. Pasó la primera entrevista en octubre y estaba esperando la última cuando Trump anunció la suspensión de ambos programas. Además, agregó:
Como ser humano, tu vida siempre depende de los demás. Es como si cualquiera pudiera decidir sobre tu vida.
De todos modos, Girimana, ya sexagenario, está agradecido por tener un empleo en Hong Kong que le permite trabajar con la comunidad de refugiados. Tardó años en llegar a donde está hoy.
«Es mi deber»
Cuando llegó a Hong Kong, a Girimana le costó mantenerse porque a los refugiados y solicitantes de asilo no se les permitía trabajar. Por eso, tuvo la iniciativa de recolectar alimentos, ropa y electrodomésticos para ayudar a las familias refugiadas y solicitantes de asilo.
También colaboró con legisladores e intervino en las sesiones del Consejo Legislativo para dar a conocer la situación.
En sus primeros años en la ciudad, los refugiados y solicitantes de asilo sufrían todo tipo de prejuicios y se los trataba como si fueran invisibles. «El prejuicio contra los refugiados era muy grave. La gente no sabía nada de los refugiados y pensaba que eran iguales a los inmigrantes económicos», relató.
Al no tener derecho legal a trabajar, la mayoría de los refugiados y solicitantes de asilo dependen de un subsidio mensual, que el Gobierno empezó a dar recién a partir de 2006.
En 2014, se aumentó la asignación, y otorgó un total de 3200 a 3420 dólares hongkoneses (lo que equivale a entre 408 y 436 dólares estadounidenses) en ayuda mensual: 1500 dólares hongkoneses para el alquiler, 300 para los servicios básicos, de 200 a 420 para el transporte y 1200 en cupones de alimentos, más un depósito de alquiler de 3000 dólares hongkoneses. Estas cifras no han cambiado desde entonces. Cabe señalar que el umbral de la pobreza en Hong Kong se situó en 4400 dólares hongkoneses al mes en 2020.
En 2010, Girimana no solo denunció haber sido torturado, sino que también fue uno de los cuatro refugiados que presentaron una revisión judicial de su derecho a trabajar en Hong Kong. Todos perdieron en el Tribunal de Primera Instancia y en el Tribunal de Apelación en 2011 y 2012, respectivamente.
El caso llegó en última instancia al Tribunal de Apelación Final. El máximo tribunal falló en 2014 y confirmó las decisiones de los tribunales inferiores de que los refugiados no tienen derecho constitucional a trabajar, pero sí un «permiso discrecional» concedido por el director del Departamento de Inmigración.
En 2013, Girimana consiguió su primer trabajo en Hong Kong. Sentó un precedente, pues permitió a los refugiados con una oferta de empleo solicitar permiso para trabajar ante el Departamento de Inmigración.
Uzma Naveed, refugiada de un país del sur de Asia, lleva casi dos años trabajando como coordinadora de diversidad e inclusión en el Centro para Refugiados.
Uzma Naveed, refugiada sudasiática que llegó a Hong Kong hace 10 años, es coordinadora de diversidad e inclusión en el Centro de Acción Cristiana para los Refugiados. Fotografía: Kyle Lam/HKFP.
Según le contó a Hong Kong Free Press, llegó a la ciudad hace 10 años con su esposo e hijo, después de que la persecución religiosa los obligó a huir de su país. Sus vidas cambiaron de la noche a la mañana: pasaron de una cómoda vida de clase media a vivir con lo justo.
En 2023, por fin la reconocieron como refugiada tras pasar por controles exhaustivos durante ocho años, en los que, en sus propias palabras, «revivió el trauma una y otra vez». Ella y su familia siguen esperando la reasignación de ACNUR.
Pero con la suspensión del Programa de Admisión de Refugiados de Estados Unidos, no tiene muchas esperanzas de encontrar un hogar permanente en el futuro cercano.
En el Centro para Refugiados, organiza actividades como cocina, costura, yoga y baloncesto para que los refugiados y solicitantes de asilo construyan «un hogar lejos de casa».
«Todos los refugiados sufren algún grado de depresión. Nadie tiene una vida buena», dice Uzma, mujer de más de 30 años.
Asimismo, añadió que para los refugiados y solicitantes de asilo, muchos de los cuales viven en unidades subdividas, conocer a otras personas con experiencias similares puede ser fortalecedor.
A principios de febrero, cuatro ONG estadounidenses presentaron una demanda contra el veto de Trump a los refugiados y el cese de la financiación de la ayuda humanitaria destinada a asistirlos.
El 15 de mayo, un juez federal le ordenó a la administración Trump reasentar «de inmediato» a unos 160 refugiados que tenían programado viajar a Estados Unidos el 3 de febrero o antes. Para otros 120 000 refugiados «que tenían un viaje programado y por confirmar» a Estados Unidos después de esa fecha, el tribunal nombraría a un funcionario para que ayudara a realizar una revisión caso por caso.
Pese a esto, a fecha 24 de mayo, el Gobierno estadounidense no ha tomado ninguna medida.
Peter no está seguro de que su reinstalación se lleve a cabo y estima que depende de que Estados Unidos levante la prohibición.
Mientras tanto, persisten los prejuicios contra los solicitantes de asilo y los refugiados. Algunos legisladores de Hong Kong siguen hablando de «falsos refugiados», que, según ellos, cometen delitos y despilfarran el gasto público, acusaciones que los activistas califican de «racistas» y «xenofóbicas«.
A pesar de vivir en el limbo, Girimana está decidido a seguir dando a conocer la situación a la opinión pública, y dijo:
Es mi deber desde que escapé de mi país. Si quieren, pueden culpar al sistema que revisa los casos de los refugiados, pero no culpen a las personas que solo buscan seguridad como refugiados.
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Fotografía: Global voices. Peter, atrapado en Hong Kong tras el veto de Trump a los refugiados, ha logrado salir adelante poco a poco. Fotografía: Kyle Lam/HKFP. Utilizada con autorización.