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Para un teoría política de nuestros días

por RedaccionA junio 17, 2025
junio 17, 2025
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Por: Diego Sztulwark. 17/06/2025

De todas las palabras afectadas por la indignidad de este presente político, democracia es la que sale más chamuscada. La tristeza –no sin furia contenida– del martes pasado en la calle Matheu habla de todo de esto. La proscripción de CFK no hace sino confirmar que el proyecto del bloque de poder avanza en su pretensión de aniquilar la ya de por sí maltrecha relación constituyente entre conflicto social e institución. Ese proyecto modela una república sin huelgas, sin tomas, sin calles, sin piquetes, sin memoria, sin discusiones colectivas, sin organización popular, sin discursos que rocen la historia, sin rupturas, sin rebelión, sin archivos, sin textos y (esta es la novedad más evidente) sin oposición política efectiva. El pronunciamiento de la Corte es, en este sentido, un borramiento de toda diferencia legible entre orden político legal y programa de las clases dominantes. La paradoja más obvia de la semana que termina puede formularse, entonces, con una pregunta ¿qué esperar, de aquí en más, de una democracia que ya no soporta siquiera su componente liberal, y restringe el orden político a un clasismo propietario estricto?


Horacio González decía que habría que teorizar lo más posible, crear teorías cotidianas, cada día. Entre los rudimentos para una teoría política de estos días habría que destacar: el modo en que lo jurídico se expuso como “política concentrada” (la fórmula de Lenin decía que la política era “economía concentrada”) delimitando –por medio de la manipulación de la legalidad– fuertemente el juego político; el significado de la proscripción de por vida de CFK como un paso más en la consagración de un república de las finanzas que funciona como un aceleracionismo que se exaspera incluso ante los residuos de liberalismo político y que ya no soporta ninguna otra cosa que no sea la suprimesión la diferencia que justifica la democracia como espacio de disputa (esto es, la distinción entre orden político legal y programa del bloque en el poder); la sacralización de una macroeconomía neo-extractiva que hace juego con una micropolítica de la desertificación, que esteriliza toda sensibilidad en el lenguaje (en el habla y en los cuerpos) destruyendo la posibilidad material de la emergencia de un colectivo capaz de gritar «no».

Definitivamente, algo huele mal (desde hace rato) en Dinamarca. La tendencia creciente del ausentismo electoral en los comicios realizados en diferentes partes del país durante este año no hace sino confirmar, por medios silenciosos, lo que millones de personas piensan de la política realmente existente. Se trata de una tendencia demasiado pronunciada para ser ignorada. Y si a esta pasiva impugnación popular le sumamos lo que parecen pensar los que sí votan (no ocurrido hasta el momento ninguna derrota significativa del mileísmo), podemos dimensionar el abismo abierto entre aquellos discursos que hablan de y desde lo popular y las conductas efectivas de un pueblo esquivo.

La proscripción de CFK abre en toda su radicalidad una pregunta legítima (que hasta ahora encuentra una respuesta clara): ¿Se trata ahora mismo de reorganizar los términos de una izquierda del orden político que se impone, o bien de conectar con todo aquello que lo desprecia, buscando la manera de activar el descontento que se extiende perseverante a distancia de las retóricas y los modos habituales de participación política? ¿Cómo combinar la táctica electoral en la situación de ilegalización de la oposición política? De otro modo: ¿es lo mismo hacer, como se ha hecho mayoritariamente hasta aquí, del descontento y de la calle un momento de lo electoral, que hacer –como sin dudas también se viene intentando con dificultades– de lo electoral un momento de ese descontento y de esas calles? En definitiva, la sensación de que la pasividad expresada en el ausentismo no termina de enganchar con las muchas luchas y movilizaciones con fuerte presencia del activismo que se vienen dando en todo el país plantea preguntas urgentes: ¿qué nos dice el hecho que el descontento de millones que ni votan ni se movilizan? ¿Hay otra pregunta políticamente más decisiva que esa?

Por otra parte, resulta imposible soslayar la imbricación entre situación nacional y mundial. No es mera casualidad que la Corte sentencie a CFK en el momento en que Milei se encuentra abrazando al criminal de guerra Benjamin Netanyahu horas antes que de Israel ataque a Irán (hablamos de una guerra que roza el riesgo nuclear), y Trump moviliza a las fuerzas represivas de EE.UU para acallar la protesta de los migrantes frente a las deportaciones. La crisis provoca aquí y allá toda clase de delirios (Guillermo Moreno creyó posible y deseable que la vicepresidenta Victoria Villarruel indulte a Cristina mientras el presidente se encuentra en el exterior llorando teatralmente ante el Muro de los Lamentos, y entrando a la mezquita Al-Aqsa). El crimen político como medio para despejar espacios sin oposición política real al orden es la consigna de la hora. Las derechas extremas –el historiador Enzo Traverso habla de un fascismo del siglo XXI– no dudan en hacer vibrar cuerdas emocionales populares profundas, sea para emplearlas en su favor, sea para destruirlas sin más. Como los héroes de las novelas de Kafka nos encontramos, no en un laberinto sino ante un callejón sin salida. Como a ellos se nos impone crear una salida donde no la hay.

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Fotografía: Lobo suelto

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