Por Güris J. Fry. ECO’s Rock. 18 de mayo de 2024
The Zone of Interest/ La Zona de Interés (Jonathan Glazer, 2023)
El trabajo audiovisual de Jonathan Glazer siempre ha abrazado y se ha dejado abrazar por todo tipo de vertientes; su carrera se impulsó por diversos comerciales y videoclips donde la narrativa, el ingenio y un sello muy particular en la estética; proveniente de diversas fuentes clásicas, fueron germinando con garbo y soltura. Su paso por el lienzo más formal, el cine, ha sido escaso si ponemos en el legajo los casi treinta años de trayectoria que tiene; hasta ahora 4 largometrajes formales y algunos cuantos cortos. Los últimos de estos -estrenados durante la pandemia- combinaban enunciaciones virulentas junto a atmósferas sonoras, así como contenidos centrados en la soledad, la incomunicación y elementos coreográficos. Resulta entonces un paso normal, pero no por ello también curioso, como se han mezclado todos estos ejercicios y “pruebas”, como le han llevado –o traído– a este punto de su recorrido. La madurez se encuentra en plenitud, visible en todo aspecto y rincón, pero a su vez, no deja ser una especie de vuelco a la naturaleza de gran parte de su obra. Dicho de otra forma, Glazer edificó por años con la música y el sonido como base: vestía y adornaba dichas composiciones. Ahora, en esta su cuarta entrega de larga duración desnuda la naturaleza humana con la sonoridad y notas ofuscas, nos hace ver, y sentir, más allá de lo que la imagen presenta gracias a aquello que es apenas audible. No es que no lo hubiera hecho o logrado antes, no, pero es sin duda el punto más álgido al que ha llegado en su filmografía. Y el alegato y el quid no podría ser más certero y feroz.
Nos situamos en la Segunda Guerra Mundial, pero esta trama no consiente del todo la arraigada visión que se tiene de este tipo de encadenados; el alemán nazi melodramático y simple que busca hacer el mal a toda costa. Nos situamos en un campo de concentración, Auschwitz, pero este tampoco es el característico filme donde la desdicha, el dolor, la carencia y la mezquindad se exponen en pos de una victoria humanista de resistencia… Sin olvidar o darle la espalda a los acontecimientos suscitados en dicho contexto, el realizador inglés nos golpea de lleno al colocarnos en el hábitat mundano y coloquial de aquellos que rigen ese complejo. Nos aposta en el núcleo más cerrado de aquel que gobierna y planea las estrategias para eficientar las labores que le han sido encargadas: su familia. Es así entonces como habremos de seguir el día a día de la estirpe Höss; sus preocupaciones cotidianas: organizar los cumpleaños de los hijos, mantener en orden la casa y la servidumbre, cuidar de los jardines y plantas, darse tiempo de calidad, anhelar el siguiente peldaño de sus vidas junto al nerviosismo inherente del cambiante en extremo panorama bélico/político de sus jornadas. Todo ello, claro, en un pequeño retazo territorial, una amurallada extensión que se encuentra a escasos metros y pasos de los horrores acometidos en dichos espacios de castigo y trabajo forzado.
El horizonte del hogar que construye Glazer es un atisbo de sospecha, apenas un avistamiento negado de todo aquello que ya conocemos y reconocemos mediante la evidencia develada. El horizonte es quietud y sosiego visual, un reposo semi estático en su mirada pero que entre las líneas de su construcción sonora nos funde con el terror y él estremecimiento. Glazer nos coloca un velo en los ojos, nos quita la posibilidad de ver aquello ya representado en múltiples ocasiones y juega con ello permitiéndonos escucharlo, no tanto imaginarlo sino recrearlo en nuestra consciencia e identidad histórica. Releva a sus personajes como entes tipo y les incorpora incomodidades, tribulaciones, angustias, enojos, profesionalismo, disciplina, orden, angustia y un largo etcétera. No humaniza la vileza o crueldad, no es su objetivo ni su sentido, más bien nos ubica en un temperamento concreto donde cualquiera podría llegar a ser capaz de dejar un legado sombrío y encarnizado en pos de los suyos. Nos dispone ante el legado; le expone a su protagonista el suyo en ese paréntesis temporal final (rindiendo tributo a Kubrick -como ya ha hecho en otros de sus trabajos-) y le regresa, nos regresa, a todo aquello que ya se ha realizado y no puede darse marcha atrás… La Zona de Interés de Jonathan Glazer resulta, al final, no en una demarcación física, un cuadrado o rectángulo fijo donde han pasado o sucedieron cosas, donde pueden pasar o seguir pasando, sino un fragmento claro y conciso de nuestro paso por el mundo, responsabilidad de todos; un corte sucio en la hoja en blanco donde escribimos nuestros pasos. Un terreno donde se conjuga la calamidad y algunos habremos por decidir cubrir nuestros ojos, donde algunos tan sólo oiremos algo a la lejanía pero seguiremos cultivando y no haremos otra cosa más que obviar. Un espacio donde haremos que lo malo que ocurre en el mundo siga formando parte de nosotros. Algo que sin duda pertenece al pasado, el presente y el futuro.
La Zona de Interés de Jonathan Glazer.
Calificación: 3 de 5 (Buena).

Fuente:
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Fotografía: A24 Posters