Por Güris J. Fry. ECO’s Rock. 5 de octubre de 2024
Pieta/Piedad (Kim Ki-duk, 2012)
Cruel, poderosa y sombría resulta esta pieza dentro de la siempre controversial obra de Kim Ki-duk, reflexión plena y sin filtros de lo que acontece no sólo en las clases bajas de Corea del Sur, sino en todo el orbe globalizado. Manifestación directa de los acontecimientos con que se alimentan los estratos más necesitados en toda sociedad: violencia desmedida, venganza (y anhelo de), impotencia, suciedad, corrupción y arbitrariedad. La visión del afamado realizador surcoreano es salvaje desde el primer instante; mientras los horizontes hoscos y oscuros que presenta se van aclarando, en el fondo todo comienza a ponerse más sombrío. En el universo que desarrolla en su entramado no tiene cabida la franqueza y la virtud, lo aquí mostrado es el nido de las periferias; no sólo geográficamente hablando sino también desde el manto intrínseco de la moral, las emociones, los valores y los sentimientos de los protagonistas.
Claro está que no todo se reduce a una cruenta presentación de hechos dentro de una demarcación carente de sustento y escrúpulos, la potestad discursiva del director va más allá; apunta a la generación de la imagen externa que ha edificado la política de su nación, un emblema semi-occidentalizado ya catapultado desde su interpretación más generalizada: la posibilidad del éxito no importando los estratos, los orígenes o el intelecto. En la piedad de Kim Ki-duk no existe ni asomo de ello, no tiene cabida la ensoñación –ni la pretensión ni el espejismo. La realidad es una quimera de justicia donde el iluso obtiene todo ante la cerrazón y la ceguera de su realidad. La misericordia es tan sólo la resultante obvia de los execrables sucesos que se dan ante la carestía, la exasperación y el abatimiento.
El abanico que se abre ante nuestra mirada, en el furibundo lienzo donde despliega sus armas narrativas el autor, la ira, el atropello, la tensión y la rudeza se van tejiendo de manera tan orgánica que poco a poco nos van sedando ante el siniestro final que se va germinando; muy a pesar –claro– de los primeros brotes de virulencia con que se presenta el conflicto. Gang-Do (la figura visible de la política interna oculta del país) es el responsable por cobrar las deudas de un usurero que hace negocios con personas sumamente necesitadas (el habitante común); como nunca tienen para abonar a los intereses Gang-Do les agrede de fiera manera; trata de impedirles el poder seguir laborando y así seguir acrecentando la deuda. Aparentemente privado de clemencia y humanidad, Gang-Do habrá de recibir su dosis de brusquedad; aquello que se contrapone a su modus vivendi; el cariño y el afecto. A su puerta llega quien dice ser la madre que le abandonó de bebé, sin duda el sueño que por el que nunca había optado pensar o creer. Es entonces en esta turbulenta relación donde, obviamente, todo se va tergiversando ante todo plan no previsto. El camino de la incertidumbre se abre así paso de la manera más encarnizada.
Al final, la piedad de Kim Ki-duk lastima y ultraja, es una herida abierta no reconocida ante el analgésico público; el tranquilizante que dicta que todo va a estar bien, que todo mejorará: esperanzas conjugadas en un tiempo que nublan el presente y que atacan con el filo ácido de la emergencia. La piedad que se representa aquí es la prisión del anhelo y la aspiración, el camino al resarcimiento de aquello que habrá de hacernos el recorrido más largo, donde todo puede cambiar y darnos la espalda. El amor y la compasión se rebelan y develan, no son matices ni sutilezas sino golpes que agrian las metas y nos arrebatan una alegría por otra parte de la felicidad. ¿Alguien ha sentido su fuerza y ternura?

Piedad de Kim Ki-duk.
Calificación: 3 de 5 (Buena).
Fuente:
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Fotografía: licricardososawordpress