Por: Pablo Solana. 24/08/2022
El momento de mayor tensión durante la jura del nuevo presidente de Colombia se dio en torno a la espada del Libertador. En el último medio siglo, el arma estuvo en manos de la guerrilla, sorteó el control de marines yanquis, quedó bajo custodia de Fidel en Cuba y fue encomendada a una serie de líderes latinoamericanos, entre elles las Madres de Plaza de Mayo.
De pronto se escuchó el canto entre la multitud: “¡Alerta! ¡Alerta! ¡Alerta que camina, la espada de Bolívar por América Latina!”.
Gustavo Petro había desafiado la negativa del mandatario saliente, Iván Duque. “Como presidente de Colombia le solicito a la Casa Militar traer la espada de Bolívar, es una orden del pueblo y de este mandatario”, dijo ante el micrófono. Los responsables de la seguridad no supieron qué hacer. En medio de la ceremonia, no estaba claro si quien seguía a cargo del gobierno era Duque, que había ordenado no mover la espada de su lugar, o ya le correspondía mandar a Petro, que ordenaba lo contrario.
El protocolo se detuvo, mientras de uno y otro bando evaluaban quién debía ceder. Después de media hora de tensión e incertidumbre, la balanza se inclinó a favor del nuevo presidente. Su orden fue acatada. La espada recorrió la distancia que separa a la Casa de Gobierno de la Plaza de Bolívar.
Fue la primera vez en la historia que el arma del Libertador se mostró ante una multitud. En la plaza, el pueblo celebró el hecho. En el palco, el rey de España ofendió al país que lo había invitado con un gesto de desprecio típico de su pretensión colonialista: fue la única persona que no se puso de pie ante el paso del símbolo patrio, emblema de la independencia de Nuestra América.
Las batallas de Bolívar son conocidas. Pero su espada lo trascendió. Tiene su propia historia, que se mantiene viva hasta nuestros días.
“Tu espada vuelve a la lucha”
En 1974, un comando guerrillero irrumpió en el Museo Quinta de Bolívar, a pocas cuadras del centro de Bogotá. Sin mucho escándalo se llevó la espada que reposaba en la habitación del Libertador. Fue el hecho fundante del Movimiento 19 de abril (M-19). El Eme, como aún se conoce al grupo insurgente donde inició su militancia el actual presidente del país.
Los responsables del hecho venían de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), pero habían decidido alejarse para emprender su propio camino. El ideólogo y primer comandante de la nueva organización armada fue Jaime Bateman, un costeño de 33 años que en la guerrilla comunista había estado bajo las órdenes del legendario Manuel Marulanda, Tirofijo. “Queríamos hacer un movimiento para el país, para la gente común y corriente. Y el nacionalismo allí era un factor esencial que no veíamos en las FARC. Comenzamos a pensar en un tipo de operación político-militar que se relacionara con Bolívar, para reivindicarlo, para sacarlo de los libros de historia”, explicó Bateman en su momento.
La acción fue muy similar a la que había realizado un grupo de la Juventud Peronista 11 años antes, en 1963. El 12 de agosto de ese año asaltaron el Museo Histórico Nacional, que se encuentra en el Parque Lezama de Buenos Aires, y se llevaron el sable corvo de San Martín. Pero los guerrilleros colombianos mencionan como inspiración otro hecho: la recuperación de la bandera de los 33 Orientales que había enarbolado José Gervasio de Artigas durante sus luchas emancipatorias. Esa acción había ocurrido en un museo montevideano, a manos de la Organización Popular Revolucionaria “33 Orientales”, en 1969. Hechos armados de alto impacto propagandístico y bajo riesgo, como estas recuperaciones de símbolos de la historia de la liberación nacional, fueron un elemento común entre las guerrillas urbanas latinoamericanas de aquel entonces.
“Bolívar, tu espada vuelve a la lucha”, decía la proclama que los guerrilleros dejaron en el museo, sobre los vidrios rotos de la vitrina que hasta ese entonces la alojaba. También se habían llevado los estribos y los espolines del Libertador. Todos esos elementos, junto al sable desenvainado, aparecen en una foto en la que se ve, además, la bandera de la organización, los brazos de un guerrillero empuñando un fusil, y de fondo un mapa de Latinoamérica.
Para dar a conocer la autoría del hecho eligieron el primer número de la revista Alternativa, dirigida por Gabriel García Márquez, que vio la luz en febrero de 1974, un mes después de que el Eme asaltó el museo. “Apareció la espada de Bolívar. ¡Está en América Latina!”, dice el pie de foto, con cierta complicidad.
A los pocos días la espada fue trasladada a la casa del ajedrecista Boris de Greiff, hijo del consagrado poeta León de Greiff. El joven consideró que el artefacto estaría más seguro en la casa de su padre, y allí permaneció un tiempo. Cuando el entonces presidente de la república Alfonso López Michelsen visitó al poeta estuvo, sin saberlo, a nada del objeto más buscado. La espada reposaba en la biblioteca de la sala, oculta tras unos discos de acetato de 75 RPM. Los descendientes de de Greiff no se ponen de acuerdo si el viejo, de 80 años entonces -hoy reconocido como un ícono de la poesía nacional- colaboraba con la actividad clandestina del M-19, o simplemente fue partícipe involuntario de un hecho en el que su hijo lo involucró.
Tras la muerte del poeta, la espada fue trasladada a otros domicilios de militantes y colaboradores de la guerrilla en Bogotá y sus alrededores. Cada vez que se endurecía la represión, el M-19 planificaba algún cambio de locación.
El 1 de enero de 1979 el Eme realizó una de las acciones guerrilleras más redituables de la historia: atacó el Cantón Norte del Ejército en Bogotá y se llevó nada menos que 5.000 armas. Ese día se cumplían 20 años de la Revolución Cubana. Los militares redoblaron la persecución. En octubre de ese año, entre las decenas de dirigentes y militantes apresados, se encontraba Álvaro Fayad, uno de los protagonistas de la recuperación de la espada.
En febrero de 1980, el M-19 realizó otra operación espectacular: la toma de la Embajada de República Dominicana; reclamaban la liberación de 300 presos políticos. Los guerrilleros parecían protegidos por el espíritu del Libertador, es que más allá de los golpes represivos, las acciones contra el régimen les salían bien. En pocos años lograron una alta popularidad. Sin embargo, la persecución que se desataba después de cada uno de esos hechos victoriosos aceleró la decisión: la espada debía salir del país.
Fidel, Barbarroja y la invasión yanqui a Panamá
Lo único que se conoce de la persona que oficiaba como enlace entre el Eme y Cuba durante los años 70 es su apodo de tintes soviéticos: Gari. Ese hombre fue el encargado de hacer llegar a La Habana la espada, presuntamente en una valija diplomática, a mediados de 1980. Fidel Castro, al tanto de la operación, encargó su cuidado a Manuel Piñeiro, el comandante Barbarroja.
Piñeiro ostentaba el cargo formal de jefe del Departamento de América del Partido Comunista de Cuba. Con esa cobertura se encargaba de las relaciones con las organizaciones revolucionarias de todo el continente, entre ellas las colombianas, que ya habían recibido entrenamiento militar en la isla. Por orden de Fidel, la espada de Bolívar quedó a cargo de Barbarroja, quien la cuidó con tal celo que la mantuvo durante años en su oficina privada, bajo su custodia personal.
Tiempo después, en noviembre de 1985, el M-19 realizaría la acción más audaz: la toma del Palacio de Justicia, con todos los miembros de la Corte Suprema adentro. La respuesta militar devino en masacre. Previo al hecho, Álvaro Fayad pidió a los cubanos que enviaran la espada a Panamá porque querían tenerla más cerca, más a mano. La periodista Patricia Lara, que investigó el caso, deduce que el Eme pensaba salir triunfante de la toma del Palacio y, en esa idea de victoria, tal vez quisieran empuñar la mítica espada en una caravana triunfal. Pero lo cierto es que el hecho terminó en tragedia, y el M-19 quedó muy golpeado. Fayad, quien más se había ocupado de la espada, cayó muerto en un enfrentamiento en marzo de 1986.
La espada quedó varada en una caja fuerte de la embajada de Cuba en Panamá, hasta el momento de la invasión norteamericana en 1989. Desde La Habana, Barbarroja seguía de cerca la resistencia del pueblo panameño. Al ver las consecuencias de la ocupación militar yanqui decidió que el arma de Bolívar corría riesgo. Pidió que la enviaran de nuevo a la isla, para retomar el control personal de su seguridad.
Conocedor de los mecanismos de espionaje que los EE.UU. estaban poniendo en práctica, le habló en clave a su agente en el país invadido: “Mándeme ese tenedor para acá”. Camino al aeropuerto, el vehículo que trasladaba el “tenedor” fue requisado por los marines, que ya habían tomado el control de la ciudad. El objeto, envuelto en unas simples mantas, pasó desapercibido. Al igual que había sucedido años atrás con el presidente Michelsen en la casa del poeta de Greiff, otra vez la espada de Bolívar logró burlar a sus enemigos y mantenerse clandestina, en manos rebeldes.
En 1990, tras las elecciones constituyentes que preanunciaban el paso a la vida política del M-19, un integrante de la bancada de esa fuerza hizo saber al gobierno cubano que había condiciones para que la espada volviera a Colombia. Fidel Castro respondió que solo la entregaría a Antonio Navarro Wolf, la principal autoridad de la fuerza política en que había devenido el Eme, la Alianza Democrática – M-19.
Como Colombia y Cuba no tenían relaciones diplomáticas, la espada fue enviada a Caracas. Allí el embajador cubano se la entregó a Navarro Wolf, quien invitó a García Márquez para que presenciara el momento. El entonces presidente de Venezuela, Carlos Andrés Pérez, anoticiado del hecho, también quiso estar.
A su regreso, Navarro Wolf entregó el arma del Libertador al presidente colombiano César Gaviria. Se hizo un acto sin mucha pompa, en la misma Quinta de Bolívar de donde había sido extraída 17 años atrás.
La espada fue aislada en una bóveda del Banco de la República durante algunos años. Estuvo en la Casa de Gobierno durante otros períodos, para goce exclusivo de la élite política del país. Hasta el domingo 7 de agosto de 2022, cuando Petro ordenó que fuera presentada ante la multitud, durante su acto de asunción presidencial.
Latinoamérica y la Orden de la espada
En 1986 el M-19 buscó reforzar la solidaridad de las organizaciones de todo el continente. La organización había quedado debilitada tras el fracaso de la toma del Palacio de Justicia. Para consolidar las relaciones políticas más allá de las fronteras, promovieron una especie de logia secreta de carácter continental para cuidar el arma del Libertador. Convocaron a diversas personalidades y organizaciones populares. La propuesta fue conocida como la “Orden de la espada”.
En el archivo del Centro de Memoria Histórica se conserva una copia digital de la revista 2010, publicada años después por integrantes del Eme en tiempos de la Constituyente (1991). Allí cuentan que la Orden contó con doce miembros, de los cuales ocho pidieron mantener en reserva el compromiso. Quienes aceptaron hacer público el respaldo a la iniciativa fueron el panameño Omar Torrijos (a través de sus descendientes), elegido por su compromiso antiimperialista en defensa del Canal de Panamá; el expresidente de Costa Rica, José Figueres Ferrer, fundador de la Segunda República en su país; el obispo mexicano Sergio Méndez Arceo, valorado por su compromiso con el pueblo pobre; y, por Argentina, las Madres de Plaza de Mayo, en reconocimiento de su lucha contra la dictadura militar. La idea era entregar a cada miembro de la Orden una carta, un pergamino y una réplica de la espada (aunque hay dudas que esto último se haya concretado en todos los casos). El diario El Tiempo consultó a Enrique Carrera, el más cercano colaborador del fallecido presidente de Costa Rica, quien confirmó la historia: «Sí, yo soy ahora el depositario de la carta, el certificado y la réplica de la espada». El blog de excombatientes del M-19 Oiga, hermano, hermana reproduce una imagen del diploma con el que se reconoció, además, al Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN) de El Salvador. Otros medios mencionan entre los posibles ordenados a los uruguayos Eduardo Galeano y Mario Benedetti.
Según el diario El Tiempo, habría una constancia del encuentro del M-19 con las Madres de Plaza de Mayo en Buenos Aires, realizado en algún momento impreciso después de 1986: “Una de ellas, que quería conservar un recuerdo de ese día, filmó la ceremonia”, afirman les periodistas María del Rosario Arrazola y Arturo Jaimes. El hecho, sin embargo, no fue reconocido públicamente por las Madres hasta hoy.
El nuevo gobierno y la espada
Para Gustavo Petro, al igual que para toda su generación militante, la espada de Bolívar es un símbolo potente.
En una entrevista realizada hace 35 años, en 1987, un joven de diminuto bigote ochentista cubre su rostro parcialmente con una gorra azul para no dejarse ver del todo. Con la bandera del M-19 de fondo, reclama por la desaparición de militantes de su organización. Cuando el periodista le pregunta por la espada de Bolívar, el muchacho -que con los años todo el mundo sabrá que se trata de Gustavo Petro- responde: “Será presentada públicamente. Está en Colombia, en las manos del M-19, en las manos del pueblo colombiano, hasta que en este país se conquisten los objetivos del Libertador, los objetivos de justicia social, de paz para todos y de verdadera democracia”.
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Pero en 1987 la espada estaba en Panamá y no en Colombia, como dice en la entrevista el joven vocero de la guerrilla. Podemos tomar la imprecisión como una licencia obligada por la clandestinidad.
Durante el acto de asunción hubo otro gesto de reivindicación del M-19: el rescate de la figura de Carlos Pizarro, comandante de esa organización y candidato a la presidencia, asesinado en plena campaña electoral en abril de 1990. No fue un guiño nostálgico, con olor a tiempo pasado. Por el contrario, el homenaje vino de la mano de una joven militante feminista, la artista plástica y senadora María José Pizarro. Fue ella, la hija del líder del M-19, la elegida para ponerle a Petro la banda presidencial.
Desde que ganó las elecciones, el equipo de Gustavo Petro empezó a tramitar ante el gobierno saliente la autorización para que el arma del Libertador estuviera presente en el acto de asunción. Las gestiones iban encaminadas hasta que, a último momento, Iván Duque puso excusas: que la espada no estaba asegurada para salir de la Casa de Gobierno, que no se podía abrir la urna que la contenía. La incertidumbre sobre la forma en que se resolvería la pulseada se mantuvo hasta el mismo momento de la jura presidencial.
Hace 217 años, en otro juramento, un joven Bolívar prometió a su maestro Simón Rodríguez, en el Monte Sacro, que la espada no sería envainada hasta que su pueblo fuera liberado. Petro, que suele referirse a aquel hecho, dice que así la mantendrá. Desenvainada, en actitud de combate, hasta que en Colombia impere la paz y la justicia social.
- Pablo Solana es comunicador popular argentino, editor de la Revista Lanzas y Letras y La Fogata Editorial (Colombia)
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