Por: dystopica. 04/05/2023
El 9 de julio de 2022, el mundo fue testigo de un espectáculo insólito: decenas de miles de manifestantes de Sri Lanka expulsaron del país al Presidente Gotabaya Rajapaksa e irrumpieron en su palacio. Una vez dentro del edificio, corazón simbólico del poder, los ocupantes decidieron reclamar su lujo y sus excesos empujando planchas en el gimnasio presidencial u organizando concursos de buceo en la piscina personal del jefe del Estado.
Aunque las imágenes de esta puesta en común espontánea y popular han deleitado y divertido al mundo, la situación en Sri Lanka sigue siendo opaca para muchos. Por eso, unos amigos estadounidenses decidieron ir para investigar la revuelta. Volvieron con este análisis y la firme convicción de que esta secuencia insurreccional debe entenderse en la continuidad de la abierta por las Primaveras Árabes de 2011, es decir también de sus límites[1]. Texto escrito por S. Prasad para los amigos de Ill Will y publicado en francés por lxs compas de Lundi Matin. Traducido al castellano por Les peuples veulent y Vitrina Dystópica como forma de aportar a una perspectiva internacionalista que nos permita encontrar, en las experiencias de compañeros y compañeras en múltiples territorios, otras brújulas anímicas y estratégicas.
“Las revoluciones quieren personas que tengan fe en ellas. Dudar de sus triunfos es ya traicionarlas. Es mediante la lógica y la audacia como se consiguen y se salvan. Si careces de ellas, tus enemigos las tendrán por ti; sólo verán una cosa en tus debilidades: la medida de su fuerza. Y su valor aumentará como consecuencia directa de tu timidez.”
Blanqui
A principios de 2022, Sri Lanka está sumida en una crisis económica. La respuesta del gobierno, dirigido por el Presidente Gotabaya Rajapaksa, fue lenta al principio y luego completamente irracional. El movimiento empezó en el campo, entre agricultorxs, y luego se extendió a los suburbios de Colombo, la capital. El 9 de abril, una manifestación masiva en Galle Face, el corazón de Colombo, dio lugar a una enorme acampada conocida como GotaGoGama [Gota vete a casa]. Las ocupaciones se extendieron y surgieron nuevos campamentos en Colombo y otras ciudades. Esta dinámica tuvo sus altibajos a lo largo de varios meses. El 9 de julio, cientos de miles de ceilandeses inundaron la capital, asaltaron y ocuparon la casa del Presidente y varios edificios gubernamentales. El Presidente huyó. La casa del Primer Ministro fue incendiada. El ejército no cedió. El 13 de julio, los manifestantes ocuparon el despacho del Primer Ministro, asaltaron un canal de televisión e intentaron sitiar el Parlamento. Al día siguiente, el Presidente dimitió en el exilio. El 20 de julio, el Parlamento eligió al Primer Ministro Ranil Wickremesinghe para completar el mandato de Gota como Presidente[2].
Así terminó el primer acto del Aragalaya[3]
Aún no está claro cuál será el segundo acto. La tarea ahora es hacer que el levantamiento sea irreversible. El camino a seguir es peligroso, el resultado incierto. El futuro no está escrito.
Las siguientes reflexiones pretenden ser una contribución a los debates actuales sobre la próxima fase de Aragalaya, así como un intento de aclarar las lecciones de la experiencia de Sri Lanka para las futuras insurrecciones en otros lugares.
I.
Las revoluciones sociales se hacen posibles como resultado de secuencias de lucha que encuentran límites y los superan. Estas secuencias tienden a desarrollarse en una serie de oleadas, con tácticas, consignas y formas de organización que se extienden rápidamente por distintos países. Estas oleadas suelen aparecer en medio de turbulencias económicas globales, que crean un conjunto de condiciones similares en distintas partes del mundo.

Todavía estamos en medio de la secuencia de luchas que comenzó con la Primavera Árabe. Ha habido dos oleadas en este ciclo: primero en 2011, luego en 2019. Los problemas económicos alimentados por la pandemia y la guerra en Ucrania están creando las condiciones para una nueva oleada mundial de lucha. Este año ya se han producido protestas y disturbios en casi una docena de países, desencadenados por el aumento del costo de la vida. La revuelta de Sri Lanka ha sido la lucha más intensa y sostenida del año pasado (2022), y nos ofrece los indicios más claros de la dinámica y los límites de lo que podría venir.
II.
Durante casi una semana, Sri Lanka estuvo a punto de venirse abajo. La mayoría de los principales edificios gubernamentales estaban ocupados, el presidente había huido del país y el ejército permanecía en retirada. Y si la revolución iba más lejos, era probable que el país se sumiera en la anarquía. No está claro cuáles serían las condiciones necesarias para que las luchas crucen este punto de no retorno. Pero quizás sea tanto una cuestión de ideas como de circunstancias materiales. Un paso hacia lo desconocido es siempre un acto de fe. Uno lo hace por convicción, cuando cree en algo con tanta fuerza que parece que valen la pena todos los riesgos. Navegar por los mares tormentosos sin naufragar puede requerir un plan. Puede que se necesiten revolucionarixs que puedan decir, con cierto grado de confianza, cómo un proceso insurreccional puede evitar terminar en catástrofe.
III.
A menudo las luchas no son derrotadas por el Estado, sino por la conmoción de su propia victoria. Una vez que cobran impulso, los movimientos tienden a alcanzar sus objetivos mucho más rápido de lo que cabría esperar. La caída del régimen de Rajapaksa se produjo tan velozmente que nadie alcanzó a preguntarse seriamente qué viene después. La ventana abierta por el movimiento se cerró rápidamente y el asfixiante aire de normalidad se apoderó de la sala.
IV.
Uno de los primeros lemas de Aragalaya fue “todos los 225 deben irse”, refiriéndose a los miembros del parlamento. Era un eco del eslogan visionario del levantamiento argentino de 2001: Que se vayan todos. El eslogan se produjo en medio de una crisis económica similar a la que Sri Lanka vive en la actualidad. Las multitudes se negaron a abandonar las calles hasta que todos los políticos, a quienes culpaban de la crisis, hubieran sido arrastrados por la ola de protestas. En un mes, tres gobiernos diferentes fueron derrocados. Hoy, la Aragalaya teme que si sigue presionando para que se haga tabula rasa gran parte del país se distancie, provocándose una caída en el caos. Sin embargo, la historia nos dice que fue precisamente gracias a la propagación de la anarquía que Argentina pudo darse un respiro[4].
V.
El Argalaya se opuso a la formación de un gobierno multipartidista o de coalición tras la caída de los Rajapaksas. Solamente una nueva forma de poder -un Consejo Popular- podría garantizar que las victorias del 9 de julio no se vieran socavadas. Este Consejo estaría compuesto por representantes de la lucha y tendría derecho de veto sobre las decisiones tomadas por el gobierno provisional. Esta propuesta recuerda a lo que se hubiera llamado doble poder a principios del siglo XX. En los primeros días de la revolución rusa de 1917, los soviéticos podían controlar la actividad del gobierno provisional y vetar sus decisiones. Este doble poder es también una cuestión de equilibrio de fuerzas: los soviéticos tenían detrás una base social real y una fuerza material. El equilibrio de estas fuerzas es siempre inestable, y un poder siempre termina por imponerse sobre el otro, por lo que el doble poder no debe separarse de la cuestión de la insurrección.
VI.
Una vez que el levantamiento está en marcha, cualquier elección únicamente conferirá legitimidad “revolucionaria” al antiguo régimen. La elección de Ranil por el Parlamento el 20 de julio ofreció un ejemplo de esta regla general. No hay razón para creer que una elección por sufragio universal, deseada por muchos participantes en el Aragalaya, se desarrollaría de forma muy diferente.

Recientemente, Ben Ali y Mubarak huyeron de sus países ante las protestas populares. En Túnez y Egipto, lo que se llamó “proceso constituyente” fue en realidad la organización de un gran juego de sillitas musicales para los partidos gobernantes, asegurándose evitar cualquier ruptura decisiva. Al organizar elecciones rápidas, el nuevo gobierno gana en dos aspectos. Por un lado, establece una frágil legitimidad de la que no puede estar seguro mientras siga autoproclamándose. Demuestra que sus intenciones son puras, que no pretende aferrarse al poder. Por otra parte, impide que los “extremistas” dispongan del tiempo necesario para difundir sus ideas. Después de febrero de 1848, Blanqui tenía en mente estos temores cuando pidió el aplazamiento de las elecciones, mientras que el gobierno provisional estaba decidido a forzar la situación. Blanqui consiguió imponer al menos un aplazamiento temporal cuando cien mil proletarios armados irrumpieron en el Parlamento.
VII.
Una derrota política del ejército, más que una militar, es posible. Pero sus condiciones de posibilidad deben replantearse para nuestro siglo. Una situación revolucionaria se abre cuando las fuerzas armadas son llamadas a la calle, pero se niegan a disparar contra la multitud, como ocurrió el 9 de julio cuando el ejército finalmente se hizo a un lado mientras la multitud entraba en el palacio y las oficinas presidenciales. Sin embargo, suele ocurrir que las mismas fuerzas armadas que se retiraron durante el levantamiento inicial reaparezcan más tarde como árbitro final del destino de la revolución, proporcionando una continuidad entre el antiguo régimen y lo que le sigue. Después de que las elecciones del 20 de julio devolvieran cierta legitimidad a la presidencia de Ranil, el ejército asaltó y desalojó la oficina presidencial, el último edificio gubernamental ocupado entonces. Las revoluciones de nuestro siglo se han producido en gran medida en países donde el ejército funciona como un doble Estado. En Egipto y Sudán fueron frenadas en seco cuando los militares tomaron el poder mediante un golpe de Estado. Es menos probable que esto ocurra en Sri Lanka donde, a pesar de haber sufrido una larga guerra civil, los militares no están acostumbrados a funcionar como una fuerza política y económica independiente. Pero la revolución en Sri Lanka se enfrenta a otro riesgo. Los países desgarrados por la guerra civil, como Sudán y Myanmar (Birmania), han visto cómo la violencia que se extendió a la periferia durante esas guerras volvía al centro durante el levantamiento. Si la situación sigue agravándose, podría ser uno de los destinos de la revolución en Sri Lanka.
VIII.
Las luchas encuentran su fuerza en su capacidad para entretejer diferentes fragmentos del proletariado. El levantamiento sólo tuvo éxito porque personas de todas las clases sociales y comunidades del país encontraron su propia forma de participar. Esto es especialmente importante en una sociedad como Sri Lanka, basada en separaciones étnicas y religiosas y desgarrada por décadas de guerra civil. Estas tensiones se pusieron especialmente de manifiesto tras los atentados de Semana Santa de 2019. Esto contrasta con el Aragalaya, el primer movimiento que reunió a budistas cingaleses, tamiles y musulmanes en una lucha contra el Estado. Esta lucha también ha unido a agricultorxs, pescadorxs, estudiantes, conductorxs de tuk tuk, la izquierda tradicional y varios partidos de la oposición. Los monjes budistas colaboraron con los sacerdotes católicos y el movimiento queer; lxs oprimidxs lucharon junto a lxs pobres de las ciudades; lxs inmigrantes indios trabajaron codo con codo con lxs antiguxs activistas de los partidos nacionalistas. Sin embargo, las separaciones presentes en el resto de la sociedad tendieron a reaparecer dentro de la lucha, especialmente tras sus éxitos iniciales. Se trata de una limitación que las revoluciones de nuestro siglo no han podido superar.
IX.
Las luchas contra la austeridad tienden a adoptar la crítica de la corrupción como ideología espontánea. En un mundo cada vez más dominado por hombres fuertes autoritarios, esto tiene cierto sentido, particularmente en Sri Lanka, dada la forma en que el clan Rajapaksa ha administrado la política en las últimas décadas. Al mismo tiempo, las críticas a la corrupción tergiversan las capacidades reales del Estado para actuar en crisis económicas y sociales, ya que asumen que el Estado podría encontrar una salida a la crisis actual, que podría optar por evitar la aplicación de la austeridad, si tan sólo quisiera. Esta confusión es también la razón por la que las luchas contra la austeridad tienden a dar lugar a una reorganización de las cartas más que a un cambio de juego. Tras la caída del régimen, la gente se enfrenta al hecho de que la lógica estructural de la sociedad capitalista sigue vigente. Los gobiernos que emergen de la revolución a menudo se encuentran aplicando medidas de austeridad similares a las que inicialmente desencadenaron las protestas.

Quizá sea un paso necesario en el camino hacia una crítica más sistémica. Lxs activistas de Aragalaya hablaron de esto como el necesario desarrollo de la conciencia de clase. Tras las elecciones del 20 de julio, la unidad fundamental de los intereses de la clase dominante quedó clara para todxs. Sin embargo, sería más exacto pensar en el desarrollo de una conciencia del capital. Para que el levantamiento hubiera ido más lejos, habría tenido que enfrentarse a la incertidumbre de cómo iban a alimentarse y a vivir en el país cuando se interrumpiera su relación con el mercado mundial. Al fin y al cabo, lxs proletarixs sólo pueden reproducir su fuerza de trabajo a través y dentro de las relaciones de la sociedad capitalista. Este es precisamente el límite, y lo que se cuestiona, en las luchas actuales[5].
X.
Los levantamientos suelen estar provocados por la lucha de un grupo social concreto. Sin embargo, cuando el epicentro de una lucha se desplaza geográficamente, suelen producirse cambios en la composición de clase. Cuando las protestas se trasladan a las grandes ciudades, las clases medias urbanas se convierten en el centro de gravedad. Por ejemplo, el levantamiento de Sri Lanka comenzó con protestas de agricultorxs en el interior rural, luego se trasladó a los suburbios que rodean Colombo y después al corazón de la capital. Allí, las clases medias urbanas desempeñaron inicialmente un papel importante, sobre todo en las ocupaciones. A medida que las protestas y ocupaciones ganaban impulso, Colombo fue invadida por proletarixs de toda la ciudad y del resto del país, especialmente el 9 de julio. Tras llegar a la capital, las protestas empezaron a extenderse por todo el país, aunque la capital conservó cierta atracción centrípeta. Esta concentración geográfica puede dificultar la participación de poblaciones minoritarias, como la tamil, quienes viven principalmente en el norte y este del país.
Al mismo tiempo, la geografía de la lucha no se corresponde exactamente con la geografía del poder. Algunxs revolucionarixs de Sri Lanka sostienen que la próxima fase tendrá que descentralizarse de Colombo y distribuir mejor las fuerzas por todo el país. Esto plantea la cuestión de cómo serían realmente la toma y la organización del poder y, del mismo modo, qué podría implicar esta nueva cartografía de la insurgencia[6].
Al ocupar los lugares de poder, los Aragalaya entendieron que, en cierto sentido, habían tomado el poder. Pero el Estado simplemente continuó operando a sus espaldas. Esto puede haber sido un paso necesario en la revolución, pero no fue suficiente para hacerla irreversible. Para algunos, el poder reside en la infraestructura: “el verdadero poder de la sociedad reside en su infraestructura”[7].
Pero ¿qué infraestructura, y qué significaría ocupar y reasignar, en lugar de simplemente bloquear, especialmente en medio del colapso económico y la catástrofe potencial?
XI.
Los levantamientos suelen ir seguidos de procesos de organización, a medida que los activistas formados por la oleada de lucha se reúnen y desarrollan formas de prepararse para futuras luchas. Sri Lanka tiene la ventaja de poder recurrir a una década de experiencia reciente en otras partes del mundo. La experiencia de Sudán es quizá la más destacada. Tras un levantamiento en 2013, surgió una proliferación de comités de resistencia que se dispusieron a preparar la siguiente oleada de luchas. En términos prácticos, esto significaba: mantener los centros sociales de barrio, construir la infraestructura y almacenar los materiales que consideraban necesarios, desarrollar redes de camaradas y simpatizantes en toda la ciudad y en todo el país, y poner a prueba la capacidad de estas redes mediante campañas coordinadas. Cuando llegó la revolución a finales de 2018, estos grupos pudieron servir de vectores para la intensificación. Los comités de resistencia también pudieron apoyar la revolución en su siguiente fase, después de que el presidente al-Bashir se viera obligado a dimitir[8].
Esta sucesión de luchas también ha dado lugar a experiencias que no merece la pena emular: los movimientos de masas suelen ir seguidos de un impulso hacia la formación de partidos políticos capaces de presentarse a las elecciones, como en Grecia o España. Sus primeros éxitos suelen ocultar una cierta trampa. Cuando la crisis es lo suficientemente profunda, el Estado y el capital quieren trasladar la carga de la gobernanza a los movimientos. Como no hay forma de salir de la crisis, los movimientos se convierten en responsables de su gestión. Una vez en el poder, el movimiento social se desacredita rápidamente. A veces, la izquierda es incluso capaz de aprobar reformas o medidas de austeridad que otro gobierno no habría podido hacer. En este ciclo, lxs revolucionarixs han descubierto la forma adecuada para intervenir en las luchas, pero no para tomar el poder.
XII.
La crisis no puede resolverse sólo en Sri Lanka. Con la escasez de alimentos, combustible, dinero en efectivo y otros productos básicos, la ayuda de algún tipo tendrá que venir de fuera de la isla. Por ahora, la única ayuda disponible es un rescate de emergencia del FMI y la ayuda de países como China e India. Un rescate del FMI es como si te lanzaran un salvavidas cuando estás varado en medio del océano. Puede ofrecer un respiro temporal, pero no es una solución y desde luego no garantiza la supervivencia. Sólo perpetúa la misma situación: luchar por mantener la cabeza fuera del agua.

Los intentos revolucionarios actuales comienzan aislados, expuestos a la represión porque a ninguna potencia existente le interesa apoyarlos. Los estallidos esporádicos de protesta revolucionaria son contrarrestados por una organización internacional de la represión, que opera con una división global del trabajo. Hasta ahora, no existe ninguna organización práctica de internacionalismo revolucionario que apoye al movimiento en Sri Lanka. Sin embargo, sólo a través de la profundización de esta secuencia de luchas, y dentro de las constelaciones de fuerzas que puedan surgir de ella, puede hacerse posible un internacionalismo práctico, capaz de romper el aislamiento de los esfuerzos revolucionarios[7].
XIII.
Las revoluciones siempre encuentran una forma adecuada a su contenido y situación. En GotaGoGama y la proliferación de ocupaciones que han surgido de ella, vemos los comienzos de lo que algunos han empezado a llamar la comuna de Galle Face. La comuna proporciona una posible base para la revolución social. La comuna puede leerse a través de las prácticas en las que el movimiento cuida de sí mismo y se reproduce, en sus esfuerzos por superar las separaciones de la sociedad capitalista y en su tendencia a expandirse. Con cada avance en la lucha, el movimiento de ocupación se ha expandido: el campamento de Galle Face ha crecido, han surgido nuevos campamentos, se han ocupado nuevos edificios. Algunos manifestantes se quejaron de que los medios de comunicación se refirieran a las manifestaciones como una “fiesta en la playa”. Pero la declaración de la comuna siempre está marcada por una fiesta.
Las ocupaciones proporcionan el espacio y el contexto para que los participantes se reúnan, se organicen y tomen iniciativas. Proporcionan la infraestructura para que el movimiento recupere fuerzas durante los períodos de calma y esté listo para reiniciarse con cada nuevo estallido de agitación más intensa. Siempre será más fácil defender estos lugares que recuperarlos. Siempre es más difícil dar en el blanco dos veces. Lxs revolucionarixs egipcixs y sudanesxs lo aprendieron por las malas.
La vida en común que se intentó en Galle Face Greene, en tiendas de campaña, con frío, bajo la lluvia, rodeados de policías bajo el más lúgubre de los rascacielos de Colombo, no fue desde luego una muestra plena de la vita nova, pero al menos puso de manifiesto lo triste que es la existencia metropolitana.
Aunque se evacuen las últimas ocupaciones, eso no significa que se haya erradicado la comuna. Hay que recordar que los soviets aparecieron por primera vez en la revolución de 1905, para reaparecer en 1917.
¡Todo el poder a las comunas!
[1] Para leer el artículo en su versión original, visite https://illwill.com/paper-planes. También recomendamos la lectura de dos entrevistas con anarquistas de Sri Lanka, también publicadas por nuestros amigos de Ill Will. La versión en francés en https://lundi.am/Avions-de-papier
[2] Para una cronología más detallada del levantamiento, véase: “Dispatches from Sri Lanka”, Ill Will, 10 de agosto de 2022. En línea aquí.
[3] La palabra cingalesa para “lucha”.
[4] Véase David Graeber, “The Shock of Victory” (2008). En línea aquí.
[5] Véase Endnotes, “Tesis de Los Ángeles” (2015). En línea aquí.
[6] Sobre la geografía de la insurrección, véase “La insurrección kazaja”, Ill Will, 23 de febrero de 2022. En línea aquí.
[7] Comité Invisible, “Difundir la anarquía, vivir el comunismo”. En línea aquí
[8] Sobre Sudán, véase “Tesis sobre la Comuna de Sudán”, Ill Will, 16 de abril de 2021. En línea aquí.
[9] Sobre este tema, véase: “La insurrección kazaja”, citado anteriormente.
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Fotografía: Dystopica