Por: Adolfo del Ángel Rodríguez. Columna: La serpentina. 17/07/2020
Frente a su casa, veía amanecer otro día, uno de tantos, como lo ha sido desde hace un tiempo, en el que el orden al que estaba acostumbrado se alteró. Ahora no había horarios, ni había reglas; solo sabía que la escuela había cerrado, que no podían asistir debido a la “pandemia”, palabra que revoloteaba en su cabeza y que le sonaba tan lejana, tan inmensa que pensó que era como una mancha en la ropa, que se hacía grande y que podía hacer daño, pero no entendía cómo podría hacer daño en su escuela o en su localidad si era muy difícil llegar a ella; pero no sabía más. Ahora el amanecer se traduce en trabajo en la parcela, en donde hay que estar antes de que salga el sol para poder avanzar en el cuidado de la milpa y después a cuidar las cuatro vacas que tiene su abuelo, a las cuales hay que llevarles agua para completar su alimentación. Solo cuando anochece es cuando descansa.
Jaimito aprendió con dificultades a escribir su nombre, pero no lo ha practicado desde que la “pandemia” comenzó. Solo recuerda que un día llegó el maestro de la escuela a la localidad a repartir unas hojas para que “trabajaran” en casa, porque les dijo que la escuela estaría cerrada hasta nuevo aviso. A sus abuelos no les disgustó la idea, ya que podían tener a Jaimito disponible para las tareas del campo sin que se interrumpiera por los horarios de escuela. Sus abuelos no saben leer ni escribir y siempre creyeron que no hacía falta. Vivieron siempre de lo que daba el campo y, como decían ellos, nunca les hizo falta nada; además de que a su edad se les hacía pesado cuidar de Jaimito y asumir las responsabilidades que les corresponden a los padres, por eso, cuando el maestro dejó el material para el trabajo en casa, no lamentaron no poder apoyar a su nieto en atender “las hojas” que dejó el profesor.
Jaimito no sabe cuánto tiempo ha pasado, desconoce lo que pasa a lo lejos, donde la “pandemia” está presente. Ocurre como con la situación de sus padres, solo sabe que están lejos, que viven en otro espacio, en otro tiempo distinto al suyo, en donde seguramente se enteran de lo que pasa alrededor, pero él no ve, a su corta edad, más allá de la milpa y de las vacas que hay que cuidar. Quizá, en el fondo, la escuela no tiene sentido así, desplazado de lo que ocurre en donde se ha instalado la “pandemia”, pues él solo le dio sentido cuando todos sus compañeros corrían al aula, en donde un profesor los atendía a todos, por eso no entiende, ni él ni sus abuelos, el sentido de llenar unas hojas a las que no les rodea ningún significado.
La declaración del titular de la Secretaría de Educación de Veracruz que alude al inicio del ciclo escolar 2020-2021 el próximo 10 de agosto, a pesar de que en fechas recientes Esteban Moctezuma Barragán, declaró que se iniciarán actividades siempre y cuando el semáforo COVID-19 esté en verde, es una muestra de que a las autoridades estatales le interesan los datos gruesos, los números y la eficiencia del aparato educativo, es decir, mostrarse ante autoridades superiores que “se está trabajando”, cuando ahora la prioridad es la salud de la ciudadanía en todos los sentidos.
Al respecto, se nota una gran falta de empatía por las personas desfavorecidas que han mostrado la dificultad para acceder al trabajo a distancia en las modalidades que se han presentado, desde acceder a plataformas digitales, hasta recibir correos electrónicos y/o tener que acudir a las localidades para hacer entrega física de materiales para realizar actividades en casa debido a la falta de recursos que permitan a sus alumnos obtenerlos de manera remota. En este último punto y frente al tamaño de la emergencia, se debería cuidar ese tipo de declaraciones, pues implica el desplazamiento de algunos docentes que, en su afán de cumplir con su labor, acuden a las localidades bajo el riesgo de contagiar o ser contagiados por el virus.
Por otro lado, y aunque el Secretario menciona la repartición de cuadernillos para aquellos niños que no puedan acceder a las plataformas digitales o a los programas de radio y televisión de los que ya se ha echado mano en esta contingencia, se olvida que la función de la escuela no solo es abarcar los contenidos marcados en un plan de estudios sino también socializar, que precisamente el colectivo de alumnos es lo que le da sentido a la escuela, por lo que se debería replantear la urgencia de comenzar el nuevo ciclo con premura, pues, como lo he planteado, la prioridad, en este momento, es la salud de la población en todos los aspectos.