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Notas para orientarse en un mundo organizado contra la reproducción de la vida

por RedaccionA mayo 19, 2025
mayo 19, 2025
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Por: Raquel Gutiérrez Aguilar. 19/05/2025

Estamos en un momento de aguda incertidumbre. Son tiempos de alteración brusca de un conjunto de arreglos económicos y políticos previos, altamente desfavorables tanto para varios miles de millones de seres humanos como para el tejido de la vida en su conjunto, que aun así delimitaban ciertas pautas conocidas y fijaban –si bien laxamente– algunos límites al despliegue de las más extremas violencias capitalistas, coloniales y patriarcales. El genocidio en Gaza es la señal más visible, aunque lamentablemente no la única, del desbocamiento de siniestras fuerzas destructivas. 

I
Tales arreglos en su forma de marco normativo y productivo a distintas escalas –locales, nacionales, regionales y globales– eran, insistimos, altamente desfavorables para el sostenimiento digno de la vida colectiva humana y más que humana. Provocaron una drástica reorganización en la trama de interdependencia que somos y co-conformamos imponiendo formas de gestión proclives a la devastación y el saqueo. Aun así, en medio de tales arremetidas brotaron y se sostuvieron de manera creciente constelaciones múltiples de heterogéneas y diversas luchas en defensa de la vida, los bienes comunes, los derechos colectivos y contra todas las violencias, también a distintas escalas. Una parte relevante de toda esta energía fue sostenida por flujos variados y potentes de luchas feministas (Gago, 2020). Escribo desde México y pertenezco a una generación que en América Latina luchó contra el avance del libre-comercio impuesto por las empresas transnacionales, que confrontó los afanes privatizadores y defendió la propiedad pública y social de partes significativas de la riqueza social. Los resultados de aquellas luchas no estuvieron a la altura de la energía y las expectativas que pusimos en juego. Aun así, logramos establecer algunos límites, boicotear y relajar, aquí y allá, los planes predatorios del capitalismo en expansión. Lo peligroso y angustiante del momento actual es que el frágil equilibrio alcanzado está siendo alterado en casi todos los países del mundo. Todo se presenta como una acelerada amenaza de destrucción.

Las fuerzas más virulentas del capitalismo financiero, tecnológico y militar durante el último lustro –durante y después de la pandemia– han conseguido desorganizar fuerzas y capacidades de lucha y resistencia que se fueron construyendo dificultosamente a lo largo de este siglo. Enuncio de esta manera para descentrar la relevancia de las personificaciones más grotescas de la actual dinámica del capitalismo en expansión –Donald Trump, Javier Milei, Jair Bolsonaro, Nayib Bukele, Daniel Noboa, Dina Boluarte–, por mencionar a los más visibles en el continente americano. 

Todos y todas ellas condensan los rasgos distintivos del “patriarcado colonial de las finanzas” (Gago et al., 2018) y de la industria militar que se dispone a quebrar las resistencias y capacidades organizativas de quienes de manera multiforme e irreverente y, a veces, ambigua y contradictoria sostienen la vida, defienden la riqueza material que la habilita y boicotean y resisten los afanes concentradores del capitalismo más depredador. Desde mi perspectiva, hay dos asuntos sobre los que conviene reflexionar para entender este momento que excede a una restauración conservadora y, más bien, se asemeja a un virulento proceso de (re)colonización que exacerba las dimensiones patriarcales y capitalistas del régimen político, tal como se vive en Palestina y en amplios territorios de Mesoamérica, el Caribe, las regiones andinas y amazónicas, así como en las pampas del Cono Sur.

En primer lugar, conviene no obviar ni borrar –a la hora de construir explicaciones– la fuerza disruptiva y desorganizadora del statu quo capitalista que a lo largo de la década pasada desplegaron los feminismos y las luchas de las mujeres y disidencias en multitud de países a través de muy variados formatos organizativos. Tampoco conviene desconocer los incontables esfuerzos populares y comunitarios en defensa de la vida que una y otra vez se desplegaron enérgicamente contra los despojos múltiples (Navarro, 2015) en todo el continente. 

En segundo lugar, también vale la pena repasar lo que entre algunas llamamos la “trampa estado-céntrica” (Castro, 2023) a la que nos convocan las izquierdas electorales. Es decir, la reiteración ad nauseam del encauzamiento de las energías y capacidades sociales de lucha hacia la ocupación y administración del Estado, sobre todo cuando éstas se esfuerzan, dificultosamente, por desbordar y desorganizar el orden existente. En este lado del Atlántico hemos vuelto a constatar que este camino, una y otra vez, drena, es decir, debilita y entorpece, tales energías y capacidades sociales de lucha que sostienen vínculos políticos cotidianos que se nutren de la deliberación constante, del trabajo cooperativo y coordinado, del aprendizaje colectivo que se construye en asambleas, encuentros y conversatorios, etc. La trampa “estado-céntrica” ha generado una inmensa frustración, sobre todo en Chile, aunque no únicamente, tras los meses intensos de movilización y rebelión a finales de 2019.

Se trata, entre otras cosas, de superar, por fin, las huellas de la idea decimonónica que instaló la consideración del desarrollo del capital como algo progresista. Tal valoración, como se ha empeñado en mostrarnos Silvia Federici (Federici, 2012), bloqueó la comprensión del avance del capitalismo como una drástica contrarrevolución que, a través de niveles inauditos de violencia, especialmente contra las mujeres, arrasó formas estables previas de organización de la reproducción de la vida y bloqueó otras posibilidades de reorganización social. Aquellos afanes que, entre otros, destruyeron y drenaron heterogéneas formas agrarias de gestión de la interdependencia en ambos lados del Atlántico, ampliando escalas y acelerando ritmos en la organización de la reproducción de la vida, produjeron una lógica productiva y política que hoy vuelve a arremeter: la del capital que se concentra colonizando territorios, repatriarcalizando la vida cotidiana y clasificando y expoliando poblaciones. 

En tal sentido, lo que el capitalismo como sistema siempre en expansión ha hecho es amplificar la explotación de la vida y del trabajo, así como el despojo de los bienes comunes naturales para concentrarlos en forma de riqueza abstracta en manos de cada vez menos. En los reiterados bucles de acumulación de capital, esto es, de expansión de su producción, hemos atravesado durísimos procesos de trastocamiento y reorganización de los términos de la interdependencia en el tejido de la vida, al imponerse violentamente escalas y ritmos distintos en el conjunto de flujos metabólicos de materia y energía que sostienen la vida en el planeta. 

Cultivo una perspectiva que elige la comprensión de la historia desde las luchas de abajo y rastrea los horizontes de transformación posibles en los afanes políticos que se han puesto en juego en multitud de rebeliones, levantamientos, revoluciones, movilizaciones y, sobre todo, en los esfuerzos cotidianos de sostenimiento de las tramas colectivas que protagonizan tales luchas. Desde tal mirada y en diálogo con diversas autoras feministas marxistas, ecofeministas y transfeministas –María Mies, Leopoldina Fortunati, Donna Haraway, Yayo Herrero, por mencionar algunas de las más notables–, entendemos cómo la mayoría de tales confrontaciones se han centrado en álgidas disputas por la gestión de los términos de la interdependencia en el tejido de la vida del que somos parte los seres humanos, junto a todos los otros seres que componen cada ecosistema. La forma que asumen tales disputas es, generalmente, concreta. Se pone en el centro la defensa de las condiciones que puedan garantizar la gestión de la reproducción colectiva siempre bajo amenaza ante el avance de los ciclos de acumulación del capital. 

Ahora bien, la incertidumbre y el peligro de la situación actual se relacionan con la profundización del ímpetu capitalista por alterar y recomponer términos globales de organización de la interdependencia. Es decir, reacomodando el orden de los flujos y metabolismos capaces de sostener la vida, ampliando el cuadro a escalas que parecen inabarcables. Una gran ansiedad colectiva se produce cuando constatamos que el alcance de las luchas previas –es decir, la dimensión de sus efectos– parece no haber sido suficiente como para detener esta arrolladora ofensiva. Nunca será suficiente si nos empeñamos en inscribirla en una perspectiva contrahegemónica que exige, en el fondo, algún grado de simetría con aquello que se desafía y se confronta.

Sin embargo, esa mirada no es la única posible. 

II
Si entendemos la política emancipatoria, ante todo, como capacidad colectiva multiforme, multiescalar y heterogénea para desestabilizar y desordenar las redes de sujeción, control, despojo y explotación que nos atraviesan, se altera la comprensión del difícil momento presente. Cuando dejamos de centrar la mirada en la inmensa fuerza destructiva que tienen las grotescas encarnaciones actuales del colonialismo patriarcal de las finanzas que están ocupando las oficinas presidenciales en diversos países y, más bien, nos empeñamos en reconocer y sintonizarnos con las múltiples y heterogéneas formas a través de las cuales muchísimas tramas populares y comunitarias han sostenido tanto su vida material como sus capacidades de lucha, entonces nos aparece lo que Chiricosta (2024) llama “otro género de fuerza”. Sólo desde ahí podemos vislumbrar hilos de futuro. De un futuro que ya no se parezca a la reiteración del presente de destrucción y muerte impuesta bajo máscaras diversas.

Por eso la importancia de reconocer la relevancia política y subversiva de la constelación múltiple de luchas feministas, transfeministas y de las mujeres y otros cuerpos disidentes a la heteronorma, sintonizadas tensamente con las luchas en defensa de la vida y los bienes comunes a lo largo de la segunda década del siglo XXI en muchos países. A veces, de manera simultánea resonando entre sí y, en otras ocasiones, condensando sus capacidades en puntos específicos de la geografía regional –como sucedió en Ecuador durante los levantamientos comunitarios indígenas y feministas en 2019 y, posteriormente en Colombia en ocasión de las movilizaciones de 2021–  ellxs han protagonizado uno de los más enérgicos y profundos episodios de recuperación de capacidades políticas, subvirtiendo muchos de los sentidos comunes más profundos del andamiaje legal e institucional liberal-capitalista.

Lamentablemente, a muchísimos –sobre todo varones y también a algunas mujeres y disidencias– les cuesta mucho entender estos episodios de lucha como un intenso despliegue de energía emancipatoria que abre posibilidades políticas de transformación sin modelo preestablecido. No logran verlo como potente torrente que se empeña en esquivar las presiones hacia alguna clase de síntesis –organizativa, de programa de gobierno, etc.–, que entra y sale del escenario público de modo intermitente para alterarlo y permitir nuevas aperturas, porque no se desentiende del sostenimiento cotidiano de la vida colectiva y, más bien, se afana en la producción de diagnóstico pasando, de manera directa, a intervenir en cada situación.

Tal dificultad en la comprensión del alcance práctico de esos intensos años de rebelión feminista y de luchas en defensa de la vida –tal como hemos llamado algunas a esos años de potencia política desplegada, sobre todo entre 2014 y 2020– lleva al desconocimiento –o al no reconocimiento, que es casi análogo– tanto de las heterogéneas fuerzas emancipatorias protagonistas de tales luchas como de los contenidos transformadores puestos en juego. Parece que para muchxs –varones, y también ciertas mujeres y otros cuerpos– resulta muy difícil entender que estas variopintas luchas feministas y de las mujeres, con sus entreverados contenidos antipatriarcales y anticapitalistas, constituyen potentes ejercicios de desestabilización de la explotación y del control del capital, sobre todo cuando se desplazan del discurso hegemónico del desarrollismo liberal, para insistir en la urgencia de colocar la garantía de reproducción de la vida en el centro del debate político, esforzándose por organizar desde ahí sus argumentos críticos y sus luchas.

La izquierda de la política electoral casi nunca alcanza a comprender tales contenidos anticoloniales y anticapitalistas que anidan en las constelaciones de rebeliones antipatriarcales que marcaron la década pasada. Suelen empeñarse en desconocer que tales ejercicios concatenados y expansivos de rebelión son protagonizados no por un sector de la sociedad que busca únicamente alguna clase de inclusión más equilibrada en el orden existente, sino por seres humanos en su multiplicidad que se afanan por desarmar jerarquías, exclusiones y desigualaciones. Se les escapa el hecho de que son acciones y esfuerzos inmediatos de transformación social que ensayan desbordes de lo existente, desorganizando también los modos clásicos de entender aquello que se entiende como práctica política. Las feministas y las mujeres “todo lo revuelven”, es una queja que se reitera una y otra vez, por parte de patronales y funcionarios públicos, cuando tienen que discutir con mujeres organizadas. Tal opinión la suelen compartir con ilustres personajes de izquierda. 

Uno de los problemas para todas estas luchas ha sido, entonces, la miopía política de los eventuales aliados que de ningún modo quieren admitir cómo tales energías feministas rebeldes y de las mujeres se proponen cambiarlo todo y, más bien, se burlan de las construcciones organizativas de escala pequeña y, por lo común, desconocen las dinámicas flexibles del tejido intermitente de tramas antipatriarcales. Es en Argentina donde todo esto ha conducido al peor desastre, permitiendo que el adorador de perros muertos Javier Milei esté cumpliendo un año de gobierno, destruyendo cruelmente las condiciones de sostenimiento básico de una inmensa parte de la población. 

Peor aún, los partidos de la izquierda electoral, cuando llegan a ser gobierno como en México y Colombia actualmente, no sólo reducen los contenidos rebeldes de las luchas que les antecedieron, sino que continúan permitiendo o desatando violentas represiones. Su límite es, a lo más, la inscripción regateada de ciertos derechos en la ley. Derechos que serán casi inmediatamente vaciados –como el derecho a la consulta previa y vinculante a los pueblos indígenas– en caso de intervención en los territorios que habitan. 

La resultante visible y palpable de la dinámica contenciosa de las últimas dos décadas, en el juego de fuerzas donde se contraponen lógicas políticas antagónicas en sentidos múltiples, es, simultáneamente, útil y peligrosa. Es útil cuando la inscripción de algún derecho básico para las mujeres y disidencias, como al aborto, al acceso a educación sexual crítica, a la existencia y reconocimiento legal de personas trans y no binarias, al equilibrio en la remuneración salarial, etc., se toma en cuenta como punto de apoyo que facilita la continuación de la lucha. Más aún, es útil cuando se alcanza a significar no como concesión de instancias liberales a algunxs, sino como respuesta imperfecta a un mandato social organizado desde abajo. 

En cambio, es muy peligroso cuando se pretende que ese regateo legal es el límite de lo que es posible trastocar en el orden social. En diversos casos, eso es lo que ha ocurrido, sobre todo a partir de 2020 y durante los años pandémicos. Detenerse en los derechos, desconocer otros argumentos, sofocar la movilización feminista y de las mujeres, debilita de facto la potente fuente de fuerza desestabilizadora que los feminismos y las luchas de las mujeres en defensa de la vida han detonado, cultivado y sostenido, de maneras muy diversas, durante los últimos años.

Cuando tales luchas afirman que se proponen inhibir y desarmar todas las violencias concatenadas que permiten el avance del patriarcado colonial de las finanzas y, sobre todo, cuando lo hacen defendiendo bienes comunes y derechos colectivos, impugnando simultáneamente relaciones patriarcales insoportables, subvierten los esquemas clasificatorios más básicos de lo social que son funcionales al orden del capital, sobre todo los de género y familia. Esquema de género y familia, sabemos desde hace mucho, son pilares centrales sobre los que descansa la continuidad del orden de la valorización del valor. 

Las derechas más recalcitrantes son quienes parecen haber percibido y entendido el alcance de la movilización y la crítica feminista. Desde la pandemia y hasta ahora, profundizaron su abierta guerra contra las condiciones básicas de la reproducción de la vida colectiva: encierro, inflación, endeudamiento, incremento de la violencia, devastación territorial, etc. Es notable la virulencia de las respuestas de las grotescas encarnaciones del capital global actualmente a la ofensiva, tanto a la subversión de los esquemas de género como a la alteración de los formatos familiaristas heteropatriarcales como célula básica de la sociedad. En tanto ambos logros han quedado codificados en la clave de ampliación de derechos individuales y ciudadanos, ahora tales derechos son desconocidos o amenazados aquí y allá de modo belicoso.

Así, un inmenso problema que tenemos delante –y que está en nuestras manos seguir resolviendo– es rebasar la codificación de toda la energía subversiva feminista, de las mujeres y otros cuerpos disidentes, significada únicamente como derechos a una inclusión insatisfactoria y precaria en un estado de cosas igualmente ajeno y ahora bajo amenaza.  Una tarea para abrir el porvenir, es decir, para rechazar el destino de guerra, precarización, expropiación, endeudamiento, devastación y ultraexplotación con que nos amenazan es perseverar teórica y prácticamente en el desmantelamiento de ese rasgo de la “trampa estado-céntrica”. 

III
Lo que han puesto en disputa las luchas feministas y de las mujeres y otros cuerpos, sintonizada en ocasiones con potentes luchas populares y comunitarias en defensa de la vida, contra el despojo de los bienes comunes y los derechos colectivos, son los términos de gestión de la interdependencia en el tejido de la vida de la que somos parte. Su atención no ha sido puesta en la disputa por el control del Estado, ni han buscado administrar el gobierno. Se han empeñado, ante todo, en colocar por caminos variados la garantía de la reproducción de la vida colectiva en el centro de sus esfuerzos por reorganizar la vida pública. Es así como han ampliado el ejercicio colectivo e individual de la libertad en contra de las redes de sujeción y restricción de toda clase.

La actual efervescencia en la competencia intercapitalista multiescalar y multinivel, donde fuerzas de derecha elevan la voz y expanden su influencia, también lleva a cabo una intensa disputa en torno a la gestión de la interdependencia. Tal trastocamiento por arriba genera la actual confusión. Pretenden volver a sujetar todo lo vivo y explotable con cadenas más productivas para la valorización del valor. Se caen viejos pactos y una vez más se exhibe la fuerza financiera y militar como el soporte básico para asegurar la continuidad y eventual expansión de nuevos procesos de acumulación de capital. Lo hacen, además, cuando los límites físicos y materiales de esa dinámica se manifiestan, aquí y allá, de manera catastrófica. 

De ahí que muchas ideas añejas en torno a cuestiones estratégicas de las luchas sociales, como aquellas que codificaban la potencia de las luchas en dos pasos: i) instrumentalización de la movilización social para ii) lograr la ocupación del Estado, parecen ya no tener sentido. Los gobiernos progresistas que administraron varios países de la región en décadas previas no han podido –ni han querido– desacoplarse de la forma capitalista de gestión de la interdependencia, admitiendo un lugar secundario que se coludió con el extractivismo más atroz. En su radar estuvo ausente la reflexión y ensayos posibles para desensamblarse, aún paso a paso, de los circuitos de valorización del valor. Quizá la diferencia con ciclos de lucha y contrarrevolución anteriores es que ahora todo ocurre mucho más cerca del límite físico del planeta y en las peores condiciones de desigualación y despojo registradas históricamente. Los Estados-nación –e incluso las agregaciones de Estados-nación como le ocurre a Europa– como unidad de disputa política parecen ser insuficientes cuando discurren corrientes tectónicas de confrontación desde entidades trasnacionales cuyo tamaño se ha vuelto inmenso.

De ahí la importancia de volver a preguntas básicas y concretas que exigen respuestas urgentes. ¿Qué vamos a comer y dónde vamos a vivir? ¿Cómo vamos a educar a las siguientes generaciones? ¿De qué manera vamos a encarar los problemas de salud pública y las enfermedades individuales? ¿Cómo podemos reorganizar formas de trabajo que no disuelvan el tiempo vital en rutinas incontrolables? Todas estas preguntas son las que en las últimas décadas se han hecho miles de mujeres y disidencias, nutriéndose de las experiencias de otras tramas comunitarias y populares que también se las hicieron previamente. Todas ellas han construido una y otra vez respuestas prácticas. Esa ha sido la base de su capacidad política. Son tiempos de resistencia y creación. También de profundización de reflexiones críticas para disputar, punto a punto una vez más, unos términos de gestión de la interdependencia que acelerarán la devastación.

Raquel Gutiérrez Aguilar es editora de opinión del semanario Ojala.mx y ha sido profesora investigadora en la Universidad de Puebla y en la UNAM. Entre sus publicaciones está Horizontes comunitario-populares (Traficantes de sueños. 2017)

Referencias
Castro, Diego (2022) Mandato y autodeterminación. Pistas para desarmar la trampa estadocéntrica. Ciudad de México: Bajo tierra ediciones-Zur-Andrómeda.

Chiricosta, Alessandra (2024) Contra el mito de la fuerza viril. Autodefensa en clave feminista. Ciudad de México: Bajo tierra ediciones.

Federici, Silvia (2011) Calibán y la bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria. Madrid: Traficantes de sueños.

Gago, Verónica et al. (2018) 8M Constelación feminista, ¿cuál es tu lucha? ¿cuál es tu huelga? Buenos Aires: Tinta limón.

Gago, Verónica (2020) La potencia feminista. O el deseo de cambiarlo todo. Ciudad de México: Tina limón y Bajo tierra.

Gutiérrez, Raquel (2018) “La lucha de las mujeres contra todas las violencias en México: reunir fragmentos para hallar sentido”. En Gago, Verónica et al., op. cit.

(2020) “Común, ¿hacia dónde? Metáforas para imaginar la vida colectiva más allá de la amalgama patriarcado-capitalismo y dominio colonial”. En El Apantle. Revista de estudios comunitarios. Producir lo común. Entramados comunitarios y luchas por la vida. Madrid: Traficantes de sueños.

Navarro, Mina Lorena (2015) Luchas por lo común. Antagonismo social contra el despojo de los bienes naturales en México. Ciudad de México: Bajo tierra.

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Fotografía: Viento sur

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