Por: Nosotr@s defendemos a la Madre Tierra. 16/11/2016
Mujeres en defensa de la tierra: “queremos dejar una herencia de dignidad” Las voces femeninas comca’ac, purépecha y urbanas se encuentran en la cooperativa Acapatzingo. 9 de noviembre.
Elsa trabaja con un azadón, removiendo tierra y cortando algunas raíces. Aunque la herramienta es enorme Elsa, tranquila, cava lentamente. María de Jesús limpia los cultivos concentrada hoja por hoja, en medio de chilacayotes, maíz, hierbas medicinales, jitomates, alcachofas y lechugas, algunas colgando, otras a ras de suelo, muchas más en cajones. Todos los caravaneros tienen cara de asombro y alegría. El verde del invernadero, las manos femeninas trabajando, las decenas y decenas de plantas y hortalizas hacen obvio el intenso trabajo. Aquí no sólo se cultiva, aquí se siembra vida y son las mujeres sus protagonistas. No es una comunidad campesina, no es una población indígena. Estamos en Acapatzingo. Estamos en Iztapalapa. Estamos con las mujeres de la Organización Popular Francisco Villa de Izquierda Independiente.
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“Me he quedado sin palabras al ver todo lo que se ha construido acá” dice Alan Carmona quien viene desde el Salto Jalisco, refiriéndose al trabajo comunitario y desde abajo que realiza la Organización Popular Francisco Villa Independiente (OPFVII). Una hora han durado las exposiciones de todas las comisiones de trabajo de quienes integran esta peculiar comunidad urbana, enclavada en los límites de Iztapalapa y Tláhuac. Y es que la experiencia de esta comunidad, una de varias de esta organización, fue mostrada previamente a la exposición con un recorrido.
La comunidad de 596 familias se rige por asamblea y los integrantes de la Caravana de las resistencias en defensa de la vida y la madre tierra que vienen de Sinaloa, Nayarit, la zona Costa de Chiapas, Sonora, Michoacán y Jalisco la han recorrido de punta a punta. El recorrido es apabullante y no se sabe por dónde empezar a narrar lo poco usual de una comunidad en medio de una ciudad:
Sus plantas potabilizadoras de agua o su iluminación solar en las calles internas asombraron a muchos. Su seguridad rotativa en las puertas organizada por las propias familias que ha derivado en resolución de conflictos y protocolos de emergencia hablan ya de una organización excepcional. Su “casa nuestra” y todas sus actividades culturales organizadas colectivamente hacían brillar los ojos a todos. Sus canchas realizadas con trabajo comunitario y los pozos de absorción de agua de lluvia hablan de instituciones comunitarias permanentes para lograr desde la limpieza hasta el funcionamiento cotidiano en una comunidad que se extiende por nueve hectáreas de tierra.
Pero es la visita a la radio comunitaria lo que se vuelve extraordinario: los periódicos comunales mensuales, la participación de la comunidad en la programación de “La voz de Villa”, sus numerosos talleres y productos de comunicación. Se transmite sin permiso del gobierno, pero con el permiso de la comunidad. Cuando se llega al invernadero que coordina la comisión de agricultura urbana, nadie ya lo puede creer: en medio de Iztapalapa todo germina muy verde, plantas medicinales que se proyecta sirvan a las promotoras de salud; hortalizas y trabajo agrícola, que busca hacer la reconexión entre las familias y la tierra. En este enorme invernadero, las mujeres van de aquí para allá y todo es tan organizado que sólo al verlo, sonreímos.
Por eso se entiende la opinión de Alan: “este espacio rompe con toda lógica de dónde se pueden construir las alternativas (…) están organizándose en medio de la ciudad más monstruosa del mundo y no es nada fácil (…) pareciera que están sosteniendo algo que les dejaron sus abuelos pero su comunidad es reciente (…) en los lugares con mayores conflictos, como la ciudad, ustedes están demostrando que sí se puede…ustedes… no sólo para nosotros… son un ejemplo para el mundo”
Pero quizá lo más importante es que como en muchos movimientos populares de toda América Latina, esta inusual comunidad urbana es sostenida mayoritariamente por mujeres. Son las que exponen sobre todos los trabajos. Aunque hay algunos varones, son las mujeres de esta cooperativa, llamada Acapatzingo quienes sostienen a diario, organizadas en comisiones, a esta comunidad. Alrededor de 200 de ellas, de manera más o menos rotativa participan en la estructura comunitaria que rinde cuentas a la asamblea general. Cada comisión tiene alrededor de una treintena de integrantes, que reunidos son un pequeña asamblea que decide cómo se cultiva, se mantiene la seguridad, el mantenimiento de toda la infraestructura, los pasos en el proyecto de salud comunitaria y hasta la coordinación del proyecto que también va naciendo: la primera generación de su propia preparatoria, ahí mismo en Acapatzingo.
Muchas mujeres que como hormiguitas todo el día todos los días van de aquí para allá reproduciendo la vida en común.
Por eso cuando curiosamente les toca a hablar a los de caravana, y por coincidencia son también mujeres, la conexión es inmediata. Gabriela Molina, de los Defensores del territorio comca’ac, ese pueblo indígena del estado de Sinaloa, platica cómo la minería los ha invadido. Pero también cuenta cómo han resistido, cómo expulsaron a la empresa e incluso destruyeron sus materiales. De dignidad y rabia ardieron las máquinas invasoras. Las mujeres de Acapatzingo mueven la cabeza afirmativamente cuando Gabriela les pide que ayuden a difundir su lucha. Ya han recibido amenazas y hostigamientos por defender el territorio. Las caras preocupadas de estas señoras, abuelas, madres, se van alarmando cuando la joven Gabriela narra del desastre organizado por el gobierno y las mineras en territorio comca’ac. La situación, como en muchas partes más es alarmante.
Habla también Seberiana Fabián. Y ella habla fuerte, muy claro narra su historia. No la había escuchado hablar de manera tan fluida, tan animada, tan precisa y brillante. Su historia toca a todas porque es la historia de Cherán. Sus palabras mueven a todas las presentes porque saben que esa experiencia le ha dado vuelta al país. Seberiana cuando platica de cómo se organizan en el gobierno comunal dice de Acapatzingo: ustedes son como Cherán en miniatura. Y es que resuena entre ambas experiencias algo similar: la comunidad organizada, los de abajo decidiendo y haciendo, sin partidos, sin estado, sin empresas. Todas y todos tratando de organizar una “vida digna” como reza el proyecto de la OPFVII. Son experiencias tan distintas y tan similares a la vez que por eso Seberiana sabe que hablan de lo mismo y a ella le parece como que ya sabe cómo funciona todo, porque Acapatzingo es ya un embrión de autogobierno.
Seberiana narra la expulsión de los talamontes de su comunidad y cómo se organizaron para que no regresaran. La rabia y miedo mezclados en las fogatas que de esquina en esquina además del cuidado y la vigilancia, se convirtieron en pequeños núcleos de discusión. Las asambleas de cada barrio y cómo estas mandatan a los doce integrantes del gobierno comunal. Las mujeres de la OPFVII, escuchan muy atentas y en silencio esta conversación nocturna que habla de la dignidad purépecha y de la posibilidad de otra forma de reproducir la vida.
Al terminar las largas exposiciones el vínculo que se ha creado se siente en el ambiente y es que esta conversación es muy poderosa: las mujeres indígenas se encuentran con las mujeres urbanas de las clases populares y narran sus luchas. En seguida estas últimas les responden una cascada de mensajes de unión. “Somos una comunidad valiente y les externamos el apoyo que ustedes piden. (…) Compartir y vernos a los ojos nos hermana, esta caravana es algo excepcional” dicen algunas.
“Compañeras no están solas, somos una comunidad pequeña pero nuestro corazón es muy grande y nuestra rabia contra los malos gobiernos también, somos dignos, preferimos morir dignamente que vivir de rodillas frente a un gobierno que nos chinga aún más, cuenten con nuestro apoyo” dice otra.
“Aquí somos las mujeres las que hemos echado los trabajos pa’ adelante, necesitamos enseñar a nuestros hijos, queremos dejar una herencia no de casa, no de dinero ni de carros, queremos dejar una herencia de dignidad” termina firme una mujer de unos cincuenta años y con su frase todas se sienten representadas. Concluye la reunión y todas comparten el pan antes de lentamente regresar a sus casas en esta comunidad. Acapatzingo va apagando sus luces mientras las brigadas de vigilancia cuidan el sueño de todos sus habitantes.
Los sueños de que la organización urbana se extiende. De que la dignidad purépecha se multiplica. De que la rabia comca’ac nos moviliza.
Aquí en Acapatzingo los sueños han comenzado a ser realidad porque en medio de la soledad ha prosperado lo colectivo; porque en medio de la pobreza ha crecido la organización; porque en medio de la gris ciudad ha germinado el verde de sus cultivos; porque en medio de la vorágine de la agresiva, individualista y mercantilizada Ciudad de México, se ha sembrado, ha germinado y ha crecido —como ellos mismos dicen— el “nosotros”.
Fuente: http://www.defensamadretierra.mx/nuevo/2016/11/12/mujeres-en-defensa-de-la-tierra-queremos-dejar-una-herencia-de-dignidad-las-voces-femeninas-comcaac-purepecha-y-urbanas-se-encuentran-en-la-cooperativa-acapatzingo-10-de/
Fotografía: defensamadretierra