Por: Raseef22. 14/04/2025
El drama egipcio está normalizando la idea de que la justicia se alcanza mediante la fuerza bruta, lo que refleja luchas de poder y crisis sociales más profundas.
Este artículo del periodista y novelista egipcio Ahmad El Fakharany se publicó originalmente en árabe en Raseef 22* el 12 de marzo de 2025. Global Voices publica esta versión editada como parte de un acuerdo de intercambio de contenido.
Durante el Ramadán de 2025, los dramas de la televisión egipcia continuaron dependiendo del tema del “héroe popular”, y retratando figuras que imponían justicia a través de la fuerza bruta fuera de la ley. Series como Fahd al-Batal, Sayyid al-Nas y Hakim Basha refuerzan una visión singular de la masculinidad enraizada en la violencia. Estas narrativas no emergen de un vacío, sino que reflejan cambios sociales más profundos en los que la violencia se convierte en un medio legitimo de poder y de justicia.
El auge de la violencia como herramienta narrativa
Diversos estudios demuestran que el drama egipcio ha normalizado la violencia, y ha transformado las percepciones públicas de la ley, la justicia y el orden social: el 63.3% de los televidentes creen que la delincuencia está en aumento, mientras que el 67% siente que la sociedad funciona como una jungla sin ley donde las personas deben ejercer la justicia por sus propias manos. Este no es solo un cambio en las preferencias de la audiencia, sino una reflexión de la profunda crisis en la que las instituciones no logran mediar los conflictos, y la violencia queda como el principal modo de sobrevivencia.
Este giro requiere una lectura crítica de los contextos sociopolíticos que han dado lugar a estas narrativas. ¿Refleja esta transformación del héroe popular cambios sociales reales o es una representación creada para reforzar la violencia como una verdad inevitable? Reducir la discusión a una simple demanda de la audiencia pasa por alto el hecho de que la producción artística moldea, en lugar de simplemente reflejar, la conciencia pública.
De defensor moral a víctima
Históricamente, el folclore egipcio presentaba al héroe popular como una figura de resistencia contra la tiranía. Personajes como Adham al-Sharqawi y Ali al-Zaybaq no eran simples forajidos, sino defensores de la justicia que luchaban contra corruptos gobernantes.
Por ejemplo, a Adham al-Sharqawi no se le veía como un delincuente sino como un rebelde que resistía la opresión. Su uso de la fuerza no era un fin en sí mismo, sino un último recurso para proteger a los débiles. De manera similar, Ali al-Zaybaq encarnaba al “héroe astuto”, que utilizaba la inteligencia y la sagacidad, en lugar de la fuerza bruta, para derrotar a las autoridades injustas. Estos personajes ofrecían modelos de resistencia alternativa, en los que el heroísmo no se asociaba con la violencia pura, sino con la sabiduría y la acción estratégica.
En contraste, el drama egipcio contemporáneo ha reconfigurado al héroe como una figura que asciende a través de la agresión pura. La violencia ya no es una respuesta circunstancial a la opresión, sino el rasgo definitorio del protagonista.
Cine clásico: La violencia como una reacción excepcional
A medida que el folclore egipcio pasó al cine, la representación del héroe evolucionó. Las décadas de 1950 y 1960, marcadas por transformaciones sociales, mostraron a protagonistas de clase trabajadora que luchaban por la justicia. Sin embargo, estos personajes no encarnaban una violencia imprudente. En cambio, sus luchas reflejaban tensiones de clase más amplias e injusticias estructurales.
Un ejemplo claro es «Me convirtieron en un delincuente«, película de 1954 que mostraba cómo la pobreza y la opresión sistémica podían llevar a un hombre honesto al camino del crimen. La violencia se presentaba como una consecuencia trágica y no como un método preferido de resolución. De manera similar, El Rudo (1957), protagonizada por Farid Shawqi, presentaba a un hombre de clase trabajadora que inicialmente se resistía a la corrupción, pero sucumbía al final a las mismas estructuras de poder abusivas que una vez había combatido.
Estas narrativas mantenían una ambigüedad moral: la violencia no se glorificaba, sino que se presentaba como síntoma de un sistema roto. La audiencia se solidarizaba con estos personajes no porque ejercieran poder, sino porque luchaban contra fuerzas sociales abrumadoras.
El grio hacia la violencia como identidad
Mientras el cine egipcio inicial presentaba la violencia como una opción excepcional, los diversos cambios económicos y políticos reconfiguraron su papel en el drama. Desde la década de 1990, las políticas neoliberales desmantelaron las redes de seguridad social, erosionaron la clase media y profundizaron las desigualdades económicas. El Estado dejó de aportar al bienestar, lo que obligó a las personas a adoptar una mentalidad de sobrevivencia que las llevó a celebrar al héroe solitario que depende únicamente de su fuerza personal.
En la década de 2010, particularmente después del levantamiento de 2011, este giro se hizo aún más pronunciado. La cultura popular comenzó a retratar a los actores independientes como amenazas para la estabilidad, con lo que se reforzó la idea de que la seguridad solo se puede mantener a través de la fuerza. En series como Al-Usṭūra (2016), el protagonista Rifa’i al-Desouki asciende como líder de una banda, no porque sea inherentemente criminal, sino porque la sociedad no ofrece otro medio para ganar poder o protección. Estas historias sugieren que no existe justicia institucional, lo que convierte a la violencia en una herramienta, y también en un camino inevitable hacia la sobrevivencia.
Esta normalización de la brutalidad no es fortuita. Sirve a intereses económicos y políticos más amplios, condiciona al público a aceptar la violencia como un aspecto ineludible de la realidad en lugar de cuestionar las estructuras que la hacen necesaria.
La contrarrevolución y la reinvención de la tiranía en el drama
El período posterior a la revolución de 2011 trajo una nueva fase en el drama egipcio: un intento directo de controlar la imagen del héroe popular. Después de 2013, las narrativas comenzaron a enmarcar a los héroes independientes como peligrosos, a menos que estuvieran integrados en las estructuras del Estado. El cambio fue más visible en Al-Ikhtiyar (La elección), serie de 2020 que redefinió el heroísmo a través de figuras militares y policiales, y que pintó a todos los disidentes como amenazas potenciales.
Esta transformación fue parte de una iniciativa mayor para reclamar las narrativas culturales y garantizar que la representación heroica fuera acorde con la ideología estatal. El resultado fue eliminar al héroe independiente impulsado por su moral que se opone a la opresión, y su reemplazo por una figura que sirve al poder del Estado o por una fuerza caótica e incontrolable.
La economía política de la violencia en el drama
La creciente atención en héroes violentos también está impulsada por intereses comerciales. Según un informe de Carnegie de 2024, las compañías de producción egipcias priorizan los dramas de alta audiencia sobre las narrativas sutiles. Los programas sobre acción, venganza y agresión garantizan mayor audiencia, lo que maximiza los ingresos por publicidad.
La violencia, por lo tanto, no es solo una elección temática, sino una estrategia económica. Con el capital privado dominando la industria, el valor de entretenimiento supera la integridad artística, y deja de lado narrativas sociales complejas en favor de contenido formulado que prospera en el espectáculo.
Esta comercialización influye en las percepciones de la audiencia. Un estudio de 2022 de Hussein Khalifa encontró que el drama egipcio contemporáneo moldea significativamente las actitudes públicas hacia la delincuencia y la aplicación de la ley. Alrededor del 67% de los televidentes encuestados creían que tomar la justicia por sus propias manos era necesario, lo que refleja cómo el consumo de medios refuerza los comportamientos en el mundo real.
El futuro del héroe popular
La representación del héroe popular en el drama egipcio ha tenido un giro dramático, y pasado de ser una figura de lucha colectiva a una persona aislada impulsada por la sobrevivencia personal. Esta evolución refleja transformaciones sociales más amplias, pero también sirve a las agendas políticas y comerciales.
En lugar de ofrecer narrativas diversas que cuestionen las raíces de la violencia, el drama contemporáneo presenta a la agresión como el único camino viable al éxito. El problema no es la presencia de personajes fuertes y de acción, sino la reducción del heroísmo a la fuerza bruta, que elimina modelos alternativos de resistencia y justicia.
Reimaginar al héroe popular requiere ir más allá de las fórmulas comerciales que giran en torno al Estado, para explorar caracterizaciones más profundas y complejas que reflejen la riqueza de las realidades sociales egipcias. De lo contrario, el drama egipcio corre el riesgo de perpetuar una cultura en la que la violencia no es solo entretenimiento, sino una profecía autocumplida.
Como señaló el investigador y escritor Abduh al-Barmawi en una publicación en redes sociales:
Esta persistente representación de la violencia que hacen los productores tiene un papel peligroso al borrar la conciencia de un mundo popular más complejo y profundamente humano. Marginaliza las expresiones artísticas que realmente representan las luchas de las comunidades pobres y trabajadoras, y refuerza una única narrativa en la que la fuerza bruta y la venganza perpetua dominan todas las relaciones.
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Fotografía: Agencia presentes. Captura del avance de la serie dramática de 2025 “Sayyid al-Nas”, que muestra al actor Amro Saad. Publicado en YouTube por el usuario Shahid. Uso legítimo.