Por: Pradaraul. 20/09/2024
¿De qué manera enfocar lo que está ocurriendo, en lo que respecta a la expansión de los incendios, también a su repetición intermitente, así como también a su intensidad creciente? No se trata, obviamente, de buscar culpables, aunque si hay responsables. Para comenzar, estos responsables tienen que ver con los Estados, los gobiernos, las estructuras económicas y sus proyecciones, respecto a lo que entienden por “desarrollo”. En consecuencia, podemos hablar de una estructura causal, es decir, de una estructura de causas, que desatan las consecuencias que estamos experimentando y que padecemos, en tanto la propagación de incendios. Ya se sabe que es una combinación compleja entre las transformaciones climáticas devastadoras e intervenciones humanas, que tienen que ver precisamente con una concepción del “desarrollo” y una concepción de la economía, que basa su crecimiento en la ampliación de la frontera agrícola y en la extracción de los recursos naturales.
Esta es pues la matriz del problema, que llamamos crisis ecológica e impacto social y cultural, de los incendios que asolan la Amazonia, aunque también los bosques del sur, que tienen que ver con el Chaco. Incluso se han registrado incendios en el Parque Tunari, vale decir en el valle de Cochabamba. Nunca como antes la expansión abrumadora del humo, de los flujos de humo, de nubarrones de humo persistentes, que toman el aire de inmensos territorios de Sudamérica, nos muestra su avance devastador, sobretodo en lo que respecta a las ciudades, a las atmósferas urbanas, que están tomadas por esta ceniza proliferante, en el aire durante un largo tiempo.
¿Quienes están involucrados en esta estructura causal de la destrucción ecológica? Hablamos de varios estratos sociales, que están interesados en la ampliación de la frontera agrícola. Están los latifundistas, los ganaderos, los soyeros, también hay que nombrar a las expansiones supuestamente campesinas, que se instalan como colonizadores, en las nuevas tierras arrasadas por el fuego.
En Bolivia la mayor parte de las tierras incineradas tienen que ver con las áreas fiscales, los parques, áreas protegidas y territorios indígenas. Aunque hay otra parte que tiene que ver con los asentamientos de los agropecuarios medianos y grandes, así como también pequeños. En pocas palabras estos datos nos muestran concomitancias y complicidades, además de vínculos y articulaciones, en lo que respecta a la destrucción de los ecosistemas. Para decirlo del modo como lo hemos dicho siempre, se trata del modelo colonial extractivista del capitalismo dependiente. Al que hay que entender no solamente como extractivismo minero, sino también como extractivismo no minero, de una agricultura y ganadería expansivas, sobretodo vinculada al monocultivo. Todo eso tiene que ver con el tráfico de tierras. Se sabe que un gran contingente de comunidades recientes, que se han hecho dar tierras con el INRA, son comunidades fantasmas, es decir, que no existen. Solo un 15% de estas comunidades son asentamientos concretados de campesinos. ¿Qué pasa entonces con el resto?
Las comunidades fantasmas son los fantasmas que asolan el territorio, que arrasan el territorio, que lo queman, para preparar el espacio desolado a su venta y entrega a latifundistas, agroindustriales, a soyeros y ganaderos. En consecuencia, hay una complicidad pues entre estos estratos sociales, para no hablar de concomitancias perversas de clases sociales.
La materia y el objeto de poder, de este conglomerado social extractivista, son los ecosistemas, los bosques y los espesores territoriales, las cuencas, los ríos las atmósferas, los territorios indígenas y los cuerpos sociales. Entonces, se trata de toda una estructura de poder, que busca, por despojamiento y desposesión, incorporar territorios, ecológicamente sostenibles, a la vorágine y angurria del capitalismo expansivo y demoledor. El apoyo para efectuar esta tarea, que beneficia al capital financiero y especulativo, vine de parte de los gobiernos, se trate de gobiernos de demagogia populista o de gobiernos que se declaran rabiosamente neoliberales. En ambos casos la complicidad, la concomitancia y la vinculación, a pesar de las contrastes, es evidente.
En Bolivia el trastrocamiento de la economía y su consecuente flexibilización, se ha dado desde la relocalización minera, efectuada en 1985, dando lugar a la expansión de la economía informal y de las llamadas cooperativas mineras, que han crecido gracias a la transferencia de concesiones de COMIBOL. El fenómeno del la informalidad, de la terciarización de la economía, de la expansión de las cooperativistas mineras, arranca durante los periodos neoliberales. Lo sorprendente es que, bajo las gestiones de los gobiernos neopopulistas, continúa su desenvolvimiento de una manera desmesurada. Desde el punto de vista histórico y económico, se puede decir que se da lugar a la expansión del modelo colonial extractivista del capitalismo dependiente. Se puede decir que las políticas económicas y su efectivización, bajo las gestiones de los gobiernos neopopulistas, fue una continuidad de las políticas económicas y su efectivización, dada durante los gobiernos neoliberales.
¿Es esto una paradoja? Desde el punto de vista ideológico parece que sí. Sin embargo, hay que anotar que, dada la crisis ideológica, desatada a partir de la caída de los Estados socialistas de la Europa oriental y de la Unión Soviética, prácticamente las diferencias ideológicas han desaparecido, se han vuelto aparentes o retóricas. Lo que cuenta, desde el punto de vista práctico, es el desenvolvimiento de la facticidad económica y social, además de política. Desde esa perspectiva, más bien, vemos que se trata de dos expresiones discursivas, vaciadas de sus contenidos, que enarbolan pretensiones de legitimidad, lo que es imposible de lograrlo. Empero se da lugar, de todas formas, a un “desarrollo” escandaloso de acumulación ampliada de capital, basada en la acumulación originaria de capital, repetida anacrónicamente, que se concreta con la desposesión y el despojamiento, vale decir, con la destrucción de los ecosistemas, de las comunidades, las naciones y pueblos indígenas, destrucción de las áreas protegidas y de los parques nacionales.
En otras palabras, en pleno siglo XXI, las versiones fácticas del neopopulismo y del neoliberalismo se han encontrado en un desenvolvimiento similar. No pueden desarrollarse sin destruir la naturaleza, sin ampliar la frontera agrícola, sin arrancarle al subsuelo sus riquezas naturales. Dejando, además de huellas ecológicas, cementerios mineros y huecos de muerte. El llamado “desarrollo” queda para el cambiante centro del sistema mundo capitalista y las minorías de los estratos burgueses que dominan el mundo, Que ejercen su poder en las regiones continentales y en las naciones desposeídas y desoladas.
Volviendo a los incendios, podemos ver que ya hay una larga historia intermitente de su repetición inaudita, cada vez más extensa e intensa, además de devastadora. Es decir, la ampliación de la frontera agrícola no ha parado. Se ha dado, de hecho, a través de versiones políticas neoliberales y de versiones políticas neopopulistas, a un ritmo que podemos reconocer como pendular.
El problema no solamente consiste en esta. desdichada marcha de destrucción contra los ecosistemas, contra la sociedades y los pueblos, sino que, cada vez más, los efectos son cualitativamente más demoledores, a tal punto, que hemos llegado a un momento crucial de punto de inflexión, cuando se puede hablar, con cierta certeza, del ingreso a la era de extinción.
Recientemente en Bolivia se han quemado cuatro millones de hectáreas de bosques y pastizales. Si nos remontamos hacia atrás, si hacemos recuentos retrospectivos, vamos a encontrarnos con otras cifras espeluznantes, en unos casos menores, en otros casos mayores, como lo que ocurrió el 2019. Al respecto, ya podemos hablar de una planificación de la destrucción, con el objeto de la acumulación de capital, de la ganancia y del enriquecimiento de minorías. Una planificación que cuenta con el dispositivo principal de monopolio de la violencia, que ejercen los gobiernos. En el caso de Bolivia, se cuenta con las gestiones de gobierno de la forma de gubernamentalidad clientelar. Con antelación se promulgaron leyes, que permiten el avasallamiento, el chaqueo desmesurado y la incineración desmedida de los bosques. En otras palabras, se promulgaron estas leyes, desplegando consabida intención, sabiendo lo que iba a venir y conociendo sus consecuencias. A partir de estas leyes se ha incrementado el avance demoledor de la frontera agrícola, contra los espesores ecológicos y culturales comunitarios. El presente mapa de incendios, que alcanza la cifra escalofriante de cuatro millones de hectáreas, ha preparado el espacio demolido y arrasado para el asentamiento de propiedades que llaman medianas. Por eso se presentó en el Congreso una ley para ratificar estos asentamientos, que corresponden precisamente a la consolidación de propiedades ecocidas, que se construyen sobre las cenizas de los bosques y de los cadáveres de plantas y animales.
Lo que hace el gobierno al trasladar su gabinete ampliado a la ciudad de Santa Cruz, para “conducir”, como dicen, la “lucha contra los incendios”, no es más que una pantomima, un teatro político, que difunden los medios de comunicación, como eco insólito y publicitario. Esta es la treta, la artera táctica de distracción y encubrimiento, de un ecocidio, anunciado de antemano, con años de anticipación. El problema es que hay gente que se toma en serio este teatro político, esta comedia burlesca. Lo hacen los medios de comunicación, los partidos políticos, sean oficialistas o de la oposición. Se lo toman en serio, o hacen que parezca, las apócrifas organizaciones sociales. Se lo toman en serio, o aparentan, los histriónicos candidatos a la presidencia, que se disputan las siglas de un partido. Esta guerra política es, en gran parte, fantasmagórica, pues se despliega sobre montañas de cadáveres de bosques, de plantas y animales, sobre ruinas de comunidades indígenas, mientras los “lobos” muestran sus caninos, siendo las expresiones políticas de siempre.
En resumen, no hay culpables sino responsables, como hemos dicho, de la tragedia ecológica a la que asistimos y padecemos. Esto corresponde a la estructura causal del ecocidio, de la crisis ecológica, de la crisis social y cultural. Esto último porque se han vaciado los contenidos simbólicos, se han trivializado los conceptos y se manifiesta el derrumbe, más estrepitoso, ético y moral.

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Fotografía: Pradaraul