Por: José Joaquín Brunner. Otras Voces en Educación. 17/04/2016
La impresión que se tiene es que el progresismo chileno no habla mucho de ciertos tópicos por miedo a revelar su desnudez discursiva; o las contradicciones de su pensamiento; o las rupturas (nunca reconocidas) dentro de ese mismo pensamiento con su propio pasado; o su caminar puramente táctico y adaptativo frente a las circunstancias de opinión pública encuestada o de coyuntura electoral.
I
Quienes alguna vez pensaron que con el fin de la guerra fría, la caída del muro de Berlín, el desmoronamiento del bloque soviético y la crisis financieras del capitalismo se ponía término a la era de las ideologías, a los conflictos entre visiones de mundo y a la propia historia entendida como lucha por el poder, se equivocaron medio a medio.
Cometieron el error de juzgar la historia larga por la intensidad de un momento histórico pasajero. Creyeron que el repertorio de los “ismos” (nacionalismo, populismo, comunismo, neoliberalismo, socialismo, comunitarismo, etc.) es finito y que había llegado la hora de la administración puramente racional, científico-técnica de las sociedades. Cuantas veces escuchamos decir: “ya no hay más izquierda ni derecha; las ideologías son cosas del pasado; en adelante no habrá política sino que mera administración y mercado, planificación y competencia y, las fallas que se puedan producir serán resueltas con las nuevas y eficientes herramientas de coordinación inteligente y de la gestión orientada a resultados”.
Hoy vemos que la historia –a nivel global, regional, nacional y local– avanza de conflicto en conflicto; que efectivamente hay choques de religiones y de economías; que los Estados se hallan bajo una enorme tensión y algunos fracasan en su misión de mantener un orden mínimo que evite la destrucción de todos contra todos en sus respectivas sociedades; y que los “ismos” del posmodernismo son similares a los de antes aunque lleven nuevos nombres como indignados o neonazis o progresismos o liberalismos sociales.
Sobre todo, a un lado y al otro de la divisoria de las aguas ideológicas reina la confusión, como vemos en nuestro país y en nuestra región y, más allá, en otras partes del mundo. Muchas ideologías que circulan en el mercado de las ideas y las consignas semejan remedos del pasado o balbuceos que apenas comienzan a despertar al nuevo siglo y a las nuevas realidades y fenómenos que nos rodean.
La derecha chilena, ha dicho en una entrevista del día domingo pasado uno de sus intelectuales promisorios, se halla en coma; es un proyecto político escasamente reflexivo, desconectado de la realidad. Sin una visión de mundo y una ideología, por tanto. Otro igualmente promisorio y con visión lúcida de su sector, postula la necesidad de poner en perspectiva histórica al pensamiento de derecha para poder reconocerlo en su diversidad de tradiciones. Debe contar, agrega, con una interpretación de la sociedad actual, redefinir su concepto de justicia, asumir la mayor complejidad de las funciones del Estado y elaborar un concepto más equilibrado entre los ámbitos público y privado. Propone pues, un verdadero aggiornamento de la ideologías liberal y conservadora.
II
Nuestra izquierda, en tanto, contempla estupefacta cambios que no logra entender. ¿Cómo pensar a Cuba, el símbolo de un generación latinoamericana (de la cual formé parte), ahora que los presidentes Obama y Castro señalizan inconfundiblemente el tránsito de la revolución hacia el capitalismo bajo un Estado militar-autoritario que buscará mantener una ideología de orden y progreso, como ocurre en China o Vietnam? ¿Y qué explicación ofrecer para el mal momento de los gobiernos “progresistas” –bajo diversas banderas y lemas– de Argentina (hasta ayer), Venezuela, Bolivia, Ecuador, Perú y Brasil?
¿Y cómo dar cuenta del hecho que de los 28 países que forman parte de la Unión Europea, cuna del Estado de bienestar y de las socialdemocracias más decantadas, solo dos poseían gobiernos que podían llamarse al final de 2015 propiamente de izquierda (Grecia y Portugal) –ambos conmovidos por crisis económicas– mientras otros seis eran de centroizquierda (Eslovaquia, Eslovenia, Francia, Italia, Malta y Suecia), siendo administrados los demás por gobiernos de derecha, centro-derecha, grandes coaliciones o partidos centristas?
¿Qué decir, en tanto, más allá de las cambiantes ideologías y la denominación de las fuerzas gobernantes según su ubicación en la dimensión izquierda-derecha, de las diversas culturas que expresan y vuelven inteligibles a los partidos políticos progresistas y sus coaliciones?
Por ejemplo, ¿qué interpretación del mundo y de sus actuales conflictos tienen los partidos progresistas chilenos? ¿Qué dice el PC, por ejemplo, del paso de Cuba desde su economía de escasez socialista de Estado a una de capitalismo de Estado, cuando hace no mucho, en el lanzamiento del XXV Congreso, el Secretario General del partido chileno volvía a repetir –una vez más– que el modelo de acumulación capitalista “está haciendo crisis, al menos en América Latina?”
En la misma ocasión, el Secretario General llamaba al gobierno chileno a ampliar relaciones con China, otro país capitalista de Estado “a todo dar”, y con Rusia, país que –como explica un intelectual húngaro– se caracteriza actualmente por tener un Estado-Mafioso y no sólo un capitalismo de compadres.
Por otro lado, en el mismo discurso, la autoridad del PC fustiga las “intervenciones guerreristas directas” de los EEUU. Luego, pocas líneas más abajo, declara: “somos entusiastas partidarios del proceso que lleva al restablecimiento pleno de las relaciones entre Cuba y los Estados Unidos…”. ¿En qué quedamos? ¿Cómo entender este tipo de flagrantes contradicciones y un discurso así de tributario de la vieja retórica internacional comunista de los años 1950 y 1960?
Si esto ocurre con el PC, a fin de cuentas uno de los partidos organizacionalmente más consistentes y robustos del escenario político chileno, ¿qué se podría esperar de las otras corrientes progresistas?
¿Dónde inscribir, por ejemplo, al PPD, un partido que se decía pragmático, moderno, renovado ideológicamente, de impronta social y libertaria, pero cuya ideología hoy se mueve entre retroexcavadoras y caudillos, nacionalismos agresivos y una suerte de liberalismo del free for all, entre algo más de capitalismo de Estado y algo menos de comunitarismo socialcristiano?
¿Y qué hacer ideológicamente con el PR, una especie de fantasma de su propia sombra, con nostalgia del Estado de fomento y del Estado docente y el Estado previsional correspondientes a la etapa inicial de la modernización capitalista en Chile?
¿Y qué decir del PS, cuya ideología partidista solía tener raíces en las luchas obreras y cuyo socialismo era antagónico al estalinismo, pero que hoy –mediante una renovación incompleta– se ha vuelto un “partido de programa”, a la búsqueda de un capitalismo más regulado, unos mercados más controlados, un Estado más social, una política democrática más participativa y una retórica más marcadamente anti-burguesa?
En fin, ¿qué separa –en términos de nuestros partidos progresistas tradicionales– a las diferentes ideologías y culturas a este lado (el izquierdo) de la brecha que divide las ideas y los discursos políticos? ¿Apelan acaso todavía a utopías más o menos radicales? ¿Poseen apoyos de clase social distintos entre sí? ¿Qué valores de libertad, igualdad y fraternidad encarnan para el Chile de hoy? ¿Cómo se plantean frente a la antigua URSS y los regímenes totalitarios del Gulag y los procesos de Moscú? ¿Qué piensan sustantivamente de la democracia como forma de convivencia, de representación, participación y deliberación? ¿Qué piensan del capitalismo y sus reformas, del orden global capitalista, del modo de producción de China y del capitalismo emergente en Cuba? ¿Cuál es su posición frente a las coordinaciones de mercado, a las autorregulaciones organizacionales del capitalismo, a los regímenes mixtos de provisión de bienes públicos?
La impresión que se tiene es que el progresismo chileno no habla mucho de ninguno de estos tópicos por miedo a revelar su desnudez discursiva; o las contradicciones de su pensamiento; o las rupturas (nunca reconocidas) dentro de ese mismo pensamiento con su propio pasado; o su caminar puramente táctico y adaptativo frente a las circunstancias de opinión pública encuestada o de coyuntura electoral.
Hemos ingresado a un tiempo de izquierdas posmodernas, líquidas, fragmentadas, cuyo pensamiento más parece un collage y a veces una parodia del pasado que el resultado de una sostenida reflexión sobre las contradicciones de las sociedades contemporáneas, sus tensiones y líneas de fuerza, sus dinámicas y fracturas.
Se tiene la sensación de que el progresismo no ha podido reconocer aún la extensa, global, imposición del capitalismo y sus contradicciones culturales. Ni ha podido elaborar una visión de la gobernanza y del Estado requeridos para el presente siglo ni una imagen posible de la recomposición del orden global a partir de las limitadas opciones que ofrecen los Estados-nacionales y la retórica bien pensante de los organismos internacionales.
En este punto nos encontramos: al final de un recorrido conocido pero sin querer tomar el menos transitado que aparece por delante. Me recuerda a los versos del poeta Robert Frost: “Dos caminos se bifurcaban en un bosque y yo,/Yo tomé el menos transitado,/ Y eso hizo toda la diferencia” (Two roads diverged in a wood, and I—/ I took the one less traveled by,/And that has made all the difference).
Fuente: http://otrasvoceseneducacion.org/archivos/16212
Fotografía: nuso.org