Por: Jorge Zepeda Patterson. 29/12/2020
Es tal la polarización entre los mexicanos que los dos primeros años de Gobierno no pueden ser abordados como el vaso medio lleno de agua o medio vacío. Estamos tan enfrentados que ya ni siquiera podemos ponernos de acuerdo si lo que estamos viendo es agua o, de plano, si hay un vaso enfrente. El Presidente describe un país que solo parece existir en su cabeza, a juicio de sus adversarios; y estos defienden un status quo como si fuera el de todos los mexicanos cuando la mitad nunca pudo entrar en él. Dos universos paralelos con muy escasos puentes para entenderse entre sí.
Y justo me parece que ese es quizá el principal reclamo que podría hacerse en el balance de estos dos años: los mexicanos no hemos podido enfrentar la necesidad de acometer un giro en el timón sin terminar arañándonos unos a otros. Es una lástima porque me parece que en lo esencial la mayoría estábamos de acuerdo con el diagnóstico: la corrupción había alcanzado niveles insoportables, la desigualdad social y la economía informal eran muestra palpable de que el sistema se había agotado en lo esencial y las muestras de rabia y desesperación de los de abajo barruntaban riesgos reales de inestabilidad política y social. Aunque López Obrador seguía inspirando desconfianza a muchos ciudadanos, incluso en esos círculos se entendía que podría ser necesario un impulso pendular de cara a la indignación y a la tensión crecientes. “Es el tiempo de los pobres por el bien de todos”, era una premisa en la que podían coincidir la mayoría de los mexicanos en lo general. El problema es que en lo particular nos hicimos trizas.
El estilo personal de López Obrador, provocador y confrontador, es en parte responsable de este México bipolar en el que nos hemos convertido. Pero también es cierto que para pelearse se necesitan dos. Para los sectores medios y altos una cosa era aceptar, incluso con gracia y generosidad, que había que hacer algo por los pobres y otra muy distinta sonreír cuando resultó que poner en práctica esa premisa implicaba perder algunas ventajas.
Lo que ha estado haciendo López Obrador, a tirones y jalones, no es más que la respuesta a la responsabilidad histórica que le tocó afrontar. Fue elegido en nombre de los muchos que exigían un cambio y eso es justamente lo que ha intentado hacer a su buen entender. Levantar el poder adquisitivo de los grupos más desprotegidos mediante transferencias económicas, aumentar radicalmente el salario mínimo, combatir la evasión fiscal de los sectores privilegiados, cambiar la legislación sindical en detrimento de los líderes charros, eliminar el gasto suntuario del Gobierno, erradicar las capas empresariales engordadas por contratos leoninos, combatir la corrupción en la administración pública, desviar el flujo de recursos hacia regiones desdeñadas (el sureste) y grupos sociales desprotegidos y un largo etcétera. Lo ha hecho sin violencia o represión y sin recurrir al endeudamiento externo o el déficit público, recursos usuales de los gobiernos populistas.
Los modos son atropellados y los argumentos con frecuencia están contaminados por la provocación o la soberbia. El desgaste político y estructural termina siendo más alto del que hubiera sido necesario. El Gobierno hizo bien en hacer cirugía mayor en materia de fideicomisos o del llamado outsourcing, por ejemplo, porque los abusos y la corrupción resultaban evidentes. Pero también es obvio que se utilizó cuchillo de carnicero donde tenía que haberse empleado un bisturí.
Probablemente la mayor parte de los fideicomisos no tenían razón de ser y muchos de ellos operaban en la opacidad o peor aun eran la vía para el saqueo. No obstante, había algunos que cumplían tareas esenciales para determinados sectores y comunidades. Da la impresión de que en las prisas por extirpar tumores no se tienen muchos miramientos para sacrificar tejido sano.
Para muchos estas objeciones son suficientes para descalificar por completo las buenas intenciones de su gobierno (los que siempre han estado en su contra, obvio decir, ni siquiera le atribuyen buenas intenciones). Otros, y es mi caso, asumirán que tras el sexenio de López Obrador habrá mucho que reparar y afinar, pero en lo sustancial concluiríamos que el Gobierno se inclinó en la dirección correcta. Me habría gustado que se hilara fino desde el primer momento o se hubieran evitado pleitos innecesarios, pero entiendo que en medio de la batalla política se hizo lo que se pudo y con los errores y aciertos que permitían los cuadros de la 4T que se tenían, incluyendo a su propio líder, él mismo un ser humano preñado de virtudes y defectos, como cualquier otro.
¿Cuál es el balance de los dos primeros años del Gobierno de AMLO? Me parece que la respuesta tiene que ver con cuánto realmente nos importan los pobres. Muchos dirán que no es así, que un Gobierno ineficiente perjudica también a los pobres; pero no dejo de pensar que, en tal caso, los gobiernos anteriores igualmente los perjudicaban salvo que no les transferían 700 mil millones en apoyos, como hace este.
Ejemplos para mostrar los equívocos del Gobierno sobran. Pero también sobran los ejemplos que documentan la manera en que por fin se está operando a favor de los que menos tienen. ¿Podría hacerse de mejor manera?, sin duda.
Algunos de mis colegas suelen decir que el Gobierno está destruyendo más de lo que está construyendo, que el modelo anterior tenía defectos y solo había que corregirlos para alcanzar una sociedad más moderna y democrática. Otros pensaríamos que para la mitad del México más lastimado en realidad íbamos en la dirección contraria y que no bastaba corregir defectos sino cambiar el modelo. Pese a sus rusticidades e improvisaciones me parece que los errores de la 4T son preferibles que los errores de sexenios anteriores, porque al menos está intentando hacer algo sobre la deuda moral que tenemos con los de abajo. Estoy de acuerdo que tampoco puede ignorarse indefinidamente a la otra mitad de México, la más próspera, y que tras el repentino giro en el timón habrá que recomponer, restañar heridas y restablecer el tejido sano que sí ha sido afectado. Dos años polémicos y complicados, con el agravante de una pandemia histórica en el camino. Y sin embargo, algo por fin se mueve para los que durante tanto tiempo habían sido desdeñados.