Por: Raúl Esquivel. 01/09/2021
“¿Que me ves wey?”
Una mirada retadora y una mentada de madre, fueron la respuesta del Grillo a mi curiosa mirada.
Caminando por las calles asfálticas del DeFectuoso, la casualidad topó mis recuerdos.
Sucio, maloliente y madreado, sentado en su alucinante realidad, estaba el Grillo.
Lo observé, miré… recordé.
Unos 10 años menos que yo, tenía El Grillo. Seguía siempre al personal a todas partes y era el clásico curioso en los refuegos machines del Barrio.
Chavito rocanrolero, chaparrito y a toda madre era El Grillo.
Su jefa era sirvienta de un artista acá de alto caché. Su jefe era un pinche marihuano valemadres y ojete del Barrio.
Desde que lo conocí, sus ojos siempre estuvieron morados y rojos…rojos por tanto llorar, rojos por tanto inhalar.
Morados siempre, por tantas madrizas de su pinche Padre.
Dos-tres veces (muchas en realidad!) la Banda le hacíamos el paro con los alucines de su jefe. Muchas veces le dimos una “calentadita” a su pinche y ojete Padre, y muchas más llámamos a las pedorras autoridades que nunca llegaban. Para el jodido pocas veces (nunca!) hay prioridad.
Un septiembre de los noventa, día de jubilo nacional, su jefe se pasó de dosis y alcohol.
Toda la Banda festejaba y rocanroleaba en la banqueta del Barrio.
Mientras el personal gritaba: ¡Viva México cabrones! y libaba alegremente el orgullo Meshica…El Grillo suplicaba piedad a su pinche Padre.
Orinando en el poste de luz estaba yo. Medio pedo, alcé la vista buscando la luna de septiembre.
No la vi.
Fuegos artificiales, cohetes y cuetes impedían admirar el satélite natural.
Bajé la vista para guardar mi instrumento y me llamó la atención dos siluetas forcejeando en la ventana de El Grillo. Escuché unos gritos provenientes de aquélla su ventana y le chiflé a la Banda….¡Ey, ésos!
Casi quedándome sin hombría, me subí el cierre de mi entubado panto de mezclilla desgastada y eché pata con la Banda hacia la entrada de la vecindad.
Sabedores de la ojetez de aquél cabrón con su hijo, en chinga subimos las escaleras de aquélla vecindad y a patadas tumbamos la vieja madera que servía de puerta.
En un charco de sangre y con los pantalones a los tobillos estaba el vicioso animal retorcido de dolor.
En un rincón de aquél humilde cuarto, madreado y llorando, El Grillo sostenía un cuchillo de cocina.
Su jefe se fue al infierno y El Grillo al tutelar.
El tiempo pasó y aquélla noventera década acabó.
Abril 2020
“¿Que me ves wey?”
Su nublada visión envuelta en resistol y su dolor infantil, le mentaban la madre a mi presencia, al sistema en realidad.
Su mente ya estaba tronada.
Sus cicatrices infantiles quebraron sus sueños, el thinner su espíritu.
“¿Que me ves wey?”
Lo miré, me miró.
Me observó con los mismos ojos tristes de aquél Septiembre.
Saqué de mi roto y jodido bolsillo izquierdo un cigarro y unas monedas.
Le dí una palmada a su miseria, le puse las monedas en su tristeza, y me alejé.
Con la cabeza mirando el frío asfalto DeFeño, le dediqué una lágrima escurrida por mi mejilla izquierda.
Fumé.
El Grillo…
®Rock and Rul (2020)
Fotografía: Pressenza