Por: Esther Peñas. 07/09/2024
Hay pocos escritores compasivos con sus personajes, que preserven su dignidad y que traten de comprenderlos desde una cierta mirada amorosa. Pablo d’Ors (Madrid, 1963), inspirado prosista de lo cotidiano y profeta de la literatura de la luz, pertenece a esa estirpe, la de Cervantes, Dickens o Tolstói. ‘Los contemplativos’ (Galaxia Gutenberg, 2023) es su segundo libro de cuentos, un género que ya practicó hace más de veinte años, con ‘El estreno’. Hoy convoca a tantos entusiastas que requiere un teatro, el de la Zarzuela, para presentar sus libros. En su último libro, el filósofo y sacerdote pretende ser un humilde repertorio de espiritualidad. Ni más, ni menos.
¿Cuál es la actitud que nos permite ser contemplativos?
Hablaría de una triple disposición. La primera, tener claro que contemplar es no actuar, por tanto, ese afán intervencionista de participar inmediatamente de la realidad habría que retenerlo, no ser reactivo. La segunda, el contemplativo actúa por dentro, se mueve en el paradigma de la interioridad. Y, la tercera, la mirada amorosa: la contemplación es mirarnos amorosamente. En la medida en que lo hacemos, vamos sanando y se va conjurando el amor en lo exterior. Este libro, mi obra literaria y mi vida entera se resumen en eso. Si nos centramos más en ofrecer la mejor versión de nosotros mismos, los cambios exteriores tendrán fundamento, si no, no.
Habla de la facultad de «ser pasivo», de dejarse afectar. Sin embargo, qué mala prensa tiene esa expresión.
Hemos hecho un mito del pensamiento y de la acción y somos víctimas del espejismo prometeico de creer que somos nosotros los que vamos a cambiar el mundo y, de hecho, estamos más que nunca en esa pretensión. Si dejásemos que las cosas siguieran su curso, descubriríamos que muchas veces su deriva es mucho mejor que cuando nosotros intervenimos. Invito a hacer la experiencia. Me sucede a menudo que tengo deseo de participar en una conversación, pero me retengo las ganas de hablar y casi siempre descubro que ha sido mucho mejor.
«En la medida en que hacemos lo que nos corresponde somos libres»
Siguiendo su razonamiento, no se puede no ser un escritor contemplativo…
La escritura es un ejercicio espiritual, necesita tiempo, silencio, parar. En ese ejercicio hay distintos niveles de profundidad, uno puede escuchar lo más externo, algo de su interior o lo más íntimo. Sucede que la literatura se ha enamorado del mal, de la sombra, de la oscuridad, y la narrativa de hoy solo nos habla de lo sombrío. Hablar del mal está bien, porque forma parte del ser humano, pero lo sombrío no tiene la última palabra, sino que hay una entraña de luz, la esperanza de la renovación. Cuanto más profunda, más contemplativa es la mirada, más justicia narrativa hace el escritor a la realidad.
¿Cuánto de azar y voluntad hay en la escritura?
No lo llamaría azar, sino regalo de los dioses, inspiración. De voluntad, mucho, sin un gran tesón, sin una enorme determinación, incluso una obstinación, es difícil sacar adelante un proyecto literario de envergadura. Uno tiene que tener una claridad vocacional, de oficio y de estilo de vida. Pero eso no basta. Junto la disciplina, se requiere la capacidad de acoger los regalos. Uno escribe para saber qué tiene que escribir, es la propia escritura la que te va revelando lo que tiene que salir; en ese sentido, no elegimos nosotros nuestros temas, sino que somos elegidos por ellos y, en la medida que seamos capaces de esperar los temas, los personajes, las situaciones, lo que sale es lo que tiene que salir.
Habla de escritura y vida como si fueran una ósmosis, pero hay autores cuya obra es incontestable y su vida, cuando menos, reprobable; pienso en Heidegger, en Céline, en Pound…
Es muy interesante porque lo que está detrás de lo que planteas es la pregunta de qué es cultura. Podemos llamar cultura a algo que no hace humano al ser humano, que lo deshumaniza… Los escritores de lo oscuro, como Céline, son necesarios, pero quedarse en ellos y agotar la literatura en eso no sé hasta qué punto beneficia a la humanidad y a los lectores que solo leen ese tipo de literatura. Hay un vínculo profundo entre la verdad, la belleza y el bien. La belleza es más bella cuanto más verdadera es, y la verdad se reconoce por sus frutos: si un texto produce frutos de armonía y compasión, ese texto tiene más posibilidades de ser verdad que si no los produce; eso no significa que lo oscuro, lo que no es la última verdad, no tenga su fascinación.
Pienso en el primer cuento de Los contemplativos, «El estilo Wu», en la historia de amor entre Irja-Luisa y el narrador. ¿Cuánto de mentira tiene la memoria? ¿Y la escritura?
No lo llamaría mentira, hablaría de imaginación, el pasado no es otra cosa que la reconstrucción imaginaria a partir de la memoria de lo que sucedió, y eso es mucho más verdad que lo que fácticamente ocurrió. La historia no es lo que dicen los libros, una cosa es lo que pasó y otra lo que se ha contado. Puede haber pretensión de objetividad, pero siempre desde un marco de comprensión determinado. La literatura fabula, escribir es memoria más imaginación, lo que has visto, oído, pensado y cómo lo elaboras a partir de la imaginación.
«Uno escribe para saber qué tiene que escribir»
¿Un buen escritor es un buen maestro de vida para el lector?
Desde mi concepción de la literatura sí, pero hay grandes escritores que han tenido una vida horrible; tal vez habría que revisar hasta qué punto han sido grandes escritores. Dostoievski es ambas cosas, viendo su vida se puede aprender mucho. Los libros son espejos fidedignos de quien los escribe, eso incluye que no se puede hacer una lectura moral del arte, menos moralista, pero sí implica no hacer lectura disociada, como si escribir fuera algo completamente distinto a la vida. Entre arte y vida ha de haber un hermanamiento, un contacto, porque son cosas que tienen que ver con el ser humano, y creo firmemente que la fragmentariedad es un hecho, pero hay un hecho más profundo que es la unión de esos fragmentos. Puedes hacer un canto al fragmento, estupendo, pero es el canto a la unidad de esos fragmentos lo que hace de la literatura algo más profundo. Hay escritores que han escrito obras memorables y otros más memorables por ser al tiempo maestros de vida.
¿A qué libros regresa para no perder el sentido de la vida?
El principal, Ejercicios de contemplación, de Franz Jalics, mi maestro. Del ámbito espiritual releo El peregrino ruso, a Anthony de Mello, cuya escritura está llena de enjundia, y ahora estoy releyendo a Paramahansa Yogananda, una lectura del cristianismo desde fuera muy interesante. Como libros de literatura, siempre he releído a Kafka, Kundera, Hesse, Zweig, aunque ahora lleve tiempo sin acudir a ellos. Ahora revisito Stoner, de Williams, y Tentación, de János Székely.
Pienso en libros que pueden ser una experiencia de vida como la que usted propone (Hesse, Walser, Kafka, Pessoa, Rancier y su Maestro ignorante… incluso en uno suyo, Andanzas del impresor Zollinger). Lo primero a lo que el lector se enfrenta en Los contemplativos es una advertencia, la de leer lo que sigue no solo como mera lectura, sino como una especie de camino de crecimiento interior. ¿Esto no es subestimarlo?
Puede haber lectores que se sientan así, es verdad que pensé mucho en si incluir o no esa advertencia, pero tengo una voluntad didáctica, y se trasluce precisamente en esa llamada de atención. Habrá lectores más cultos que se incomoden con ella, pero no creo que le suceda a la inmensa mayoría de los lectores, que lo va a recibir como sugerencia interesante. ¡Opto por la mayoría!
José Mercantino, uno de los personajes que aparece en el libro, es de los pocos que, cuando la vida lo abofetea, ha escapado «hacia arriba». Las otras opciones, según el relato («Iniciación al vacío»), son ir hacia delante, hacia atrás o hacia abajo. ¿Cómo responde ante las vicisitudes vitales?
Como Mercantino, hacia arriba, claramente. He tenido mis bofetadas, una de las más importantes en torno a los 40 años, de la que este relato hace memoria ficticia. No es fácil, pero hay que asumir que las cosas que nos pasan no son por casualidad, sino que obedecen a un destino. Se trata de escucharlo y secundarlo; para eso nada mejor que mirar hacia arriba, que es lo mismo que mirar hacia dentro.
¿Cómo conjuga un católico el destino y el libre albedrío?
Vaya pregunta… Suelo diferenciar entre función, misión y destino. Función es aquello que hemos de hacer para vivir, trabajar, el trabajo puede ser vocacional o no, pero tienes que hacerlo; la misión es lo que hemos venido a hacer para los demás, ayudar, entregarnos a los otros, la familia suele ser la misión de muchas personas; el destino es aquello que hemos venido a aprender nosotros. La misión nos gusta y el destino nos cuesta. Por ejemplo, si repetidamente fracasas en tus relaciones de pareja, tendrás que preguntarte por qué, qué tienes que aprender. Estoy de acuerdo con San Agustín, para quien la libertad no es hacer aquello que a uno le dé la gana, el libre albedrío, sino para hacer las cosas bien. En la medida en que hacemos lo que nos corresponde, en esa medida somos libres. No se trata de alternativas en la elección sino de escoger la alternativa justa.
«El camino del éxito es largo y sinuoso», afirma el narrador de «Biografía de la sombra». ¿Cómo entiende Pablo d’Ors el éxito?
Como la perseverancia en el fracaso. El éxito es el reflejo de la soledad. Cuando presenté este libro en el Teatro de la Zarzuela, con más de quinientas personas, pensé: «Qué grande es mi soledad». Cuanto más solo te sientes, más necesitas de la confirmación por medio del reconocimiento de los demás. No es algo que se busque de manera consciente, pero sí inconscientemente. Y esto que te acabo de decir es un striptease en toda regla que te regalo.
Le devuelvo una de las preguntas que surge en este mismo relato: «¿Dónde empezamos a desviarnos de nosotros mismos»?
Si lo supiéramos… Hay un punto donde empezamos a tomar una carretera equivocada, y a veces se nos hace muy tarde para volver o queremos hacerlo pero tenemos nuestra alma tocada… Quizá no pueda ser de otra manera, aprendemos de los errores, y los maestros son quienes más se han equivocado, pero la vida es eso, equivocarse, aprender sin acabar de hacerlo del todo, corregir, enmendar y volver a ello. Merece la pena equivocarse, sobre todo si eres consciente de ello y te enseña.
«La escritura es un ejercicio espiritual, necesita tiempo, silencio, parar»
¿Por qué son «agresivos los jazmines, los pétalos de rosa y las florecillas campestres»?
He tenido siempre cierta alergia a quien canta la belleza de la naturaleza y de la vida de manera banal, frívola, kitsch. Cuando era joven decidí dedicarme a la prosa y no a la poesía, porque la prosa no busca exaltar la belleza de las cosas sino encontrar la belleza en lo prosaico, en lo más ordinario y cotidiano, y me pareció un desafío más jugoso. Nunca he tenido la tentación de ser poeta, si bien muchas de mis páginas tienen un tono lírico.
¿Por qué la literatura ha de aspirar a ser un arma arrojadiza?
Es lo que decía Kafka, que la literatura ha de ser un puñetazo en la cara, pero yo añado que también una caricia; la literatura ha de interpelarnos, provocarnos, cuestionarnos, pero también consolarnos, estimularnos y acompañarnos. Un libro que te deja como estás, que te autocomplace o te autoconfirma no es un buen libro. Eso es lo que pretendo con mis libros, que el lector se cuestione y que lo acompañe, que después de su lectura no sea el mismo.
En la contratapa se dice que su obra más importante es Lecciones de ilusión, ¿está de acuerdo?
Sí, desde un punto de vista narrativo es mi libro más pretencioso y ambicioso, el más interesante. Me equivoqué al escribirlo tan pronto, tenía que haber esperado un poco más; por aquel entonces tenía 45 años, y ahora mi visión es más sólida. Ahora tengo la tarea pendiente de hacer la revisión literaria de ese texto para Galaxia Gutenberg.
¿De qué cura escribir y leer?
Quizá nos cura del ego, que es ese foco que tenemos permanente sobre nosotros mismos, de la autoafirmación. La buena literatura te abre, se saca y luego te devuelve diferente, te ayuda a ser persona. El Quijote nos ayuda a comprender mejor la condición humana y a vivirla con más intensidad y dignidad.
LEER EL ARTÍCULO ORIGINAL PULSANDO AQUÍ
Fotografía: Ethic. Paco Marín