Por: Iñaki Gil de San Vicente. EL SUDAMERICANO. 27/03/2020
«Entre quienes trabajamos en la sanidad del país siguen no obstante algunas de esas personas encantadoras que cuando se encuentran con uno le espetan: « ¡ah!, ya veo que está haciendo política en los periódicos…». Oyéndolos uno piensa si aquella persona, en edad ya madura, con responsabilidades de indudable trascendencia política, que trabaja en un hospital donde hay huelgas de los MIR, paros de enfermeras, quejas de enfermos que siempre esperan camas, de médicos que quieren reunirse y no les dejan; uno piensa que si esta persona sabe (de saber-conocer) lo que piensa, lo que dice, o si no será un extraterrestre, o uno de aquellos muñecos de latón que dándoles cuerda hacían sonar siempre el mismo tambor.
Pues sí señor, hacemos política, como usted, como todos; la diferencia está sólo en que nosotros lo sabemos y usted dice que no»
AA.VV.: LA SALUD, EXIGENCIA POPULA. Laia, Barcelona 1976, pp. 126-127.
1.- PRESENTACIÓN
2.- EL CAPITAL CONTRA LA NATURALEZA
3.- EL COVID-19 COMO DETONANTE
4.- EL COVID-19 COMO ARMA DEL CAPITAL
5.- CONTRA EL COVID-19 Y CONTRA EL CAPITAL.
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1.- PRESENTACIÓN:
Si estudiamos el COVID-19 con la radicalidad que exige la praxis, siempre llegaremos en directo o por mil vericuetos al problema del poder. Descubrimos el origen y significado del COVID-19 en la confluencia de cuatro dinámicas: la lógica mundializadora del capitalismo y sus efectos sobre la humanidad; la crisis estructural que ha preparado el surgimiento de la pandemia; las tensiones entre bloques y la utilización del COVID-19 como arma del imperialismo; y la incapacidad de la Economía Política clásica, de la ciencia social de la burguesía como la define Engels para comprender qué sucede. Las cuatro cuestiones nos conducen al problema del poder.
Según el imprescindible texto de Sergio Ortiz, las cinco leccions[1] que debemos aprender de la victoria de China sobre el COVID-19 se resumen en que además de lavarse las manos también hay que «lavarse el cerebro». Las lecciones son estas: 1) no subestimar la enfermedad. 2) tener un buen gobierno. 3) salud para todos porque es un derecho humano. 4) los remedios y vacunas deben estar en manos del Estado y empresas y laboratorios nacionales, no en las multinacionales. Y 5) la sociedad debe tener lazos de solidaridad muy fuertes. Desintoxicar nuestro cerebro, nuestra forma de pensar y actuar, de creer lo que nos dice la burguesía. Como veremos en el cuarto apartado, las cinco lecciones y su síntesis son en realidad relaciones de poder, de lucha de clases antiimperialista. Mientras tanto, y para ayudar a desinfectar la inteligencia, hemos decidido poner a disposición de los y las lectoras críticas de nuestro texto las direcciones electrónicas de las citas que empleamos, para facilitar el debate.
Empezaremos este artículo por la mundialización de la ley del valor; seguiremos por la crisis actual; continuaremos por las contradicciones entre bloques, y terminaremos con la teoría del conocimiento como, entre otras cosas, antídoto contra el miedo paralizante que el capital intentan imponer con el COVID-19.
2.- EL CAPITAL CONTRA LA NATURALEZA
Que el capitalismo es incompatible con la naturaleza y por tanto con la especie humana es algo en lo que insistieron siempre Marx y Engels con diversos términos. En una temprana obra conjunta como es La Sagrada Familia de 1845, hacen esta demoledora crítica de la ideología del progreso que es la que más justifica el proceso que, por ahora, nos ha llevado al COVID-19:
«Otro tanto ocurre con el «progreso». Pese a las pretensiones de «progreso», se aprecian constantes regresiones y movimientos en círculo […] Todos los escritores comunistas y socialistas han partido de la observación de que, por una parte, incluso los hechos más brillantes y favorables parecen quedar sin resultados brillantes y desembocar en trivialidades, y por la otra, de que todos los progresos del espíritu han sido, hasta el presente, progreso contra la masa de la humanidad, a la que han empujado a una situación cada vez más deshumanizada»[2].
Si superamos la ideología del «progreso» y utilizamos la dialéctica entre progresión y regresión como unidad y lucha de contrarios dentro de una categoría del método de conocimiento, descubrimos que el COVID-19 es una regresión inseparablemente unida al progreso capitalista, que sólo puede ser superada en la medida en que el capital sea superado a su vez; en la medida en que se retrasa y retrocede ese avance histórico, la regresión golpea cada vez más a la humanidad explotada sobre todo en períodos de crisis3, aumentando su pobreza relativa e incluso absoluta en momentos de brutal ataque burgués para reducir los salarios directos e indirectos incluso por debajo del nivel medio socialmente dado; mientras que, por la misma unidad de contrarios, aumenta la riqueza relativa o absoluta de la clase capitalista.
En La situación de la clase obrera en Inglaterra de ese mismo año de 1845, obra nunca igualada por la sociología burguesa, Engels clarifica la unidad y lucha de contrarios entre progresión burguesa y regresión proletaria cuando estudia la relación entre las muy insalubres condiciones de malvivencia del proletariado, la falta de higiene, la subalimentación y el hambre, el frío y la humedad, las plagas de insectos y ratas, etc., con la tuberculosis, el tifus, el alcoholismo, las enfermedades abdominales, la mortalidad infantil, la ignorancia obrera impuesta por la burguesía y la religión, la opresión nacional sobre Irlanda, la sexualidad y la familia patriarcales, la delincuencia…[4]. Y, por otro lado, a la vez que desnuda la ferocidad hipócrita[5] del capital también detalla su imparable enriquecimiento.
Salvando algunas formas, ahora se malvive en condiciones similares en las grandes conurbaciones sobre todo en los pueblos empobrecidos y explotados por el imperialismo en Asia6 y países emergentes[7] con especial impacto sobre sus mujeres trabajadoras[8], en donde el COVID-19 ya ha empezado a exterminar fuerza de trabajo sobrante[9], es decir, la que es improductiva para el capital y encima le supone un gasto en asistencia mínima. Además, aumenta de manera imparable la pobreza relativa en el capitalismo imperialista[10], y en zonas sobreexplotadas –que no «marginadas»– crece la pobreza absoluta, por ejemplo: cuando se expande el hambre severa[11] por el planeta.
Peor aún, si el hambre es un dato irrefutable del empobrecimiento absoluto que facilita toda serie de enfermedades, la sed y la carencia de agua es «la mayor de las pobrezas» por la sencilla razón de que es el líquido vital cuya carencia multiplica todos los sufrimientos: el 60% de la población mundial carece de instalaciones saneadas de agua, el 40% de la humanidad y el 47% de las escuelas del mundo, no tienen instalaciones básicas para lavarse las manos[12] higiene imprescindible contra el COVID-19. La desnutrición, la sed, la debilidad de las defensas del cuerpo, etc., facilitan sobremanera la extensión de epidemias… y del COVID-19, manifestándose así la dialéctica entre la regresión humana de la mayoría y su contrario, la progresión burguesa de la minoría.
Saltándonos varios lustros en la formación del marxismo, llegamos a 1867 año en el que se publica el Libro I de El Capital, obra vertebrada también por la crítica radical de la destrucción burguesa de la Naturaleza. Obviando la mayoría de sus referencias directas e indirectas al antagonismo entre el capital y la vida, veamos como Marx realiza una impresionante crítica de los efectos del maquinismo sobre y contra la clase obrera, una crítica incuestionable en lo teórico, y validada con el tiempo al haberse multiplicado la «depauperación moral» y la «degeneración intelectual»[13] como efecto de la agudización de la tendencia a la simultaneidad de la plusvalía relativa con la absoluta, además de otros factores interrelacionados. Podemos hablar de una «pandemia moral e intelectual» creada por la explotación asalariada. Veremos en el cuarto apartado las relaciones que existen entre esta pandemia y los efectos destructivos del COVID-19.
Poco más adelante, Marx es igual de contundente:
«Al igual que en la industria urbana, en la moderna agricultura la intensificación de la fuerza productiva y la más rápida movilización del trabajo se consigan a costa de devastar y agotar la fuerza de trabajo del obrero. Además, todo progreso, realizado en la agricultura capitalista, no es solamente un progreso en el arte de esquilmar al obrero, sino también en el arte de esquilmar la tierra, y cada paso que se da en la intensificación de su fertilidad dentro de un período de tiempo determinado, es a la vez un paso dado en el agotamiento de las fuentes perennes que alimentan dicha fertilidad. Este proceso de aniquilación es tanto más rápido cuanto más se apoya en un país, como ocurre por ejemplo con los Estados Unidos de América, sobre la gran industria, como base de su desarrollo.
Por tanto, la producción capitalista sólo sabe desarrollar la técnica y la combinación del proceso social de producción socavando al mismo tiempo las dos fuentes originales de toda riqueza: la tierra y el hombre»[14].
Recordemos que Marx define así los métodos burgueses: «la usurpación y el terrorismo más inhumanos»[15]. Siete años después de la primera edición de El Capital en 1867, Engels ofreció otra clave que junto a las dos anteriores de su amigo, nos sirve de armazón para nuestro texto. En su muy actual El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre, escribe:
«… para llevar a cabo este control se requiere algo más que el simple conocimiento. Hace falta una revolución que transforme por completo el modo de producción existente hasta hoy día y, con él, el orden social vigente.
Todos los modos de producción que han existido hasta el presente sólo buscaban el efecto útil del trabajo en su forma más directa e inmediata. No hacían el menor caso de las consecuencias remotas, que sólo aparecen más tarde y cuyo efecto se manifiesta únicamente gracias a un proceso de repetición y acumulación gradual. […] Los capitalistas individuales, que dominan la producción y el cambio, sólo pueden ocuparse de la utilidad más inmediata de sus actos. Más aún; incluso esta misma utilidad –por cuanto se trata de la utilidad de la mercancía producida o cambiada– pasa por completo a segundo plano, apareciendo como único incentivo la ganancia obtenida en la venta.
La ciencia social de la burguesía, la Economía Política clásica, sólo se preocupa preferentemente de aquellas consecuencias sociales que constituyen el objetivo inmediato de los actos realizados por los hombres en la producción y el cambio. Esto corresponde plenamente al régimen social cuya expresión teórica es esa ciencia. Por cuanto los capitalistas producen o cambian con único fin de obtener beneficios inmediatos, sólo pueden ser tenidos en cuenta, primeramente, los resultados más próximos y más inmediatos. Cuando un industrial o un comerciante venden la mercancía producida o comprada por él y obtiene la ganancia habitual, se da por satisfecho y no le interesa lo más mínimo lo que pueda ocurrir después con esa mercancía y su comprador. Cuando en Cuba, los plantadores españoles quemaban los bosques en las laderas de las montañas para obtener con la ceniza un abono que sólo les alcanzaba para fertilizar una generación de cafetos de alta rendición, ¡poco les importaba que las lluvias torrenciales de los trópicos barriesen la capa vegetal del suelo, privada de la protección de los árboles, y no dejasen tras de sí más que rocas desnudas!»[16].
Antón Pannekoek desarrolló esta crítica marxista en un texto de 1909:
«Para el capitalismo, todos los recursos naturales tienen el color del oro. Cuanto más rápido los explota, más rápido es el flujo de oro. La existencia de un sector privado tiene el efecto de que cada individuo trata de obtener el mayor beneficio posible sin siquiera pensar por un momento en beneficio del conjunto, el de la humanidad […] El capitalismo, por otro lado, reemplazó la necesidad local por la necesidad global, creó medios técnicos para explotar la naturaleza. Estas son enormes masas de material que sufren colosales medios de destrucción y son desplazadas por poderosos medios de transporte. La sociedad bajo el capitalismo se puede comparar con la fuerza gigantesca de un cuerpo desprovisto de razón. A medida que el capitalismo desarrolla un poder ilimitado, al mismo tiempo devasta el entorno en el que vive locamente. Solo el socialismo, que puede darle a este poderoso cuerpo conciencia y acción conscientes, reemplazará simultáneamente la devastación de la naturaleza con una economía razonable»[17].
Podemos multiplicar citas y textos que dicen lo mismo con palabras diferentes, pero hemos escogido la que sigue como botón de muestra:
«El capitalismo es un modo de producción guiado por el lucro individual. Unos se hacen ricos no sólo a costa de otros sino a costa de cualquier cosa. Todo lo que no sea lucro no importa nada. Nadie presta ninguna atención a algo que no da dinero. La salud no es rentable y, por lo tanto, no es un negocio; el negocio está en la enfermedad. Luego, donde hay un negocio tiene que haber enfermos, cuantos más mejor […] Uno de los lemas de la medicina moderna es: “No hay personas sanas sino mal diagnosticadas”. Si un médico busca a fondo, siempre encuentra una enfermedad, real o ficticia. Desde hace un siglo el mercado de la enfermedad se ha ampliado con las epidemias y las pandemias. »[18].
Lo hasta ahora visto presenta lo básico de la crítica marxista de la crisis socioecológica, de la destrucción de las potencialidades creativas de la especie humana por la dictadura del salario, de la opresión y exterminio de pueblos, de la irracionalidad global del capitalismo, aunque pueda tener componentes aislados e individuales de racionalidad productiva, de la salud como mercancía y como arma…, y de lo que se denomina «imperialismo ecológico». Resumiendo:
«Las plagas son en gran medida la sombra de la industrialización capitalista, mientras que también actúan como su precursor […] la rápida propagación de la gripe fue posible gracias al comercio y la guerra a escala mundial, que en ese momento se centró en los imperialismos rápidamente cambiantes que sobrevivieron a la Primera Guerra Mundial. […] Si las epidemias de ganado inglesas del siglo XVIII fueron el primer caso de una plaga de ganado claramente capitalista, y el brote de peste bovina de la década de 1890 en África el mayor de los holocaustos epidemiológicos del imperialismo, la gripe española puede entenderse entonces como la primera de las plagas del capitalismo sobre el proletariado»[19].
Podemos incluir esta impresionante dialéctica de las contradicciones socio-naturales del capitalismo dentro del término «imperialismo ecológico» tan agudamente estudiado por Vega Cantor[20]. Para disponer de una visión histórica más amplia podemos recurrir A. W. Crosby[21] que denunció con toda la razón como se había expandido el imperialismo ecológico y biológico de Europa, en un proceso que se inició en el siglo X y que se mundializó posteriormente. En el imperialismo ecológico y en la opresión colonial de Cuba y restantes pueblos, el poder europeo se sostenía en buena medida en su monopolio de las armas de fuego y en las alianzas que establecía con las castas y clases dominantes vendiéndoles o regalándoles armas, además de otros métodos de dominio más o menos brutales. E. R. Wolf describió el accionar de estos métodos coloniales en África para rentabilizar al máximo el tráfico de esclavas y esclavos[22], la quintaesencia más cruda del imperialismo biológico y ecológico, una rama económica vital para el nacimiento, triunfo y supervivencia[23] de la civilización del capital.
La acción de la tecnociencia bélica en la expansión capitalista también ha sido estudiada por D. R. Headrick desde el siglo XV, ofreciendo al final del libro una conclusión muy actual: en 2010 el enorme poder de los EE.UU. no le garantizaba una victoria definitiva ni en Irak ni en Afganistán, «ni siquiera una retirada honorable»[24]. En una década los EE.UU. ha seguido debilitándose pese a los gastos militares desorbitados, uno de cuyos fines es el incremento del saqueo del mundo, o al menos su mantenimiento. ¿Por qué declinan los EEUU? Las razones son múltiples, la última, interna y esencial radica en las formas que adquiere la ley tendencial de la productividad del trabajo. ¿Qué dice esta ley? Según Trotsky:
«El ascenso histórico de la humanidad está impulsado por la necesidad de obtener la mayor cantidad posible de bienes con la menor inversión posible de fuerza de trabajo. Este fundamento material del avance cultural nos proporciona también el criterio más profundo en base al cual caracterizar los regímenes sociales y los programas políticos […] La ley de la productividad del trabajo no se abre camino en línea recta sino de manera contradictoria, con esfuerzos y distensiones, saltos y rodeos, remontando en su marcha las barreras geográficas, antropológicas y sociales»[25].
Debilitar por cualquier medio la productividad del trabajo de una potencia enemiga o competidora, y a la vez aumentar o mantener la propia competitividad productiva, es una obsesión de los Estados desde que se desarrolló el capitalismo. Mucho de lo que está sucediendo con el COVID-19 tiene que ver con estas dos leyes tendenciales estrechamente unidas: la de la productividad del trabajo y la de la competencia. Para el capital todo vale para mantener al alza la productividad del trabajo y con ella sus ganancias, en un primer momento o período, aunque luego, a medio y largo plazo, los efectos positivos salten a negativos, destructivos y la regresión se imponga sobre el progreso burgués.
En 1967 el satélite soviético Venera 4 confirmó que el calentamiento de la Tierra era real y para 1979 quedó demostrado de manera irrebatible que si el calentamiento aumentaba llegaría a ser catastrófico[26]. A la vez, se amontonaban los datos sobre la proximidad del agotamiento de los recursos naturales, finitos por naturaleza, lo que obliga a intensificar su búsqueda y explotación. Desde los ’70 J. E. Lovelock ya insistía en «nuestra acuciante necesidad de ahorrar energía»[27], en su brillante capítulo sobre cibernética.
La deforestación sistemática es el primer paso para las pandemias[28], cuyos efectos negativos aumentan con la destrucción de la biodiversidad que facilita el paso de virus de animales a humanos[29]. Es esta una verdad asentada pero separada de las contradicciones socioeconómicas, políticas y culturales porque muchos textos la explican parcialmente, responsabilizando al «hombre» abstracto, genérico, y a lo sumo se responsabiliza a «la globalización y a un determinado modelo económico»30 sin precisar cuál, ignorando qué clase social, la burguesía, es la causante. La ideología positivista dice que «la ciencia no tiene valores», es «a-política» y «socialmente neutral», pero lo que el positivismo llama «ciencia» sí tiene valores filosóficos, políticos, éticos, machistas, racistas…
Estamos ante un debate fundamental en el que no podemos entrar ahora y que tocaremos en lo básico en el último apartado porque es parte de la necesidad de «lavarnos el cerebro». Debate básico porque sin él seguiremos creyendo que el capital no es el responsable de que al aumentar el calentamiento global y la deforestación masiva un 25% de la superficie terrestre será más árido[31] al acabar el siglo XXI, es decir, que aumentarán los factores desencadenantes de epidemias y pandemias. A todo ello hay que unirle el llamado «cansancio de la tierra»[32], el agotamiento de su capacidad por las cosechas intensivas, por las sobredosis de fertilizantes, por el monocultivo: se calcula que el 40% de las tierras cultivables están degradadas.
Por tanto, es el capitalismo el que ha creado las condiciones objetivas para que, de un modo u otro, surja y se expanda el COVID-19 que afecta especialmente[33] a la clase obrera, a la mujer trabajadora y las y los migrantes. También ha creado los negocios y la fuerza política e ideológica necesaria para seguir enriqueciéndose, ahora con el COVID-19.
En lo económico: la farmaindustria, una de las ramas más rentables económica, política e ideológicamente del capital, ya se está frotando las manos por el gran negocio lúgubre34 que va a obtener con la fabricación de vacunas. Meses antes de que apareciera el COVID-19 la poderosa farmaindustria se apoyaba en Alemania y los EE.UU. para mantener en secreto los precios de las medicinas35. Pero la competencia interimperialista también divide a la farmaindustria cuando cada empresa ha de defenderse a ella y a su Estado-cuna: los EE.UU. han intentado apropiarse en exclusiva de los avances científicos alemanes para una vacuna, teniendo que salir el gobierno alemán en defensa pública de su industria farmacéutica[36]. La sanidad privada yanqui se ha enfrentado a muerte contra B. Sanders por su programa de una sanidad pública[37] más desarrollada que las espurias promesas de Obama al respecto. Miles de norteamericanos morirán en esta pandemia porque la farmaindustria ha sido una de las fuerzas reaccionarias que ha ayudado a derrotar a B. Sanders.
Este solo hecho ya es en sí mismo un ejemplo del inmenso poder político de esta industria capitalista. Pero en lo que concierne al uso sociopolítico del COVID-19 por la burguesía, la realidad es más cruda ya que manipula la pandemia para masificar el control, la vigilancia y la represión con la excusa de luchar contra ella como es el caso de Chile[38] en donde el criminal[39] presidente Piñera ha decretado tres meses, 90 días, de estado de excepción; o en Portugal, donde se ha suspendido el derecho de huelga[40], porque en otros países es suficiente la mezcla de miedo, alarma, multas y detenciones, y la campaña de desmovilización que realiza el reformismo político-sindical. El capital francés se ampara en la tragedia humana para salvar las empresas antes que a la clase trabajadora y prepara más ataques contra los derechos sociales[41], acuciado por la decidida combatividad del proletariado y de los pueblos, demostrada de mil formas.
En lo ideológico, además de la demonización del «enemigo de occidente», que ya no es tanto el terrorismo fundamentalista musulmán como el bloque liderado por China y las ideas socialistas que empiezan a retomar impulso. Pero hay culpabilizaciones igualmente dañinas como, por ejemplo, la manipulación de las ideologías más reaccionarias: el PP acusa a las manifestaciones del 8 de Marzo[42] en defensa de la mujer trabajadora de propagadoras de la pandemia; o la difusión del opio religioso: la Iglesia pone en acción el miedo al pecado y la dependencia temerosa de dios[43]. Un ‘temor de Dios’ que debe sentirse y expresarse con total respeto y humildad hacia ‘Él’: el Opus Dei ordena a sus miembros que se vistan bien[44] para la misa online, en YouTube, y pongan una cruz o una virgen en el tv y/o en el ordenador.
Es sabido que el ‘temor de Dios’ va unido a la ‘esperanza de su Gracia’: dios aprieta, pero no ahoga, y si ahoga lo hace para salvarnos de la condena eterna. Esta es la irracionalidad inhumana que ata a las iglesias en el punto crítico del misterio del mal, del sufrimiento y de la muerte, y del COVID-19. En Nuestramérica, grandes sectas neopentecostales y evangélicas propagan mensajes de indiferencia cuando no de rechazo de las medidas sanitarias relacionándolas abierta o solapadamente con el diablo[45]. Recordemos que ya en 1986 el filósofo peruano Lora Cam demostró las conexiones de estos grupos con los EE.UU.:
«El imperialismo norteamericano utiliza no sólo a los cristianos católicos sino fundamentalmente a las sectas cristianas protestantes (Evangelistas, Adventistas, Testigos de Jehová, Mormones, Hijos de Dios, Israelitas, etc.), quienes actúan con tal «persuasión» mística, fanática, que sus integrantes están tan alienados con la prédica escatológica del fin inminente del mundo que entran en procesos psiquiátricos de gritos histéricos, cánticos entremezclados con llantos, desmayos y ataques cuasi «epilépticos», entran en trances «místicos» y sexuales; todo es producto de una sofisticada planificación y programación de «pastores» milagreros instruidos neo conductualmente en EE.UU, complementando la alienación con la manipulación de los medios de comunicación, v.gr. hermano Pablo y otros embaucadores profesionales.»[46].
¿Y qué decir de los brujos, curanderos, exorcistas, chamanes, quiromantes, estafadores y falsos médicos, embaucadores de toda laya que se enriquecen con sus terapias contrarias a la racionalidad científica? Significativamente, Engels también denunció el papel de la Iglesia y del curanderismo como falsos remedios contra el sufrimiento obrero y popular en la obra de 1845 arriba citada.
3.- EL COVID-19 COMO DETONANTE:
La clase dominante quiere ocultar la dominación ideológica, la opresión política y explotación económica inherente al proceso que ha derivado en el COVID-19, con una impresionante estrategia de cargar sobre el «ciudadano» la salida de la crisis:
«La propaganda mediática nos bombardea continuamente con llamamientos a la responsabilidad individual de los ciudadanos con objeto de impedir el colapso de unos sistemas sanitarios que, en muchos países, dan muestra de agotamiento (extenuación de los trabajadores, escasez de recursos materiales y técnicos, etc.). Lo primero que hay que denunciar es que estamos ante la crónica de un colapso anunciado. Y no por la “Irresponsabilidad” de los ciudadanos sino por décadas de recortes de los gastos sanitarios, de las plantillas de trabajadores de la salud y de los presupuestos de mantenimiento hospitalario y de la investigación médica, … Así por ejemplo en España, uno de los países más cercanos a ese “colapso que nos llaman a evitar, sucesivos planes de recortes han significado la desaparición de 8000 camas hospitalarias, con menos camas de atención intensiva que la media europea, y con un material en un pésimo estado de conservación (un 67% de los aparatos respiradores tienen más de 10 años). Una realidad muy parecida se observa en Italia o Francia. En esa Gran Bretaña que antes veíamos que se había publicitado como el modelo de sanidad universal, ha habido en los últimos 50 años una degradación continua de la calidad asistencial con más de 100 mil puestos vacantes por cubrir en el personal sanitario. Y ¡eso antes del Bréxit!»[47]
Que estamos ante un colapso anunciado48 es una verdad ya asumida por algún sector de la prensa menos reaccionaria y empiezan a conocerse estudios que lo afirmaban con anterioridad, aun así, se sigue manipulando la realidad o negándose la responsabilidad del capital en todo ello porque no puede admitir que, en el fondo, se trata de un problema político: no hubo voluntad política para tomar las medidas preventivas hace años y no la hay ahora[49]. Las instituciones imperialistas son tan corresponsables como las de los Estados:
«La responsabilidad del FMI y de la Unión Europea es inocultable. Durante las últimas décadas han promovido, legislado y obligado a los países a desmantelar progresivamente sus sistemas de salud públicos, muchos de atención universal gratuita total o casi total. Esta pandemia encuentra sistemas de salud fragmentados, desfinanciados, en gran medida privatizados y deteriorados de manera tal, que no logran prevenir ni contener el avance de la misma, y tampoco atender la multiplicación de casos de gravedad. No es cierto que era imposible evitar llegar a este punto. Resultó imposible después del desguace de los sistemas y políticas de salud pública»[50]
En el caso español la responsabilidad llega al escándalo porque ya como muy bien recuerda Nines Maestro:
«La ley 15/97 que votaron PP, PSOE, CiU, PNV y Coalición Canaria en el Parlamento en el año 1997 permitía la entrada masiva de las entidades financieras y las grandes multinacionales en la Sanidad Pública. En Madrid 11 nuevos hospitales se colocaron en manos de empresas de capital de riesgo. […] Las empresas estratégicas, empezando por la banca, pero también la electricidad, del agua, los transportes, la energía… tienen que ser intervenidos y puestos en la planificación general del Estado y puestos a disposición de las necesidades de la gente. Hoy por hoy, el Interferón, medicamento creado por Cuba, es el avance científico más concreto y eficaz que tenemos en las manos contra el coronavirus. No entiendo cómo las autoridades sanitarias no están pidiendo y comprando a Cuba el Interferón necesario para mejorar la situación de enfermos o personas de riesgo»[51].
El bloque de clases dominante en el Estado necesita ocultar que es el único culpable de la debacle sanitaria y en especial de que no se emplee masivamente el mejor medicamento que existe, el Interferón creado en Cuba. Ambas responsabilidades multiplican los problemas que afectan a las tres ramas económicas fundamentales más golpeadas por la pandemia, como turismo, comercio y servicios financieros que suponen alrededor del 35% del PIB estatal, en un contexto de arrasamiento de derechos concretos intensificado en el último decenio que hace que más de 19 millones de súbditos de una población de 47 millones, el 40,42%, sufran lo que se llama «pobreza energética»[52].
Los y las trabajadoras de este primer sector golpeado, o sea el precariado, el sector del reparto, de la limpieza, de las trabajadoras del hogar[53], los de Metro[54], los llamados autónomos[55] que pueden arruinarse en poco tiempo, las mujeres que tienen que sostener familias monoparentales[56] de modo que si a la vida precarizada por la explotación y la pobreza le sumamos el riesgo de contagio tenemos que las mujeres son las que se llevan la peor parte[57], aunque son las mujeres maltratadas[58] en su domicilio por el terrorismo machista quienes padecen una situación insostenible.
El segundo golpe lo empiezan a recibir ya las pequeñas y medianas empresas, que estiman que se perderán alrededor de 300.000 puestos de trabajo con una caída del 1,7% del PIB[59]. El resto de la economía tardará muy poco en debilitarse porque la recesión llama a la puerta[60] puede que sea larga: el Banco de España advierte que se producirá una «perturbación sin precedentes»[61] Amparándose en esta situación, la burguesía ataca con dureza al proletariado: en la nación galega[62] el capital ha cerrado más de 4200 empresas desde el inicio de la alarma, y en el resto del Estado ya se han cerrado más de 30.000 empresas. A día de hoy, los datos son alarmantes como muy bien muestra N. Maestro:
«Los datos son ya estremecedores: 50.000 despidos diarios, 760.000 personas se han sumado a un paro ¿temporal? La última semana se perdieron más empleos que en todo el año 2009 y la cara del hambre sin paliativos aparece con intensidad progresiva en los barrios obreros»[63].
Era conocido que el Estado apenas estaba preparado[64] para soportar otra crisis igual a la de 2008-10, con su sistema de medicina pública saqueado por los recortes y cierres en beneficio de la industria sanitaria, sufriendo el cáncer de una gran economía subterránea e ilegal[65], y con una productividad del trabajo que se ha hundo del 2,7% en 2010 al 0,1% en 2018[66], factores todos ellos que sostienen la corrupción generalizada. Sobre estos pies de barro, el gobierno PSOE-UP sabe que la monarquía está en «estado quiebra moral»[67], pero debe sostenerla contra viento y marea porque es una de las tres piezas claves que sostienen al Estado español, siendo las otras dos la élite económico-política[68] que controla el IBEX-35, élite que defrauda ingentes masas de capital al Fisco[69], y el complejo Ejército-Iglesia, que a su vez es una temible fuerza socioeconómica e ideológica
El gobierno PSOE-UP sabe que las reivindicaciones democráticas, antipatriarcales, de clase y nacionales pueden dar un salto adelante si el miedo introyectado empieza a transformarse en rabia y justa ira. El gobierno PSOE-UP sabe que ya se están planteando reivindicaciones sobre la necesidad del control obrero de la producción[70], sobre huelgas ofensivas[71], sobre expropiar la sanidad privada y hacerla pública[72], sobre no acudir masivamente al trabajo[73]…, planteamientos cruciales a los que volveremos en el último apartado. Para cortar esta concienciación que tiende a aumentar en la medida en que las gentes oprimidas descubren que el gobierno hace «una “guerra” de pandereta contra el virus»[74], el gobierno ha militarizado no sólo el Estado sino el lenguaje oficial[75] reforzando la militarización de la cultura española… y también de la francesa.
En efecto, C. A. Ruíz nos recuerda que ha sido Macrón, presidente francés, el primero en utilizar el término «guerra»[76] seguido de inmediato por el español. Las dos potencias ocupan zonas respectivas de Euskal Herria y de los Països Catalans y ambas han aumentado sus fuerzas militares en estas naciones. S. Alba y Y. Herrero añaden a Conte, presidente de Italia, a la lista de Macrón y Sánchez, como las primeras personas con alto cargo políticos que han militarizado el lenguaje de la pandemia. Pero el texto de S. Alba y Y. Herrero no supera el progresismo democraticista por su extrema ambigüedad sobre el «ciudadano» y por su abstracta y formal definición de guerra:
«La guerra, violencia armada, es precisamente la negación del cuidado, masculinidad errada, justificación del sacrificio de vidas humanas en aras de una causa superior. […] En toda guerra, decía Simone Weil, la humanidad se divide entre los que tienen armas y los que no tienen armas, y estos últimos están siempre completamente desprotegidos, con independencia del bando o la bandera.» [77].
Significativamente, el presidente de Italia no ha tenido ningún reparo en pedir ayuda a tres países –China, Cuba y Rusia– que, gracias a desesperadas y heroicas guerras revolucionarias de liberación nacional y antifascista, han logrado disponer de capacidades científico-sanitarias muy superiores a las de otros Estados. Algo tendrá esta ayuda a Italia que los EE.UU. quieren acabar con ella, empezando por la china[78] y siguiendo con la rusa: Polonia, fiel peón de Trump, prohibió su espacio aéreo a aviones rusos con ayuda a Italia, retrasando llegada[79]. Pero, sobre todo, debiéramos preguntarnos sobre cuál sería la situación italiana si en su tiempo el revolucionario PCI no se hubiera suicidado con el pacifismo eurocomunista basado sobre todo en la manipulación de la «sociedad civil» de un Gramsci descontextualizado. Si el PCI no hubiera traicionado a los y las partisanas antifascistas, si no hubiera ayudado a reprimir a las organizaciones armadas revolucionarias, si hubiera combatido frontalmente a las derechas, a la Mafia y al fascismo teledirigido por la OTAN, si… ¿cuán grave sería la catástrofe actual?
Hagámonos esta pregunta: ¿Cómo estaría preparada ahora Palestina contra el COVID-19 si fuera un Estado independiente, derecho elemental sólo alcanzable con la guerra de liberación, teniendo en cuenta que la brutal violencia israelí le destroza hasta ser uno de los pueblos «más vulnerables»[80] al coronavirus? El COVID-19 vuelve a confirmar que no cualquier «guerra» abstracta, sino que la guerra de liberación y salud humana, van de la mano. La respuesta también muestra las limitaciones del artículo de Q. Sánchez sobre la militarización social, más sólido y críticos que otros muchos, pero lastrado por las impotencias del pacifismo y la no violencia:
«…nos venden seguridad nacional, basada en la protección de la integridad del estado, sus fronteras y sus estructuras de poder (y tremendamente condicionada por el lobby del complejo militar-industrial), cuando lo que necesitamos es seguridad humana, centrada en las personas y en su protección frente a la inseguridad económica, alimentaria, sanitaria, ambiental, personal, comunitaria o política. […] No podemos permitir que las Fuerzas Armadas utilicen una crisis ante la que nada han podido hacer (y que expone de forma ostensible sus vergüenzas) para legitimar su posición privilegiada en la sociedad y en los presupuestos del Estado. Tampoco debemos permitir que la retórica ni los valores militares de orden, obediencia, jerarquía, disuasión y virilidad se impongan durante esta crisis. Frente al miedo y la disciplina, que son difíciles de sacudirse una vez terminan crisis así, exijamos una solución civil, horizontal y no violenta»[81]
Puede lograrse una solución no violenta de la crisis pandémica, desde luego; China ha demostrado que sí, Corea del Sur avanza en ese sentido, Irán también pese a que los EE.UU. le atacan cada vez más, Cuba estaba tan preparada con mucha antelación que ahora tiene en Perú a 150 especialistas[82] esperando el permiso para cooperar contra el virus, y otros 500 han llegado a Argentina[83]: la mundialmente admirada medicina cubana coopera con 37 pueblos[84]. Se empieza a vencer al COVID-19 sin recurrir a la violencia, pero otra cosa cualitativamente diferente es expropiar al capital su farmaindustria socializándola en manos del pueblo horizontalmente organizado sólo y exclusivamente por métodos no violentos, pacíficos. Una muestra de la unidad económico-política entre farmaindustria y capital, la tenemos en el hecho de que las instituciones burguesas han derrotado los proyectos de producir en masa medicamentos genéricos[85], asegurando el control privado del mercado sanitario.
Y es que cuando chocan el derecho de la burguesía a su salud privada, y el derecho del proletariado a su salud pública, decide la fuerza. Sin duda, la decisión alemana de un probable recorte de las libertades en Internet, de la movilización de su ejército y de la ampliación de las Leyes de Emergencia de 1968 dictadas para reprimir duramente la lucha de clases del momento, no tienen que ver sólo con la lucha contra la pandemia, sino también para mantener el orden cada día más cuestionado por la clase obrera86 que puede revivir aquellos años de 1967-70; crítica que se extiende al gigantesco poder de Bayer-Monsanto, creada en 2016 tras la fusión empresarial más grande de la historia, con ganancias apenas calculables debido a la directa explotación de 140.000 trabajadores en varios países del mundo. Bayer-Monsanto se lanzó a monopolizar la producción mundial de alimentos[87], sin reparar en métodos y contando con las ayudas de regímenes lacayos, corruptos, de poderes financieros y de las fuerzas represivas. Estos monstruos criminales que envenenan las tierras para producir comida-basura, van a morir matando. ¿Cómo vencerles…?
La prensa da cuenta sobrecogida del choque entre los EE.UU. y China, que se acusan mutuamente de ser los causantes88 del COVID-19, porque sabe que la suerte última del capitalismo español depende de qué bloque resulte victorioso. La petición de ayuda a China ha sentado muy mal en la derecha aunque no ha tenido más remedio que callarse: ella desearía que fuera el ejército yanqui el que asentara sus cuarteles en el madrileño paseo de la Castellana, y le irrita y alarma ver a cubanos, rusos y chinos ayudar a Italia en la lucha contra la pandemia. La derecha en su conjunto espera que franjas alienadas de los sectores sociales golpeados por el virus se pasen a su bando buscando un líder autoritario que les proteja, e intentar recuperar el gobierno más adelante o al menos romper la coalición PSOE-UP para formar otro de «salvación nacional», presionado desde la extrema derecha[89] de VOX al ataque.
Esta posibilidad no puede ser descartada del todo ya que las condiciones mundiales presionan muy negativamente contra el capitalismo español, que sólo encuentra una ayuda pasajera en la actual «guerra del petróleo» que abarata el precio del crudo. Si vemos el resto del panorama mundial, las perspectivas son muy inquietantes. Según F. Piqueras:
«Sería demasiado ingenuo creer que la crisis financiera y los terremotos económicos que vamos a padecer por una larga temporada son sólo consecuencia del corona-virus. La economía capitalista está tocada desde hace bastante tiempo. El crecimiento anual a escala mundial se ha ralentizado en torno al 2,5%. EE.UU. creció al 2%, mientras que Europa y Japón lo hicieron al 1%. En concreto Italia ha venido arrastrando 17 meses consecutivos de declive en la actividad manufacturera. Parecida contracción que en Francia, donde la actividad de las empresas (índice PMI) cayó 1.3 puntos, hasta 49.8 (por debajo de 50 significa que más de la mitad de las empresas no tienen ganancias).
La deuda global en relación al PIB ha crecido un 322% en el último cuarto de 2019, sobrepasando los 253 billones $. Simplemente una recesión mediana conllevaría que la deuda de las corporaciones capitalistas, de más de 19 billones $, sería sencillamente impagable para muchas de ellas. Las empresas “zombi”, aquellas que quebrarían solamente con subirse los tipos de interés, se estiman en un 10% a escala mundial. Según Bloomberg, las obligaciones de muchos Estados y la salud de los fondos de inversión no es precisamente mejor»[90].
El panorama es suficientemente grave como para que nos preguntemos por sus causas profundas. M. Roberst nos recuerda la tesis de Ch. Dillow según la cual el COVID-19 es un factor adicional que empeora los problemas anteriores del capitalismo que surgen de la disminución a largo plazo de la rentabilidad del capital[91], o lo que es lo mismo, de la tendencia a la caída de la tasa media de ganancia. O sea, buscando las razones del caos hemos llegado al cerebro y al corazón de la crítica marxista del capitalismo, crítica que ha vuelto a demostrarse como la única válida y, sobre todo, la única que tiene un proyecto de futuro.
C. Katz afirma igualmente que la pandemia ha sido el detonante de una crisis que se gestaba con fuerza al calor de las contradicciones capitalistas y:
«… del divorcio entre esa retracción y la continuada euforia de las Bolsas anticipaba el estallido de la típica burbuja, que periódicamente infla y pincha Wall Street. El coronavirus ha precipitado ese desplome, que no obedece a ninguna convalecencia imprevista. Sólo repite la conocida patología de la financiarización»[92].
Teniendo en cuenta la rapidez del desplome hay que valorar la advertencia hecha anteriormente por N. Beams sobre que el enorme incremento del mercado de acciones93 no auguraba nada bueno teniendo en cuenta la debilidad de la economía real.
En otro artículo, M. Roberts ha estudiado los posibles impactos del COVID-19 sobre una economía ya de por sí golpeada en sus cimientos:
«Existe la posibilidad de que para finales de abril hayamos visto que el número total de casos en todo el mundo llegue a su máximo y empiece a disminuir. Eso es lo que los gobiernos están esperando y planificando. Si ese escenario optimista ocurre, el coronavirus no desaparecerá. Se convertirá en otro patógeno similar a la gripe (del que sabemos poco) que nos golpeará cada año como sus predecesores. Pero incluso dos meses de encierro causarán un enorme daño económico. Y los paquetes de estímulo monetario y fiscal previstos no van a evitar una profunda caída, aunque reduzcan la “curva” hasta cierto punto. Lo peor está por venir»[94].
¿Y cómo de destructor, de aniquilador de fuerzas productivas y de fuerza de trabajo, de seres humanos, será lo que vendrá? Según la OIT pueden destruirse hasta 25 millones de puestos de trabajo[95] lo que puede desencadenar «un desastre social masivo»[96]. De hecho, Bank of América, la pieza central junto a la FED del imperialismo yanqui, ha declarado la recesión[97] en los EE.UU. Los más de 3 billones-$ que los Estados imperialistas han empezado a invertir para salvar el capitalismo, se van a quedar cortos según se acelere la interacción de las diversas subcrisis que confluyen en esta tercera Gran Depresión con sus altibajos. Alemania proyecta un «endeudamiento masivo»[98] que podría llegar a los 356.000 millones-€ para combatir la pandemia, lo que quiere decir que el grueso, la inmensa mayor parte del sacrificio, caerá sobre la clase trabajadora vía impuestos indirectos, recortes asistenciales y de servicios públicos, congelaciones salariales, etc., mientras que el capital apenas pondrá unos euros. China está haciendo un esfuerzo titánico por el que va a pagar un alto precio99, pero está realizando la antigua utopía roja que a Mao le gustaba citar: el viejo tonto que removió las montañas.
R. Astarita sostiene que:
«sí se puede afirmar que se dan condiciones para una depresión global. Esencialmente porque la actual crisis se desarrolla sobre economías que nadan en un mar de deudas, debilidad de la inversión y crecientes desequilibrios. […] Para los trabajadores se avecinan tiempos de aumento del desempleo, caída de los ingresos y empeoramiento de las condiciones de vida.»[100].
Pero Astarita profundiza más, y lo hace en una problemática inseparable del COVID-19: la concepción materialista, su contenido científico, tema que nosotros desarrollamos en este texto al plantear que la impotencia de la ciencia social burguesa nos exige enriquecer la teoría materialista del conocimiento, la ciencia-crítica y el ateísmo marxista[101] como vacuna contra el COVID-19 mental, idealista.
Para concluir este apartado queremos referirnos muy rápidamente al fracaso anunciado de las soluciones ofrecidas por diferentes reformismos. Una muestra magnífica de corriente la encontramos en el texto de A. Serrano. Denunciando la irracionalidad burguesa, se pregunta:
«¿Tiene sentido que el capitalismo global haya producido más de 1.500 millones de smartphones en un año y tan pocos respiradores asistidos en caso de una pandemia? No. ¿Tiene sentido que estemos tan poco preparados económicamente para una pandemia que, hasta el momento, ha sido letal para el 0,000092% de la población mundial (y que ha infectado al 0,00235%)? Tampoco»[102].
Ahora bien, el interesante artículo de A. Serrano que sin decirlo reconoce una de las bases de la crítica marxista a la irracionalidad genético-estructural del capitalismo, repite la impotencia de la Economía Política clásica criticada por Engels, en su forma del keynesianismo de New Deal yanqui de 1933-38, que fracasó ante la dureza de la segunda Gran Depresión iniciada en 1929. El autor dice:
«Esperemos que, al menos, el coronavirus nos sirva para algo. Y ojalá aparezca una suerte de nuevo New Deal, nuevo contrato social y económico, en el que la salud y otros derechos básicos estén en el centro de la economía, y que la economía financiera esté al servicio de la economía real, y no sea al revés.»[103].
Recordemos que las contradicciones interimperialistas iniciaron la hecatombe de la IIGM para superar esta Gran Depresión, buscando en primer lugar destrozar a la URSS, aniquilar el ascenso revolucionario en el mundo e instaurar una nueva jerarquía imperialista. El New Deal y el keynesianismo fracasaron, y la IIGM logró iniciar una fase expansiva llamada «los treinta gloriosos» a costa de un inconmensurable sufrimiento humano, fase que sólo fue una «huida hacia adelante»[104] retrasando un tercio de siglo el estallido de las contradicciones del sistema desde los ’70, destapando la Caja de Pandora de la que ha surgido el caos actual. Ahora, una parte del poder dice que es necesario un «nuevo capitalismo»[105] que recupere las virtudes burguesas de compromiso con la sociedad en vez de la exclusiva atención al accionariado.
Frente a tantas promesas y ante esta peligrosa incapacidad es conveniente releer a J. Beinstein en su texto de 2018 sobre la deriva del mundo burgués106 para saber por qué fracasan de nuevo esas y otras ilusiones, y para contextualizar la tesis de C. Colling sobre el colapso107 del capitalismo, cuyos mercados bursátiles han sufrido la mayor caída desde octubre de 1987, empezando el «colapso» en los EE.UU. y mundializándose[108] después.
4.- EL COVID-19 COMO ARMA DEL CAPITAL:
Los EEUU que se encuentran en un contexto socioeconómico inquietante109 del que no pueden salir a pesar de las ayudas a fondo perdido de la FED110 y de otras instituciones, con un sistema de salud pública enano y atrasado lo que puede llevarle a ser el epicentro mundial de la pandemia[111] según la OMS y que va viendo cómo el eje euroasiático liderado por China, puede ganar esta batalla político-sanitaria y socioeconómica que afecta a la totalidad de la reproducción ampliada de un capitalismo. Esto explica el que, nada más conocerse la aparición de COVID-19 en China, las burguesías estallaran de júbilo, de alegría económica y esperanza política porque disponían de nuevas armas para atacar a China, el enemigo a batir, euforia especialmente desbordada en los EE.UU. A. Ferrero utiliza la palabra alemana Schadenfreude[112] que indica la alegría que se siente ante el dolor y la desgracia ajena. La alegre burguesía occidental creyó por unos días que el COVID-19 multiplicaba su poder y debilitaba al chino.
Según X. Ríos, que sostiene que los estudios científicos rechazan la tesis de la creación humana del COVID-19, la pandemia sin embargo está tensionando las relaciones de poder internacional por cuatro razones: 1) se recrudece la confrontación chino-yanqui. 2) refuerza a China, acelera el declive de los EE.UU. y muestra el colapso político de la Unión Europea. 3) aumenta el prestigio de China en muchos países por su eficacia y por su ayuda solidaria, lo que consolida su «poder blando». Y 4) refuerza la alianza estratégica entre Rusia y China, en medio de la actual guerra del petróleo, del debilitamiento de los BRICS y del giro pro yanqui de subimperialismos como el brasileño[113].
La astuta espera paciente de China viendo cómo caía el valor de importantes empresas occidentales en su suelo para, de pronto, pujar y comprarlas[114], nos muestra entre otras muchas cosas la tremenda superioridad china en la centralización estratégica de mando. También la respuesta rusa para defenderse del ataque saudí en los precios del crudo para arruinarle disminuyendo drásticamente su entrada de divisas, ha dejado lívido[115] al poderosísimo ‘big oil’ yanqui porque no se esperaba que Rusia rompiera las ataduras que había consentido hasta entonces. El ‘big oil’ está endeudado[116] a niveles increíbles, y con él los EE.UU.: el contraataque ruso pone al ‘big oil’ al borde del precipicio del impago pudiendo desencadenar una catástrofe. El ataque de Arabia Saudí y los EE.UU. contra Rusia[117] muestra lo que es capaz el imperialismo para vencer.
E. Luque analizó hace año y medio el cínico y prepotente discurso de D. Trump en la sede de la ONU en el que justificaba con mentiras por qué los EE.UU. estaban en guerra con «casi todo el mundo»[118], señalando a China como su peor enemigo. Una «guerra híbrida» en la que se emplean todas las armas posibles. Una guerra en la que muchas batallas están librándose «sin soldados»[119] por ahora, según la feliz expresión de V. Peláez. Batallas que tal vez podrían ser desencadenantes de una guerra peor. Tampoco faltan indicios de esta posibilidad: en plena pandemia de COVID-19 los EE.UU. se han visto en la necesidad de posponer el traslado a Europa de 30.000 soldados «¡sin máscara!»[120], como denunció con ácida ironía M. Dinucci, para las mayores maniobras militares en las dos últimas décadas: se trata de una clara amenaza a Rusia e Irán, y de rebote a China. Pero sólo se han retrasado durante un tiempo debido a las incontables presiones y denuncias.
Mientras tanto, y con el mismo contenido de «guerra eterna»[121] global, los EEUU han endurecido las presiones contra Irán, bombardean a Irak[122], aumentan el bloque marítimo[123] a Venezuela, agrede a Nicaragua con más restricciones[124], moviliza a las burguesías lacayas para que mantengan a fanático fascista Almagro presidente de la OEA que, en palabras de Fidel Castro, es la actual «Ministerio de Colonias» yanqui…, todo ello en medio de una dolorosa pandemia de muy difícil erradicación que generará un desastre socioeconómico.
La rápida militarización[125] de la pandemia es una de las tácticas para, entre otras cosas, intentar masificar una reacción de miedo paralizante y obtener el apoyo social a otras agresiones. Israel, paradigma de la tecnociencia represiva y la tortura, permite que su Inteligencia[126] vigile a quienes sufren el COVID-19. Alemania recurre al «Estado-policía»[127] contra el COVID-19. Como veremos al final, el miedo tiene entre varios objetivos también el de fanatizar la estructura psíquica inconsciente de las y los trabajadores que serán carne de cañón para ser sacrificada en el altar del capital cuando le sea necesario. De entrada, China ya ha asumido que está en «guerra híbrida»[128] con los EE.UU., y que, además, la está ganando claramente por ahora.[129] Sobre todo esto, una vez más damos con sumo gusto la razón a C. Aznárez cuando denuncia esa militarización imperialista explicando por qué sólo la solidaridad[130] entre los pueblos vencerá al COVID-19.
Con el tiempo se irán conociendo muchos de los secretos que hay alrededor de la pandemia y su origen, inconfesables algunos. Poco a poco se perfilan hipótesis diversas sobre su origen que, de un modo u otro, van confluyendo por ahora en que en algún momento se produjo un salto del coronavirus de animal a humano, salto forzado bien de manera involuntaria por el impacto destructor del capital en su metabolismo con la naturaleza, bien forzado de manera voluntaria por la tecnociencia industrial-militar, desencadenando en ambos casos el caos actual. El 7 de febrero, un mes antes de que el 10 de marzo China acusara a los EE.UU. de ser los responsables de la infección, la pregunta sobre quién salía ganando con ella fue respondida así por Orfilio Peláez:
«No existen evidencias en este momento de que el coronavirus forme parte de una acción terrorista biológica de Estados Unidos, pero la práctica de ese país y las declaraciones de algunos de sus más altos funcionarios lleva al periodista Patricio Montesinos en su enjundioso artículo a preguntarse: «¿No es muy sospechoso que haya aparecido el coronavirus en China y que Washington lo haya introducido para debilitar a lo que muchos ya consideran la primera potencia económica mundial, por encima del hasta ahora imperio del mal liderado por Trump?»[131].
La primera exigencia es la de aclarar su origen, resolver «las severas acusaciones sobre la posibilidad de que este virus se haya producido en laboratorios y diseminado en el centro preciso de China…»[132] en función de una estrategia con fines inmediatos y a largo plazo como sostiene Stella Calloni, entre otras muchas más personas. Por ejemplo, M. Chossudovsky reflexionando sobre esta misma cuestión no duda en afirmar que « La campaña del miedo está en curso. Pánico e incertidumbre. Los gobiernos nacionales y la OMS están engañando al público.»[133].
Estudios posteriores sostienen que se ha tratado de un:
«… proceso azaroso de la evolución que ha permitido al virus desarrollar una estructura de la espícula y de otras características que le permite invadir células humanas. Al estar en contacto con humanos ha provocado una infección y luego posteriores infecciones que han dado lugar a la epidemia»[134].
La misma opinión es defendida por la organización comunista china no oficial Chuäng que explica qué es una «transferencia zoonótica» por la cual algunos virus de animales no humanos pueden adaptarse a animales humano. Esta expansión es incluso forzada por la situación socioeconómica, política y cultural:
«…mostrando no solo cómo la acumulación capitalista produce tales plagas, sino también cómo el momento de la pandemia es en sí mismo un caso contradictorio de crisis política, que hace visibles a las personas los potenciales y las dependencias invisibles del mundo que les rodea, y al mismo tiempo, ofrece otra excusa más para la creciente extensión de los sistemas de control en la vida cotidiana»[135]
Por su parte, científicos también chinos han confirmado que el COVID-19 no se creó en ningún laboratorio ni es un virus manipulado de forma intencionada[136], pero no dicen de qué país procede, como sí lo sostuvo la primera declaración china[137] que afirmaba que el virus llegó en soldados yanquis. W. Dierckxesens-W. Formento no afirman abiertamente aunque lo insinúan, que el virus fue creado o manipulado en USA pero sí sostienen la tesis que fue llevado deliberadamente138 a China. La hipótesis más plausible es que tuviera su origen en los EE.UU., donde permaneció ignorado bajo otro nombre, posibilidad también reforzada por investigadores japoneses[139]. De cualquier modo, es innegable que los EE.UU. utilizan el COVID-19 como recurso bélico[140].
Durante este debate, la burguesía se enriquece contraviniendo su propia legalidad: por de pronto, ya se sabe que mientras D. Trump mentía un día sí y otro también asegurando que el COVID-19 no era nada grave y que la culpa era de China, en el interior de la casta política y del núcleo del poder, en el Comité de Inteligencia del Senado[141], por ejemplo, no sólo se estaba al tanto de la gravedad extrema de la pandemia –peor que la de la gripe de 1918—sino que encima se usaba esa información secreta para el lucro, para deshacerse de acciones y de empresas, además de para reprimir las protestas sociales. Pues bien, la burguesía ha decidido dejar de andarse con pequeñeces y ha empezado a posicionarse abiertamente por salvarse primero ella[142], sus ingentes propiedades, y después dar alguna mísera caridad[143] al pueblo; se trata de una política «moralmente miserable»[144]
Cualquiera de los cuasi infinitos flecos, derivaciones o particularidades del COVID-19 termina o empieza en la cuestión del poder concreto subyacente a esa forma específica del problema general. Si algo vuelve a demostrar esta pandemia es que en todo lo relacionado con la explotación de la fuerza de trabajo –y este es uno de los secretos cruciales de la múltiple problemática del COVID-19 — es incuestionablemente un problema de relaciones de poder, una relación de lucha de clases y de explotación imperialista que utiliza la pandemia como contrainsurgencia, sin percatarse de que:
«La contrainsurgencia es, después de todo, una especie de guerra desesperada que se lleva a cabo solo cuando se han hecho imposibles formas más sólidas de conquista, apaciguamiento e incorporación económica. Es una acción costosa, ineficiente y de retaguardia, que traiciona la incapacidad más profunda de cualquier poder encargado de desplegarla, ya sean los intereses coloniales franceses, el menguante imperio estadounidense u otros. El resultado de la represión es casi siempre una segunda insurgencia, ensangrentada por el aplastamiento de la primera y aún más desesperada»[145].
5.- CONTRA EL COVID-19 Y CONTRA EL CAPITAL:
Paula Bach sostiene que la conjunción del COVID-19 con la crisis que llamaba a las puertas segundos antes de la pandemia, nos ha sumergido en un instante en el «mundo de la incertidumbre»[146] por lo que decenas de miles de trabajadores han suscrito a todo correr seguros de desempleo superando tasas que no se veían desde hacía muchos años, del mismo modo que fanáticos neoliberales se caen del caballo con san Pablo convirtiéndose, aparentemente, a la fe keynesiana. Tiene razón, en la sociedad burguesa la incertidumbre aumenta o decrece según el avance o retroceso de la lucha de clases y de la tasa de ganancia del capital. Engels habló de la incertidumbre vital[147] del proletariado ya en 1845. Condena a cadena perpetua que solo puede aliviarse mediante la lucha de clases y que se agrava con el deterioro de la salud debido a la explotación asalariada que nos debilita frente a enfermedades y otros avatares.
Si en el plano directamente físico, la incertidumbre es combatida con la certidumbre de la lucha física de clases, en el plano teórico, en el del conocimiento crítico que forma la red relacional de la praxis, tiene decisiva importancia el principio de la duda metódica, el ‘de ómnibus dubitandum’ que Marx tenía como máxima[148] en su vida. La duda metódica vertebra el movimiento práctico de la verdad como proceso dialéctico entre lo concreto, lo objetivo, lo relativo y lo absoluto. La inevitable y enriquecedora tensión entre estos componentes garantiza que la duda y la incertidumbre creen contenidos de verdad en el desenvolvimiento práctico de lo que Marx expuso en 1873 como dialéctica:
«Reducida a su forma racional, provoca la cólera y es el azote de la burguesía y de sus portavoces doctrinarios, porque en la inteligencia y explicación positiva de lo que existe abriga a la par la inteligencia de su negación, de su muerte forzosa; porque crítica y revolucionaria por esencia, enfoca todas las formas actuales en pleno movimiento, sin omitir, por tanto, lo que tiene de perecedero y sin dejarse intimidar por nada»[149].
Este es el método que aplican en su situación comunistas no oficiales en China que hemos citado varias veces en este texto al afirmar con absoluta razón que el COVID-19 exige y a la vez ayuda a la práctica de dos reflexiones colectivas imprescindibles: la primera es la crítica marxista de la relación destructiva del capitalismo sobre la naturaleza, incluidos sus substratos microbiológicos, porque es imposible separar lo social de lo natural; y la segunda es la reflexión autocrítica como marxistas sobre la sociedad china porque las contradicciones aparecen en su dura desnudez durante las crisis.[150]
Sin otros análisis que desbordan este texto ahora mismo pero necesarias para enriquecer otro más abarcador y profundo que este, podemos decir que, con otras palabras, también es lo que propone Sergio Ortiz sobre la necesidad de «lavarnos el cerebro»[151] ratificada por las lecciones aportadas por China con respecto al coronavirus, según hemos visto al inicio mismo de este texto. Recordemos las lecciones: 1) no subestimar la enfermedad. 2) tener un buen gobierno. 3) salud para todos porque es un derecho humano. 4) los remedios y vacunas deben estar en manos del Estado y empresas y laboratorios nacionales, no en las multinacionales. Y 5) la sociedad debe tener lazos de solidaridad muy fuertes. Las cinco pueden resumirse en dos: en la 1) sobre no subestimar la enfermedad, y en la 2) sobre un buen gobierno –Estado, para nosotros– que impulse e imponga las tres restantes: salud pública, socializada y solidaria. Las dos son imposibles sin la profilaxis básica de «lavarnos el cerebro» además de las manos.
La primera lección enseña que no debemos subestimar la enfermedad, es decir, que no debemos negar o ignorar la realidad objetiva, que está ahí, fuera de nosotros pero que pueden entrar en nuestro interior haciéndose parte de nosotros mismos para siempre ya que, aunque la erradiquemos físicamente siempre quedarán recuerdos y secuelas psicológicas. Efectos psicofísicos objetivos más o menos agravados por las condiciones de explotación en las que malvivimos. Criticábamos al comienzo la mentira de que la «ciencia es a-política». La lucha contra el COVID-19 está demostrando el contenido sociopolítico de lo que la ideología burguesa llama «ciencia» y que es el sistema tecnocientífico inserto en la reproducción ampliada del capital.
R. Levins ha estudiado los nefastos efectos de la «ciencia» asalariada del capital: los pesticidas provocan plagas; los antibióticos crean nuevos patógenos; la agroindustria destroza el humus; la revolución verde no ha eliminado el hambre, ha empobrecido a los pueblos y enriquecido al imperialismo…[152]. Levins sostiene que se libra un choque entre dos fuerzas contrarias, la ciencia oficial, asalariada, y la crítica. En la primera:
«La única preocupación de los gobiernos por reducir los costos y de privatizar está cambiando el control de la ciencia como un todo, y las condiciones de trabajo de los científicos, poniéndolos en manos de administradores que ven la ciencia como una industria más y a los científicos como una fuerza de trabajo científica que se manejará como cualquier otra fuerza de trabajo. El producto de la industria de la ciencia es conocimiento que se puede convertir en mercancías, en la mayoría de los casos como objetos materiales, pero también en forma de servicios e informes. Su racionalidad económica estimula la fragmentación de los talleres científicos, la especialización, los objetivos definidos a corto plazo, las decisiones basadas menos en una necesidad intelectual o social y más en mercadeo y prevención de riesgos. Estos administradores manejan el trabajo científico con los mecanismos acostumbrados que emplean en cualquier rama industrial –un enfoque miope de la “eficiencia”, la racionalización, el empleo de investigadores y profesores a tiempo parcial–, un sistema de jerarquización que mantiene divididos a los productores. Los científicos aprenden con rapidez a planificar los esfuerzos investigativos sobre la base de los criterios de aceptabilidad y financiamiento, a acelerar las publicaciones con vistas a cumplir con los cronogramas de compromisos y promoción, a sopesar con cuidado los costos y beneficios de colaborar y de guardar discreción»[153].
La otra fuerza social contraria a la tecnociencia inserta en el capital constante, va creando una praxis científico-crítica aprendiendo de las experiencias de las luchas sociales de toda índole, empezando por las de los mismos trabajadores científicos asalariados que resisten a la explotación que sufren en las fábricas de tecnociencia. Sobre esta experiencia, Levins ofrece cinco criterios sobre lo que debería ser el método científico:
«1) Sería francamente partidista. Propongo la hipótesis de que son erróneas todas las teorías que promuevan, justifiquen o toleren la injusticia. El error puede estar en los datos, en su interpretación o en su aplicación, pero si indagamos lo que es erróneo, ello nos conducirá a la verdad.
2) Sería democrática. […] sería libre el acceso a la comunidad científica para todo aquél que tenga vocación científica, sin barreras de clase, racismo o misoginia […] los resultados de la ciencia estarían a disposición de toda la población, en una forma inteligible y sin la compartimentación que a menudo se ha esgrimido en nombre de la seguridad nacional o de los derechos patrimoniales. Reconocería que la ciencia prospera cuando es capaz de combinar el conocimiento y la experiencia de la ciencia institucionalizada con los granjeros, pacientes y miembros de talleres y comunidades que constituyen los movimientos “alternativos”.
3) Tiene que ser policéntrica […] Este monopolio del conocimiento ha servido al monopolio del poder […] tiene que compartir técnicas, conocimientos y herramientas; tiene que ser capaz de comparar y escoger, pero también tiene que, con respeto, dejar un espacio para enfoques radicalmente diferentes al enfrentar lo desconocido.
4) Tiene que ser dialéctica […] Esto ofrece el necesario énfasis en la complejidad, el contexto, la historicidad, la interpenetración de categorías en apariencia excluyentes, la relativa autonomía y la determinación mutua de diferentes “niveles” de existencia, los aspectos contradictorios del cambio que se autoniegan.
5) Tiene que ser autorreflexiva, reconociendo que quienes intervienen en un sistema son partes de él y que también hay que dar razón de la forma en que abordamos, el resto de la naturaleza. De esta manera tiene que ser doblemente histórica, atendiendo a la historia de los objetos de interés y de nuestra percepción de esos objetos»[154].
Estas características –partidista, democrática, policéntrica, dialéctica y autorreflexiva–, además de reforzarse creando una unidad sinérgica, son las que una a una y en conjunto nos explican lo dicho arriba sobre que la verdad es objetiva: el «bichito» existe al margen de nuestra voluntad; es concreta: el «bichito» lo tenemos bajo el microscopio; es relativa: el «bichito» infecta y mata en determinadas condiciones y no en todas; y es absoluta: cuando esas condiciones específicas se dan en una persona, entonces el «bichito» la mata. La dialéctica de la incertidumbre/certidumbre y duda/verdad se materializa en este proceso material, biológico, sociopolítico, económico y en síntesis, de relaciones de poderes antagónicos que, sobre la salud y sobre todo, tienen objetivos y estrategias inconciliables.
Por lo tanto, en lo que respecta a la desinfección de nuestra mente, lo que hemos visto tiene como base el materialismo, la inmanencia y la autopoiesis, el principio de emergencia y la ley del salto cualitativo, la contradicción interna, la concatenación universal de todas las formas de expresión de la materia en su movimiento de diferencias, oposiciones y contradicciones… Sin extendernos ahora, el método dialéctico, que en sí integra a los cuatro restantes –partidista, democrática, policéntrica y autorreflexiva– tiene especial valía para todo lo relacionado con la salud, como lo ha enseñado Concepción Cruz Rojo con sus estudios[155], además de otros investigadores[156], o también D. Harvey, que lo expresa así:
«Durante mucho tiempo había rechazado yo la idea de “naturaleza” como algo exterior y separado de la cultura, la economía y la vida diaria. Adopto una visión más dialéctica y relacional de la relación metabólica con la naturaleza. El capital modifica las condiciones medioambientales de su propia reproducción, pero lo hace en un contexto de consecuencias involuntarias (como el cambio climático) y con el trasfondo de fuerzas evolutivas autónomas e independientes que andan perpetuamente reconfigurando las condiciones ambientales. Desde este punto de vista, no hay nada que sea un desastre verdaderamente natural. Los virus van mutando todo el tiempo, a buen seguro. Pero las circunstancias en las que una mutación se convierte en una amenaza para la vida dependen de acciones humanas.»[157].
La acción del humano-genérico, abstracto, se concreta ahora en las acciones de la lucha de clases entre el capital y el trabajo, en la autogénesis de la conciencia proletaria que se construye a sí misma durante la lucha contra la burguesía. Debilitar o anular con el miedo a la pandemia la autoconfianza en sí misma, su conciencia-para-sí, de la humanidad explotada, introyectándole la obediencia perruna al orden, es uno de los objetivos de la manipulación sistemática del COVOD-19. González Duro dice:
«El mantenimiento de la ideología del miedo se ha convertido en un arma política, en parte de la estrategia de los grandes poderes: confirmar la culpa definitiva e intrínseca del otro y la necesidad de protegerse a sí mismo mediante medidas de seguridad o por la fuerza de las armas»[158].
Negarle al trabajo su capacidad de creación de su conciencia materialista, es objetivo de la religión con dogma de trascendencia: el COVID-19 es una ‘prueba que nos manda Dios’ desde el ‘reino del Espíritu’: no es una contradicción inmanente a lo socionatural desatada por la irracionalidad del capital. González Duro se pregunta:
«¿Qué sentido tiene la enfermedad en una sociedad de consumo que enfatiza al máximo el culto a la felicidad instantánea? Tradicionalmente, en las sociedades que integraban la llamada «civilización cristiano-occidental», la respuesta era clara, rotunda: el dolor y la enfermedad podían tener un sentido positivo en tanto en méritos para la otra y verdadera vida. Por efecto del pecado original, el trabajo y el sufrimiento formaban parte de la condición humana en un mundo que era un “valle de lágrimas”»[159].
El autor describe las transformaciones cualitativas introducidas por el capitalismo sobre la salud y el dolor, señalando cómo la industria sanitaria se ha convertido en un gran negocio que explota el sufrimiento y el miedo creciente en una vida incierta, precarizada cada vez más, temores multiplicados por la creación artificial de falsas enfermedades para crear más personas «enfermas» y así producir más tratamientos inútiles pero muy rentables económicamente. Mientras se desmantela la sanidad pública, se expande la industria de la salud, el negocio privado que, por su propia lógica, necesita ampliar el mercado de la enfermedad. De este modo, y además de otras razones:
«La vida de los individuos en la sociedad del riesgo produce inseguridad, ansiedad, miedo. Muchos se sientes enfermos, y son convenientemente medicalizados […] también en toda suerte de terapeutas, sanadores, videntes, astrólogos y echadores de cartas. Como la enfermedad parece absurda y carece de sentido para la propia vida, es muy frecuente que mucha gente recurra a supuestos expertos o a quienes se presentan como dotados de poderes especiales. Al carecer de sentido, es como si la enfermedad tuviese algo de misterioso, como si nadie supiese el por qué y el para qué del padecer»[160].
La ignorancia de las causas del Mal siempre ha sido una desencadenante de angustia, miedo y opio religioso. La sociedad norteamericana, que adelanta lo que viene a Europa, padece entre otros muchos males, también el del sobreconsumo desbocado de opiáceos como pócima mágica al desastre social que está pudriendo las raíces del imperialismo. La farmaindustria, uno de los fetiches capitalistas más efectivos, es la responsable de que la plaga de opiáceos sea «una epidemia orquestada desde arriba»[161] que está disparando la tasa de muertes por sobredosis, aunque en realidad esta tragedia sea sólo la epidermis de un problema mucho más grave: el aumento imparable del consumo de ansiolíticos y de otros medicamentos y productos ilegales para acostumbrarnos a tolerar pasivamente el Mal, en vez de combatirlo. En esta misma sociedad yanqui se expande como la peste negra el miedo a perder el trabajo162, al desempleo, al empobrecimiento, en cuanto las expresiones más dañinas de los miedos difusos o concretos «alimentados por un trabajo político»[163].
Los miedos difusos y concretos alimentados por el poder terrenal o divino llevan a la persona alienada a buscar protección en un poder superior más fuerte, que en último extremo puede terminar siendo una dictadura político-religiosa. Ante esta realidad, el ateísmo marxista es una fuerza material históricamente emancipadora porque:
«La fe religiosa es una forma de conciencia ilusoria, consecuencia de la alienación del ser humano en la vida real; cuando ésta sea superada en una sociedad comunista que realice las potencialidades del ser humano, la religión perderá toda razón de ser. En un mundo alienado la religión expresa en la conciencia el desgarramiento de la vida y lo sublima proyectando el ideal humano que no se reconoce en la tierra en un ser todopoderoso que habita en el cielo. En semejante situación, el ateísmo que niega a Dios ha servido para afirmar al propio ser humano. Pero en una sociedad no alienada que afirme directa, positiva, continuamente el valor radical de la vida humana, la negación de Dios resulta sencillamente superflua. El ateísmo es superado por el humanismo positivo de una sociedad en la que el ser humano sea prácticamente reconocido como el ser supremo, centro y señor del sentido de todo»[164].
La segunda lección es la expresión política de la primera en su forma esencial: la necesidad de un poder popular, de un Estado que avance decididamente hacia un sistema de salud pública, socializada y solidaria, como hemos visto arriba. Para alcanzar este objetivo prioritario, el movimiento obrero ha de responder a un ataque doble165 de la burguesía: el de descargar sobre él los costos de la crisis socioeconómica ya existente antes de la irrupción del COVID-19, y el descargar sobre ella la tragedia del coronavirus. En ambos frentes, que en realidad son ya uno, las resistencias deben coordinarse y deben pasar a ser luchas ofensivas fusionadas con los sectores populares empobrecidos. Lo hace sufriendo una mayor represión policial[166] que en algunos sitios ha intentado avasallar domicilios sin orden judicial[167], abusos facilitados por el aumento de las fuerzas ultras[168] en sus filas y el apoyo público de chivatos[169] y colaboracionistas:
«Vemos con preocupación cómo utilizando la doctrina del shock y del miedo están convirtiendo a personas civiles en chivatas de la policía, cómo lxs vecinxs, lxs trabajadorxs, se espían y controlan lxs unxs a lxs otrxs, y cómo ante esta cruda situación laboral, económica y social bien medida por la oligarquía, dan la opción de decidir a los culpables las condiciones del futuro, sin contraposición alguna.»[170].
Además de estas represiones, el silenciamiento sistemático de las respuestas de la clase trabajadora en muchos países de Europa, obligada a trabajar en situaciones de peligro real de contagio del COVID-19, siendo el caso de Italia uno de los más clamorosos[171] en donde se producen «huelgas masivas»[172]. Enfrentando estas presiones, amenazas y castigos, la izquierda debe ser consciente de que muy probablemente quienes ahora parece que se han vuelto keynesianos, socialdemócratas, defensores del gasto público, etc., vuelva a un neoliberalismo más implacable a los primeros signos de recuperación[173]. Para impedir este contraataque del capital la izquierda debe ampliar su fuerza autoorganizada desde ahora mismo y de entre los métodos más efectivos destaca el de extender el papel del saber obrero dentro de la praxis teórica materialista del conocimiento: las empresas en propiedad del capital podrían empezar en el acto a producir toda serie de bienes necesarios para combatir masivamente el COVID-19 si estuvieran bajo el control obrero, si fueran recuperadas por el proletariado que, bajo la planificación social, fabricaría bienes necesarios e imprescindibles.
Por ejemplo, máquinas respiradoras en vez de coches[174], colchones para hospitales en vez de colchones para la burguesía[175], mascarillas en vez de calzado[176]; impulsemos también la autoorganización del listado de Redes de Apoyo y Cuidados[177] que se ha creado y que va ampliando los grupos de ayuda mutua actualizando la tradición popular heredada desde al menos las labores colectivas para atender los bienes comunales, si no antes. A lo largo de este texto hemos puesto a disposición de los y las lectoras una larga lista de denuncias, críticas y propuestas prácticas que están surgiendo de las clases y naciones explotadas, de las mujeres trabajadoras[178], así antes de pasar a la cuestión del poder socialista necesario para la salud humana, concluimos con dos propuestas. Una:
«1) Protección integral sanitaria –con implementos y medidas de prevención adecuadas, para médicos, enfermeras y demás trabajadores. Control obrero de las condiciones sanitarias, en hospitales y todo lugar de trabajo. 2) Expropiación de predios vacantes para la instalación de predios sanitarios de emergencia. 3) Nacionalización de la industria farmacéutica y abolición del régimen de patentes, para asegurar la provisión de medicamentos al conjunto de los afectados. Y 4) Gobierno de trabajadores, para planificar y coordinar una acción sanitaria que exige la solidaridad universal, no la rapiña capitalista»[179].
Y otra:
«Nacionalización de todos los recursos sanitarios y planificación de su funcionamiento al servicio de las necesidades de salud de la población y de la protección eficaz de quienes están en primera línea: los trabajadores y trabajadoras de todo el sistema sanitario. Paralización de la actividad en todos aquellos sectores no indispensables para la supervivencia e intervención de las empresas productoras de recursos sanitarios, incluidas las farmacéuticas. Intervención de todas las grandes empresas de producción y distribución para evitar la fuga masiva de capitales que ya se está produciendo y declarar la función social de las empresas estratégicas. Expropiación de la banca que parasita al resto de la sociedad. Negativa a pagar la Deuda, creada en buena parte al transferir dinero público a la banca, y no aceptar los límites del gasto público impuestos por la UE.»[180]
¿Cómo instaurar un gobierno de trabajadores que a la vez que impulsa esas medidas va destruyendo el Estado burgués, sus aparatos represivos y servicios secretos, sus burocracias reaccionarias, sus ministerios más esenciales para el capitalismo y por ello mismo totalmente incompatibles con el socialismo…? Hay dos formas básicas para empezar a crear un Estado obrero en proceso de autoextinción, y entre ambos extremos existen variantes que no podemos exponer ahora: una es la de la mayoría electoral que accede al gobierno del Estado y desde ahí empieza reformas cada vez más radicales; y la otra es la revolución armada que toma el poder del Estado. Preguntado Marx en 1881 sobre la primera posibilidad en un país como Holanda, su respuesta fue la siguiente:
«Un gobierno socialista no puede ponerse a la cabeza de un país si no existen las condiciones necesarias para que pueda tomar inmediatamente las medidas acertadas y asustar a la burguesía lo bastante para conquistar las primeras condiciones de una victoria consecuente»[181].
La historia enseña que las presiones y ataques de la burguesía contra la clase obrera se endurecen en la medida en que ve que puede perder el gobierno en las siguientes elecciones y que éste pasará a manos del movimiento obrero radicalizado. Muestra también que la oposición burguesa se endurece desde el mismo instante de la victoria electoral de la izquierda. Dejando ahora de lado la tarea sempiterna del reformismo que hace todo lo posible para abortar toda radicalización, y centrándonos en el supuesto de que la clase trabajadora tenga una izquierda decidida a seguir adelante, surge al momento el debate sobre si aprender de las lecciones de la historia sintetizadas en la respuesta de Marx de 1881, o desdeñarlas y aceptar la vía muerta del respeto al poder del capital.
La burguesía se asusta antes de que pueda perder el gobierno porque conoce la fuerza, la decisión y el programa de gobierno que la izquierda empezará a aplicar nada más acceder a él. Y se asustará más cuando compruebe que la izquierda cumple con su plan aunque no tenga el control de la maquinaria del Estado, ni una poderosa propaganda porque la prensa está en poder de la burguesía; aunque tenga que enfrentarse a la resistencia tenaz de las organizaciones patronales y de la Iglesia, en medio de una huida de capitales que puede arruinar la economía y padeciendo un boicot intervencionista del imperialismo…, Esta lucha se ha repetido siempre que el movimiento obrero radicalizado accede al gobierno por vía electoral. Nunca, en ninguna parte y en ningún momento, la burguesía se ha arrodillado sumisa y mansamente ante el proletariado entregándole su propiedad y su poder con un gesto sonriente y bonachón. ¿Entonces…?
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Fotografía: Viento Sur.